lunes, 8 de junio de 2020
Anticomunismo, enfermedad infantil del aspiracionismo social.
Estirpe maldita : Los Claudios X. González |
El anticomunismo, un monstruo que recorre a México
Por Héctor Alejandro Quintanar | Lunes, 08 De Junio Del 2020.
En la historia de las izquierdas de América Latina el comunismo nunca ha sido un proyecto político que haya asentado sus reales en la región. Salvo acaso las excepciones de Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979 (con sus respectivos matices), el ideario y estrategia comunistas han sido una óptica política con fuerte influjo en el campo intelectual y artístico; sin que necesariamente esa influencia se haya visto correspondida con la misma fuerza en amplios espacios de toma de decisiones colectivas en el subcontinente.
El comunismo ha sido un actor político menos protagónico de lo que se piensa. No ha sido la voz cantante sino más bien parte del coro en el concierto de las izquierdas en Latinoamérica y en el mejor de los casos ha fungido como compañero de ruta o de aliado coyuntural de otro tipo de proyectos políticos progresistas. En la historia de la izquierda latinoamericana la presencia real en espacios de poder ha recaído más en proyectos nacionalistas-populares que han buscado integrar al desarrollo agrario-industrial a grandes sectores sociales –como el caso del cardenismo o el peronismo en México y Argentina en la primera mitad del Siglo XX– o en gobiernos como los del “Giro a la izquierda” del siglo XXI que han ponderado más que una reforma económica total, proyectos políticos soberanistas. El Estado proletario, la colectivización de los medios de producción y el fin de la propiedad privada –base del comunismo–, no han sido en América Latina un proyecto político que realmente se haya concretado en regímenes de manera generalizada. A diferencia de Europa y Asia, en América el comunismo ha sido una fuerza política pocas veces dirigente y muchas veces testimonial o marginal.
En cambio su contraparte ideológica más visceral: el anticomunismo conservador sí ha jugado un rol fundamental en América Latina en la constitución de marcos de conducta, desempeño de gobernantes, creación de instituciones, apuntalamiento de gobiernos y procesos políticos de larga duración. Y casi todos han sido intolerantes, lacerantes, destructivos, cuando no sanguinarios.
Desde la falta de libertad que supuso la persecución ciega contra comunistas antes de 1947 hasta la sistemática ilegalización de los partidos con ese rótulo durante todo el siglo XX, a nombre del anticomunismo se han perpetrado todo género de exclusiones golpeadoras que incluso han llevado al marco institucional esa restricción intolerante que tuvo una de sus expresiones más crudas en por ejemplo la “Ley maldita” chilena que en 1948 acosó y proscribió a las izquierdas en general de ese país.
La Guerra Fría empeoró la situación. En pos del anticomunismo de manera injusta se persiguió, encarceló, censuró, mutiló, torturó, desapareció y asesinó a miles. La “Guerra Fría” como plantea Lorenzo Meyer “No fue tan fría” en América Latina porque con el blasón contra la “Amenaza roja” millones de personas vieron sus vidas seriamente afectadas. Bajo ese mismo análisis Marcos Roitman ha demostrado otra tesis reveladora: en la historia de los Golpes de Estado en América Latina en los siglos XX y XXI el común denominador ha sido el anticomunismo. Salvo dos excepciones: donde sobresale el golpe perpetrado por el general progresista Velasco Alvarado en Perú en 1968, la realidad es que las más de cien asonadas golpistas que han depuesto a gobiernos legítimos han sido ejecutadas por los sectores más conservadores y retardatarios del continente quienes con esos antecedentes delictivos han demostrado que las reglas del juego democrático no son práctica común en muchas derechas latinoamericanas.
El anticomunismo tuvo su máxima expresión en las dictaduras militares del Cono Sur y Centroamérica en la segunda mitad del siglo XX cuya violación a derechos humanos, perfil genocida, venalidad y corrupción las delató como un rostro turbio del fascismo. Si bien todas esas dictaduras aún duelen, sobresalen en ellas las de la Junta Militar argentina (1976-1983) y la tiranía de Pinochet en Chile (1973-1989), cuya brutalidad fue tal (más de cincuenta mil muertos y miles de desaparecidos, torturados, exiliados y perseguidos injustamente), que el propio gobierno estadunidense de James Carter trastrabilló su apoyo y desgastó al anticomunismo como bandera ideológica.
El caso mexicano en la región fue excepcional pues el anticomunismo fue más “discreto”, lo cual no impidió que ese anticomunismo se refugiara en espacios cuya sevicia violentaría la vida de muchos. El gobierno asesino de Díaz Ordaz –con la represión de Tlatelolco a la cabeza– y el anticomunismo de los “Órganos de inteligencia” y paramilitares de los años de la “Guerra sucia” son las manifestaciones más retorcidas y aún dolientes de esta delirante postura política.
En síntesis, mientras el comunismo ha sido un actor marginal en América, su contraparte anticomunista sí construyó cotos de poder enormes y gobiernos dictatoriales constantes que representan lo más sangriento y brutal en la historia de nuestro continente. El anticomunismo en América Latina y en México no se ha ceñido nunca a los parámetros de la democracia. Por el contrario: dada su tradición golpista y por su desdén a los derechos humanos es uno de sus enemigos declarados.
