Me puse a ver ahora las notas que tomé de aquellos días y semanas siguientes al operativo ordenado por Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. Fueron más de doscientas las personas detenidas en tan solo un día. Estos son testimonios —unos ya publicados, otros no— de algunos de esos hombres y mujeres. “Venía un señor que yo... escuchaba que traía rotas las costillas, venía otro señor bien ensangrentado y otro así con sus manos todas flojas, como caídas”. “De mí abusaron sexualmente. Al yo negarme del abuso, me golpearon todo lo que pudieron”. “A las mujeres nos trataron como un botín, como decir: ¡Ah! Aquí están seis mujeres, y todos los hombres encima de ellas”. “A mi pareja los policías le gritaban: ¿Así te la coges güey?, cuando me estaban haciendo cosas a mí”. “Yo traía mi espalda bien marcada, un ojo me lo cerraron de una patada; aún me duele la espalda, la columna”. “Decían que ahora en una barranca nos iban a aventar, nos iban a matar, que estábamos solos, que a ver que dónde estaban los machetes”. “Cuando recibí el primer golpe, ahí me salieron mis dientes”. “A la fecha no he conocido a los que secuestré y ¿con qué lo voy a secuestrar si soy campesino, ¿con mi pala, mi azadón, mi machete?” “Al señor Arnulfo Pacheco le pegaron a pesar que hasta los vecinos les decían: ¡No se lo lleven…! ¡El señor no puede caminar!” “Llegando al camión me cargan tres policías y me avientan a una montaña humana, de gente. Así, una montaña humana, nos van aventando”. “A una compañera le decían que… que les dijera ‘vaquero’, ¿no? y mientras ellas decían ;no’, más le pegaban, le pegaban”. “Ya de tanto golpe, ya la compañera decidió hacerlo y dijo ‘vaquero’ y todos los policías se ríen, ¿no?, sí, como si fuera un juego”. “Uno me sacó el aire, y me caí al suelo, y dijo ‘Ya está llorando este güero’ en tono burlón”. “Nos subieron a una camioneta, y luego a un camión. El camión olía a sangre, había un charco de sangre”. “Todos los policías te querían dar un golpe, veías como corrían”. “Íbamos 54 personas en el pasillo del camión, unos encima de otros y la sangre te goteaba de la gente que iba encima de ti”. “A la alemana le decían ‘Tú estás bien bonita, tú no tenías que estar metida en esta onda de zapatistas, cásate conmigo’, ella se quejaba”. “Se oía cómo la magullaban. Le rompieron el collar, le arrancaban el pelo de la cabeza, se quejaba. Hasta atrás se oían mas mujeres”. “Las estuvieron tocando sobre los senos, los glúteos, las insultaban, las decían ‘Perras, seguro que estás sidosa’ y cosas de ese tipo”. “Suben policías al camión y en mi espalda ponen a otra compañera, hoy sé que es una de las compañeras españolas, y la empiezan a desvestir”. “Yo pensé que la estaban violando por lo que oía. Ahora sé que parece que no alcanzaron a penetrar pero le pusieron una vejación monstruosa”. “Nos meten entre los asientos de tal manera que quedaban nuestras rodillas en el piso, el pecho sobre el asiento y la cabeza en el respaldo”. “‘Gachupina, mira dónde te viniste a meter pinche española, pendeja, etarra’, le decía a la compañera”. “Le quitan la ropa del torso y empiezan a bajarle los pantalones y ella se desespera demasiado”. “Yo siento cómo ella trata de aguantar pero los policías la sostienen cada quien de una extremidad, diferentes policías”. Le introducen los dedos en su vagina, le tocan los senos, la pellizcan ahí y en los glúteos. Y yo siento cómo ella trata de defenderse”. “‘¡Tengo asma, tengo asma por favor!’, y le decían ‘¡Pues muérete pendeja!’” “A una compañera la ponen atrás, la someten, la desvisten y la dejan con los glúteos levantados y con la cabeza en el asiento”. “Siete mujeres pusimos una denuncia por tortura y violación, ahora estamos en ello. No tuvimos acceso a los peritajes dentro del penal”. “En el penal hay una mujer