jueves, 23 de diciembre de 2010
Marisela: impunidad Julio Hernández López
Astillero
Peligro internacional
Infierno para migrantes
CA encara mentiras
El calderonismo ya es un destacado y declarado peligro internacional. El país a la deriva, controlado por cárteles nacionales o sus derivaciones regionales, exporta su producción delictiva y genera preocupación y enojo en gobiernos extranjeros. No son accidentes ni excepciones, sino consecuencias netas del caos que el felipismo ha ido instalando aplicadamente en el país: al norte, los gringos se asustan por la violencia del patio trasero e instalan soldados y barreras mientras analizan las posibilidades de intervenciones armadas o tutelajes rígidos, y los canadienses ponen freno a las facilidades de tránsito de los mexicanos, imponiendo el requisito de la visa para frenar éxodos y abusos; al sur, los centroamericanos comprueban dolorosamente que la tierra mexicana se ha convertido en infierno de mentira, corrupción, impunidad, violencia y muerte, convertidos los migrantes en mercancía disputada por delincuentes formales, policías, agentes y funcionarios de toda índole.
Felipe miente a los centroamericanos cuando hace decir al aparato gubernamental mexicano que no existió el secuestro de medio centenar de viajeros sin documentos legales (o que no se tienen datos formales que aporten constancia de él, a pesar de múltiples testimonios que lo dan por cierto). Y esa mentira lleva a los representantes de tres países centroamericanos (Honduras, Guatemala y El Salvador) a emitir un comunicado conjunto en el que exigen a Los Pinos que investigue los “graves hechos” y castigue a los responsables. Pero el jefe de las armas mexicanas no ve y no quiere ver más allá, entretenido más en los cálculos electorales 2012 que nomás no le salen y en pronunciar discursos llenos de optimismo insultante, reproches bumerán y consideraciones vaporosas.
La “guerra” de Calderón contra el narcotráfico provocó tales desajustes y envilecimiento que los factores de una criminalidad largamente circunscrita a su campo natural (el negocio de las drogas, en todas sus variables) hubo de expandirse hacia rubros nunca antes explotados con tanto salvajismo: grupos antaño concentrados en los estupefacientes fueron desplazados por cárteles de favoritismo sexenal y, en una elemental lógica económica de supervivencia, al ser limitados en sus operaciones usuales por el reacomodo dirigido desde las alturas del poder, entraron de lleno a rubros que les permitieran sostener sus ejércitos en campaña permanente. Así fue como los centroamericanos en tránsito hacia Estados Unidos se convirtieron en materia de extorsión despiadada, en un proceso de crueldad creciente que va de la mano del trato dispar en la “guerra” oficial contra las drogas.
Pero Calderón no ha hecho más que cerrar los ojos ante esta realidad, tolerando funcionarios y funcionamientos criminales, convirtiendo al Instituto Nacional de Migración en otra instancia escandalosamente fallida, perdonando a directivos bajo estigma enorme y permitiéndoles continuar, al no castigarlos, carreras administrativas y políticas. Es una lástima, si se ve el asunto desde otro ángulo, que se haya cerrado recientemente el proceso panista de conformación de sus cuadros directivos, pues la nueva crisis internacional relacionada con migrantes podría haber ayudado a promover a algún funcionario en aprietos hacia un asiento partidista de renombre, como sucedió con Cecilia Romero, responsable durante años de la red de agentes y burócratas inmiscuidos en la red de atracos, violaciones, torturas y asesinatos de centroamericanos deseosos de llegar a Estados Unidos a través de la peligrosa tierra mexicana y que ahora ocupa ni más ni menos que la secretaría general del comité nacional panista, es decir, el segundo sitio en importancia del partido federalmente en el poder, luego del escándalo mundial provocado por el asesinato a sangre fría de más de 70 migrantes en un rancho tamaulipeco.
