El servicial Medina Mora
Bollos de grilla palaciega
¿Quién iría a Washington?
Julio
CONVIVIO PANISTA. Isabel Trejo y Gustavo Madero, secretario general y presidente del Partido Acción Nacional, respectivamente, en un desayuno en la sede del blanquiazulFoto Carlos Ramos Mamahua
N
i siquiera se cuidan las formas al incluir a Eduardo Medina Mora en la terna enviada por Los Pinos al Senado para elegir a un nuevo ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Podría ser que a fin de cuentas el actual embajador de México en Estados Unidos no fuese aprobado por los senadores de entre los cuales el PRI tiene mayoría decisoria junto con sus aliados, y que en un insólito gesto de independencia designaran como sustituto del difunto Sergio Valls Hernández a alguno de los otros juristas, Felipe Alfredo Fuentes Barrera y Horacio Armando Hernández Orozco, cuyos nombres apenas son mencionados de manera tangencial en los medios de comunicación cuyo olfato natural les lleva a centrarse en el mencionado Medina Mora. Pero aun así, en el poco probable caso de que la imposición del representante en Washington no estuviese plenamente arreglada (entonces, ¿para qué manosear el nombre de ese diplomático?), Los Pinos no honra los difíciles tiempos que vive el país al intentar la conversión de un doctoral servidor explícito del presidencialismo en un alto funcionario judicial que debería ser imparcial y ajeno a grupismos.
Como si el horno de la corrupción, el tráfico de influencias, las injusticias, la violación a los derechos humanos y la impunidad estuvieran para bollos de grilla palaciega impúdica, abiertamente se muestra a los mexicanos que la máxima instancia de impartición de
justiciade la nación se utiliza como depósito de políticos especializados en la obediencia extrema a las órdenes del ocupante en turno del Poder Ejecutivo o, en momentos de cierta disidencia
institucional, en la defensa de intereses densos del entramado de complicidades en las élites. Medina Mora fue secretario de Seguridad Pública con Vicente Fox, procurador federal de justicia con Felipe Calderón (señalado en ambos cargos por actuar con menos energía de la necesaria frente a cárteles y capos que el panismo consideraba relacionados con el PRI) y embajador en Reino Unido y en Estados Unidos, en esta plaza ya con el estilo tricolor de vuelta al poder.
En septiembre de 2005, en Astillero se mencionaba parte del perfil del director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) al que Vicente Fox nombraba secretario federal de Seguridad Pública a la muerte de Ramón Martín Huerta en un accidente oscuro. Medina Mora, decían aquellos astillerismos, presentaba
varios flancos polémicos que en una circunstancia grave como la que vive el país no deberían obviarse. Eduardo Medina Mora ha estado bajo el mando de Luis Téllez, quien fue secretario de Energía con Ernesto Zedillo como parte de una plantilla tecnocrática transexenal forjada por Carlos Salinas de Gortari. Téllez fue jefe del nuevo titular de la SSP en el Grupo Desc, la firma de la familia Senderos especializada en asuntos inmobiliarios, químicos, alimenticios y de autopartes. Instalado en la oficina del gobierno federal dedicada a la recopilación de información estratégica (el Cisen), Medina Mora habría estado en buenas condiciones de ayudar a su amigo Téllez cuando éste dejó Desc para representar en México los intereses de uno de los más poderosos fondos de inversión trasnacional, el Grupo Carlyle(http://bit.ly/1CFLHTQ ).
En aquella columna de una década atrás se mencionaban rasgos que tienen actualidad si se cambian algunos nombres y detalles de época:
como puede verse, Vicente Fox (Enrique Peña Nieto) no se esmeró en presentar a la sociedad mexicana un funcionario ajeno a sospechas en la Secretaría de Seguridad Pública federal (en la terna para la Corte). Confirmó, por el contrario, la tendencia de su gobierno a entregar carteras a personajes relacionados con intereses empresariales del ramo. Y, optando por un burócrata de los sótanos políticos (un embajador en Washington), confirma que los asuntos policiales son ya asuntos de seguridad nacional, y que la radiografía del narcotráfico será la carta de navegación de lo que queda de este naufragio institucional.
El eventual desplazamiento de Medina Mora de la capital estadunidense a las salas capitalinas de máximos togados dejaría un espacio dorado para acomodar a algún miembro del gabinete peñista que estuviese en entredicho, acusado de ineficacia o bajo sospecha de actos de corrupción. Es evidente que la lista de aspirantes sería muy extensa, de la punta a la base de la pirámide del grupo encaramado en Los Pinos. Un candidato natural sería Luis Videgaray, quien comenzó en la actual administración como una suerte de avasallador vicepresidente virtual (Virregaray, se decía en juegos coloniales de palabras) y que ahora sobrelleva el manejo de la Secretaría de Hacienda con malos resultados, en medio de devaluaciones y recortes, y tocado irremediablemente por la suculenta maldición inmobiliaria de Higa, la empresa suministradora de residencias de lujo para funcionarios propicios. Pero, como se apuntó líneas arriba, la nómina de desfondados en busca de acomodo distante es amplia.
La designación de un nuevo embajador en Estados Unidos, si Medina Mora fuera nombrado ministro de la SuPRIma Corte, abriría a Los Pinos la posibilidad de intentar la recomposición de relaciones y expectativas en las élites imperiales que antes de Ayotzinapa se volcaban en elogios hacia las reformas impensables que el
estadista mundialmexiquense había logrado, en especial las relacionadas con el enorme pastel de lo energético. Ya se verá si Peña Nieto trata de enviar a Washington un mensaje de mejoría o se aferra al estilo abusivo, contradictorio y alarmante que al menos en el primer paso está mostrando al pretender que el servicial Medina Mora se constituya en el primer comisionado peñista enviado a tomar control expreso del Poder Judicial de la Federación de por sí nada reacio (salvo, sobre todo, en casos como el del ministro José Ramón Cossío) a asumirse como abierto instrumento priísta.
Y, mientras Gabino Cué encuentra algún otro problema para enredarse de manera grave, ¡hasta mañana!
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