DON
JOAQUÍN: EJEMPLO VIVO DEL “CHARRISMO SINDICAL
Por: Francisco Cruz Jiménez - agosto
30 de 2013 -
Los “grandes” líderes sindicales de
México son lo que parecen y lo que aparentan: viejos dictadores, caciques
depredadores, el club de la eternidad. Una relación perversa con el poder les
ha permitido forjar una gerontocracia tan profundamente antidemocrática que se
han convertido en representantes emblemáticos del régimen antiguo; no admiten
la crítica, ni ejercen la autocrítica, son adaptables a cualquier escenario,
situación o ideología; y un despotismo ilustrado caracteriza su comportamiento;
empero, el fraude radica no en engañar a sus representados, sino en que han
traicionado sus principios. Sólo la muerte o la cárcel son capaces de
arrancarles su liderazgo. En su más reciente libro, Los amos de la mafia
sindical, que empezó a circular en estos días, Francisco Cruz Jiménez rescata
ocho historias de larga duración –una de ellas la de Joaquín Gamboa Pascoe que
a continuación presentamos– que muestran no sólo a los ocho dirigentes más
poderosos del país, sino las perversiones y deformaciones de una burocracia
sindical que se queda con la enorme fortuna de las cuotas de sus agremiados,
sobre las que no hay transparencia ni control, y pintan la triste y compleja
historia de una realidad. [Fragmento de Los amos de la mafia sindical, de
Francisco Cruz Jiménez, Temas de hoy, publicado con autorización de Editorial
Planeta]. capitulo7 lobito_jodido_ctm gamboa_ctm_mercedes Joaquín Gamboa,
llegando a reunión de líderes sindicales en 2012. Foto: Cuartoscuro Joaquín
Gamboa Pascoe no nació pa’ pobre ni encaja en las definiciones de diccionario;
su gusto por los casimires finos, camisas de diseñador, zapatos de pieles
exóticas, restaurantes caros, autos de lujo —Mercedes-Benz o BMW—, así como su
residencia en El Pedregal de San Ángel o sus aficiones a la cacería y el golf
ofrecen elementos para afirmar que este senador priista y secretario general de
la Confederación de Trabajadores de México (CTM) cumplió su palabra cuando en
una ocasión, a finales de la década de 1980, le espetó a una reportera: “¿Qué,
porque los trabajadores están jodidos yo también debo estarlo? A mí nunca me
verán descalzo ni de guaraches”. Aquella sentencia muestra a un dirigente
obrero, que jamás fue obrero, falto del carisma de su maestro Fidel Velázquez
Sánchez; lejano de aquella lengua larga y afilada de su predecesor Leonardo
Rodríguez Alcaine, que tan morbosamente atraía a los periodistas, y carente del
rico e infame pasado de su fallecido protector Jesús Yurén Aguilar; Gamboa
Pascoe es un “político” seco y hermético, cuya vida guarda cualquier cantidad
de secretos; sobre él corren las más turbadoras historias desde que en las
décadas de 1970 y 1980 llegaba a sus oficinas del Senado de la República a
bordo de lujosas limosinas Cadillac y Lincoln de importación.
verdadero_rostro_joaquin CTM_Asamblea En asamblea de la CTM. Foto: Cuartoscuro
La vida de Gamboa está llena de misterios; en ocasiones produce la sensación de
vacío y de contradicción. Dicen que es el más acaudalado de los líderes
sindicales mexicanos, pero conserva la réplica y el concepto desde el que se
define a cada uno de ellos. Así, cuando se piensa en el término líder sindical,
lejos de asociarlo con la persona que vela por los derechos e intereses de los
trabajadores a quienes representa, inevitablemente llegan a la memoria
imágenes: las más socorridas, si bien desprestigiadas, diputado, senador,
poder; y adjetivos cuyo significado dice lo contrario a la definición
tradicional: cacique, charro, manipulador, vividor del sistema, golpeador
millonario, ostentoso y explotador. El resultado: millones de trabajadores que
viven en la pobreza, otros medianamente y muchos más se conforman con
sobrevivir. Este ejemplo concreto lo protagonizan la CTM y Gamboa, considerado
el “líder” más conservador, tradicional y representativo del charrismo
trasnochado mexicano de una política muy borrosa que lo encumbró para codearse
con la élite política y empresarial, y asegurarse un patrimonio lleno de lujo y
comodidad. Como si su riqueza no se notara, cuando habla sobre la crisis
económica y malas condiciones laborales se asume en el mismo barco de los
trabajadores —“a nosotros qué nos van a venir a contar de los problemas económicos
de México, si somos de los que más los han sufrido”—, cuando es bien sabido que
a don Joaquín —como muchos lo llaman— le gusta distinguirse de entre sus
representados con objetos de mucho valor como el “humilde” reloj en oro
amarillo que usó la mañana del miércoles 19 de febrero de 2009 para su toma de
posesión como presidente del Congreso del Trabajo (CT). Era una joya de
producción limitada, con movimiento cronógrafo, valuada en 70 mil dólares.
