Señor Zuckermann:
Es inútil presentarme. Usted de inmediato deducirá que pertenezco a eso que en su columna de hoy llama “una élite académica, cultural e intelectual” y, aunque eso no sea rigurosamente cierto, nos basta por ahora.
Como se estará imaginando ya, leí su más reciente texto para el periódico Excélsior, en el que se cuestiona la pertinencia de una editorial subsidiada por el Estado mexicano, el Fondo de Cultura Económica. Y quiero hacerle algunos comentarios, no porque crea que lo voy a convencer de nada, sino porque, como a usted, alguien me dio un espacio de expresión.
Dice usted que la beneficiaria del FCE es una minoría lectora que bien puede pagar el precio de un libro sin subsidio. Es evidente que usted considera la lectura como la herramienta de una élite sobreespecializada del mercado, de la que por cierto se asume parte. Resulta muy claro cuando menciona que “México y el mundo ya son muy diferentes al de hace 80 años (sic)”, porque “hoy el mercado ofrece múltiples opciones para publicar libros” y además “el internet ofrece una plataforma inigualable para conseguir todo tipo de contenidos culturales y académicos”.
En lo primero tiene mucha razón. Hace ochenta años no se fundaban cada semana nuevas editoriales para morir la siguiente, incapaces de competir ―con regulaciones engañosas― contra la voracidad de tres empresas que tienen secuestrado el sector. Pero lo que realmente me desconcierta es que insista en reducir la cultura al interés de unos cuantos, como si fuera el pasillo de una tienda departamental. En 1934 existía en efecto esa minoría ilustrada que requirió del fideicomiso para sus estudios. No se esperaba que la población en general aspirara a una formación ulterior a la que imponía el sistema. Por eso el Fondo nació como una editorial especializada en libros como los que pone de único ejemplo. Pero usted y yo estamos de acuerdo en que tiene rato que se acabaron los años treinta. Y no sé si se fijó pero el FCE dejó de ser esa editorial especializada para abrir su oferta al gran público, que hoy en día, créalo o no, también tiene derecho al crecimiento personal.
Usted dice que una institución como el Fondo es obsoleta porque beneficia, con dinero de los contribuyentes, a una élite. La ironía es que, a su juicio, la solución no es desaparecer la élite sino desaparecer el Fondo. Incluso propone el internet ―otro privilegio clasemediero― como alternativa. El problema con el neoliberalismo ramplón es creer que su rival ideológico es el socialismo, cuando a veces es sólo el sentido común. Una editorial financiada por el Estado no es sólo una vendedora de libros, señor Zuckermann; es una institución pro lectura, algo que cada vez se ve menos entre las editoriales mercadocéntricas. En un país tan poco lector como el nuestro, habría que apechugar, ponernos tantito cursis y tener más instancias así para facilitar el acceso a la cultura a las mayorías poco privilegiadas y difuminar la brecha con “la élite” hasta borrarla; usted propone, en cambio, deshacernos de ellas y descansar la lectura en las leyes del mercado.
Seguro ya lo sabe, pero le cuento que Alemania paga un subsidio a la producción teatral. Usted me dirá que es una consecuencia lógica de la demanda cultural en ese país. Yo le preguntaré si acaso el subsidio no sirvió justo para crear esa demanda. A diferencia del México que usted propone (y que poco a poco se materializa), Alemania sabe que administrar un país no es gestionar una fábrica enorme. Quizá esto no se lo digan sus libros de ciencia política y economía, ni los invitados a su programa del canal 4, ni sus jefes en el Excélsior, pero para uno, que nació persona, es verdaderamente terrible vivir en un país que mide su felicidad en empresas.
Ya le dije que no planeo convencerlo. Es nomás que me pone triste saber que hay muchos que piensan como usted, y me da por escribir. Su columna lleva por título una pregunta: ¿se justifica la existencia del Fondo de Cultura Económica? Yo se la contesto. Sí. Tanto como se justifica que el Estado invierta en educación. Se justifica porque existe no para consentir a un gremio sino precisamente para que la cultura no sea asunto de unos cuantos. Hasta se justifica, si quiere, para evitar que los aspirantes a presidentes hagan el ridículo internacional y se conviertan luego en el Primer Analfabeto Funcional de la nación. Que “éste ya es un país donde hay tiendas de libros en todas las ciudades”, dice usted. ¿Pues qué cree? Hacen falta más, y no sólo en las ciudades, y no sólo Sanborn’s. El Fondo de Cultura Económica, aun a pesar del patético servilismo de su actual director para con la presidencia, sigue siendo uno de los pocos rincones de sensatez que le quedan a este país. Su existencia no sólo está justificada, señor Zuckermann, es necesaria.
Cordialmente,
Adrián Chávez