L
os indicios históricos indican que la mayor parte del clero, obispos y laicos dirigentes apoyaron, durante el conflicto, al presidente Gustavo Díaz Ordaz pero no validaron la represión a los estudiantes. Pese a que la mayoría de obispos guardó silencio ante la brutal masacre de Tlatelolco, la jerarquía se ve obligada a pronunciarse con un tibio comunicado del 9 de octubre firmado por el entonces arzobispo Ernesto Corripio Ahumada. El texto llama al diálogo con insistencia, rechaza la violencia, exalta la paz y hace un llamado tanto a estudiantes como autoridades, como si se tratara de dos fuerzas en igualdad de condiciones. El texto de los obispos admite la supuesta manipulación de la juventud, pero tiene la virtud de no elogiar la represión del gobierno ni aclamar las medidas tiránicas de Díaz Ordaz. A diferencia de otros grupos fácticos que legitimaron el deplorable desenlace, como los empresarios, los medios, los sindicatos y numerosos intelectuales.
A partir del movimiento estudiantil de 1968 nada fue igual en el México contemporáneo. Se operan cambios graduales que alcanzan a la propia Iglesia mexicana. Ante el movimiento estudiantil, los obispos fueron ambiguos y no tuvieron el valor cívico de la denuncia. Han cambiado poco, siguen tan conservadores como obcecados. Hace 50 años el lamentable episodio de Tlatelolco, cimbró el confort de la jerarquía católica por reacomodarse en las estructuras de poder de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana. Recordemos que la Iglesia entra en el conflicto armado (1926-29), pierde y es perseguida; es marginada y tolerada (1940-1960) y a raíz del conflicto estudiantil, Díaz Ordaz la busca para legitimarse. Con excepción de Sergio Méndez Arceo, quien se pronunció en favor de la causa universitaria y condenó la artera represión a los estudiantes. En general, predominó el silencio cómplice, como si los obispos fueran de otro país y observadores internacionales que se congregaban en torno a los Juegos Olímpicos.
El Concilio Vaticano II y posteriormente las conclusiones de Medellín zarandearon el acendrado tradicionalismo de los obispos mexicanos, sobre todo, obligaban a encoger su espíritu revanchista cristero. Eran tiempos de aggiornamento, el ánimo de una mayor colegialidad que impuso el concilio, abría a la Iglesia aceptar una mayor pluralidad. Bajo este naciente estado de ánimo, algunas estructuras del episcopado fueron la avanzada de aquella época como el Secretariado Social Mexicano (SSM) y Cencos, también algunas organizaciones de laicos, como la JOC, y, por supuesto, los movimientos católicos universitarios como el MEP y la Corporación de Estudiantes, conducida por los jesuitas.
La jerarquía de entonces, a diferencia de la actual, tenía una vigorosa presencia en la sociedad, una particular vitalidad asociativa de nutridos movimientos laicales como la Acción Católica, que agrupaba a cerca de medio millón de militantes; tan sólo la rama de mujeres adultas superaba 350 mil adherentes. Era un espacio poderoso de asociación y organización social alterna al Estado corporativo, manejada por la Iglesia.
El movimiento estudiantil del 68 representó la fisura de sectores progresistas minoritarios que fungieron como vanguardia, que incluían a jesuitas y dominicos, que sostenían el Cuc en ciudad universitaria, y numerosos laicos que batallaron frente a una jerarquía medrosa. Algunos ejemplos. José Álvarez Icaza, padre de Emilio, prominente laico director de Cencos no terminaba de defender a los estudiantes cuando era descalificado por Anacleto González Flores, presidente de la Unión de Católicos Anticomunistas. Mientras a Pedro Velázquez (SSM) le preocupa la acechante represión, el poderoso arzobispo poblano Octaviano Márquez habla por teléfono con el presidente Díaz Ordaz para expresarle el apoyo incondicional de la jerarquía eclesiástica contra los
comunistas. El sacerdote Jesús García uno de los 37 firmantes de una valiente carta de sacerdotes que reivindicaba la lucha de los jóvenes, publicada el primero de septiembre de 1968, recuerda cómo fueron descalificados.
Ante la opinión pública nos quisieron hacer ver como el grupo de la Iglesia que apoyaba esa supuesta conspiración.
A partir de 1968 se entra en una espiral de polarización cuyas consecuencias se dejarán sentir en la década siguiente con la irrupción de la teología de la liberación, Sacerdotes para el Pueblo y las Cebs. El 68 hace más reaccionarios a los católicos conservadores y más radicales a los progresistas. La Corporación de Estudiantes se desmorona. El MEP de la Acción Católica nutre al movimiento guerrillero de la Liga 23 de Septiembre. El Fua y el Muro se militarizan y forman cuadros de la extrema derecha, hoy Yunque. Desde Fox son respetados políticos y funcionarios públicos. La Iglesia fue otra después del 68, hoy queda el reproche ético por el silencio y la ambigüedad con la que se condujeron los obispos mexicanos.