El año de 1847 fue decisivo en la guerra librada entre México y los Estados Unidos. Durante el mismo se libraron las batallas determinantes que culminaron con la rendición ante las armas norteamericanas un año después, cuando el 2 de febrero de 1848 se firmó el tratado de paz entre los dos países. Desde las vísperas de la contienda, cuando ésta se perfilaba ya cómo inevitable por la incorporación de Texas a la unión americana, cuyo territorio abarcaba según los planes expansionistas de Washington hasta el río Bravo o Grande, se puso de manifiesto que se trataría de una lucha en extremo desigual. No tanto por las diferencias en el poderío militar, puesto que las fuerzas armadas norteamericanas tendrían que invadir el extensísimo territorio mexicano y ganar en escenarios ajenos. La gran ventaja de luchar en casa, estaría del lado mexicano. A su favor, los norteamericanos tenían el número de habitantes, pues la población de los Estados Unidos se había multiplicado por diez en apenas cuatro décadas y bordeaba en los años cuarenta los 25 millones de personas mientras que la mexicana se había mantenido en 6.5 millones, casi la misma que encontró el Barón de Humboldt cuando visitó la Nueva España en 1803. Pero, no era tarea sencilla movilizar grandes masas de combatientes a través de distancias enormes, empresa que por cierto, era la primera vez en su historia que intentaba la república del Norte.
Víctor Orozco / A los Cuatro Vientos
Entonces, ¿Dónde radicaba la debilidad suprema de los mexicanos y dónde la fortaleza de los anglosajones, como entonces se les llamaba?. En que los primeros no habían conseguido todavía construir un Estado que pudiera diseñar una estrategia económica-militar y aplicarla, mientras que los mandos políticos del enemigo estaban unificados y carecían de rivales internos, ya sea en sus cuerpos militares o en otras fuerzas sociales. El gobierno de México, por su parte, estaba incapacitado para imponer sus decisiones al ejército y al clero, los dos factores de poder político, económico, militar y cultural dominantes hasta entonces. Cada uno de ellos obraba por su propio interés y de consuno cuando era necesario. Ninguno de los dos había asumido sino a medias el proyecto de nación inaugurado en 1821 y al cual habían atacado durante los diez años de la guerra de independencia. En enero-febrero de 1847 esta realidad se reveló con toda su crudeza y catastróficos efectos para el futuro de la república.
El 27 de febrero, estallaba en las calles de la ciudad de México la guerra civil, provocada por la sublevación de tres batallones de la guardia nacional integrados por jóvenes capitalinos pertenecientes a las clases altas que habían sido eximidos de combatir en el frente y se habían quedado como guarnición de la capital. La causa de la rebelión fue el decreto expedido por el congreso el 11 de enero a iniciativa del gobierno presidido por Valentín Gómez Farías para ocupar una porción de los bienes de manos muertas pertenecientes al clero, hasta por una cantidad de quince millones de pesos, con el objeto de cubrir urgentes gastos de guerra.
Resulta que se había reclutado un numeroso ejército puesto bajo el mando del general Antonio López de Santa Anna. Las tropas se encontraban estacionadas en San Luis Potosí esperando los suministros para marchar hacia Coahuila y Nuevo León donde contendrían al ejército norteamericano que había invadido el territorio desde Texas. Soldados no faltaban y su número sobrepasaba con mucho a los norteamericanos, pero…carecían los pobres reclutas de todo, principiando por los zapatos y la comida. Todos los días Santa Anna exigía los indispensables medios para sostener las tropas y acometer al enemigo, En tales circunstancias, el gobierno tomó una medida considerada extrema por la esperada reacción del poderoso cuerpo eclesiástico. Apenas fue promulgado el decreto, aquel comenzó una furiosa campaña contra el gobierno acusándolo de querer suprimir la religión católica. El tono general de las protestas está muy bien expuesto en las siguientes palabras de uno de los tantos manifiestos, prédicas, sermones, pastorales, circulados o pronunciados en la ciudad de México:
«¡Cuál será la pena de nuestros desgraciados hijos cuando al leer los anales de sus mayores, lleguen a la página manchada de nuestra época, y se encuentren con que el año de 847 había desaparecido la Religión católica de México, a los trescientos de haberse plantado!. Triste pensamiento, ¡no atormentes nuestro corazón! no lo permitirá el cielo!»