Aquel día, el flamante líder salió a bordo de su auto más modesto, un Chrysler
300 modelo 2008 gris plata con asientos de piel, calefacción y sistema de
sonido de siete bocinas, cuyo costo oscilaba en 320 mil pesos. Imágenes y
crónicas como la del periódico Reforma guardan ese precioso historial. Nadie
duda que Gamboa Pascoe conozca la pobreza: la reconoce en los rostros de los
obreros cetemistas que acuden a sus congresos, conferencias cumbre; la descubre
en sus ropas, en la manera en que llegan —apretujados en un camión—; la
entiende como una circunstancia que, para su fortuna, marca la diferencia entre
él y ellos, los obreros, los jodidos. De allí su filosofía: ser líder de los
trabajadores no implica estar igual de jodido, ni tampoco vestir de guaraches.
Por eso a nadie sorprende la declaración que le hizo a Felipe Calderón
Hinojosa, en la residencia oficial de Los Pinos, cuando fue por la toma de nota
que reconocía su reelección como líder de la CTM: “Aunque nos quede la tripa a
medio comer, estamos primero por México que por otros intereses”, que se
traduce como: “Aunque los trabajadores estén con la tripa a medio comer, estoy
primero por los intereses del Estado que por los suyos”. Calderón ya lo sabía
—las promesas para mejorar las condiciones laborales forman parte de un
discurso viejo y trillado, palabras, ríos de palabras—, y se notó la primera
vez que visitó la sede de la confederación para prodigar la propuesta de su
gobierno panista de cómo mejorar la precaria situación de los trabajadores: “A
mayor productividad y competitividad de la economía, tiene que haber más
ingreso también”. La pregunta de algunos cetemistas fue espontánea. El ¿cuándo?
¿cuándo? ¿cuándo? se escuchó como un eco ignorado por Felipe, quien siguió,
inmutable, leyéndoles su discurso. Ese día —24 de febrero de 2007— era una
prueba de fuego para el líder cetemista. Necesitaba demostrar que tenía el
control de sus agremiados, y qué mejor que con una calurosa bienvenida al
presidente Calderón. Gamboa intentaba evitar, a toda costa, que se repitiera el
mal recibimiento que habían dado, algunos años atrás, a Vicente Fox Quesada. No
aguantaría otro bochorno. La orden fue clara: “Todos preparados para recibirlo
como se merece”; es decir, con aplausos y las frases eufóricas, “Calderón,
amigo, la CTM está contigo”, “Calderón, amigo, Nuevo León está contigo”, “Con
este presidente, Joaquín está presente”, “Compañero, te lo digo, Calderón es
nuestro amigo”, “Con CTM, hasta el fin, Calderón y don Joaquín”, “La CTM se
siente, está con el presidente”. Era la porra oficial cetemista con los
acarreados de Nuevo León. Cada uno había recibido 500 pesos —aunque los hubo de
3 mil y un poquito más—, además de los gastos para hotel y alimentación. Por
segunda vez, el auditorio Fernando Amilpa Rivera —sede de la Confederación de
Trabajadores de México, ubicado en el centro del Distrito Federal— sirvió de
escenario para recibir a un presidente panista. Como buen político, Gamboa
Pascoe hizo lo propio: “No es alarde, pero la CTM fue la primera que, acorde
con esta línea, reconoció plenamente el triunfo del presidente Felipe
Calderón”. Montado en su nube de ensueño, Felipe regresó el halago y dijo
sentirse muy contento con el reconocimiento a las instituciones de la
República, a pesar del origen priista de la CTM. Gamboa aprendió hace mucho a
ser un sindicalista adaptable, aprendió el valor de la ambivalencia. Tiempo
después, el 24 de febrero de 2013, la historia de la visita de Calderón se
repetiría en el auditorio Fernando Amilpa Rivera con el mismo protocolo, la
misma euforia, las mismas porras, pero con diferente invitado: el mexiquense
Enrique Peña Nieto. Se le recibió con singular alegría no sólo porque se unía
al festejo del aniversario número 77 de la confederación, sino porque el PRI
estaba de regreso en Los Pinos. En medio de las aclamaciones “Enrique, papucho,
Nuevo León te quiere mucho” y “Peña, amigo, Nuevo León está contigo”, se
distingue la voz del líder cetemista. Montado en aires de buen orador —que ha
decir verdad nunca se le dará o la voz ya lo traiciona por la edad— le da al
priista mexiquense “De la Peña” la bienvenida a su casa con su familia
