Nunca pisó la universidad, pero es el hombre con más poder en Petróleos Mexicanos (Pemex). Ha visto pasar a cuatro presidentes, doce secretarios de Energía y ocho directores. Y él sigue ahí, decidiendo como un César sobre la empresa que sostiene la economía de un país. Los señalamientos de corrupción, atizados por su ostentación del lujo y el estilo de vida jet set de sus hijos, lo han hecho protagonista de múltiples escándalos en la prensa. Pero, ¿de qué tamaño es su imperio? Esquire se adentra en el feudo del hombre que maneja, a discreción, la cartera de uno de los sindicatos más ricos del planeta.
En enero de 2012, recibí las llamadas de integrantes del equipo de investigación de Forbes, revista de negocios famosa por cuantificar y enlistar la fortuna de los billonarios del mundo. Por aquellos días, en la publicación con sede en Fifth Avenue, en el corazón de Nueva York, calculaban los patrimonios para el famoso ranking, entre ellos de magnates de la tecnología y las telecomunicaciones, inversores, la realeza europea, jeques árabes y herederos de los emporios del prêt-à-porter.
Las llamadas eran a propósito de estimar la riqueza de personajes mexicanos estrechamente vinculados a Petróleos Mexicanos (Pemex), la compañía petrolera número ocho del mundo y a la que he dedicado buena parte de mis investigaciones periodísticas.
Dos tamaulipecos eran del interés de la revista. Primero, un conocido naviero poseedor de un holding de compañías que le rentan barcos y plataformas a Pemex, le hacen obras de construcción, trabajos de mantenimiento y perforación de pozos, entre muchos otros servicios, y socio, por cierto, de Halliburton, emporio con el que hombres de la talla de los Bush o Dick Cheney -ex presidentes y ex vicepresidente de Estados Unidos- tienen una relación estrecha. Y segundo un sindicalista: el secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM).
Al final, ninguno de los dos apareció entre los 16 mexicanos afortunados. Tampoco fueron incluidos en la lista de los 35 mexicanos más adinerados que se difundió en la edición local de la revista en marzo de este año.
Pensé que acaso el negocio del oro negro iba a la baja. Después supe que muchos quedaron fuera de la lista por lo difícil que resulta cuantificar su dinero, debido a que sus negocios no cotizan en la bolsa de valores, una base para tales estimaciones. En México hay personas acaudaladas que ni siquiera tienen empresas propias, o no oficialmente, como el sindicalista.
Del empresario -cuyo nombre se omite por razones de seguridad- se sabe que ha sido contratista de Pemex más de treinta años. Su fortuna se entiende en la lógica de los habituales, numerosos y millonarios contratos que sus compañías tienen por periodos multianuales. Pero en el otro caso, la sola consideración despierta suspicacias: ¿cómo es que un empleado de Pemex con plaza de chofer y un salario mensual de 24 mil 633 pesos pudiera estar en ese rango?
Además de ser paisanos, entre estos dos personajes hay otro eslabón de coincidencia que conduce a los orígenes de sus emporios: Joaquín Hernández Galicia, "La Quina", la larga y morena mano que durante treinta años movió los hilos del gremio petrolero. Amigo del empresario por los beneficios mutuos que se procuraron, fue asimismo el peldaño sobre el que Carlos Antonio Romero Deschamps se impuso al frente del STPRM en 1993 para erigir su propio feudo.
CHOFER Y MANDADERO
A La Quina le gusta evocar en voz alta la condición de chofer y mandadero que Romero tenía en su reinado, aunque el otrora dueño del destino de miles de petroleros no deje de sentir el sabor amargo de la hiel al recodar que el menor de sus pupilos, el hombre que le cargaba el portafolios, el de las gruesas manos que tecleaban sus oficios y la humilde cabeza cuya nuca veía frente al volante, el que fervorosamente acataba sus órdenes y diligente le cumplía el menor capricho, fue quien lo apuñaló por la espalda.