No es, desde luego, el único antipremio que el hermano de la precandidata Cocoa puede mostrar prendido en su casaca. La Unión Europea también pide investigar y castigar, pero en este caso no a los responsables del plagio de migrantes, sino a quienes planearon y ejecutaron el asesinato de Marisela Escobedo, la madre que en la ciudad de Chihuahua fue ejecutada cuando aceleraba el ritmo de su protesta pública por la impunidad administrada al culpable de matar a su joven hija. Similar demanda ha hecho la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Pero más acomedidos en presunta busca de justicia están dos de los principales cárteles de la región, que se culpan mutuamente de haber ordenado la muerte de Marisela y que, en pleno cumplimiento de su convicción de que ellos pueden actuar en sustitución del sentido justiciero que el Estado debería cumplir, ofrecen imponer sanciones fúnebres por propia mano, sin necesidad de los mecanismos fofos e inútiles que la institucionalidad se atreviera a ofrecer.
Felipe y Margarita, en tanto, ofrecen posada en Los Pinos a ochocientos niños ante los cuales refrendaron “el amor, la buena voluntad y la unidad que existen entre los mexicanos”, según cacahuatero boletín oficial de prensa. Pura felicidad y buena onda, mientras en Tamaulipas, al cierre de sexenio, se desataban balaceras en distintos puntos de Ciudad Victoria y lanzaban granadas contra la presidencia municipal y a las afueras del Polyforum en que en unos días se realizará el cambio de gobernador. Pero nada grave sucede, según el alegre lente del felipismo burbujeante: ni secuestro masivo de migrantes ni impunidad en el caso de inconformes asesinados: el director de Pemex, por ejemplo, se desplazaba tranquilamente en un trineo de retórica de exculpación al sentenciar que el estallido de San Martín Texmelucan fue producido no por fallas de la paraestatal, ni descuidos o mal mantenimiento, sino por causas ajenas, externas.
Y, mientras el episodio de Diego sigue perdiendo credibilidad ante la opinión pública, ¡hasta mañana, en la última entrega de la temporada, antes de que el declinante tecleador pase a descansar expresamente un par de semanas!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
Entre la ley y la justicia Carlos Murillo Abogado
El Estado moderno se funda en la legalidad, a eso le llamamos estado de derecho. El punto de quiebre de la historia nos ubica en la revolución francesa donde, ante el hartazgo del régimen totalitario de la monarquía, se obliga a la secularización como fenómeno de una sana separación entre el Estado y la iglesia –esta última principal sustento ideológico del rey–.
En las teorías liberales era indispensable razonar en torno al respeto irrestricto de la ley; de aquí nacen expresiones como “la ley no se discute, se acata” o “la ley es la ley”, algo que para los juristas será estudiado como el positivismo moderno.
El nuevo modelo nos trajo hasta aquí. Hoy en día seguimos los mismos cánones del Estado de derecho moderno francés, aunque los estudiosos de la ciencia jurídica afirman que vamos transitando a un nuevo esquema donde la constitución se convierta en el eje central y ordenador del derecho ¿no sucedía esto antes? No. Las violaciones a la constitución son reiteradas y sistemáticas, es más probable que se lastimen las garantías individuales a que se respeten, estamos en un estado de excepción de facto que nos tiene en el limbo jurídico.
Hace años una agente aduanal decía que en materia fiscal “memorándum mata constitución” y así es, porque en gran medida las resoluciones de autoridades de carácter menor se anteponen a la ley fundamental; esto ocurre desde un escritorio cualquiera que puede plantarse encima de la norma constitucional sin mayor recato cívico.
Entonces la impunidad comienza desde el propio Estado. Piense usted en los retenes justificados con un argumento pragmático y probablemente legal, por ejemplo los militares cuando anuncian a sus víctimas que están aplicando la “Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos” y concluyen su perorata diciendo: “es por su seguridad joven”. ¿Y el artículo 14 constitucional? En el papel.