cetemista y, ya encarrilado, se preocupa por aclarar que la CTM “una
organización limpia y políticamente fiel al PRI, lo obedecerá durante todo su
sexenio”. Presume de que a pesar de que muchos “corazoncitos” latieron por
llegar a la Presidencia de la República, los 4 millones de afiliados a la CTM
sólo escucharon el de Peña y lo ratificaron en las urnas de las elecciones de
julio de 2012. Sólo Gamboa es capaz de creer eso. Al igual que su antecesor,
Enrique hace lo propio, recurre a la retórica para enaltecer a Joaquín: ‘‘Vengo
aquí, también, a hacer un público reconocimiento a esta gran confederación que
lidera un hombre con capacidad, con talento, con sensibilidad política, que ha
sabido armonizar los esfuerzos de todas las partes de esta gran central obrera,
y que han tomado por pronunciamiento su adhesión al Pacto por México’’. Y
atribuye a los cetemistas el fortalecimiento de la estabilidad económica. En la
lista de los negocios que se le achacan al líder de la CTM también destaca la
concesión de créditos y contratos para la construcción de más de 50 mil casas
de interés social, que no es poco y, menos si se toma en cuenta que fueron
construidas en terrenos de su propiedad. Las mismas que él presume como un beneficio
para los trabajadores, “un conducto de justicia social, de que vivan en sus
propias casas, de que no vivan en mazmorras de un tamaño que resultara
risible”. despotismo_feudal ctm En la clausura de la 134 asamblea general
ordinaria de la Confederación de Trabajadores de México (CTM). Foto:
Cuartoscuro Apenas egresó de la UNAM, Gamboa Pascoe se dedicó a litigar. La
vida y sus relaciones lo llevaron hasta Jesús Yurén Aguilar —un histórico de la
CTM—, quien lo hizo asesor de la Federación de Trabajadores del Distrito
Federal —la delegación capitalina de la CTM y la más importante de esa central
obrera en todo el país— y siempre será un misterio el porqué, en 1958, Fidel
Velázquez llevó a Gamboa como compañero de fórmula para buscar la diputación
federal por un distrito de la Ciudad de México. Fidel tenía capacidad para
embelesar a mucha gente, pero cualquier cosa quedaba pequeña cuando se hacía
público que la CTM, la mayor organización obrera, tenía empresas valoradas en
miles de millones de pesos, manejadas por líderes sindicales; desde luego,
controlados por él, que necesitaban asesores en todos los niveles. Y Gamboa
Pascoe, un hombre muy habilidoso y lleno de ambiciones, encajaba bien en todos
los proyectos y el futuro cetemista. La disciplina, la discreción y la lealtad
al viejo líder cetemista lo recompensaron casi de inmediato. Tres años más
tarde Joaquín Gamboa Pascoe llegó al Congreso de la Unión con una diputación
cetemista. Lo mismo sucedió en 1967, aunque hasta entonces sus mayores ingresos
provenían de las asesorías sindicales y sus negocios por fuera. Esos asuntos
personales se multiplicaron con la creación del Instituto del Fondo Nacional de
Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) en 1971, que en su primera etapa
permitía a los dirigentes laborales anchos márgenes de utilidad en la concesión
de créditos de vivienda y contratos de construcción. Con la protección absoluta
e incondicional de Yurén y de Velázquez, amistades como las de López Portillo y
Echeverría, y su bien desarrollado sentido del oportunismo político, su carrera
despegó. A Joaquín se le puede criticar su falta de arraigo entre la clase
obrera —él nunca lo fue—, de ser enemigo de los derechos laborales o de
entreguista, pero nunca de improvisado. Su especialidad en negocios le valió
para ser considerado por Jesús Yurén Aguilar —uno de los cinco lobitos — como
asesor jurídico permanente de la Federación de Trabajadores del Distrito
Federal cuya dirigencia alternaba con Fidel Velázquez, como lo hacían también
en un escaño senatorial de la Ciudad de México. Con este encargo de asesor
permanente, no tardó en ganarse la amistad y confianza plenas de Velázquez
Sánchez, quien vio en él a un hombre con muchas posibilidades. Y en 1972 lo
impulsó como representante de la CTM en el consejo de administración del
Infonavit, donde labró una historia de corrupción que nunca se pudo quitar.
