La expresión de incredulidad de algunos de mis alumnos, cuando el primer día de clases saco de mi portafolios una pequeña tómbola de bingo y la coloco sobre mi escritorio, es indescriptible. La utilizo desde hace tiempo para organizar la participación en el curso. Dentro de ella hay el mismo número de bolitas que estudiantes. Los insaculados tienen el privilegio de pasar al frente para exponer sus impresiones sobre Aristóteles, Hobbes y otros pensadores políticos que tuvieron la fortuna de leer para la clase. Resulta que los griegos tenían una maquina similar a mi tómbola de bingo: la klëroteria. La utilizaban en la antigua Atenas, donde se empleaban tanto las elecciones como el sorteo para seleccionar a los magistrados.
Los mexicanos tenemos curiosas ideas sobre la democracia. Por un lado, estamos seguros de que ideas como “equidad” son una parte intrínseca del gobierno representativo. Sin embargo, revísese por donde se quiera: en ningún manual de filosofía política o tratado de historia del pensamiento político se hallará que la equidad es parte de la democracia. Sin embargo, la gran mayoría de la clase intelectual y política cree que, en términos normativos, la equidad es un valor clave de la democracia en general. El supuesto muy mexicano de que es uno de sus valores fundamentales no tiene ningún fundamento en la teoría política. Lo creen por igual consejeros electorales y políticos electos. En estas páginas he argumentado las razones de ello.1
Por otro lado, nos sorprende el uso del sorteo. Esto se ha hecho evidente porque el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) decidió sortear dos terceras partes de sus candidaturas a diputaciones plurinominales para la elección federal del 7 de junio. El tercio restante será ocupado por externos. El pasado 23 de febrero se llevó a cabo el sorteo por medio de 10 enormes tómbolas. La convocatoria de ese partido estipulaba: “En cada Asamblea Distrital Electoral se elegirán hasta 10 propuestas (cinco hombres y cinco mujeres) por voto universal, directo y secreto, en urnas que estarán abiertas mientras haya votantes formados. No se permitirá el voto en ausencia. Cada afiliado sólo podrá votar por un hombre y por una mujer. Los cinco hombres y las cinco mujeres que tengan más votos participarán, junto con los/as 10 electos/as en cada uno de los demás distritos de la circunscripción, en el proceso de insaculación, entendiéndose por ésta la realización del sorteo que marca el Estatuto”.
Al final de la rifa, Andrés Manuel López Obrador afirmó: “Fue la suerte no fue el dedazo. No quedaron familiares de los dirigentes, recomendados de los de arriba, salieron hombres y mujeres del pueblo, ciudadanos limpios, nuevos, buenos, comprometidos con el pueblo y la nación”.2
Las reacciones a la peregrina idea de Morena fueron en general negativas. Muchos consideraron esta medida como una manipulación antidemocrática y caciquil del líder máximo de ese partido. El diputado federal perredista Fernando Belaunzarán afirmó categórico: “Será una farsa engañabobos”. Para él, “el poder no debe ser sorteado en una rifa”. De igual forma, el ex dirigente del mismo partido Guadalupe Acosta Naranjo se ufanó de que mientras que a su partido político le organizaba el Instituto Nacional Electoral sus elecciones internas, a Morena se las organizó la Lotería Nacional.
El problema, debemos decir, es que el poder, históricamente, sí se ha rifado. Y esa rifa ha sido considerada como una manifestación intrínseca de la democracia. La susceptibilidad que ofende el sorteo no es democrática, sino aristocrática, aunque no lo reconozcamos a cabalidad. Las elecciones están, estructuralmente, sesgadas a favor de los notables.3
Nuestra incredulidad sobre el sorteo no debe sorprendernos, pues es compartida por muchas democracias modernas. A pesar de que hoy consideramos a las elecciones como el sello distintivo de la democracia, durante mucho tiempo se pensó que el rasgo típico de la democracia era más bien el sorteo. Bernard Manin sostiene: “lo que es más, el sorteo es descrito como el método democrático de selección, mientras que las elecciones se consideran más oligárquicas o aristocráticas”.4 Herodoto y Jenofonte lo creían así. De acuerdo con Aristóteles: “lo que quiero decir es que se considera como democrático que las magistraturas se asignen por sorteo, como oligárquico que sean electivas, como democrático que no dependan de cualificaciones de propiedad y como oligárquico que dependan de ellas”.5 Mientras que para Aristóteles las elecciones no eran incompatibles con la democracia creía que, consideradas de manera aislada, eran un método oligárquico o aristocrático, en tanto que el sorteo era intrínsecamente democrático. Montesquieu y Rousseau tenían creencias similares respecto a la naturaleza aristocrática de las elecciones. En El contrato social Rousseau vincula el sorteo con la democracia y la elección con la aristocracia: “La selección por sorteo está en la naturaleza de la democracia”. Por su parte, Montesquieu afirmó: “La elección por sorteo es propia de la democracia; la designación por elección corresponde a la aristocracia. El sorteo es una forma de elección que no ofende a nadie y deja a cada ciudadano una esperanza razonable de servir a su patria”.6