Ahora bien, para el caso Rubí que tanto se ha mencionado, los jueces obraron en apego irrestricto de la ley, es decir aplicaron la norma con el rigor que –al menos en el discurso legalista– se debe aplicar. Entonces ¿obraron correctamente? Pues aplicaron la norma en el viejo silogismo del Estado de derecho ¿y la justicia? La abandonaron en aras del derecho.
Y el gobernador César Duarte ha dicho que el sistema de justicia es poroso. Y lo es. Pero no solamente el nuevo sistema de justicia penal que está en agonía, es poroso, también el sistema tradicional y el modelo del estado de derecho en general mientras privilegie la disposición menor por encima de la Constitución y deje de lado a los principios como la justicia, la equidad y la libertad.
¿Entonces los jueces hicieron lo correcto? No. Debieron atender a principios más allá de la legalidad con los elementos que están a disposición del juzgador. Es la tragedia de Rubí un caso trágico por sus elementos, que tal vez tenga que ser estudiado a la luz de la academia para encontrar otras respuestas, por lo pronto se ha convertido por sí mismo en un caso de culto mediático para una sociedad que brama por justicia.
Menos buscado que el Código Penal y más allá de la legalidad, existe un decálogo ético del abogado que nos es legado por el jurista uruguayo Doctor Eduardo J. Couture que reza en una de sus vértebras “Lucha: tu deber es luchar por el derecho, pero el día que encuentres conflicto entre el derecho y la justicia, lucha por la justicia”.
Ya se nos había olvidado.
Ni perdón ni olvido Miguel Ángel Granados Chapa Periodista
Distrito Federal– A diferencia de Diego Fernández de Cevallos, que apenas volvió a su vida normal perdonó a quienes lo secuestraron meses atrás, sus captores se niegan a practicar ese sentimiento. Al contrario, su consigna es “Contra la justicia y la impunidad ni perdón ni olvido”. Con ella firman sus comunicados recientes, cuya autenticidad ha podido medirse en los hechos, pues anunciaron la liberación de Fernández de Cevallos cuando efectivamente ocurrió.
El manifiesto político contenido en las tres partes del boletín epílogo muestra que no se trata de un secuestro común y corriente, puramente mercenario, sino de un acto político. Así lo define la propia víctima, por lo que situarse en la cómoda posición de considerar que sus autores son meros delincuentes no ayudará a localizarlos y llevarlos ante la justicia, como es menester. Han cometido un delito y deben responder por él, así haya actuado por móviles no sólo económicos. Pero es preciso conocer esas motivaciones.
El manifiesto se compone de tres porciones entreveradas. La más vasta de ellas es un análisis de la estructura social mexicana, no con la profanidad de una indagación sociológica, sino regido por ideas previas que parte de una concepción dicotómica de la sociedad, dividida entre “Ellos” y “Nosotros”. Aquellos generan y aprovechan la violencia estructural, y organizan la suya propia, una violencia destructiva, destinada a exterminar a los desposeídos. Éstos no son sólo víctimas de esas violencias sino que han contribuido a dar carta de naturalidad a la primera, como si fuera una situación inexorable ante la que sólo rendirse. Justamente contra esa posición se levantan los “miseriosos desaparecedores”, o la Red de transformación global.
La segunda parte se integra con denuncias concretas contra Fernández de Cevallos (explicando por qué se le escogió para este acto de violencia “revolucionaria”) y también contra Carlos Salinas de Gortari. Con retratos de ambos se ilustraron los primeros comunicados, los que incluían pruebas de vida de Diego. Para los secuestradores, en “la figura de Carlos Salinas de Gortari se identifica más claramente el inicio de esta etapa destructiva; cruzando varios intereses y procesos, es un actor principal y miembro de los círculos más restringidos del control del poder en ese entramado mafioso”.
