JESÚS CANTÚ
Los resultados de la prueba PISA 2015 dados a conocer hace un par de semanas simplemente confirman la mala calidad de la educación mexicana y las deficiencias ya identificadas; pero además revelaron que el problema no se limita a la educación pública, sino que abarca también a la privada, que además de agudizar las desigualdades internas no es lo suficientemente buena para lograr desarrollar a los jóvenes mexicanos a niveles de desempeño 5 y 6, los requeridos para formar a los futuros líderes científicos, sociales, empresariales y políticos.
La prueba mostró que con los puntajes que obtuvo México en las áreas de ciencias, matemáticas y lectura se ubica en el lugar 57 de las 69 naciones evaluadas; pero además indica que en promedio 50% de los estudiantes se encuentra por debajo del nivel 2, considerado el mínimo indispensable para que los jóvenes de 15 años puedan continuar con sus estudios y su inserción en la vida laboral.
Si a esto se agrega que 22% de los jóvenes de 15 años no se encuentran matriculados en el sistema educativo mexicano, o que si lo están se hallan todavía en la escuela primaria, el porcentaje de jóvenes sin competencias básicas en México es de 68%, es decir, más de las dos terceras partes. Para ubicar la gravedad de la situación basta saber que el promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es de 29%, en tanto que el de los 10 países con mejores sistemas educativos es de 25%.
El problema se agudiza dado que el porcentaje de estudiantes que se encuentra en los niveles superiores (5 y 6) es muy bajo: en ciencias es de apenas 0.1%, contra 8% del promedio de la OCDE y de 0.5% de los países latinoamericanos; en matemáticas 0.3%, contra 10% de la OCDE y 0.7 de América Latina (AL), y en lectura 0.3%, contra 8% de la OCDE y 1% de los países latinoamericanos. Si se le agrega el nivel 4, los porcentajes de México se ubican en 2.4% en ciencias, 3.5% en matemáticas y 4.5% en lectura. En los índices intermedios, 3 y 2, se ubica 50% en ciencias, 40%, en matemáticas y 54%, en lectura.
Hay aspectos que llaman la atención: en cuanto a los resultados inferiores, la diferencia entre el promedio de México y el de la OCDE no es tan malo; en el caso de ciencias la diferencia es únicamente de 35 puntos (301 de México contra 336 de la OCDE). Sin embargo, al revisar los mejor evaluados la brecha se ensancha a 110 puntos (535 contra 645).
Otro dato que llama la atención es el porcentaje de los estudiantes resilientes, que PISA define como aquellos que se sitúan en el cuartil inferior del Índice de Estatus Socioeconómico y Cultural (ESCS), indicador de los factores más importantes del entorno del alumno, y en el cuartil superior de desempeño, es decir, de jóvenes que logran muy buenos resultados a pesar del contexto desfavorable. En este caso se encuentra 13% de los estudiantes mexicanos contra 29% en el promedio de la OCDE, y de 9.25% en AL, es decir, menos de la mitad del promedio de los países desarrollados, pero 40% más que en AL.
Igualmente el puntaje promedio de los estudiantes de las escuelas públicas es de 412 puntos, y el de las privadas de 442, una diferencia de apenas 30 puntos que, si bien es significativa, refleja claramente que la calidad de la educación en las escuelas privadas, a pesar de tener un entorno más favorable, tampoco es bueno, pues inclusive si ese fuese el promedio nacional apenas alcanzaría para subir 11 lugares y ubicar a México en el mismo nivel de Chile, el país latinoamericano mejor evaluado, pero todavía lejos del promedio de los países de la OCDE, de 493, y mucho más de los 556 puntos que alcanza Singapur, que ocupa el primer lugar.
Al hacer la revisión por deciles de ESCS el informe del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación en México (INEE) indica: “De manera simplificada, es posible decir que los resultados de los jóvenes mexicanos más pobres son relativamente mejores, ya que no están tan lejos de los alumnos de ese mismo nivel de ESCS de los países de mejores resultados, e incluso en algunos casos son superiores. En cambio, los resultados de los estudiantes mexicanos más favorecidos están mucho más lejos de los jóvenes con ese mismo nivel de ESCS de los países con mejores resultados”.
Hay que profundizar en el análisis de estos datos y realizar estudios adicionales que contribuyan a identificar diferencias por estados y regiones, pero un primer vistazo contradice algunas de las creencias generalizadas en México, particularmente la de que la educación privada es mejor que la pública y la de que los peores niveles educativos se encuentran en las zonas más pobres.
Los resultados de la prueba PISA evidencian el pésimo nivel de la educación mexicana y ciertamente ayudan a identificar algunas de las deficiencias, pero, como bien señala el mismo documento, se requieren “investigaciones adicionales: análisis complejos sobre los resultados de PISA en relación con las variables de los cuestionarios de contexto y estudios especiales, incluyendo algunos con diseños experimentales y cuasi experimentales que permitan llegar a conclusiones causales fuertes”.
Diseñar e implementar las investigaciones adicionales es precisamente la responsabilidad del INEE y son urgentes para deslindar responsabilidades, pero sobre todo para proponer políticas públicas certeras que posibiliten atender y resolver tanto los problemas contextuales como los del propio sistema educativo.
Por ello resulta contradictorio y preocupante que el mismo informe, en las reflexiones finales, señale tajantemente: “Dado el nivel socioeconómico de los alumnos, la calidad de la educación mexicana es mejor de lo esperable, según PISA”, pues se carece de los estudios adicionales que lleven a condenar o exonerar al sistema educativo mexicano o a cualquiera de los actores del sector, como lo han pretendido hacer muchas voces.
El resultado de esta prueba nada más sirve como indicador del bajo nivel de la educación mexicana y como una línea de base que permite evaluar en el futuro el impacto de las medidas que se han tomado en los últimos años, aunque hay que advertir que la revisión de las pruebas PISA aplicadas en México ni siquiera contribuye a identificar una tendencia definida.