Lo notable, como afirma Manin, es que el sorteo, que era una práctica que gozaba de cabal salud hasta el siglo XVIII, desapareció súbitamente cuando se inventó el gobierno representativo. En efecto, todavía la “más serena de las repúblicas”, Venecia, lo practicó hasta su caída en 1797. El sorteo era un componente bien establecido de la tradición republicana de gobierno, la cual a menudo combinaba este método con la elección. Estados Unidos y Francia se apartaron de ella cuando lo excluyeron de su maquinaria de gobierno. Como señala Manin, lo que es asombroso, a la luz de la tradición republicana y las teorizaciones que produjo, es la total ausencia de debates sobre el uso del sorteo en la asignación del poder en los primeros años del gobierno representativo. Muy pocos entre los fundadores de esa forma de gobierno en América o Francia consideraron seriamente la posibilidad de incorporar el sorteo para asignar cargos públicos. Para explicar esta ausencia debemos descartar, primero, el argumento de la viabilidad. No es que la insaculación no fuese practicable en las modernas repúblicas (era posible adaptar el sorteo a nuevas circunstancias), sino que las creencias sobre aquello que confería legitimidad a la autoridad colectiva habían cambiado. Había, como señala Manin, un asunto frente al cual la elección y el sorteo eran decididamente distintos: el principio de que toda autoridad legítima emana del consentimiento de aquellos sobre los que se ejerce. Por donde quiera que se le mire, el sorteo no puede ser concebido como una manifestación de consentimiento. En un sistema basado en el sorteo el consentimiento no puede manifestarse de la misma manera que en las elecciones. Sin consentimiento no hay obligación. He aquí, entonces, por qué esta redefinición de la legitimidad política y la obligación llevaron a que se eclipsara el sorteo y triunfara la elección.
¿Quiere esto decir que cualquier resurrección extemporánea del uso del sorteo es legítima? ¿Puede ser una cubierta para prácticas autoritarias? Para responder estas preguntas conviene echar una mirada a la práctica efectiva del sorteo en Atenas. Según Mogens Herman Hansen, la gran mayoría de los magistrados atenienses se seleccionaban por sorteo.7Cada año se insaculaban mil 100 cargos. Cada uno de ellos duraba 12 meses. Entraban a la klëroteria sólo aquellos ciudadanos, mayores de 30 años, que se presentaban al sorteo. Incluso en aquellas épocas el sorteo era una práctica controversial. El “padrón” del cual se debían elegir cada año los mil 100 magistrados era, en ese entonces, de cerca de 20 mil ciudadanos. Además, no se podía repetir en el cargo, aunque nada impedía que alguien obtuviera uno diferente habiendo transcurrido un año.
Según Hansen, a menudo había problemas para reclutar magistrados. Ello se debía a varios factores. El primero de ellos es que una vez seleccionado por sorteo, el ciudadano debía pasar una especie de confirmación por parte de los tribunales, llamada dokimasia. En esas audiencias las cortes podían revertir el nombramiento. Curiosamente, no se trataba de evaluar la competencia de los candidatos sino sólo de determinar si cumplían con los requisitos formales: edad, ciudadanía, que no se estuviera reeligiendo, etcétera. El aspirante debía probar ser amable con sus padres, pertenecer a una de las tres clases más ricas de la ciudad y haber realizado su servicio militar. También debían determinar si el candidato había cometido algún crimen. Lo interesante es que, a pesar de que el candidato reuniera todos los requisitos formales, podía ser rechazado con el argumento de que no era digno de asumir el cargo. Algunos ciudadanos atenienses fueron vetados por albergar “simpatías hacia la oligarquía”.
Sin embargo, más importante que la dokimasia para desalentar a posibles aspirantes a cargos públicos era la euthymai. Ésta era una especie de auditoria que se realizaba a todos los magistrados al final de su mandato. Si los auditores descubrían que el funcionario había cometido fraude o aceptado sobornos las penas eran severas. En el caso de malversación, la multa era de 10 veces el monto defraudado. Como señala Hansen, “un magistrado podía, al parecer, ser acusado de cualquier delito imaginable y la pena no se restringía a una multa de 10 veces el monto: la pena era fijada por el tribunal de acuerdo con las propuestas de los querellantes y varias fuentes consideran que la pena capital era una posibilidad”. Además del potencial castigo al final de su encargo, durante su magistratura cualquier miembro de la Asamblea podía proponer un voto de no confianza a cualquier magistrado y pedir su suspensión.
Claramente, el sorteo no incluía a todos los ciudadanos, sino sólo a aquellos que reunían ciertos requisitos de ciudadanía, edad e ingreso y que deseaban participar en él. Su gestión estaba vigilada y los castigos por mala conducta eran muy severos. Una espada de Damocles pendía sobre su cabeza durante y después de su gestión. Así que la rifa no era tan atractiva.