El reaparecido panista, a su turno, es un “nudo por donde atraviesan múltiples historias turbias”, conocidas por los secuestradores a lo largo de meses de probable interrogatorio inquisitivo, que los condujo en algún momento a mofarse de las confidencias que les había hecho su víctima. En el epílogo, aseguran que “ahora conocemos de cierto los modos de los trabajos y los oficios con los que se maneja, las personas con las que trata y algunas de las que han sido sus más logradas empresas”. En ese punto narran que el secuestrado escribió y remitió cartas, “reclamándoles apoyo económico en correspondencia a su lealtad y a sus servicios”, a 23 destinatarios, cuyos nombres han dado a conocer, encabezados por el propio Salinas de Gortari.
Fernández de Cevallos, dijeron sus captores, “acumula una larga pero poco honrosa carrera de impunidad y enriquecimiento”. Citan algunos ejemplos de servicios rendidos a poderosos. Este es un ejemplo particular: menciona la dedicatoria, escrita “con gratitud y cariño”, estampada por el nuncio Girolamo Prigione en la copia de la inscripción número uno en el registro de asociaciones religiosas, a nombre de la Iglesia apostólica romana. Los secuestradores afirman que esa nota de Prigione cuelga en el despacho de Diego. Tendrían por qué conocer este detalle si el propietario de la oficina lo narró –lo que indica el grado a que llegaron las confidencias– o si alguno de los secuestradores estuvo alguna vez en ese despacho.
También imputan a Fernández de Cevallos haberse caracterizado “por el abuso de poder, el tráfico de influencias y el enriquecimiento a costa del erario y de los bienes de la nación”. Por ello, “tomarlo prisionero, exhibirlo y obligarlo a devolver una milésima de lo robado constituye además de un golpe político a la plutocracia y a sus instituciones, una demostración de la voluntad de lucha y de la capacidad operativa de los ‘descalzonados’ como él nos denomina, una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable, una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad”.
En estas últimas líneas se percibe ya, disperso aquí y allí, un plan de acción, la tercera parte del manifiesto. No es un plan descrito minuciosamente sino sólo en sus largos trazos, para desatar una lucha en que “el pueblo” despliegue “todos los medios a su alcance”. Los desaparecedores han elegido la vía armada:
“El ejercicio de la violencia es para Nosotros ineludible, pero necesita de un proyecto en el que su uso sea solamente un medio necesario: el proyecto no puede reducirse a destruir otro. Nuestro proyecto es recuperar lo que la vileza de los poderosos nos arrebata, y es nuestra condición humana; nuestro proyecto es la rehumanización de todos los que no formamos parte de su selecto círculo, a diferencia de Ellos que sólo buscan su propio beneficio. Pensar y hacer política pasa por evaluar las condiciones de existencia, nuestras relaciones sociales e interpersonales, transformarlas en cada acto y hacerse cargo de la vida pública”.
Los secuestradores declaran su convicción de que “el uso constructivo de la violencia es legítimo”.
El manifiesto político contenido en las tres partes del boletín epílogo muestra que no se trata de un secuestro común y corriente, puramente mercenario, sino de un acto político. Así lo define la propia víctima, por lo que situarse en la cómoda posición de considerar que sus autores son meros delincuentes no ayudará a localizarlos y llevarlos ante la justicia, como es menester. Han cometido un delito y deben responder por él, así haya actuado por móviles no sólo económicos. Pero es preciso conocer esas motivaciones.
El manifiesto se compone de tres porciones entreveradas. La más vasta de ellas es un análisis de la estructura social mexicana, no con la profanidad de una indagación sociológica, sino regido por ideas previas que parte de una concepción dicotómica de la sociedad, dividida entre “Ellos” y “Nosotros”. Aquellos generan y aprovechan la violencia estructural, y organizan la suya propia, una violencia destructiva, destinada a exterminar a los desposeídos. Éstos no son sólo víctimas de esas violencias sino que han contribuido a dar carta de naturalidad a la primera, como si fuera una situación inexorable ante la que sólo rendirse. Justamente contra esa posición se levantan los “miseriosos desaparecedores”, o la Red de transformación global.
