Adela Navarro Bello
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¿Quién le habla al Presidente? ¿Quién le aconseja? ¿Quién lo mantiene al tanto de la sensibilidad social, de la crítica y los errores? Las decisiones que toman en el Gobierno Federal, incluso las que dejan de tomar, son el reflejo de un Presidente desolado. Foto: Cuartoscuro |
Un día después de la toma de posesión como Presidente de la República, Enrique Peña Nieto fue el político más acompañado de México. El 2 de diciembre de 2012, para sorpresa de la oposición, regocijo de los priístas, e incredulidad social, Peña firmó en el Castillo de Chapultepec el Pacto por México, un acuerdo político que transformaría el funcionamiento del gobierno para beneficio de los mexicanos.
A la cumbre peñista, como si se tratara de un gobierno de transición de régimen, acudieron “las fuerzas vivas” de este País. Representantes de la sociedad civil, el gabinete en pleno, Gobernadores, los líderes de las Cámaras Legislativas, dirigentes sindicales, líderes empresariales, sociales, el dirigente del Partido Acción Nacional, Gustavo Madero Muñoz, la del Partido Revolucionario Institucional, Cristina Díaz Salazar, el del Partido de la Revolución Democrática, Jesús Zambrano Grijalva, y días después se sumaría el Partido Verde Ecologista de México, a través de Arturo Escobar y Vega.
La ausencia notable fue la de la izquierda dividida y en aras de concentrarse en el Movimiento de Regeneración Nacional.
En aquel pacto político, un sonriente Presidente Peña, un complacido Secretario de Gobernación, Miguel Àngel Osorio Chong, celebraron el sometimiento del Poder Legislativo, al acordar con los líderes de los partidos políticos y no con los legisladores en lo individual, la aprobación de las “reformas estructurales”.
El acompañamiento político de Peña contrastaba con la animadversión social que había despertado desde la campaña, cuando protagonizó desafortunados episodios como los suscitados en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y en la Universidad Iberoamericana campus Ciudad de México, éste último despertó el movimiento #YoSoy132 que sumado a otros inconformes que hicieron de la toma de posesión un acto explosivo en términos de movimientos sociales de inconformidad.
Pero el Presidente Peña estaba feliz aquel mediodía del 2 de diciembre de 2012. Ningún otro Primer Mandatario mexicano había inaugurado su administración con la venia de los partidos de oposición. Él sí. Había tenido la capacidad, junto a su equipo de manejo de la política interior, para negociar, acordar, pactar, el acompañamiento político.
En los meses siguientes, en concordancia con aquel acto de complicidad, las Cámaras Legislativas votaron a favor las reformas estructurales. La fiscal, la energética, la de comunicaciones, la educativa, la de transparencia y rendición de cuentas, la de seguridad social, la de seguridad nacional, entre otras…
…Y pasó el tiempo. Transcurrieron los meses y luego los años, y las “reformas transformadoras” convirtieron a México en un País con más pobres (a pesar de los plumazos del INEGI), de menos oportunidades laborales (con todo y trabajos mal pagados), de más impuestos y mayores incrementos en los productos de la canasta básica, en los servicios públicos como la energía eléctrica, y los combustibles. En un país más inseguro, con más cárteles de la droga y más ejecutados (con todo y la fuga y reaprehensión de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo), en una Nación con alertas de viaje a nivel internacional, con consideraciones especiales para la inversión nacional y extranjera. En un México de conflictos sociales por desapariciones y muertes de ciudadanos y criminales a manos de criminales y representantes del Estado. Un México secuestrado por la delincuencia organizada. Un México más impune y más corrupto.
A tres años siete meses de aquella chorcha, el Presidente de la República se ha quedado solo. Ya no lo acompaña el líder del PAN, aun en una nueva figura, como la de Ricardo Anaya, el distanciamiento de la Presidencia de la República fue evidente ante los resultados de la elección del 5 de junio cuando enviaron a la lona a los priístas, y en las declaraciones recientes de los líderes azules en las Cámaras Legislativas que critican la falta de acción por parte del Gobierno Federal para solucionar los problemas nacional, y ante los incrementos a los costos de la energía y los combustibles.
El PRD, ahora con Alejandra Barrales al frente, tampoco le acompaña. Desde la aprobación de la reforma energética, los amarillos comenzaron a pintar su raya frente a las decisiones gubernamentales, y los movimientos internos en la dirigencia cambiaron el rumbo de la relación entre ese partido y la Presidencia de la República.
Los líderes sindicales, algunos se han alejado de la presidencia. Las reformas a la seguridad social, y particularmente la laboral disfrazada de educativa, les partieron todito el interés y los alejó del gobierno central. Los representantes de la sociedad civil se han ido marginando algunos y otros se enfrentan a las acciones (o inacciones) del Gobierno Federal en marchas y manifestaciones diversas. Los jóvenes siguen inconformes.
La comunidad intelectual, alejada un poco del debate nacional desde el sexenio de Vicente Fox Quesada, ha regresado para hacer severas y puntuales críticas al Gobierno de Enrique Peña Nieto. Don Fernando del Paso, Juan Villoro, Eduardo del Río “Rius”, Margo Glantz, Elena Poniatwoska, son algunos de los pensadores que ante la evidencia de la desigualdad, la inseguridad, la corrupción y la impunidad, han alzado su voz en México y en el mundo.
Los gobernadores, algunos del propio PRI y otros pocos de la oposición, intentan en sus Estados dar vuelta a las decisiones centrales, aun cuando acuden con oportunismo político y necesidad presupuestaria a la convocatoria centralista.
Los líderes empresariales se han revelado al ver afectados sus intereses. Los banqueros, los patrones, los comerciantes, la cúpula empresarial mexicana grita por estos días un ¡Ya basta! Que va dirigido a las autoridades de un Estado que no hace cumplir la Ley ni la cumple. Que sobrevive de la simulación y pretende solucionar problemas de fondo con medidas de forma.
A la sociedad en general, a los mexicanos en su mayoría, el Presidente Enrique Peña Nieto los ha ido perdiendo poco a poco, debido al contexto inequitativo en el que los ha sumido. A los jóvenes inconformes se sumaron otros. Los movimientos sociales en su contra son cada vez más. Los hechos de sangre y represión también aumentan.
A poco más de dos años de concluir su sexenio, el Presidente Enrique Peña Nieto no tiene a nadie. Incluso en su gabinete, los equipos principales, el que encabeza Miguel Osorio y el que dirige Luis Videgaray, están separados y en franca competencia, al grado que por tema y por ocasión, abandonan a Peña de acuerdo al interés.
¿Quién le habla al Presidente? ¿Quién le aconseja? ¿Quién lo mantiene al tanto de la sensibilidad social, de la crítica y los errores? Las decisiones que toman en el Gobierno Federal, incluso las que dejan de tomar, son el reflejo de un Presidente desolado.
A tres años siete meses, Enrique Peña Nieto solo tiene al PRI y al Verde Ecologista a su lado (con todo y el exilio de Arturo Escobar), mientras insiste en pasar el resto de su accidentado sexenio metido en una burbuja política que es un verdadero peligro para México, como ya lo estamos padeciendo los que estamos aquí, afuera.