3 de junio de 2015. — Todos los conflictos poselectorales que hemos padecido entre 1988 y 2012 fueron causados por las autoridades electorales. Durante el sexenio de Salinas de Gortari hubo 17 elecciones para gobernador que terminaron mal y debieron repetirse porque el árbitro fracasó.
El fraude que impidió a Cuauhtémoc Cárdenas llegar a la Presidencia de la República fue obra de la Presidencia de la República. La Presidencia de la República en dos contiendas consecutivas le robó a AMLO la Presidencia de la República.
No tenemos democracia electoral por culpa de las autoridades electorales que no son sino títeres del presidencialismo. La Presidencia de la República domina el Poder Ejecutivo: no es su instrumento sino su aparato de control; usurpa el Poder Legislativo y dirige el Poder Judicial, del que dependen formalmente las autoridades electorales.
Muchos de los argumentos de quiene llaman a entrar en la casilla, anular el voto y meterlo en la urna para dejar constancia de su legítima pero anónima repulsión al sistema, son frutos de la arbitrariedad, la ineptitud y el despotismo del régimen.
Como no existe la revocación del mandato, una vez que el mandatario recibe la investidura, sus simpatizantes se convierten en súbditos; cuando termina el proceso electoral, dejan de ser ciudadanos.
Como las propuestas de cambios a las reglas del juego no cuentan, a nadie se le ha ocurrido organizar una fuerza política de dimensiones nacionales, para lograr que el voto nulo sea respetado por el Congreso y reduzca la omnipotencia del voto válido.
Sesión de los consejeros del Instituto Nacional Electoral.
Imaginemos lo siguiente: este domingo no irán a votar 63 de cada 100 personas inscritas en el padrón electoral. Por lo tanto, sólo contarán los votos de 37 de cada 100 pulgares pringados; sin embargo, de esos 37, irán a dar a la basura cinco votos. En suma, o más bien resta, la Cámara de Diputados será electa por sólo 32 de cada 100 electores.
Si el voto nulo valiera algo más que un cacahuate, los representantes del 32 por ciento de los electores deberían someter sus proyectos al cinco por ciento que anuló, y éste, en consecuencia, tendría voz pero no rostro ni voto.
Morena ha fracasado en la medida que no ha formulado esta oferta. Otras han sido aciertos: ser el gobierno de los movimientos populares de Guerrero, integrar agenda única, poner en puestos claves a activistas que conocen los problemas al dedillo, crear unidades antisecuestros en cada municipio, son propuestas irrechazables y no obstante ignoradas y combatidas con rencor y desprecio, no con visión y claridad políticas.
Así como Pablo Amílcar Sandoval ofreció este proyecto de gobierno a las fuerzas más beligerantes en contra del proceso electoral mismo, los encargados de conducir la campaña para diputados federales no atinaron a promover un debate con los anulistas para comprometerse a poner en práctica las reformas que exigen.
Tenemos el más amplio abanico de odiadores y antipatizantes de la elección del 7 de junio. Para conseguir el objetivo de que sean unas elecciones jurídicamente endebles y en su momento desechables, coinciden los siguientes actores:
Presidencia de la República,
Poder Ejecutivo,
Poder Legislativo,
Congreso de la Unión,
Poder Judicial,
Instituto Nacional Electoral,
Tribunal Electoral Federal,
Poderes Fácticos,
Dictadura Mediática,
Líderes de Opinión,
PRI,
PAN,
PRD,
Verde,
Panal,
Empresas petroleras,
Empresas mineras,
Empresas productoras,
distribuidoras y exportadoras
de substancias ilegales,
Sicarios que desollaron
a Julio César
Mondragón en Iguala,
José Murillo Karam,
Padres de los 43,
CNTE,
EZLN,
Pueblos Indios Rebeldes
y un cinco por ciento de anulistas idealistas que ante esta enorme torre de intereses convergentes van a desahogar su rabia escribiendo un chinga tu madre que les saldrá del fondo del alma con toda razón y derecho.
Todos somos nuestros peores enemigos. Estamos atrapados en un ferrocarril conducido por un locomotora, que hace 30 años empezó a remolcarnos con gran optimismo para que pudiéramos “llegar a tiempo” al siglo XXI, pero el tren se detuvo a la mitad del desierto y desde entonces aquí estamos. Somos el antojo de los zopilotes y la comida de las termitas.
Geopolíticas adversas a nosotros, proyectos específicos para desmantelar el programa histórico de la Constitución, despoblar el territorio, contrariar la ley de la gravedad llevando ríos del mar a las montañas, todo nos obliga a degradarnos año tras año, en este tren atorado en medio de la nada, infinita culebra de latas de sardinas donde se apretujan decenas de millones de pobres.
Ahora que faltan sólo cuatro días para las elecciones, en diversos vagones del tren hay decenas de fosas clandestinas, bases sociales del crimen organizado exterminadas con brutalidad extrema, campesinos castrados, violados con tubos, sin dientes porque los dientes se los hundieron en los huesos de la cara a golpes.
Faltan cuatro días para las elecciones y los gobernadores de Veracruz, Puebla y Tamaulipas arrojan artefactos explosivos contra edificios públicos y oficinas electorales, mientras los indígenas y los mestizos y los que tienen hijos desaparecidos en todo el país y no son sino antorchas vivientes (de ese tamaño es su dolor), queman boletas impidiendo que los anulistas del rumbo escriban en ellas: “Vivos los llevaron, vivos los queremos, chingue a su madre el gobierno”.
Cuatro días faltan, nada más cuatro días. De unas elecciones deslegitimadas de antemano por la gran mayoría de los actores sociales, saldrá un Poder Legislativo más débil que la inteligencia de Lorenzo Córdova, fortalecerá más a la Presidencia de la República y obtendrá el aplauso de los medios internacionales, para alentar a Peña a que termine de quitar los últimos vagones de su puto tren, y les permita de una vez hincar las garras en el subsuelo y empezar a chuparnos el tuétano de las piedras.
Nuestras diferencias, allá en el fondo, son mínimas, porque tenemos algo en común: hacemos lo que podemos para que Peña, en vez de barrernos como le piden sus amos, quite su puto régimen. En otras palabras, a favor o en contra del voto, hacemos lo que hacemos para recuperar nuestro país, nuestra economía, nuestra seguridad pública, nuestra salud, nuestro derecho a una vida y, sobre todo, a muerte digna.
Cuatro días…