El sorteo en Atenas no sólo era una muestra de la soberanía del pueblo. Era algo más: un mecanismo de control popular. Era un preservador de la democracia. Los atenienses temían el regreso de la oligarquía. En su análisis Hansen llega a la conclusión de que la crítica de Sócrates a la democracia era un sofisma. Sócrates consideraba absurdo que se seleccionara a los magistrados por sorteo cuando nadie en su sano juicio elegiría al timonel de un barco utilizando una tómbola. Sin embargo, Hansen hace notar que los magistrados no podían dirigir al Estado de la misma forma en que lo haría un timonel con un barco. Los atenienses “escogían a sus magistrados por medio del sorteo precisamente para asegurarse de que no serían los timoneles del Estado: uno de los objetivos del sorteo era disminuir el poder de los magistrados. El sorteo no estaba basado en la idea de que todos los hombres eran igualmente expertos, sino en la certeza de que todos los hombres eran lo suficientemente expertos para hacer aquellas cosas para las cuales habían sido escogidos”.8 Gracias al empleo del sorteo las magistraturas dejarían de ser atractivas como armas en la lucha por el poder. Así, los atenienses mataban dos pájaros de un tiro: limitaban el poder de los magistrados y al mismo tiempo satisfacían el deseo de los ciudadanos de rotarse en los puestos públicos.
Quienes en el México del siglo XXI han revivido al sorteo tal vez no conozcan su historia. La tómbola tenía sus razones, y las tiene aún. Podría ser muy útil para evitar el faccionalismo, como ocurría entre los antiguos republicanos. El sorteo tal vez sea la mejor alternativa para nombrar a ciertos magistrados, como los consejeros electorales del INE. En otras áreas el sorteo está fuera de lugar absolutamente. El mismo personaje que lidera el partido de la tómbola propició el sorteo para acceder a la educación superior en la universidad —la Universidad de la Ciudad de México— que creó cuando era jefe de gobierno de la capital. Las universidades se basan en el mérito, no en la igualdad ciudadana, y emplear el sorteo para decidir quién ingresa es una cabal perversión de su función.
¿Qué hay de los candidatos de Morena a diputados plurinominales que este año se someterán al voto de la ciudadanía? Me parece que aquí podemos reconocer algunos de los rasgos políticos del sorteo como método. Por un lado, ciertamente apela a una estirpe democrática muy antigua. Se trata del sueño del ciudadano, más o menos común y corriente, que aspira a ser magistrado. Es el sueño de Demóstenes. Con todo, en el caso que nos ocupa hay que recordar que las tres mil personas insaculadas fueron, a su vez, producto de una elección en las asambleas distritales, no de un sorteo. Es decir, no todos los militantes de ese partido entraron a la rifa. Y ya que estamos en la vena de las restauraciones, sería bueno saber si Morena tiene pensado establecer procedimientos afines a la dokimasia y la euthymai de los griegos. Los atenienses corrían riesgos cuando se proponían para ser sorteados como magistrados. Para los insaculados en la rifa de Morena, en cambio, parecería no haber mayor costo. Algunos de los afortunados lo han celebrado como si en efecto se hubieran sacado la lotería.
Por otro lado, el sorteo tendría el mismo efecto que en Atenas: debilitar a los magistrados. En Atenas la idea era que los funcionarios no se convirtieran en una oligarquía o que favorecieran a los oligarcas. Deberían, por ello, tener muy poco peso propio frente a la gente. Entre nosotros, una bancada de partido sin cuadros políticos sería sin duda débil, pero no frente a la oligarquía, sino frente al líder del partido. Éste sería un gigante entre enanos. La bancada estará compuesta por un grupo de ciudadanos buenos, oscuros, puros y absolutamente desconocidos. Sin carreras políticas propias, entrarán y saldrán del Congreso tal como lo hacían los ciudadanos atenienses cada año, para regresar a la oscuridad y, una vez más, obedecer. Un factor que tal vez no haya sido debidamente considerado es que, como en Atenas, los diputados elegidos por sorteo —pues nadie votará personalmente por ellos al ser de representación proporcional— no le deben el cargo nadie. Es la suerte, como dijo AMLO. No sería sorprendente que salieran más independientes y respondones de lo que sus líderes se imaginan. La paradoja fundamental del sorteo en la era de Morena consiste en que es, a la vez, democrático y caciquil.
José Antonio Aguilar Rivera
Investigador del CIDE. Autor de La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 y Cartas mexicanas de Alexis de Tocqueville, entre otros títulos.
Investigador del CIDE. Autor de La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 y Cartas mexicanas de Alexis de Tocqueville, entre otros títulos.
1 José Antonio Aguilar Rivera, “Contra la equidad”, nexos, abril 2014.
2 Alberto Morales, “De la tómbola… a una curul federal”, El Universal, 24 de febrero de 2015.
3 José Antonio Aguilar, “Grandes expectativas. La democracia mexicana y sus descontentos”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 2014, LIX (222), pp. 19-50. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=42131768002
4 Bernard Manin, Los principios del gobierno representativo, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 41.
5 Aristóteles, La política, libro IV, cap. 9, 1294b, 7-9.
6 Rousseau, El contrato social, libro IV, cap. 3; Montesquieu, El espíritu de las leyes, libro II, cap. 2.
7 Mogens Herman Hansen, The Atenían Democracy in the Age of Demostenes, University of Oklahoma Press, Norman, 1999, p. 230.
8 Ibíd., p. 236.