El 10 de enero de 1989, cuarenta días después de asumir la presidencia de la República, Carlos Salinas de Gortari ordenó detener y encarcelar a Hernández Galicia. Aquella madrugada, el gélido invierno abrazó Ciudad Madero, Tamaulipas, cuando un centenar de militares irrumpieron en la casona de La Quina, que también hacía las veces de cuartel sindical, y se lo llevaron imputado de homicidio en primer grado y acopio de armas, junto con otra veintena de miembros de la cúpula sindical, incluido Salvador Barragán Camacho, entonces secretario general (impuesto por La Quina). Le esperaban 35 años de prisión; a los ocho, el presidente Ernesto Zedillo lo amnistió.
Analistas y medios de comunicación plantearon varias tesis sobre las razones del arresto de La Quina, entre ellas que Hernández Galicia había traicionado al partido oficial, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), promoviendo el voto corporativo en favor del candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas, o que había patrocinado la publicación del libro ¿Un asesino en palacio?, que narra tétricos pasajes sobre la familia Salinas de Gortari. Con su connotación política el caso trascendió como El Quinazo. Tras esa suerte de traición, Romero se ganó entre los petroleros el mote de Judas, como el Judas Iscariote que con un beso en la mejilla entregó a su mentor.
Más allá de la ostentación por la que el sindicalista y su familia se han visto envueltos en escándalos, para conocer el poder de Romero hay que repasar primero el tamaño de sus enemigos. La Quina era un hueso duro de roer. Prácticamente nació con Pemex desde que no era una paraestatal, sino una industria operada por varias compañías privadas -que en 1938 nacionalizó Lázaro Cárdenas-, entre ellas la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, en la cual, en 1937, el Joaquín adolescente se enroló; ya estatizada, su padre, marino de buque petrolero, le heredó su plaza.
Conocía Pemex al derecho y al revés. Protegido por el presidente Adolfo López Mateos, en 1961 llegó a la secretaría general del STPRM, desde donde forjó una organización lo suficientemente poderosa para chasquearle los dedos a alcaldes, gobernadores y hasta al líder del poder ejecutivo. El STPRM se convirtió en asunto de seguridad incluso para Estados Unidos, según The National Security Archive, una organización no gubernamental de la Universidad George Washington que hace unos años logró que el gobierno de su país desclasificara informes donde se documentaban hechos de corrupción en el sindicato. Tras la detención de La Quina, se advertía del posible desabasto de petróleo y refinados, al ser Pemex uno de los principales abastecedores de crudo de Estados Unidos.
Erigirse como sucesor de un hombre de tal calibre aunque fuese por traición, con la venia y protección de Salinas, le dio a Romero un poder infinito, fortalecido por el silencio de miles de quinistas que, temerosos de acabar encarcelados, no se atrevieron a replicar. Para los contratistas de Pemex -la otra ala que robustece las arcas del STPRM, además de los sindicalizados-, los mismos que antes le fueron incondicionales a La Quina, daba igual quién dirigiera el sindicato, siempre y cuando les garantizara la continuidad de sus boyantes negocios, de esos contratos que en Pemex se obtienen con la coacción sindical y con comisión de por medio.
Así ocurrió su ascenso en el STPRM, como sucesión monárquica: el rey ha muerto, viva el rey. Aunque el rey muerto aún le provoca dolor de muelas?
GOLPES BAJOS
Si Carlos Romero fuese boxeador sería un peso pesado con guantes untados de cemento y mañas fuera de las reglas. Su estilo sería el del low punch: permanecería en su esquina, agazapado, esperando que el adversario se acercara para luego tundirlo con combinaciones de rápidos y potentes golpes bajos. Un hombre taimado, de tretas y traiciones: así lo definen detractores y aliados, quienes admiten que no sabe de códigos de honor.
