San Juan Chamula, Chis. "Fue una masacre" dijo un joven testigo presencial de la balacera ocurrida a eso de las ocho de la mañana en la plaza central de la tradicional localidad tzotzil. Un acto de reclamo de varias comunidades, algo común aquí, devino en letal balacera que costó la vida del alcalde Domingo López González y el síndico Narciso Lunez Hernández de manera cruenta, así como un número indeterminado de muertos y heridos, aunque los pobladores presentes coincidían en que serían alrededor de 20 fallecidos, la mayoría de bala, pero también apuñalados y con machete.
"Además debió haber otros en las calles arriba, porque unos salieron corriendo y otros iban detrás disparando", añadió el joven, que pidió el anonimato pero habló con total soltura y en buen castilla. Nos rodearon otros tres hombres que sólo escuchaban. Los primeros disparos salieron de la presidencia municipal, según esta versión, que confirmaron después otros dos indígenas presentes en la plaza, quienes rodeaban a un hombre de pie, herido de bala, que con la mano en el vientre observaba a la policía arribar a la plaza después de las once de la mañana, casi tres horas y media después de los hechos.
"La gente se reunió en las comunidades desde las seis de la mañana, para venir a exigir los programas que se comprometió el municipio. Vinieron todos, hombre y mujeres. Nadie sabía lo que iba a pasar" añade el testigo. "A las ocho salió al balcón del ayuntamiento el presidente Domingo, del Partido Verde Ecologista de México. Después de escuchar a los inconformes aseguró con fortaleza que entregaría esos recursos, y le pidió a la gente que se retirara. Luego se metió al edificio. La gente no se dispersó, y desde adentro salieron cohetones y 'bombas' (de pólvora), y los primeros disparos". Pero abajo del palacio se había posicionado unos encapuchados con armas largas y comenzaron a disparar contra el edificio.
Fue entonces que el edil debió intentar salir por la parte posterior pero los encapuchados fueron tras él y le dispararon de inmediato. "Venían a eso, estaban preparados".
"¿Qué cuánto duraron los disparos? No más de diez minutos. Toda la gente echó a correr a las orillas de la plaza. ¿Mujeres? Muchas vinieron, pero se habían quedado en la orilla. Heridas sí hubo, no sé si alguna muerta", explica a La Jornada el testigo de los acontecimientos.
El edificio municipal, pintado completamente de verde, está separado apenas por un estrecho pasaje del edificio municipal del Partido Revolucionario Institucional. "Rojos de corazón" proclama un gran letrero en su fachada. Al lado, la presidencia muestra numerosos impactos de bala y los vidrios rotos. Se accionaron armas de alto poder, según comentó más tarde un agente ministerial, cuando llegaron por fin las policías. Se encontraron cartuchos de pistola de .45 milímetros, AK 47 y R 15.
Un pueblo en shock
El cuerpo de un hombre maduro yacía sin vida sobre un abundante charco de sangre en la línea del área chica de una cancha de futbol trazada en el costado poniente la plaza. Su soledad era absoluta, nadie se acercaba. Una anciana permaneció sentada en los escalones al costado de la plaza, como ajena a todo, silenciosa. Otro cadáver seguía a la vista en la calle que va al mercado. Según los testimonios, atrás de la presidencia hubo varios cuerpos después de la balacera. Allí habrían caído el edil y su regidor cuando intentaban huir. En la plaza cayeron un número desconocido de personas, pero sus familiares o acompañantes los retiraron antes de las diez de la mañana. Según dos chamulas de la cabecera, pasado el enfrentamiento ingresaron a la plaza dos camionetas "estaquitas", algunos indígenas levantaron muertos y heridos, y se fueron.
Tras la balacera, los encapuchados que habrían ultimado a Domingo López y su colaborador cargaron los cadáveres al frente del ayuntamiento, y con señas y a gritos señalaban los cuerpos y llamaron a la gente que se acercara. "Ya fue la muerte, ya pueden venir", decían. "Pero la gente no había venido a pelear. No les avisaron", dijo el testigo. Para entonces habían huido los centenares de indígenas que protestaban y quedaban fundamentalmente pobladores de la cabecera municipal, ajenos a la tragedia pero demasiado impresionados como para calificarlos de mirones. El poblado se mantiene en estado de shock, las calles desiertas, salvo pequeños grupos de varones.
Tres horas y media después llegó la policía
"Borre esa foto", reclamaba un policía estatal con casco, apuntando su rifle de gases lacrimógenos a este reportero cuando lo vio retratar al hombre tendido en el piso. Una decena de vehículos de policía acababan de ingresar a la plaza y saltaron al piso empuñando sus armas, sumamente nerviosos. "Bórrela", insistió. Al ser interrogado que por qué, otro agente más lejos apunta su arma larga unos segundos, y el primer agente, quizás recapacitando, señalaba a los escasos indígenas que observaban desde la periferia de la extensa plaza central: "Si no, lo va a golpear la gente". "¿Entonces para qué me apunta?"
De hecho, el único momento en que algunos indígenas intentaron interpelar a los reporteros fue cuando un funcionario estatal se dirigió a un grupo de conocidos suyos y le indicó "quitar a los periodistas"; los indígenas se limitaron a impedirnos aproximarnos a la presidencia, el PRI y el mercado.
Vehículos de las policías municipal de San Cristóbal de Las Casas, estatal y agentes de investigaciones arribaron sonando sus sirenas hacia las 11 y media de la mañana y acordonaron la parte frontal de la plaza con equipo antimotines y armas reglamentarias. El nerviosismo de agentes y funcionarios era lo más alarmante de todo. De inmediato procedieron a recoger cartuchos y otras evidencias, y sólo más tarde otros más utilizaban guantes de látex y bolsas. Más que investigar, estaban limpiando la plaza.
Desde temprano inundaron las redes sociales muchas fotografías de los muertos. Uno de cada dos chamulas debe tener teléfono celular. "Estaban muchos allí de fotógrafos", relató el testigo citado arriba. Sin embargo, las primeras imágenes de prensa son aéreas y de cuando ya estaban las patrullas en el lugar. Todas las imágenes que circularon en las redes y algunos medios eran de los propios lugareños.
Hacia el mediodía subió a la plaza una camioneta pick up. En la caja venian dos mujeres. Una, mayor, llora desconsoladamente. Dos hombres bajaron de la cabina, recogieron el cadáver y lo arrojaron precipitadamente a la caja del vehículo, bocabajo. No cerró la puerta, doblaron hacia arriba las rodillas del cadáver, sólo se veían sus pies y las suelas de sus huaraches una vez que cerraron la caja trasera. La segunda mujer abordó la cabina y la pick up se retiró. Varios policías rodearon la escena sin atreverse a intervenir. La mujer miró brevemente al cuerpo a sus pies, volteó el rostro y lloró desesperada.
Pronto quedaron sólo agentes y patrullas en la proximidad de los edificios del PRI y el ayuntamiento. Ningún comercio estaba abierto en el todo pueblo. La gente se resguardó en sus casas. Algunas familias permanecieron sobre las azoteas de las viviendas cercanas a la plaza.
En el borde entre San Cristóbal y Chamula, a media carretera un cartelito advirtió en la mañana: "No vallan a Chamula. Hay problema". Por decir lo menos.