E
n mi artículo anterior hablé del misterio que representa el hecho de que México sea una de las naciones que más libros de texto publica en el mundo y que, al mismo tiempo, presenta uno de los índices más bajos de lectura por parte de su población adulta a escala mundial. Por ello hice un pequeño análisis de las tres posibles causas del fenómeno, que considero plausibles, y sugerí a la Secretaría de Educación (SEP) hacer un análisis crítico de este fracaso (o misterio), según como se quiera clasificar, sobre todo ahora que pareciera que la dependencia considera dedicar sus esfuerzos a abatir el analfabetismo, seguramente pensando que ése es el problema más grave de nuestro sistema educativo (el cual se decía resuelto en los discursos oficiales varias décadas atrás).
De esas posibles causas, quiero dedicar este artículo a analizar una de ellas, la cual ha sido curiosamente considerada intocable, no obstante que es totalmente contraria a las ideas neoliberales que vienen practicando y predicando los gobiernos tanto priístas como panistas los últimos 30 años. Cómo podemos tener un país cuyos recursos naturales han sido enajenados en aras de su modernización, en el que la medicina se ha ido privatizando tanto o más que la educación misma y en el que los servicios públicos como el teléfono, el agua, la recolección de la basura, etcétera, han corrido igual suerte, supuestamente para hacerlos más eficientes y desde luego para encarecerlos y cargarle la cuenta a los usuarios y, sin embargo, ese mismo gobierno mantenga una postura de corte estalinista distribuyendo unos libros de texto únicos para que los niños tengan todos una educación oficial también única.
Desde luego habrá muchos que piensen que sería el colmo quitar este derecho que tienen todos los niños mexicanos de recibir sus colecciones de libros de texto en cada grado de primaria, aunque –como se ha dicho– en cuanto esos pequeños llegan a la edad adulta pierdan todo interés por la lectura. ¿No sería mejor que al inicio del ciclo escolar esos niños recibieran un conjunto de vales canjeables por libros que ellos pudiesen adquirir en la librería más cercana, comprando los recomendados o encargados por sus maestros? Pues seguramente sí, de acuerdo con lo que nos han venido explicando nuestros sucesivos gobernantes y muy especialmente el señor Salinas, consejero principal del presente gobierno.
Consideremos por un momento lo que sucedería si en lugar de entregar los libros a los escolares, éstos recibiesen un conjunto de vales que les permitiesen recogerlos en la librería más cercana. Bueno pues resultaría que ello causaría un grave problema, porque en la inmensa mayoría de las ciudades y poblaciones más pequeñas de nuestro país simplemente no hay librerías donde esos estudiantes los pudieran recoger. ¿Y por qué no hay librerías en esos lugares? Pues seguramente porque con el programa de libros de texto gratuito, los 250 millones de ejemplares del programa, que constituyen parte sustancial de todos los libros que hoy circulan en el país cada año, son sustraídos del mercado de libros, de manera que la venta de otros libros no genera un mercado suficiente para sostener esas posibles librerías.
Pero un país sin librerías impide que en una muy buena parte del territorio nacional la actividad del comercio de libros sea económicamente viable. En un país sin lectores no puede haber librerías, pero igualmente en un país sin librerías tampoco puede haber lectores. El problema es aún más grave, porque ante la ausencia de librerías y lectores, la industria editorial mexicana es hoy prácticamente inexistente, y sin una industria editorial, ¿qué mecanismos existen para promover la cultura, la ciencia y la tecnología? Pues sólo los que el gobierno permita. ¿Corresponde el esquema al de un país moderno de las dimensiones del nuestro? Me temo que no, sobre todo cuando los encargados de la educación sigan monopolizando la ideología de la educación, tal como hacían los países comunistas en el siglo pasado.
Las actividades promocionales de librerías y editoriales seguramente estarían interesadas en promover la lectura, permitiendo la conformación de un sector interesado en la cultura y el conocimiento a lo largo del territorio nacional, mucho más importante del que hoy existe.
¿Cuál sería el efecto social que generaría el solo hecho de que los padres de familia y los niños mismos tuviesen la oportunidad de visitar una librería de verdad, conformando una experiencia hoy desconocida para ellos? ¿Qué tanto puede cambiar un poblado ante la sola presencia de una librería interesada en promover la venta de libros entre los habitantes de su población? ¿Cuál ha sido la razón por la cual el tema de los libros de texto y de su distribución no ha sido contemplado en lo que hoy empieza a verse como la fallida reforma educativa de Peña Nieto? Seguramente habrá quienes piensen que el gobierno no tiene por qué subvencionar una industria o actividad económica como la aquí planteada, y, sin embargo, esto es precisamente lo que se ha hecho con la televisión, sin que ésta haya significado aporte alguno al desarrollo nacional.
Reitero aquí que un país con empresarios y empleados dedicados a promover la cultura, el estudio, el conocimiento y la lectura de libros seguramente aportaría beneficios importantes, cuando los funcionarios públicos parecen estar paralizados en los aspectos burocráticos de instrumentación de la susodicha reforma, sin una visión crítica de la misma, tal como han hecho los regímenes totalitarios del siglo pasado. De hecho, llama la atención que habiendo sido los últimos seis gobiernos federales liderados por personajes comprometidos con el modelo neoliberal y convencidos de que las actividades económicas deben ser manejadas por empresas privadas para funcionar bien, hayan mantenido la actividad editorial como única excepción.
¿Se trata de asegurarse de que nuestro país no cuente con industrias editoriales fuertes? ¿De que la cultura, la literatura y en general el conocimiento no sean accesibles a las mayorías? Creo que éste es realmente un misterio que el actual gobierno nos debiera explicar.
Termino este artículo señalando que el libro de texto de historia para el quinto año de primaria no menciona a Cuauhtémoc Cárdenas como contendiente en las elecciones de 1988. Para quienes quieran saber más del tema, les recomiendo un viejo libro de George Orwell titulado 1984.
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