miércoles, 3 de octubre de 2018

Roberto Madrazo reconoce que AMLO debió ser presidente en el 2006

Una represalia de Peña Nieto

El activista mexicano Alejandro Cerezo Contreras. Foto: Facebook
El activista mexicano Alejandro Cerezo Contreras
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El pasado lunes, Alejandro Cerezo Contreras fue detenido al llegar a Panamá para participar en un encuentro internacional derechohumanista donde sería ponente. Lo interrogaron durante dos horas y media, tiempo en el que le preguntaron hasta por la militancia política de sus padres. El gobierno mexicano lo tiene boletinado, por lo visto, después de haber evidenciado como integrante del Comité Cerezo México, la gravedad de la represión en el período peñanietista.
Hace 17 años, el 13 de agosto de 2001, los hermanos Alejandro, Antonio y Héctor Cerezo Contreras fueron detenidos en su domicilio. Los acusaban de haber detonado explosivos en sucursales bancarias, así que, sin orden de aprehensión y con una orden de cateo viciada, los sometieron a torturas para que admitieran que pertenecían a la guerrilla identificada como Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo.
Su defensa estaba a cargo de Digna Ochoa (y Pilar Noriega), pero en octubre de 2001, la abogada fue asesinada, aunque la procuraduría de justicia capitalina, en el gobierno de López Obrador, determinó que se había suicidado de dos balazos, uno de estos prácticamente en la nuca y así, quiso cerrar la investigación
El primero en salir libre fue Alejandro, por ahí de 2005. No le pudieron acreditar los delitos que se le imputaban. Durante siete años y medio, Antonio y Héctor permanecieron presos, en penales de alta seguridad.
Cuando fueron detenidos, Alejandro estudiaba economía en la UNAM y sociología en la UAM. Era el más joven de los tres, de apenas 19 años, cuando fue sometido al infierno carcelario. Fue peor para sus hermanos, pues conforme avanzaban en sus procesos, se les imputó ser asesores de jefes del narco en prisión. Así de absurdo, así de abusivo fue, como en muchos otros casos, el pretexto de la guerra contra el narco de Felipe Calderón y su continuación con Peña Nieto.
Al gobierno de Vicente Fox, no le interesaba si eran culpables o no, si eran buenos estudiantes o no, cuando los detuvo. Héctor ha considerado que el interés del gobierno era enviar un mensaje a quienes simpatizaban con movimientos sociales.
Los hermanos Cerezo Contreras eran jóvenes universitarios políticamente concientes y, cuando finalmente probaron su inocencia, se dedicaron a documentar la represión, a acompañar casos de atropello gubernamental y a capacitar a quienes son defensores de derechos humanos.
Integrados ahora en el Comité Cerezo México, creado cuando buscaban su libertad, emiten un informe anual sobre represión pocos días antes del 1 de septiembre, fecha del Informe de Gobierno, cuando el presidente en turno suele desplegar una costosa campaña publicitaria. Para el caso, en el sexenio de Enrique Peña Nieto, esos informes han demostrado la dimensión y gravedad de un enorme proceso represivo con ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, encarcelamientos con motivación política y tortura, así como miles de agresiones a defensores de derechos humanos.
Alejandro Cerezo Contreras fue deportado de Panamá a México, donde el gobierno lo reportó delincuente. La noticia se perdió en la vorágine conmemorativa del 2 de octubre, pero es grave que, siendo uno de los que han revelado la represión peñanietista y sin denuncias conocidas en su contra, la cancillería de Luis Videgaray lo haya boletinado, privado de asistencia consular, y sin causa fundada ni motivada, aplique lo que a todas luces es una represalia gubernamental.