De las amenazas de excomunión dirigidas tanto a funcionarios responsables de ejecutar las nuevas leyes como a los posibles adquirentes de bienes del clero, se pasó muy pronto a la acción y los llamados polkos (Una versión sobre el origen del apodo alude a la supuesta afición a bailar la polka, sin embargo, la más verosímil es porque se les asociaba al apellido del presidente norteamericano James Polk) se rebelaron al fin bajo un plan político que sustancialmente tenía tres demandas: la destitución de Gómez Farías, el reconocimiento de Santa Anna como presidente y por supuesto, la derogación de los decretos de ocupación de bienes eclesiásticos.
Uno de los efectos inmediatos de la asonada fue distraer las escasas tropas del gobierno y evitar el traslado de otras a Veracruz, puerto que a pesar de su importancia estratégica, fue dejado indefenso ante los marinos yanquis. Entre tanto, el ejército acantonado en San Luis Potosí, habían enrumbado hacia el Norte, atravesando el desierto con sus soldados descalzos y harapientos. (Aún así, estos soldados-campesinos se batieron a muerte en La Angostura, cerca de Saltillo, en una batalla que estuvo a punto de frustrar la invasión, del 22 al 23 de febrero de 1847.) En contraste, una semana después, abundarían la comida y el dinero en los cuarteles de los polkos.
El daño causado por la insurrección ya estaba hecho y fue irreversible. Sin embargo, el golpe mayor a la quebrantada nación mexicana, quizá fue el sicológico. Los resentimientos abundaron, sobre todo provenientes de los escenarios bélicos, como Chihuahua y Veracruz, plazas que cayeron entre febrero y marzo. En los reproches, se expresaba la frustración provocada por las traiciones y la subordinación de los intereses nacionales a las mezquindades de los sectores hegemónicos.
La sublevación militar capitalina, concluyó con el regreso de Santa Anna a la presidencia el 21 de marzo, la caída de Gómez Farías y la abrogación del consabido decreto. Un triunfo completo.
Ni aún en medio de la tragedia, faltaron el carácter cáustico y la ironía distintivos de los mexicanos. Una satírica proclama fechada el 10 de marzo de 1847, atribuida a uno de los jefes de los polkos se burlaba de ellos mordazmente:
«Me visteis en medio de las balas silbadoras, guarecido solo de una esquina y una trinchera. Llamar sereno y cariñoso a los cargadores y a los léperos, que a nuestra vanguardia hicimos marchar a jalar el asesino cañón enemigo. Ellos fueron los que se apoderaron del armón que cojimos, y los que después de la célebre festividad de armas quedaron con vida nos vitorearon cuando remuneramos su pequeña ayuda, dando un peso fuerte a cada uno. ¡Subordinados y valientes! Todos estos hechos prueban que la justicia nos asiste y que el brazo del Eterno nos auxilia. Defensores de la religión, e irresistibles y tremendos como el rayo de Dios (según dijo nuestro Boletín), nosotros triunfaremos victoriosamente, y un día tendremos la inexpresable vanagloria de marchar triunfantes por las calles de esta ciudad con nuestro uniforme de lujo y elegante porte nuestro valor impermeable, y portando en nuestro schacó y en nuestro pecho listones y cruces, escapularios y medallas, nuevos adornos con que aumentaremos la realzada belleza de nuestras importantes personas. ¡Mis súbditos! Las hermosas desde sus balcones nos contemplarán embelesadas y nos arrojarán amorosas coronas de flores inmarcesibles y olorosas. ¡Polkos! ¡Viva la religión! ¡Viva el batallón Victoria! ¡Vivan toditos los pronunciados y sus lustres jefes! ¡Muera el obstinado Farías!.»
El mote quedó para la historia. Usado despectivamente ya para referirse a los traidores, ya a los inútiles o parásitos. Los polkos causaron un daño irreparable a la nación, pero al menos legaron un vocablo a la rica picaresca mexicana y un ejemplo vivo de los nefastos corolarios del fanatismo, la avaricia y el egoísmo combinados.