La segunda parte se integra con denuncias concretas contra Fernández de Cevallos (explicando por qué se le escogió para este acto de violencia “revolucionaria”) y también contra Carlos Salinas de Gortari. Con retratos de ambos se ilustraron los primeros comunicados, los que incluían pruebas de vida de Diego. Para los secuestradores, en “la figura de Carlos Salinas de Gortari se identifica más claramente el inicio de esta etapa destructiva; cruzando varios intereses y procesos, es un actor principal y miembro de los círculos más restringidos del control del poder en ese entramado mafioso”.
El reaparecido panista, a su turno, es un “nudo por donde atraviesan múltiples historias turbias”, conocidas por los secuestradores a lo largo de meses de probable interrogatorio inquisitivo, que los condujo en algún momento a mofarse de las confidencias que les había hecho su víctima. En el epílogo, aseguran que “ahora conocemos de cierto los modos de los trabajos y los oficios con los que se maneja, las personas con las que trata y algunas de las que han sido sus más logradas empresas”. En ese punto narran que el secuestrado escribió y remitió cartas, “reclamándoles apoyo económico en correspondencia a su lealtad y a sus servicios”, a 23 destinatarios, cuyos nombres han dado a conocer, encabezados por el propio Salinas de Gortari.
Fernández de Cevallos, dijeron sus captores, “acumula una larga pero poco honrosa carrera de impunidad y enriquecimiento”. Citan algunos ejemplos de servicios rendidos a poderosos. Este es un ejemplo particular: menciona la dedicatoria, escrita “con gratitud y cariño”, estampada por el nuncio Girolamo Prigione en la copia de la inscripción número uno en el registro de asociaciones religiosas, a nombre de la Iglesia apostólica romana. Los secuestradores afirman que esa nota de Prigione cuelga en el despacho de Diego. Tendrían por qué conocer este detalle si el propietario de la oficina lo narró –lo que indica el grado a que llegaron las confidencias– o si alguno de los secuestradores estuvo alguna vez en ese despacho.
También imputan a Fernández de Cevallos haberse caracterizado “por el abuso de poder, el tráfico de influencias y el enriquecimiento a costa del erario y de los bienes de la nación”. Por ello, “tomarlo prisionero, exhibirlo y obligarlo a devolver una milésima de lo robado constituye además de un golpe político a la plutocracia y a sus instituciones, una demostración de la voluntad de lucha y de la capacidad operativa de los ‘descalzonados’ como él nos denomina, una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable, una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad”.
En estas últimas líneas se percibe ya, disperso aquí y allí, un plan de acción, la tercera parte del manifiesto. No es un plan descrito minuciosamente sino sólo en sus largos trazos, para desatar una lucha en que “el pueblo” despliegue “todos los medios a su alcance”. Los desaparecedores han elegido la vía armada:
“El ejercicio de la violencia es para Nosotros ineludible, pero necesita de un proyecto en el que su uso sea solamente un medio necesario: el proyecto no puede reducirse a destruir otro. Nuestro proyecto es recuperar lo que la vileza de los poderosos nos arrebata, y es nuestra condición humana; nuestro proyecto es la rehumanización de todos los que no formamos parte de su selecto círculo, a diferencia de Ellos que sólo buscan su propio beneficio. Pensar y hacer política pasa por evaluar las condiciones de existencia, nuestras relaciones sociales e interpersonales, transformarlas en cada acto y hacerse cargo de la vida pública”.
Los secuestradores declaran su convicción de que “el uso constructivo de la violencia es legítimo”.
Misterio de Navidad Sergio Conde Varela Abogado
Con notoria sabiduría se ha dicho que en la Sagrada Escritura, naufragan los lobos y nadan los corderos y esto viene al caso con motivo del nacimiento de Jesús en Belén.