Crónicas y reportajes sobre su encumbramiento en la CTM, advierten que, sin el
menor prejuicio, no sólo se dedicó a negociar con los créditos y contratos de
construcción, sino que también aprovechó para colocar a sus hijos en puestos
clave. Por ejemplo, a Joaquín Gamboa Enríquez lo integró a la Comisión
Consultiva Regional del Distrito Federal, que se encargaba de buscar los
terrenos para la construcción; y a Héctor lo hizo gerente de Fiscalización y
Cobranza. Bajo la protección de Velázquez —que bien puede considerarse como la
estrella de buena suerte que nunca lo abandonó— probó las penurias del poder,
pero también las mieles. A la muerte de Yurén Aguilar, en agosto de 1973, y un
mes después, en septiembre y supuestamente por deseos expresos de Yurén, Fidel
Velázquez lo impuso como dirigente de la FTDF —“¡Pascue!, para nosotros los
trabajadores es Pascue”—, a pesar de la amenaza de una docena de líderes que
prometieron irse si llegaba Gamboa. Nada lo hizo desistir. Fue así como hizo a
un lado a los tres cetemistas que esperaban en la línea de sucesión: Leopoldo
Cerón, Antonio Mayén y Leopoldo López. Ya era un hecho, Fidel también había
puesto sus esperanzas en quien, por mucho tiempo, había cargado los portafolios
de Yurén. Fidel tenía sus razones personales: “Debe ser Joaquín, yo con la
Federación muevo a la CTM”. Y sí, desde 1941, él controlaba la organización.
Aquel año instauró su maximato con el apoyo y autorización del presidente
Manuel Ávila Camacho, que luego afianzaría por instrucciones del sucesor de
éste, el veracruzano Miguel Alemán Valdés. Como elegido, Gamboa terminó de
pulir su imagen exhibicionista de político millonario, prepotente e
intolerante, pero no pudo quitarse su particular forma dicharachera de hablar,
razón por la que fue catalogado como el Jilguerillo de Fidel. Velázquez dio
nueva cuenta de la protección a Gamboa cuando el presidente José López Portillo
removió en 1976 a El Negro Carlos Sansores Pérez de la Presidencia de la Gran
Comisión del Senado —una defenestración por su pasado echeverrista—, para
enviarlo a cualquier lado. Lo habría querido regresar a Campeche, aunque
terminaron ocupándolo en la Dirección General del Instituto de Seguridad y
Servicios Sociales para Trabajadores del Estado (ISSSTE). Por recomendación de
Fidel, aquel año Gamboa Pascoe fue enviado a ocupar el lugar de Sansores en la
XLVII Legislatura. Una vez que llegó a su nuevo puesto, Gamboa empezó a
fomentarse un exquisito estilo de vida, que incluía el trato distanciado con la
prensa, la ostentosidad en la forma de vestir y hasta hábitos muy particulares
de alimentación. los_escandalos joaquin_epn Con Enrique Peña Nieto el día del
trabajo. Foto: Cuartoscuro Si bien muy pocos lo percibieron, Fidel Velázquez
Sánchez se anotó una carambola de tres bandas—valga la expresión que se usa en
el juego del billar— con la imposición de Joaquín Gamboa en la Secretaría
General del Sindicato de Trabajadores del Distrito Federal. No se trataba de
respetar la voluntad de su fallecido amigo Yurén Aguilar porque seguramente no
le importaba, sino de sus planes propios en relación con el futuro de la CTM
como un gran conglomerado de sindicatos o la mayor confederación gremial de
México, y de su liderazgo. De entrada, Gamboa era un títere más en las manos de
Fidel. Y se notó de inmediato porque de la Federación de Trabajadores del
Distrito Federal salieron innumerables grupos de golpeadores para reprimir e
intimidar sistemáticamente a trabajadores del movimiento democrático que
encabezaba Rafael Galván en la Comisión Federal de Electricidad (CFE). La
campaña de los golpeadores de la CTM defeña de Gamboa Pascoe culminó en julio
de 1976, cuando el mismo Fidel Velázquez diseñó un plan violento para reprimir
y expulsar del sindicato a Galván y los galavanistas. Los “matones” de Gamboa
abrieron paso para que nadie le diputara la titularidad del contrato colectivo
de trabajo de la CFE al pistolero Leonardo La Güera Rodríguez Alcaine, el otro
dirigente de la época protegido de Fidel Velázquez Sánchez. Como perros de
presa, los golpeadores de la FTDF sirvieron para borrar cualquier indicio de
insurgencia sindical entre los electricistas. Durante los siguientes diez años,