que la llaman la Loba, que tiene mucho poder que es priista, ella también intentó romper la huelga de hambre”. “Y para colmo, nos vino las regla menstrual el 5 de mayo, traumatizas, adoloridas, con heridas graves y jamás recibimos atención médica”. “Aparece que cincuenta policías en el polígrafo salieron negativos, ninguno según esto cometió violencia…” “…Pero si fueron 3,500 efectivos se lo deberían pasar a todos, ellos son juez y parte”. “Luego hemos sido víctima de unos medios, ponen en tela de juicio las violaciones. Dicen que no había mujeres detenidas. ¡Eramos cincuenta”. “Nos formaron en fila india y con la cabeza agachada. Empezaron a quitar, bueno, a mí sí me quitaron la ropa. Me quedé sólo con el blazer”. “Me dijeron que era una revoltosa, que me iban a violar, que igual tenía sida pero que no importaba, que no me iba a salvar”. “Caí sobre otras personas. Yo creo sobre unas cinco personas y ahí me siguieron golpeando, me estaban toleteando los pechos”. “Había una muchacha que gritaba: ‘Ya no, por favor, ya no, por favor’. Después me enteré que la habían violado a ella”. “En eso empezó a oler raro el camión. Los policías se iban drogando e iban viendo películas pornográficas en el camión”. “A varias compañeras nos iban mordiendo los senos, nos iban tocando las pompas”. “Nos iban metiendo las manos en la parte posterior del pantalón y, ahí, nos seguían toleteando”. “Había compañeros que lloraban, a los más los golpeaban. Yo no sentía los brazos de mi compañero”. “Mi compañero iba esposado, ya casi iba muerto, iba todo pálido, pálido, pálido”. “Hasta ellos mismos lo iban moviendo con el tolete. ‘Qué, ¿vas bien?’ Uno gritó: ‘Hijo de la chingada ya se te murió este cabrón’”. “Una compañera se bajó los calzones y le enseñó como estaba toda golpeada, pero el director del penal bajó la cabeza y se fue”. “Mucha gente te pregunta: ¿Te violaron? Pues no quiero hablar de eso, quiero retomar mi vida”. “Si a López Obrador lo consideran un peligro para México, ¡imagínate lo que pensaban de nosotros!” “A una de las españolas le decían todo el tiempo: ‘¿No puedes respirar, pendeja?, pues ya no vas a poder respirar nunca’”. “A las que violaron las llevaron a la parte trasera y allí las violaron, encima de compañeros”. “A los compañeros que tenían lentes se los rompían, ‘Órale, el pinche ciego’”. “Él se aferraba a sus nalgas pero no llegó a la penetración con el pene, le metió una llave o algo metálico”. “De 3,500 policías escogieron cincuenta para el polígrafo y según esto ninguno usó violencia sexual y solamente ocho usaron abuso fuerte”. “Siento que quisiera irme al monte, estar solo, llorar a grito abierto. Así yo quisiera. Me golpearon en el alma, no en mi dignidad”. “Una mujer policía me quitó el celular, la pulsera, mis objetos. Me madreaban los pechos y luego me bajo el pantalón”. “Me dijo un policía ‘Pinche perra, ¿cuántas posiciones te sabes?’, y yo ‘Ninguna’, y otra vez ‘Pinche perra, ¿cuántas posiciones te sabes?’” “Me dijo luego ‘¿Sabes hacerlo con la boca?’, ‘No’, ‘Pues vas a aprender’. Uno se bajó el cierre y me obligó a hacerle sexo oral”. “Saqué el semen porque yo no me lo quería pasar y escupí y me cayeron unas gotas en el pantalón. Luego vino otro y fue igual”. “Llegó otro y quería que le hiciera sexo oral, y vino otro y dijo ‘Déjenla, que ya se han pasado con ella, déjenla ya’”. “A dos policías los reconocería muy bien, si alguien me enseñara una foto yo los reconocería muy bien”. “Cuando llegamos al reclusorio uno de los que me defendió me agarró la mano y dijo ‘Yo hasta aquí he hecho lo que he podido, cuídate mucho’. “Me chequearon la cabeza. Yo dije que traía semen en mi pantalón, dijeron que no podían hacer nada. Me dieron un naproxeno para el dolor”. “A mi cuñada la obligaron a hacer sexo oral. Yo creo que ninguna