Para la mentalidad que privaba hace más de dos mil años e incluso para la que existe todavía en ciertos círculos en nuestros días, es un hecho desconcertante lo asentado en los textos sagrados bíblicos y en especial lo escrito por el profeta Isaías en el capitulo 7 verso 14: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. Este texto pasó desapercibido durante mucho tiempo en la mentalidad oriental pues la razón de que una virgen concibiera sin conocer barón, chocaba estrepitosamente con el desarrollo de la vida natural.
Pues bien, la concepción virginal de Jesús, aparece en el nuevo testamento: “María, estaba desposada con José, y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”, esa concepción y ese nacimiento, es lo que ha revolucionado al mundo desde sus cimientos desde hace más de dos milenios, hasta nuestra época y seguramente después de ella. El nacimiento de Dios vivo entre nosotros es el misterio de misterios.
Así como la mentalidad de nuestros antepasados no captó ni entendió el nacimiento virginal de Jesús, muchos de nosotros juarenses, chihuahuenses y mexicanos, confundimos esta fiesta con el comprar y regalar cosas en un consumismo feroz, sin medida, frenético, que en muchos casos aleja y envuelve el espíritu y el misterio que encierra la Navidad. Ojalá y destináramos tiempo para reflexionar la trascendencia que tiene esta conmemoración, sobre todo cuando nuestros asuntos no caminan por las vías pacíficas, cuando la violencia ha tomado un lugar que no le corresponde en muchos lugares de México, en especial en nuestra frontera y, cuando el dolor, la angustia y la desesperación se han posesionado de familias enteras.
Así como no se entendió que un bebé pudiera nacer de una virgen, así también, nosotros no entendemos que en ese bebé empezó la economía de la salvación. Por ello quizás, desvirtuamos la esencia misma, el punto central de la Navidad y evadimos psicológicamente razonar en el misterio que puede darnos la respuesta total a nuestros problemas y dificultades. Es manifiesto nuestro desconocimiento del alcance de una fiesta que es religiosa y que no es una fiesta pagana. En tropel acudimos a los centros comerciales llevando dentro de nosotros la idea absurda de que si no entregamos o recibimos regalos, debemos entender que no hay cariño o aceptación entre nosotros, fijando nuestra atención en esa mecánica del toma y daca que después de llevarse a cabo, nos deja con un vacío interior difícil de llenar.
El que esto escribe estima que los juarenses estamos en el tiempo para detenernos en nuestro diario caminar y reflexionar en estos misterios en los cuales se encierra la solución a todos los problemas que tenemos y las dificultades por las que atravesamos, con la alegría no del consumismo atropellado sino del entendimiento claro de que en Jesús, el nacido en Belén, está la respuesta total, integral a nuestra vida.
Por ello, ojalá que en la reunión de Nochebuena, si es que la tenemos, estemos atentos a un invitado especial que a través del tiempo nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”(Ap.3,20) Ese invitado es el mismo nacido en el establo y su presencia encierra plenitud. De verdad.
Un parte de la guerra de clases Lorenzo Meyer ANALISTA POLÍTICO
Distrito Federal– La Victoria de los Zombis. Un premio Nobel de economía, Paul Krugman, se hace cruces: ¿cómo es posible –se pregunta– que las desacreditadas ideas de los “fundamentalistas del mercado”, que la gran recesión de 2008 demostró que son tan absurdas como peligrosas, sigan dominando la formulación de la política económica de Estados Unidos? Para Krugman, la realidad ha dejado en claro que el Estado está obligado a supervisar e intervenir constantemente en el mercado para evitar nuevas crisis y paliar las desigualdades sociales extremas. Por ello califica de zombies –muertos que deambulan entre los vivos y les amenazan– a esas ideas que insisten en disminuir el papel del Estado en la vida económica, (The New York Times, 19 de diciembre).