Romero se ha sacudido la oposición encarcelando a quienes osan disputarle la secretaría. Les acumula expedientes negros que de pronto son exhibidos en juzgados. "Así ocurrió conmigo, por las rencillas internas y por disputarle la secretaría general me mandó encarcelar", dice Mario Ross, quien en los años noventa fue secretario general de la estratégica Sección 44 del STPRM, con sede en Villahermosa, y uno de sus más estrechos colaboradores. Ross permaneció siete meses en un penal de Tabasco. En junio de 2011, un amplio grupo de petroleros disidentes lo nombraron simbólicamente como su "secretario general".
Así pasó con otros como Pablo Pavón, secretario de la Sección 10 de Veracruz, quien después de ser uno de sus colaboradores cercanos, hizo campaña para sustituir a Romero en las elecciones de 2005 y de 2010. Durante el gobierno de Felipe Calderón -incitado por políticos panistas contratistas de Pemex-, fraguaba dar un "golpe de Estado". En tal circunstancia, Pavón, ex alcalde de Minatitlán y ex diputado federal, estuvo siete meses preso en 2011 acusado de supuesto secuestro exprés; después fue excarcelado y exonerado. Durante su reclusión, entrevistado por el diario La Jornada, se declaró "preso político" por "ser enemigo de Romero Deschamps".
La represión alcanza no solo a los secretarios propios sino a la disidencia legítima, la que existe debajo de esa cúpula, entre los agremiados. Los suyos son métodos diversos, aprendidos desde tiempos de La Quina: si son trabajadores eventuales, no se les renueva contrato; si son de base, se les rescinde o de plano se promueve su jubilación anticipada. Si incluso fuera de Pemex el disidente reincide, para eso están los hostigadores que habrán de entregar los saludos del líder.
El low punch es su fórmula de poder desde la víspera de aquel día de invierno de 1989, cuando telefoneó a casa de La Quina para "excusarse" de no acudir a la reunión convocada para horas después. El golpe contra Hernández Galicia venía desde Los Pinos y solo se necesitaban los peones dispuestos a colaborar.
-¿Está don Joaquín? - preguntó con familiaridad al reconocer en el teléfono la voz del guardaespaldas.
-Está dormido, ¿quieres que le hable?
-No, no lo molestes, déjalo dormir -dijo Romero Deschamps.
Nada más necesitaba asegurarse de que los militares no llegaran en balde. "Nunca me imaginé que traía un oreja pegado a mis pantalones, y solo lo supe con certeza después del nefasto 10 de enero de 1989. Era el líder de la Sección 35, Carlos Romero Deschamps", escribió Hernández Galicia en su libro de memorias La Quina: cómo enfrenté al régimen priista. (Océano), publicado en el año 2000.
Cuando encarcelaron a La Quina, Romero guardó silencio y se olvidó de las reverencias rendidas y la fidelidad jurada. Más tarde asomó la cabeza y la irguió muy alto, cuando Salinas mandó llamar a Sebastián Guzmán Cabrera, un viejo petrolero jubilado, para imponerlo como cabeza del STPRM, con Romero como secretario de Organización y Estadística.
Su turno llegó en junio de 1993 cuando, con Guzmán Cabrera enfermo de diabetes avanzada, él -el "Güero" o "Güero Guacamayo", como le dicen los petroleros- fue nombrado secretario general interino del Sindicato. Tres años después obtuvo la ratificación. Desde entonces no ha soltado el cargo: fue reelecto ya en cinco ocasiones, aun cuando los estatutos del STPRM permiten solo una reelección.
Su método parece truco de ilusionista. En la primera reelección cambió los estatutos para que en lugar de cuatro años, los periodos de la dirigencia sindical fueran de seis años; en la cuarta (de 2007-2012), que debía realizarse el 14 de octubre de 2006, citó a asamblea extraordinaria exactamente un año antes para sellar su reelección anticipada.