Por eso resulta preocupante que exista hoy un grupúsculo opositor (llamado “FRENAAA”) contra López Obrador que haya salido a manifestarse en su contra en días recientes en diversas ciudades del país. El problema no radica en que se manifiesten (nadie debe conculcar a nadie ese derecho mientras sea pacífico), sino que al hacerlo hagan gala del peor rostro ideológico de América Latina: el anticomunismo, caracterizado –a diferencia de su variante europea liberal– por la antidemocracia y la exclusión de la otredad.
Las dos consignas fundamentales que proclamó ese grupo lo prueban: por un lado acusaban a AMLO de algo que no es (“comunista”) y por el otro sin mayor razón más que la animadversión personal –cuando no la invectiva racista y clasista– le exigieron “su renuncia” prematura a pesar de que el propio Presidente ha dado una herramienta a sus adversarios para deponerlo a la buena: la posibilidad de revocar su mandato en las urnas en 2021.
Ambas consignas no son más que ecos vetustos del anticomunismo de la Guerra Fría cuya perversidad no debe repetirse y sus barbaridades deben denunciarse por cualquier espíritu demócrata. A final de cuentas en nuestro continente el comunismo fue más un fantasma en las cabezas de las derechas que una amenaza real. Sin embargo, el monstruo anticomunista en nuestra historia sí existió de forma concreta y cometió bajezas indecibles y heridas que aún no sanan.
En respeto a eso ojalá que todos los ideólogos que han abonado en esos ecos vetustos (los macartistas tropicales que acusaron a AMLO de ser marioneta rusa o los políticos y comentócratas que a la ligera acusan de “Comunismo” en toda intervención estatal, por necesaria que sea) se hagan responsables de sus dichos, depongan su beligerancia y aprendan a ser una oposición digna y leal. No leal al gobierno de López Obrador sino a los valores democráticos básicos.
De lo contrario abonarán en las ínfulas de “Líderes” como el organizador de “FRENAAA”, Gilberto Lozano quien sin pudor hace llamados a las Fuerzas armadas para un Golpe de Estado y blande invectivas xenófobas. El huevo de la serpiente anida en la actitud destructiva de muchos de los integrantes de ese grupúsculo. No sólo debe preocupar su existencia, también se debe exhibir a quienes les brindan insumos y cálido aliento.
Héctor Alejandro Quintanar – Académico en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa y en el Seminario Interdisciplinario de Comunicación e Información de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde también se ha desempeñado como profesor e investigador. Especialista en movimientos sociales e historia de las ideas políticas en el México contemporáneo. Autor de los libros Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional y El origen de Morena. Twitter: @hectoralexx
Padre de Enrique Alfaro, famoso porro diazordacista.
El Respetable
EN 1968 EL PRESIDENTE DE LA FEG ERA ENRIQUE ALFARO ANGUIANO, PADRE DEL ACTUAL ALCALDE DE GUADALAJARA
Es muy fácil decir que fue la FEG, en 1968, la que reprimió en Jalisco cualquier intento de los estudiantes de la Universidad de Guadalajara por unirse al movimiento estudiantil que ese año se extendió desde la UNAM y el IPN hacia buena parte de las universidades públicas del resto del país.
Efectivamente, de forma vergonzosa y usando todos sus violentos medios, la FEG con el apoyo del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y el gobierno jalisciense, se dedicó a golpear y ser el brazo represor contra los universitarios que con todo pundonor querían solidaridad hacia las justas demandas estudiantiles en un país donde la educación pública entonces, como ahora, sigue siendo un déficit que ha contribuido en buena medida a que muchos jóvenes rechazados o imposibilitados de estudiar por la premura económica hipotequen su futuro como delincuentes en busca del efímero placer del dinero.
El pasado viernes 2 de octubre en Guadalajara, en el paraninfo de la UdeG y ante Elena Poniatowska, que es una de las cronistas más conocidas de la matanza de Tlatelolco, José Alberto Galarza “El Rojo”, presidente de la FEU, reconoció el papel denigrante de los universitarios en 1968 y centró su crítica en la FEG, que a cambio de la represión recibió en 1971 el hoy demolido edificio Hermenegildo Romo García, en la colonia Miraflores.
Dijo El Rojo que por esa actuación, esa organización cavó su propia tumba política al dar la espalda a una movilización nacional que por vez primera puso en jaque al gobierno federal del PRI con millones de estudiantes enervados y pletóricos de un cambio que sigue sin llegar, por cierto.
“Por eso ese edificio ahora yace en ruinas”, dijo el presidente de la FEU, quien evitó ir más a fondo en un tema así de escabroso en una UdeG que también, como entonces, sigue perteneciendo hoy a un factótum, en este caso Raúl Padilla López quien es el cacique plenipotenciario desde 1989.
El señalamiento del Rojo sobre el papel violento de la FEG hacia los estudiantes y sumiso hacia el gobierno, parecería una crítica sana y un reconocimiento que desde hace mucho tendría que haber salido desde el interior de la UdeG
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