de las mujeres que fuimos ahí nos salvamos”. “A mí por lo menos no me violaron. Pero sí fui objeto de abuso sexual, me metían mano por donde sea”. “Subían y decían, ‘A ver, búscame a alguien que tenga una sudadera de tal color. Búscame a ese pinche barbón. Bájame al gordo. Bájame a tal”. “Arriba no dejaban de golpear a la gente más ensangrentada, cuanto más golpeada venía, más le pegaban, más se le insultaba”. “La policía estaba tratando de contarnos, no podía contarnos porque estábamos como puercos, unos encima de otros”. “Olía a sangre el camión. Te agachaban la cabeza y lo único que veías era sangre. Por donde quiera chorreaba sangre”. “Decían que no viéramos películas gringas, que eso pasaba únicamente en Estados Unidos, que estábamos en México y que no teníamos derechos ni madres”. “Lo primero que me llega a decir es, ‘¿Tú eres de la UNAM? Tú no eres campesino, se ve a leguas, ya ves como son mamadas lo que dicen”. “Una amiga dice que chirriaba mucho mi mandíbula. Cuando dejé la prisión sentía miedo de salir a la calle y odio, mucho odio”. “Sentía que la vida era una mierda, que lo que nos estaba pasando era muy cabrón. Pero también sentía solidaridad de mucha gente”. “Esos güeyes quieren que el miedo y el odio se te quede en la piel”. “El saqueo y el botín de guerra es norma en la policía en México. Nuestras compañeras fueron el botín que les dio Peña Nieto”. “El policía no necesita recibir la orden, sabe que tiene la impunidad para hacer lo que sea”. “El operativo no fue para implantar la seguridad, el orden y la paz en Atenco, sino lo contrario”. “Los ‘excesos’, los llamados ‘excesos de la policía’, no son excesos, son su método de operación”. Por Diego Enrique Osorno.
La frase de Javier Hernández Valencia, de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México es categórica, hace que duela hasta la médula:
Desde el 8 de mayo realizaron no un Nunca había visto a madres tan solas a lo largo de todos mis años de servicio en Naciones Unidas. Se refiere a las madres de las víctimas de esta nueva guerra sucia en México, a las que más han pagado la obcecación calderoniana y los atropellos de las fuerzas del orden en esta guerra, en esta muerte interminables. Son estas madres norteñas que salieron de Nuevo León, Coahuila y Chihuahua y llegaron a la ciudad de México a manifestarse en un día en que no tienen nada que celebrar. Son las madres que integran la Marcha de la Dignidad Nacional, Madres buscando a sus hijos e hijas y buscando justicia.
éxodo, sino un
ínxodo, un camino hacia adentro, al corazón del país, porque cada kilómetro de camino recorrido, porque cada pueblo y ciudad visitados es un espacio para llamar a las conciencias, para construir solidaridades.
¿Por qué precisamente de estas entidades norteñas? Porque son las que al fragor de esta guerra que la gente, que las madres ni declararon ni aceptaron, que han desaparecido cientos de personas, de hijos, de hijas, nombradas, recordadas, lloradas. Muchachas que fueron raptadas, muchachos que desaparecieron mientras viajaban por carretera; que fueron detenidos por las policías y el Ejército y nunca se les volvió a ver. Que salieron al trabajo y a divertirse y no se supo más de ellas.
También hay madres de Centroamérica, de Honduras y El Salvador, aquellas que vieron un día partir a su hija, a su hijo con un atado de ropa e ilusiones para irse a trabajar a Estados Unidos y desde entonces no saben de ellas o de ellos. Y como temen que hayan sido reclutados a fuerza por los grupos criminales, o entregados a ellos por los polleros, o asesinados para ser despojados de lo poco que llevaban, han hecho ellas la peregrinación que realizaron los suyos. Más dolorosa todavía, por ser extranjeras, la peregrinación de las dependencias hostiles, de las extorsiones, de las amenazas.
