CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El acarreo y el control policiaco rindieron esta noche frutos para el presidente Enrique Peña Nieto, quien aún en el peor momento desde que inició su mandato no tuvo que enfrentar algún gesto de desaprobación.
A las 22:45 horas el balcón central de Palacio Nacional abrió sus puertas y una banda de guerra lanzó sus poderosas detonaciones de tambor marcial y el aullido atormentado de corneta.
Los presentes se pusieron de pie y olvidaron el escenario por el que desfilaron sus artistas para ver de frente a Palacio Nacional, en espera del acto culminante de la celebración por los 206 años del inicio del movimiento armado revolucionario de 1810, llamado el Grito de Independencia.
De la lluvia de las 8 de la noche ya nada más queda la humedad y el frío que aumenta con las ventiscas que atraviesan el Zócalo, a lo lejos, se distingue apenas el resplandor de candelabros que adornan las paredes por donde saldrá el mandatario federal.
Su trayecto en pantalla gigante, acompañado de su esposa Angélica Rivera. A las 23:00 en punto dirigirá la arenga que se atribuye a Miguel Hidalgo y presenciará la pirotecnia que danza al compás de un popurrí mexicano, arreglo de orquesta coro y efectos digitales que irán del México lindo a La Bikina, pasando por un largo Amorcito corazón, mientras la pantalla muestra a la pareja presidencial de espaldas, ella abrazando, acariciando los hombros presidenciales.
Las dos caravanas
Apenas los dividían unas calles de la protesta. Un par de cuadras nada más. Desde Santo Domingo hasta Reforma, una procesión de “invitados” descendió enfilado al Zócalo, a través de laberínticos cercados y la mirada acuciosa de agentes de seguridad.
Así en genérico, agentes de seguridad de adscripción notoria o encubiertos, civiles sólo reconocibles por el pin del Estado Mayor Presidencial (EMP) que recorren las calles abriéndose paso a través de las formaciones de granaderos capitalinos y Policía Federal (PF).
A ellos, los caravaneros que vienen al Zócalo se les reconoce también por sus distintivos. Algunos llevan calcomanía al pecho, otros llevan pulseras plásticas de perlas tricolores y, unos más, brazaletes de papel plastificado. Pero eso no basta.
Así ha sido desde la celebración de 2013, cuando dos días después de desalojar a los maestros inconformes con la reforma educativa, las autoridades llenaron el Zócalo con miles de priistas mexiquenses. La fórmula se institucionalizó con variantes, y este año hay aquí lo mismo: acarreados de Hidalgo, Tlaxcala y San Luis Potosí.
Por las rutas de acceso que se les han indicado, deben pasar al menos tres revisiones antes de llegar al cuadrante que se les asignó, y del que no podrán salir ni para aproximarse al cuadrante aledaño.
–¿De dónde vienen?
–Venimos de Matehuala, tardamos 10 horas en llegar.
–¿Son del PRI?
La mujer voltea a ver a otra a la que el grupo mira como si buscara su aprobación.
–No, nomás venimos a pasearnos.
El arco de revisión no perdona a esos paseantes ni a nadie. A las 8 de la noche, una montaña de navajas, paraguas, encendedores y cerillos se acumula en el primer arco de revisión.
Con mucho cuidado, la revisión de niñas y niños no los toca, pero sí se les pide que retiren sus abrigos o impermeables para inspección ocular.
Las voces de la protesta que a unas cuadras es contenida por granaderos, al Zócalo ni los rumores llegan.
Aquí lo que llega son tortas, tlayudas, sándwiches en mano y un impermeable gratuito que, poco después de la noche, uniformará a los asistentes en masa humana de colores patrios.
Austeridad monumental
Las medidas de austeridad no aplican a la plancha del Zócalo, como sí ocurre adentro de Palacio Nacional, al que a diferencia de la comilona histórica ha reunido ahora a representantes de la sociedad civil, según la explicación previa del vocero presidencial.
Siete pantallas gigantes retransmiten lo que en el escenario aparece.
El escenario cambió, pues en años anteriores solía ser de cuatro caras teniendo en el centro el asta bandera monumental, pero hoy se ha recorrido al fondo, justo de donde el año pasado surgió la rechifla ante la aparición del presidente en el balcón.
La pasarela tradicional incluye a las Pandora, Ángeles Azules, la mujer imagen del gobierno peñanietista en el Estado de México, Lucero, y la banda, al parecer, de la Secretaría de Marina a la que nadie aplaude, pues están en espera del cierre con La Tracalosa.
La petición es insistente: encender la luz de los teléfonos celulares es la forma del respetable de saludar a los paneos de la transmisión oficial.
Largas horas de elenco culminan con un videoclip con voz de ¡Juan Gabriel!, que en un momento dice México político y aparece la fotografía de Peña Nieto; México católico, y aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe; México poético y aparece una foto de Octavio Paz…
Los invitados
Los balcones de Palacio Nacional se poblaron con invitados especiales, indistinguibles desde el tumulto presto a gritar vivas en responsorio cívico.
Sólo por el comunicado oficial es posible saber que está ahí el cuerpo diplomático, el gabinete, los representantes de los tres poderes y de las fuerzas armadas, dirigentes de organizaciones no gubernamentales, beneficiarios de programas y militares que se han distinguido en sus tareas. El comunicado no abunda en qué tipo de tareas.
La salida es un recorrido por el mismo laberinto en dirección a los autobuses que los esperan hasta un poco más allá de la plaza de Garibaldi.
“Los de Tlaxcala por acá”, grita una mujer orientando a los suyos.
“El próximo año ya saben dónde está el astabandera para que no se vuelvan a perder”, dice un joven a sus amigos que por segunda vez llegan al Zócalo procedentes de Pachuca, Hidalgo.
El Grito, la celebración fundacional del país, ha terminado, y entonces las caravanas de asistentes partirán a sus lugares de origen. Por la calle de Moneda, literalmente la puerta de atrás, caravanas de potentados empiezan a retirarse también por otros laberintos, formados por la policía de tránsito para agilizar su partida.