golpeadores de la FTDF también sirvieron para liquidar otros movimientos de
sindicalismo democrático o independiente, aplastar huelgas, mientras la CTM
negociaba con los patrones. Tal fue el caso de la embotelladora Pascual, los
choferes del autotransporte público de pasajeros —explotados por los
permisionarios y luego por el sindicato—, la empresa Effort, S. A., Ideal o
Frenos Hidráulicos, así como Acermex y Carabela. Como granadas, los escándalos
de Gamboa Pascoe estallaban por día, valga la exageración. Algunos fueron
ridículos, como los de contrabando —uno de India y otro de Estados Unidos que
le atribuyeron como presidente del Senado—. Aunque se encargó de negarlos con
la mayor vehemencia —“no es cierto, nada de lo que se expresa respecto a mí”— y
atribuirlos a conspiraciones políticas de sus enemigos, una papa caliente le
quemó las manos. Por el segundo, por muchos años se le conoció como el
“legislador microondas” o el “diputado —si bien era senador— de la fayuca”. La
última semana de mayo de 1982, Gamboa Pascoe pasó una de sus mayores vergüenzas
cuando fue obligado a salir al paso para desmentir, tajantemente, como dijeron
en su momento, que era uno de los legisladores que, al regreso de una visita
oficial a Estados Unidos para una reunión interparlamentaria —la delegación
mexicana estaba integrada por diez senadores y 16 diputados, acompañados por la
esposa respectiva—, traían consigo un cargamento de fayuca, detectado por
agentes de Aduanas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Ocultas en el equipaje había diez voluminosas cajas con joyas, televisores,
videocaseteras y hornos microondas. Pero sarcásticamente se habló más de estos
últimos porque esos aparatos no eran comunes en México. También había
televisores, caseteras, pianolas y un refrigerador. Con tantos escándalos se
llegó a creer que el liderazgo obrero de Gamboa Pascoe sería de corta duración.
Esa creencia terminó por afianzarse tras la muerte de Fidel Velázquez, que
aparentemente, lo dejaba en la orfandad. Pero la orfandad le sentó bien.
Leonardo Rodríguez Alcaine, el sucesor de Fidel, lo protegió, lo cuidó y le dio
acomodo en su Comité Ejecutivo Nacional. La buena relación que cultivó con
Rodríguez Alcaine, inscribió a Gamboa en el primer lugar en la lista de
secretarios sustitutos, nombramiento que se hizo efectivo en 2005 —por
disposición del líder nacional priista y precandidato presidencial Roberto
Madrazo Pintado— cuando La Güera Rodríguez murió. Y Ricardo Aldana Prieto,
tesorero del sindicato petrolero, confirmó algunas sospechas cuando descalificó
la elección: “¿La verdad se me figura que fue un albazo. Ya había un acuerdo de
cúpula?”. Fue ésta la segunda vez que Gamboa se alistaba para suceder a un
líder cetemista cuyo periodo terminaba con la muerte, pues éstos —los de la
confederación— sólo ceden la dirigencia cuando es necesario “salir de viaje con
los pies por delante”. Convertida en un aparato sindical donde los líderes no
se renuevan, la CTM tiene una estructura muy grande en todo el país, pero el
mecanismo democrático para elegir a sus dirigentes es el mismo, por aclamación,
imposición y, una vez en el puesto, reelección tras reelección hasta que la
muerte opine lo contrario. Con 78 años de edad y sin dejar su cargo en la
Federación de Trabajadores del Distrito Federal, Joaquín se encumbró en la CTM
para seguir con el legado de Rodríguez Alcaine: hacer de los trabajadores un
fuerte brazo corporativo al servicio del PRI. Lo primero que hizo fue acoger
bien el triunfo de Felipe Calderón Hinojosa como presidente de la República,
así como poner a su servicio la confederación y la federación, argumentando que
tanto él como sus representados saben reconocer a las instituciones. “Acertado”
en sus decisiones, se opuso, rotundamente, al proyecto de reforma para
transparentar el manejo tanto de cuotas sindicales como de los bienes de los
sindicatos, alegando que “si no se conoce la información es porque los
trabajadores no la solicitan, pero abrirla a personas ajenas para cumplir
reglas de transparencia no tiene sentido”. En apariencia sus agremiados no estaban
