La medalla de oro olímpica en Sydney 2000 no la protegió del vendaval de las enfermedades. Desde entonces, Soraya Jiménez, la sorprendente levantadora de pesas, acumula un historial clínico que estremece: 14 operaciones en la pierna izquierda, pérdida de un pulmón, tres veces influenza y cinco paros cardiorrespiratorios. Sin sumirse en la adversidad, en conversación con Proceso, Soraya hace un ajuste de cuentas y da su versión sobre su supuesto dopaje y la alteración de documentos escolares.
MÉXICO, D.F., 12 de mayo (Proceso).- La primera mujer mexicana en conquistar el oro olímpico, Soraya Jiménez Mendívil, vive en precaria situación física a causa de las múltiples intervenciones quirúrgicas que le han realizado y las presiones que enfrentó como atleta de alto rendimiento.
A casi una década de que se colgó la medalla dorada, el 18 de septiembre de 2000 en Sydney, Australia, la deportista ha soportado 14 operaciones en la pierna izquierda. Su ortopedista, Antonio Miguel, le asegura que tiene la pierna de una octogenaria, y le advierte que de colocarle una prótesis se la acabaría en cinco años, sin importar que el artefacto tenga una duración de entre 10 y 15 años.
La levantadora de pesas, ahora de 32 años, sobrevive con el pulmón izquierdo desde que en 2007 le extirparon el derecho, a causa de la influenza tipo B que contrajo en julio de ese año durante los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro.
Justo ahora se cumple un año de que Soraya cayó en coma por la influenza A/H1N1, que la mantuvo al filo de la muerte durante 15 días. Ella es una de las 72 mil 504 personas que, según estadísticas de la Secretaría de Salud, contrajeron ese padecimiento.
En entrevista con Proceso, la deportista habla de sus dolencias:
“Me ha dado tres veces influenza y la bacteria acabó con mis defensas. Mi organismo no las produce y una simple gripe me la deben cuidar al máximo porque puede convertirse en neumonía y mandarme al hospital. Sufro de broncoespasmos en la laringe y ya he tenido cinco paros cardiorrespiratorios.”
Como las molestias se hicieron insoportables, Soraya acudió a un hospital privado. “Me hicieron estudios de todo, me reconocieron por todos lados. Me hicieron perder tres meses y dinero, aunque afortunadamente el seguro de gastos médicos mayores pagó gran parte. Entraba y salía de terapia intensiva, estaba entubada y de repente caía en paro. La pasé muy mal, hasta que llegó el momento en que dije: ‘me doy de alta voluntaria y asumo el riesgo’. Tomé mis cosas, pedí un taxi y me fui a mi domicilio. Si me voy a morir, que sea en mi casa.”, afirma.
En octubre de 2007, Jiménez fue al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), y en ese nosocomio el cirujano Alejandro Ávalos le dijo que era necesario extirpar el pulmón. “Me advirtió que si me tardaba una semana más la infección se iba a extender hacia el otro lado”, cuenta.
A partir de que le retiraron el pulmón ya no pudo recuperar sus defensas: “Sufro un déficit de inmunoglobulina tipo A y tengo que estar a base de productos naturales que me ayudan a fortalecer mi sistema inmunitario”.
Hace un año fue a consulta con la infectóloga. “Había tenido influenza y de repente me sentí muy mal. Incluso caí en paro en el consultorio. Me entubaron, tenía fiebre y la presión muy alta. Todavía escuché cuando dijeron: ‘esta se va a morir’”, recuerda.
Y añade: “En realidad el virus permanecía alojado y en algo me ayudó el antiviral que me aplicaron. Pero como se trataba de influenza H1N1 y yo estaba muy mermada, no era fácil que saliera adelante. Permanecí en coma 15 días y afortunadamente hoy lo puedo contar”.
Comenta que desde entonces se encuentra sometida a un régimen estricto de aplicación de antibióticos que le ha funcionado muy bien, pues ya no ha tenido ninguna infección.
El día de la entrevista Soraya se presentó con una blusa violeta de manga larga y tela muy ligera.
“En otras temporadas no me vas a ver sin suéter o sin chaleco. Siempre me protejo de los cambios de temperatura o de lugares húmedos. Siento un hueco en la parte donde me extrajeron el pulmón. En ocasiones me cuesta trabajo respirar. Me ha pasado cuando voy a un lugar muy húmedo, como Tabasco, que al descender del avión tengo que utilizar un inhalador. En este tipo de climas no puedo caminar por mucho tiempo. Todavía hay muchas cosas que no logro manejar al ciento por ciento.”