En medio de este tiempo de elecciones, más lleno de triunfalismos y promesas, ellas y ellos quieren gritarle a la nación que las desapariciones forzadas o involuntarias son un gran dolor para miles de familias y una gran mancha para este país y sus gobiernos. El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias de la ONU lo acaba de dejar bien claro en su reporte presentado en Ginebra el 5 de marzo pasado: el número de quejas recibidas en la CNDH por desapariciones forzadas pasó de cuatro en 2006 a 77 en 2010. Ese mismo año se denunció la desaparición de 346 personas. Señala también que las organizaciones civiles estiman que más de 3 mil personas han sido desaparecidas en el país desde 2006.
Esta nueva marcha del dolor llegó a la ciudad de México el 9 de mayo para dejar bien claro en este país que no sólo hay madres festejadas, con regalos de los anunciados en la televisión, con comida en restaurantes, para que descansen un día de los 365 que trabajan. Para recordar a la nación que hay madres dolientes, con el duelo de no saber si el hijo o la hija desapareció y que creen sentirla, verla, escucharla, muchas veces cada día en la figura, en la voz, en el caminar de alguien, en el sonar de un teléfono, en el tocar a una puerta.
Las demandas que esta nueva marcha presenta al Estado mexicano y a la opinión pública son diáfanas: 1) Búsqueda inmediata de todas las personas desaparecidas, 2) Conformación de una base de datos nacional, 3) Atención estructural de la PGR a todos los casos de desapariciones, 4) Creación de una Fiscalía Especial para Personas Desaparecidas, 5) Creación e implementación de protocolos de investigación para personas desaparecidas, 6) Implementación de un Programa Federal de Atención Integral a las familias de personas de-saparecidas; 7) Aceptar las recomendaciones del Grupo de Trabajo para desapariciones forzadas e involuntarias de la ONU.
A esas madres que iban muy solas empezó a aliviárseles la soledad ayer, 10 de mayo, porque desde su llegada al Monumento a la Revolución empezaron a sumarse organizaciones como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Durante la marcha por Reforma hasta el Ángel de la Independencia, las madres ya no estuvieron solas, miles de personas les hicieron compañía, no sólo para patentizar su solidaridad, no sólo en apoyo, también muchas familias de personas desaparecidas que vinieron a juntar sus agravios, su indignación, sus demandas por justicia y fin de la impunidad.
Ojalá que el dolor de la nación que llevan consigo las madres vaya convocando más y más personas, grupos, organizaciones. Ojalá que haya muchas voces que se les presten, voces de todos los sectores: de artistas, de intelectuales, de investigadores, de madres, de iglesias. El que haya muchos pies junto a los suyos, muchas lágrimas junto a las suyas, muchos gritos indignados junto a los suyos será la única garantía de la no repetición en otras y en otros del duelo sin fin que ellas ahora viven.
Las demandas que esta nueva marcha presenta al Estado mexicano y a la opinión pública son diáfanas: 1) Búsqueda inmediata de todas las personas desaparecidas, 2) Conformación de una base de datos nacional, 3) Atención estructural de la PGR a todos los casos de desapariciones, 4) Creación de una Fiscalía Especial para Personas Desaparecidas, 5) Creación e implementación de protocolos de investigación para personas desaparecidas, 6) Implementación de un Programa Federal de Atención Integral a las familias de personas de-saparecidas; 7) Aceptar las recomendaciones del Grupo de Trabajo para desapariciones forzadas e involuntarias de la ONU.
A esas madres que iban muy solas empezó a aliviárseles la soledad ayer, 10 de mayo, porque desde su llegada al Monumento a la Revolución empezaron a sumarse organizaciones como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Durante la marcha por Reforma hasta el Ángel de la Independencia, las madres ya no estuvieron solas, miles de personas les hicieron compañía, no sólo para patentizar su solidaridad, no sólo en apoyo, también muchas familias de personas desaparecidas que vinieron a juntar sus agravios, su indignación, sus demandas por justicia y fin de la impunidad.
Ojalá que el dolor de la nación que llevan consigo las madres vaya convocando más y más personas, grupos, organizaciones. Ojalá que haya muchas voces que se les presten, voces de todos los sectores: de artistas, de intelectuales, de investigadores, de madres, de iglesias. El que haya muchos pies junto a los suyos, muchas lágrimas junto a las suyas, muchos gritos indignados junto a los suyos será la única garantía de la no repetición en otras y en otros del duelo sin fin que ellas ahora viven.