pidiendo cuentas, pero cuando exigieron que el presidente de la República
tomara medidas para solucionar la falta de empleo y los bajos salarios, Gamboa
salió en su defensa al declarar que superar la crisis económica que enfrentaba
México de ninguna manera era responsabilidad exclusiva de la administración del
presidente Calderón, sino de todos los sectores productivos del país. En
palabras quedó muy bien, lo que no pudieron entender los trabajadores
cetemistas fue cómo hacerlo desde su precaria situación, la cual venía
deteriorándose desde el periodo presidencial de Vicente Fox. Según datos
oficiales, los contratos colectivos disminuyeron considerablemente en el
periodo 2001-2006. En 2001 la Confederación de Trabajadores de México contaba
con 4 mil 420 contratos colectivos de trabajo; 2 mil 130 en 2002; 3 mil 820 en
2003, puntualizando que de 2004 a 2006 la disminución se colocaba en un
alarmante 36 por ciento, debido a que de los 2 mil 500 contratos que se
llegaron a alcanzar en 2005 sólo quedaban mil 90 en 2006. Con estos vientos en
contra, aunados a las ambiciones y el entreguismo de Gamboa, la CTM entró en
una fase decadente que se reflejó en las bajas cifras de sindicatos adheridos.
Se hizo público que para 2011 contaba con mil 351 asociaciones y 754 mil
integrantes de la industria privada. Cifra que apenas si se acercaba a los 2
mil 810 que había logrado reunir cuando se fundó en 1936. Hay quienes piensan
que las cifras reportadas por Gamboa sobre el número de afiliados —cuatro
millones de activos cetemistas dijo en la celebración del aniversario 77 de la
CTM en febrero de 2013— no son más que un intento por mantener vigente el mito
de poder y control corporativo que, en algún tiempo, era realidad. Un hecho
innegable es que Gamboa ha encontrado, al igual que sus antecesores, la manera
para perpetuarse en el cargo. Todavía hay quien se asombra que después de los
escándalos que ha tenido que sortear en su trayectoria política, el repudio que
despiertan su ostentosidad y sus declaraciones, continúe enraizado en la
confederación, negociando con los derechos y contratos de trabajo,
comprometiendo a sus afiliados a seguir políticas y pactos que van en contra de
su propia dignidad, no sólo laboral, sino como individuos. Al margen de
cuestionar si Gamboa Pascoe es el líder que los trabajadores merecen, se puede
decir, con certeza, que sí es la clase de dirigente que el Estado necesita
frente a cualquier federación, sindicato o confederación para aprobar sus
políticas de control, esas que promueven al trabajo para sobrevivir, más no
para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora que el PRI está
de regreso con ganas de “mover a México”, la desconfianza surge tras la
declaración de Peña que pone como ejemplo de modernidad a la CTM y a Joaquín
Gamboa, evidenciando que entiende a la modernidad como un retorno a los viejos
rituales priistas, al control totalitario de las instituciones. Desde este
ángulo, se estaría viendo a la Confederación de Trabajadores de México (CTM)
como un instrumento, un medio para lograr un escenario electoral propicio para
los intereses del PRI. De aquí la sospecha de que con Peña en la Presidencia de
la República, el PRI apostará por revivir el andamiaje corporativo de la
confederación. La estrategia para lograrlo será su política de siempre: dar en
grandes cantidades, primero, cuando sea necesario, luego a cuenta gotas y al
final aplicar una reforma —la ya tan conocida ley “del dulce y el golpe”. Lejos
de preguntar ¿en qué lugar está la modernidad?, la duda es ¿cuánto tiempo más
aguantará el país los estragos que generan las relaciones perversas entre
gobierno y sindicatos? ¿Hasta cuándo se mantendrán gustos y excentricidades de
una clase sindical enraizada en la opulencia y el poder? No, la CTM no
representa el último reducto del corporativismo gremial, ni Joaquín Gamboa
Pascoe representa el último eslabón de la alianza histórica de los líderes del
sindicalismo con el gobierno mexicano, atrás de él hay más, muchos más.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/30-08-2013/736318. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
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