A pesar de sus problemas respiratorios y de rodilla, la deportista asegura que corre diariamente 15 kilómetros, nada 3 mil 500 metros, y levanta pesas. Sin embargo, niega que los ejercicios formen parte de la terapia. “El día que no hago ejercicio no me aguanto ni puedo dormir”, afirma.
En la actualidad, Jiménez Mendívil estudia un diplomado de juicios orales para titularse como abogada. Para mantenerse da asesorías en asuntos legales. Además, recibe una beca mensual de su único patrocinador: Grupo Uribe, dedicado a la industria gasera y automotriz. Cada dos años le cambia su Mercedes Benz.
Esa empresa también le proporcionó su seguro de gastos médicos mayores, y cuando escasea el dinero Soraya cuenta con la ayuda de su novio, con quien comparte su departamento de la colonia Condesa.
La hecatombe
El 25 de octubre de 2002, la presidenta de la Federación Mexicana de Halterofilia, Martha Icela Elizondo, difundió que Soraya había dado positivo en un control antidopaje correspondiente al Campeonato Panamericano de Venezuela. Casi en automático la inhabilitó por seis meses.
Para agravar más su situación, se le acusó de falsificar documentos de la UNAM que la acreditaban como pasante de la licenciatura de administración de empresas, con el fin de participar en el Campeonato Mundial Universitario de 2002 en Izmir, Turquía.
En su defensa, Soraya asegura que los señalamientos se debieron a la inquina de Elizondo: “Nunca tuvimos una buena relación, a pesar de que la ayudé en su campaña para presidenta de la federación”. Incluso no descarta que ella y su esposo compraran en la Plaza de Santo Domingo los documentos apócrifos que la incriminaban.
“Icela rompió todo código de confidencialidad e incurrió en faltas. Cuando anunció a los medios de comunicación mi supuesto dopaje yo estaba con mi representante legal, y en todo momento se negó a mostrarnos el documento que le servía de base para acusarme”, sostiene.
La deportista rememora que en ese momento no sabía de qué sustancia se trataba ni tenía elementos para defenderse. “Todos me atacaron. Por ejemplo, Nelson Vargas y Rodrigo González, de la Conade, hablaron pestes de mí. Fue terrible porque hasta se metieron con mi familia”.
Y añade: “Aunque nunca dije nada, necesitaba preparar una estrategia. Hablé con la gente del Comité Olímpico Mexicano, que me apoyó. Le llamé a Mario Vázquez Raña y me dijo: ‘Sabes que te quiero mucho; eres como mi hija, pero si realmente es doping te hundo porque estoy en una lucha contra el doping como para que vengas y te defienda’. Yo le aseguré: ‘Don Mario, no lo fue, no lo es y no lo va a ser’”.
Entonces, Vázquez Raña le recomendó: “Déjame ver. No digas nada, tú tranquila. De todos modos ve preparando tu defensa”.
A pesar de estas circunstancias adversas, Soraya no dejaba de acudir a los entrenamientos en el COM; para hacerlo, dice, se escondía en la cajuela de un automóvil. Harta de ocultarse, decidió convocar a una conferencia de prensa en el comité.
Estaba inmersa en los preparativos cuando sonó su celular. Era Vázquez Raña, quien le preguntó “¿Estás lista para venir por tu sentencia?”. “Se me cayó todo –recuerda ella– y mientras tanto él se reía. ‘Aquí tengo el oficio de la federación internacional y del Comité Olímpico Internacional que me dice que no estás dopada. Conserva el documento como si fuera de oro’, me aconsejó y yo sentí un gran alivio”.
Refiere que momentos después recibió la llamada de Nelson Vargas, quien le sugirió que diera su conferencia de prensa en la Conade, a lo que ella se negó. Agrega que inclusive Felipe El Tibio Muñoz le pidió que leyera su comunicado en las instalaciones de la comisión. Se negó de manera rotunda y le planteó que tenía instrucciones precisas de Vázquez Raña para organizar el evento en el COM.
En la reunión con los medios, Soraya exigió que Vargas no estuviera en el podio, a pesar de los ruegos de El Tibio: “Es que él se quiere sentar ahí, me insistió, y yo respondí: ‘Aquí sólo va la gente que me apoyó’.