La Iglesia ante el movimiento estudiantil del 68

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La iglesia cerró sus puertas a los estudiantes el 2 de octubre.
Bernardo Barranco V.
L
os indicios históricos indican que la mayor parte del clero, obispos y laicos dirigentes apoyaron, durante el conflicto, al presidente Gustavo Díaz Ordaz pero no validaron la represión a los estudiantes. Pese a que la mayoría de obispos guardó silencio ante la brutal masacre de Tlatelolco, la jerarquía se ve obligada a pronunciarse con un tibio comunicado del 9 de octubre firmado por el entonces arzobispo Ernesto Corripio Ahumada. El texto llama al diálogo con insistencia, rechaza la violencia, exalta la paz y hace un llamado tanto a estudiantes como autoridades, como si se tratara de dos fuerzas en igualdad de condiciones. El texto de los obispos admite la supuesta manipulación de la juventud, pero tiene la virtud de no elogiar la represión del gobierno ni aclamar las medidas tiránicas de Díaz Ordaz. A diferencia de otros grupos fácticos que legitimaron el deplorable desenlace, como los empresarios, los medios, los sindicatos y numerosos intelectuales.
A partir del movimiento estudiantil de 1968 nada fue igual en el México contemporáneo. Se operan cambios graduales que alcanzan a la propia Iglesia mexicana. Ante el movimiento estudiantil, los obispos fueron ambiguos y no tuvieron el valor cívico de la denuncia. Han cambiado poco, siguen tan conservadores como obcecados. Hace 50 años el lamentable episodio de Tlatelolco, cimbró el confort de la jerarquía católica por reacomodarse en las estructuras de poder de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana. Recordemos que la Iglesia entra en el conflicto armado (1926-29), pierde y es perseguida; es marginada y tolerada (1940-1960) y a raíz del conflicto estudiantil, Díaz Ordaz la busca para legitimarse. Con excepción de Sergio Méndez Arceo, quien se pronunció en favor de la causa universitaria y condenó la artera represión a los estudiantes. En general, predominó el silencio cómplice, como si los obispos fueran de otro país y observadores internacionales que se congregaban en torno a los Juegos Olímpicos.
El Concilio Vaticano II y posteriormente las conclusiones de Medellín zarandearon el acendrado tradicionalismo de los obispos mexicanos, sobre todo, obligaban a encoger su espíritu revanchista cristero. Eran tiempos de aggiornamento, el ánimo de una mayor colegialidad que impuso el concilio, abría a la Iglesia aceptar una mayor pluralidad. Bajo este naciente estado de ánimo, algunas estructuras del episcopado fueron la avanzada de aquella época como el Secretariado Social Mexicano (SSM) y Cencos, también algunas organizaciones de laicos, como la JOC, y, por supuesto, los movimientos católicos universitarios como el MEP y la Corporación de Estudiantes, conducida por los jesuitas.
La jerarquía de entonces, a diferencia de la actual, tenía una vigorosa presencia en la sociedad, una particular vitalidad asociativa de nutridos movimientos laicales como la Acción Católica, que agrupaba a cerca de medio millón de militantes; tan sólo la rama de mujeres adultas superaba 350 mil adherentes. Era un espacio poderoso de asociación y organización social alterna al Estado corporativo, manejada por la Iglesia.
El movimiento estudiantil del 68 representó la fisura de sectores progresistas minoritarios que fungieron como vanguardia, que incluían a jesuitas y dominicos, que sostenían el Cuc en ciudad universitaria, y numerosos laicos que batallaron frente a una jerarquía medrosa. Algunos ejemplos. José Álvarez Icaza, padre de Emilio, prominente laico director de Cencos no terminaba de defender a los estudiantes cuando era descalificado por Anacleto González Flores, presidente de la Unión de Católicos Anticomunistas. Mientras a Pedro Velázquez (SSM) le preocupa la acechante represión, el poderoso arzobispo poblano Octaviano Márquez habla por teléfono con el presidente Díaz Ordaz para expresarle el apoyo incondicional de la jerarquía eclesiástica contra los comunistas. El sacerdote Jesús García uno de los 37 firmantes de una valiente carta de sacerdotes que reivindicaba la lucha de los jóvenes, publicada el primero de septiembre de 1968, recuerda cómo fueron descalificados. Ante la opinión pública nos quisieron hacer ver como el grupo de la Iglesia que apoyaba esa supuesta conspiración.
A partir de 1968 se entra en una espiral de polarización cuyas consecuencias se dejarán sentir en la década siguiente con la irrupción de la teología de la liberación, Sacerdotes para el Pueblo y las Cebs. El 68 hace más reaccionarios a los católicos conservadores y más radicales a los progresistas. La Corporación de Estudiantes se desmorona. El MEP de la Acción Católica nutre al movimiento guerrillero de la Liga 23 de Septiembre. El Fua y el Muro se militarizan y forman cuadros de la extrema derecha, hoy Yunque. Desde Fox son respetados políticos y funcionarios públicos. La Iglesia fue otra después del 68, hoy queda el reproche ético por el silencio y la ambigüedad con la que se condujeron los obispos mexicanos.

LA OTRA CEREMONIA-Fisgón

El 68 a medio siglo : "Los mandos estaban nerviosos"



Foto
▲ Estudiantes detenidos la noche del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Foto de Manuel Gutiérrez Paredes. Archivo UNAM Cod. Ref. MGP3106
Emir Olivares Alonso
 