Una explicación de las razones que mantienen a las ideas-zombis en la mayor economía capitalista del mundo (y en otras que la imitan, como la mexicana), la ofrecen un par de jóvenes profesores norteamericanos de Yale y Berkeley, Jacob S. Hacker y Paul Pierson, en: “Winner-take-all. How Washington made the rich richer and turned its back on the middle class”, (“El ganador se lleva todo. Como Washington hace al rico más rico y da la espalda a la clase media”, Nueva York, 2010).
El Libre Mercado no Existe. Usando el ejemplo de Estados Unidos, Hacker y Pierson (H&P) muestran algo que, no por obvio, es menos importante: que nunca ha existido un mercado realmente libre de factores políticos. Por acción u omisión, todos los mercados son construcciones políticas: “Los mercados, de manera inevitable, son conformados y canalizados por fuerzas políticas, dependen de reglas que son creadas y sostenidas por aquellos que controlan el poder coercitivo del Estado”. Para H&P “la construcción gubernamental de los mercados se encuentra entre las áreas más importante de la política pública pero, a la vez, es una de las menos reconocida como tal”, (p. 81).
El Juego. De entrada H&P presentan los indicadores cuantitativos que demuestran que en Estados Unidos se ha librado una especie de “guerra de los treinta años” –se inició en los 1980– entre las clases o estratos sociales y que, hasta ahora, la van ganando los intereses de los muy pocos sobre los de la inmensa mayoría de los estadounidenses.
H&P, con los datos elaborados por Thomas Piketty y Emmanuel Saez, y que se basan en las declaraciones al fisco de los contribuyentes norteamericanos, muestran que la proporción de los ingresos del 1 por ciento de los norteamericanos más ricos y que incluyen ganancias de capital y dividendos, ha pasado de ser el 9 por ciento del total en 1974 al 23.5 por ciento en 2007. Ahora bien, los datos en Estados Unidos permiten algo que no es posible saber, o que no está publicado, en México: que el ingreso promedio de los realmente ricos, es decir, ya no del 1 por ciento sino del 0.1 por ciento de los hogares más encumbrados, es de más de 7.1 millones de dólares anuales y equivale al 12.3 por ciento del ingreso del total de los hogares. Finalmente, el ingreso de los super ricos –no del 0.1 por ciento de los hogares sino de apenas el 0.01 por ciento–, es, en promedio, de 35 millones de dólares anuales, (pp. 16-17).
Lo que H&P encuentran es que a partir de los 1980, los pobres en Estados Unidos no se han hecho más pobres –siguen más o menos como estaban– pero los ricos sí que se han hecho más ricos. Hasta los 1970, cuando el país del norte funcionó por última vez bajo las reglas del Nuevo Trato (New Deal) –la política de redistribución que el presidente Franklin D. Roosevelt puso en marcha para superar a la Gran Depresión de 1929 y que se consolidó durante la II Guerra–, la desigualdad social disminuyó notablemente y entonces el 1 por ciento de los más ricos sólo pudo disponer de menos del 10 por ciento del ingreso total, pero hoy tras la “guerra [de clases]de los treinta años” éstos últimos ya disponen del 24 por ciento del total, (p. 18).
Las cifras más notables, y escandalosas desde el punto de vista de la igualdad, son las del promedio de crecimiento de los ingresos de los hogares norteamericanos después del pago de impuestos entre 1979 y 2006. En el 20 por ciento de los hogares más pobres, ese crecimiento fue de 11 por ciento, en el siguiente 20 por ciento de 18 por ciento y esa tendencia al crecimiento moderado se mantiene hasta llegar al famoso 1 por ciento de los más ricos; ahí el ritmo de ascenso se dispara hasta llegar al ¡256 por ciento, (p. 23). En estas condiciones, a nadie extraña que para el 2005 la revista Forbes calculase que, en promedio, la fortuna personal de los 400 norteamericanos más ricos llegó a los 3,900 millones de dólares, es decir, seis veces más de lo que era veinte años atrás, en 1985.