“En ese momento tenía ganas de decir muchas cosas y don Mario, que me conoce bien, sabía que yo iba a despepitar, así que me exigió: ‘No quiero escuchar ningún comentario de ti hacia nadie’. Me resigné porque ya tenía lo más importante: el papel que me exoneraba”, dice.
–¿Contra quién iba dirigida su descarga?
–Contra todos: algunos medios de comunicación se hicieron especialistas en el tema, y luego están los otros, Nelson, Rodrigo, Icela. Y es que Vargas dijo tras anunciarse mi presunto dopaje: ‘Es el resultado de no estar bien con la familia’. La nota del periódico aún la conserva mi papá, que también tiene atravesada esa crítica.
–¿Por qué Felipe Muñoz abogó tanto por Nelson?
–Hay cosas de Felipe que no se entienden, por todo lo que ha sucedido. Hay muchas decisiones que ha tomado y que dices: no puede ser. Hay mucho chantaje. No sé si algo le debe o algo le sabe. Uno se queda callado, pero da tristeza que al COM cada vez lo han hecho como han querido.
–¿Muñoz ha sido buen dirigente?
–Es un buen amigo al que le ha faltado coraje. Cómo me reí cuando don Mario me dijo muy serio en su oficina: “Estoy buscando por cielo, mar y tierra a la persona que le puso Tibio a Felipe, para hacerle un monumento porque no se equivocó”. Qué mal, pero es la realidad.
Comenta que Felipe Muñoz ha sido tibio en todo y lo lamenta, pero cuando se le pregunta a quién elige entre Vargas y Muñoz, no duda al responder: “A Felipe, ahí no hay punto de comparación”.
–¿Cómo evalúa la gestión de Nelson Vargas?
–Imagínate, dice entre carcajadas, con Nelson tuve muchas diferencias. Como persona lo respeto mucho, pero no sabe de deporte amateur. Trae muchos resentimientos. Él creía que con dinero lo podía todo. Cuando tomó protesta nos llamó a todos los medallistas y con la mano en la cintura nos dijo: “Les doy dos millones y medio de pesos si ganan en Atenas”. Le aclaré que yo no me comprometía ni por tres millones, porque nunca sabes qué puede suceder.
Infundios
En cuanto al escándalo de los documentos falsos, Soraya se defiende:
–La realidad es que le buscaron por todos lados. Era una competencia a la que no iríamos porque estaba fuera del programa del entrenador, pero la federación nos obligó. Cuando de repente, y ante la falta de documentos, Icela ofreció: ‘no se preocupen, yo se los llevo, ¿Dónde estudias?’. Mi mamá le entregó los papeles del Instituto Londres, de la colonia Roma, donde cursé tercero y cuarto semestres, que era la constancia que necesitaban. Y de pronto de la nada salieron los documentos de la UNAM.
–¿Por qué la UNAM dijo que habías falsificado los documentos?
–Porque ella, Icela, tenía documentos que jamás vi y que nunca presenté. De hecho, si hubiera cometido esa falta tendría los documentos en las manos. Ella misma, junto a su esposo, pudieron ir a comprarlos en la Plaza de Santo Domingo.
“No entiendo hasta dónde puede llegar el coraje y la envidia de la gente para hacer ese tipo de cosas. Cuando regresamos a México, dos o tres meses después, me encontré con alguien que me informó que Icela había sido castigada dos años para no ejercer ningún cargo público por robo a la federación y por alterar documentos. Por fin, justicia.”
Y acusa: “Mucha gente se colgó de mi medalla olímpica, principalmente Ivar Sisniega, quien presidió la Conade en el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000). Dijo que me dopaba”. Y admite que luego de ganar en Sydney fue apremiada a dar mejores resultados. “Es una presión fuerte: te exigen y te exigen, pero llega el momento en que dices: ‘Espérame, necesito descansar tanto física como sicológicamente’. Nada más que tienes 10 días de vacaciones, cuando a los campeones olímpicos europeos les dan un mes y tú (Conade) me estás dando una semana”.
–¿Nelson llegó a decirle directamente que quería resultados?
–Sí, claro. Él y Rodrigo me decían: ‘¿Qué te pasa, si no te falta nada, si tienes esto y lo otro?’. Parecía que si apretaba un botón ya ganaba. Es lo que ellos querían; tenían que justificar su trabajo. Llega un momento en que tu cuerpo, por más que quieras trabajarlo, ya no da. ¿Y cómo le haces…?
(*) Esta entrevista se publicó el 12 de mayo de 2010 en la edición 1749 de la revista Proceso.