Periódico La Jornada
Miércoles 3 de octubre de 2018, p. 4
Los mandos estaban nerviosos. Eran casi las seis de la tarde y el Ejército rodeaba la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Se ordenó a la tropa colocarse en formación. Los comandantes no dejaban de ver el reloj. De pronto, unas bengalas iluminaron el cielo y una voz gritó: Paso veloz. Comenzó el trote hacia la multitud. El golpeteo de las botas contra el pavimento se escuchaba fuerte. Los soldados avanzaban con el fusil al pecho. Cuando la vanguardia estaba por llegar a la plaza se escucharon los primeros disparos. ¡Zafarrancho de combate!, gritó el comandante. Comenzó el caos.
Desconcertados, los soldados intentaban ubicar de dónde provenían los disparos. Unos se guarecieron en la planta baja del edificio Chihuahua, otros se lanzaron pecho a tierra y algunos se ocultaron tras las ruinas prehispánicas.
Era el 2 de octubre de 1968, Francisco Moisés Salcido Beltrán tenía 19 años. En febrero había causado alta en el batallón de fusileros paracaidistas del Ejército y fue de los primeros en entrar a la plaza; 50 años después, en entrevista con La Jornada,narra lo que vivió y lo que ha reflexionado de ese trágico episodio. “Vi a un compañero disparar contra la multitud. Lo detuve: ‘¿Por qué disparas, si no son criminales?’ Los tiros venían de arriba. Era un infierno.”
Considera que la Operación Galeana fue un plan concertado en las más altas esferas del poder para acabar con el movimiento estudiantil, aprovechándose del desconcierto de la tropa. El mayor responsable, dice, es el presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Originario de Caborca, Sonora, Moisés se asume como una persona de derecha que en aquellos años escuchaba de los peligros que podrían traer al país los comunistas. Los chamacos se estaban portando mal y el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, no debió ponerse de su lado, eso le dio más auge al movimiento. En la masacre de Tlatelolco no hubo tantos muertos como la izquierda presume, ellos querían sus mártires para fundar su doctrina.
–¿Cómo fue aquel año?
–Entré al batallón en febrero de 68. Antes era más sencillo, sólo necesitabas el diploma de secundaria y medir más de 1.70 (metros). Durante el movimiento me tocaron desde los primeros momentos. El bazucazo, la toma de Ciudad Universitaria (CU) y Tlatelolco.
–¿Qué recuerda de eso?
–El día del bazucazo los estudiantes estaban en la azotea gritando puras tonterías, eran chamacos de 13 a 17 años. La orden era usurpar el lugar. No querían abrir. El coronel pidió una bazuca y les advirtió que la usaría. Hizo una cuenta regresiva y cuando llegó al cuatro, varios jóvenes salieron por el balcón, pero no eran de la preparatoria, eran alborotadores, mayores. Uno reclamó al coronel que no podía volar la puerta. Y le contestó que sí lo haría, que si estaba alguien atrás era mejor que se quitara. Ordenó fuego. Vi cómo se prendió una luz anaranjada y salió un chorro derechito a la puerta.
Fui de los primeros que entró, buscando estudiantes en la oscuridad. Vi al menos a dos reventados por la explosión. Ese día hubo muertos, pero el gobierno no dijo nada.
–¿Cómo fue la toma de CU?
–Llegamos por Copilco y esperamos una hora a que salieran miles. Cuando entramos algunos se resistían a dejar CU. El general no estaba para manifestaciones, se subió a un tanque y yo también, arrancamos y acorralamos a varios contra una pared, todos corrieron menos uno. Estaba estático del miedo (ríe al recordarlo). El general le dijo váyase a la chingada. Trató de correr pero no pudo, movía los brazos pero las piernas no le respondieron.
–¿El 2 de octubre?
–Estábamos acuartelados y los oficiales estaban muy nerviosos. Trepamos a los vehículos y nos fuimos a Tlatelolco. Ya en formación, el general no dejaba de ver el reloj; nos colocamos en San Juan de Letrán (hoy Eje Central). El general José Hernández Toledo –quien fue herido en el tiroteo– estaba muy tenso. Vimos las bengalas. Marchamos a paso veloz. De repente se escucharon disparos desde el balcón del edificio (Chihuahua). Seguimos corriendo y aumentaron los balazos. El comandante gritó: ¡Zafarrancho de combate!, que significa: listos para el combate.
“Llegué al pie del edificio, buscaba de dónde provenían los disparos. Y de pronto, atrás de mí, escuché un balazo, me di la vuelta y vi a un compañero que desesperado tiraba contra la multitud. Sujeté su arma, la levanté y le grité: ‘¿Por qué los matas si no son criminales?’ Los estudiantes estaban a unos seis metros de nosotros.”
Salcido subió al edificio, buscó a los francotiradores sin éxito. Halló a varios estudiantes escondidos en cuartos de servicio. Asegura haberles dicho que no salieran.
Con el paso de los años, el ex militar –quien, de acuerdo con archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional tenía la matrícula 6289394 y causó baja el 16 de noviembre de 1969 por no mostrar celo en el cumplimiento de sus obligaciones militares– tiene su propia hipótesis de los hechos.
Eran demasiados disparos y muy pocos los que caían. No fueron ráfagas de ametralladoras, lanzaron algunos tiros para calentarnos y después con altavoces crearon escándalo, como si estuviéramos en guerra. ¿Crees que un francotirador se iba a asomar para recibir un balazo? Nos confundieron y crearon el caos. Los soldados entraron disparando, pero no todos lo hicieron contra la multitud.
–¿Sí dispararon?
–Detuve a uno. ¿A cuántos mató? No lo sé. No vi a más. Es mentira que haya habido cientos de muertos. Yo vi a unos 17. Se habló de soldados caídos, se dijo que 12, no vi ninguno. Hubo heridos y muchos detenidos. Es mentira que recogíamos a los muertos y los lanzábamos a camiones. A los muertos se los llevó la Cruz Verde. Los camiones militares sólo se usaron para llevarse a los detenidos.

Escándalos de Luis Mendoza Acevedo