Y es que bajo las administraciones republicanas de Ronald Reagan y de los dos George Bush (padre e hijo) pero también del demócrata Clinton, el discurso y la política económica de la derecha se impuso por sobre el de los herederos de Roosevelt, que hoy están francamente en retirada.
La Derecha. El desmoronamiento del sindicalismo, la creciente actividad de los cabilderos –y del dinero– del sector empresarial sobre los dos grandes partidos, la influencia de grupos de interés no económico pero extremadamente conservadores como la derecha religiosa y otros factores similares, han dado por resultado que los procesos electorales de los últimos tres decenios en Estados Unidos no funcionen como instrumentos de defensa de los intereses materiales de las clases bajas y medias.
Las políticas que han permitido esa brutal concentración del ingreso constituyen todo un abanico que va desde una legislación impositiva que sistemáticamente ha bajado los impuestos a los ingresos de los más ricos, bajo el supuesto de que así se alienta a la inversión y al empleo, el mantenimiento de loopholes (rendijas fiscales) creados específicamente para favorecer a intereses económicos específicos hasta la evasión fiscal bien maquinada. Un ejemplo: la reducción de impuestos en 2001 para el 80 por ciento dse los hogares estadounidenses fue, en promedio, de 600 dólares pero para el 1 por ciento más ricos ascendió a 38,500 dólares, (p. 214).
La elección en 2008 del demócrata Barack Obama pareció ser el inicio de una gran reversión en la política fiscal pero su derrota en las elecciones intermedias del 2009 llevó a que se mantuvieran las disposiciones fiscales regresivas de los republicanos. Como lo apuntó Krugman, las “ideas zombies” siguen dominando la política económica norteamericana, apoyadas por una combinación de dinero de los intereses creados con la mentalidad de extrema derecha y gran activismo electoral de quienes, sin ser ricos, se agrupan en el llamado “Tea Party” y otras organizaciones similares y sirven de base popular a una oligarquía que, objetivamente, tiene intereses opuestos a los suyos.
En Suma. Nunca es “el mercado” el que distribuye imparcialmente las cargas y los beneficios en una economía, sino que siempre es un “cierto tipo de mercado” que, a su vez, es producto del juego político entre grupos y clases.
Por razones muy diferentes, pero en los 1980 tuvieron lugar cambios sustantivos en las políticas económicas tanto de Estados Unidos como de México. En los dos casos el régimen escoró hacia la derecha. Una vez iniciados en ambos el mismo proceso, la cercanía de la relación económica –sobre todo tras la firma del Tratado de Libre Comercio en 1993– mezclada con los efectos de la gran asimetría de poder, llevaron a que las ideas que dominaron la política económica estadounidense dominaran también la mexicana con efectos sociales similares: aumento acelerado de la desigualdad.
En México las cifras sólo permiten saber que el 10 por ciento de los hogares más prósperos disponen hoy del 40% del ingreso total. Sin embargo, datos como el que nos proporciona Forbes –que la mayor fortuna personal del mundo la tiene un mexicano, Carlos Slim– nos permiten suponer que la situación de desigualdad social en nuestro país es similar a la que priva en Estados Unidos y por razones no muy diferentes.
Hoy por hoy, la lucha de clases en esta parte de la América del Norte se puede resumir en una gran victoria para las élites, pero ¿es viable hoy una economía y una sociedad con esa desigualdad? Posiblemente sea menos problemática en Estados Unidos por la riqueza acumulada y la fuerza de sus instituciones, pero aquí va a ser más difícil porque la estructura institucional pareciera estar a punto de quebrarse. Como sea, en ambos casos sería prudente cambiar la dirección de la marcha, justo como sugieren H&P dado que la clave no está en las fuerzas impersonales del mercado sino en las muy personales de la política. ¡Para la mayoría, es la política “democrática”, no la economía, la que no funciona
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