Juan Villoro
Javier Aguirre hace una radiografía del futbol mexicano medida, sin tocar fondo, sin estridencias, pero que alcanza para esbozar los principales obstáculos del deporte más popular de este país y, por supuesto, algunas de sus implicaciones sociopolíticas. El técnico de la selección nacional hizo esta especie de pase de lista durante el programa Discutamos México que se transmitirá el 8 de junio por los canales 22 y 11 y en el que el escritor Juan Villoro funge como moderador.
Después de las polémicas declaraciones que Javier Aguirre hizo en España acerca de la situación del país, el entrenador de la selección se alejó de los medios. Sorprendido de la reacción pública, pidió disculpas por la forma y el lugar en que habló de los problemas nacionales, y se concentró en su trabajo rumbo a Sudáfrica.
El técnico del Tri debe ser un vendedor de ilusiones, un gestor de la esperanza. La selección mexicana representa un negocio lucrativo, sujeto a las presiones de los medios, los anunciantes y los federativos. No es fácil ejercer el cargo simultáneo de estratega futbolístico y motivador de la autoestima nacional. Después de triunfar con el Pachuca, El Vasco Aguirre dirigió con éxito al Osasuna y se convirtió en el primer técnico mexicano en hacerse cargo de uno de los protagonistas de la liga española, el Atlético de Madrid. Seleccionado mexicano en el mundial de 1986, asistente técnico en el de 1994 y entrenador en el de 2002, conoce los desafíos de ocupar el puesto más controvertido de la vida nacional.
Gracias a las gestiones del Conaculta, Juan José Kochen (responsable de prensa de la Federación Mexicana de Futbol), y a la disponibilidad del propio Aguirre, el pasado 30 de abril visité el Centro de Alto Rendimiento para grabar un programa de la serie Discutamos México dedicado al futbol. El objetivo no era hacer pronósticos para Sudáfrica 2010, sino algo más decisivo y espinoso: revisar la estructura del futbol mexicano. En la mesa de discusión también participaron los analistas Roberto Gómez Junco y Roberto Zamarripa. En este espacio ofrecemos las intervenciones de Aguirre.
La ruta de acceso al Centro de Alto Rendimiento es un deporte extremo. Cerca de la salida a Cuernavaca, la ciudad se desdibuja en colinas y calles imprecisas. Resguardado por un zaguán metálico, el enclave de la selección tiene testigos permanentes: un perro callejero de cola erizada y dos muchachos con camisetas de las Chivas.
Por dentro, las instalaciones se ordenan con una reiterada intención: el éxito deportivo. La cancha de arena, los campos de césped color menta, la sala de prensa, el gimnasio, la zona de visita de los familiares y las habitaciones de los jugadores conforman un resort donde el turismo consiste en ganar. Como en otros paraísos artificiales, predomina una sensación de aislamiento.
Aguirre llegó a la sala de prensa vestido con los pants corporativos de la selección. Acababa de cenar con sus jugadores, ritual que no se pierde. Participó en la conversación con ritmo de atleta profesional. Llegó un minuto antes y se despidió un minuto después. La cordialidad y la disciplina se mezclan en su carácter: un entusiasta que aprecia el rigor.
Terminada la entrevista, los visitantes subimos a una terraza. Las canchas a oscuras parecían una metáfora de la soledad. Las concentraciones protegen, pero también agobian. Detrás de las sombras, el entrenador leía en su cuarto y los jugadores mataban el tedio de otro modo.
En una loma palpitaban las luces amarillas de un barrio pobre. Desde ahí, el pueblo podía ver a los suyos.
Aislados, los héroes se disponían a dormir. Mientras tanto, la gente se disponía a soñar en ellos.
–Con la llegada de César Luis Menotti hubo un cambio de mentalidad en la selección. En los últimos cuatro mundiales hemos tenido regularidad. Una actuación correcta, sin llegar al anheladísimo quinto partido –se le plantea a El Vasco.
–Antes que nada, diría que hay un antes y un después de los cachirules. Ahí tocamos fondo, ahí el equipo mexicano queda fuera de cualquier evento internacional y es vergonzoso. Estábamos en Guatemala, aún lo recuerdo, con la selección de México, la selección mayor. Ganamos nuestro pase a Seúl 88, pero a los cinco minutos la alegría se diluyó cuando dijeron que había un problema, que denunciaron falsificaciones en las actas. No sólo no fuimos a esa Olimpiada (Guatemala fue en nuestro lugar), sino que no fuimos al mundial de Italia. Ahí tocamos fondo y ahí rodaron cabezas. Fue un parteaguas, un punto de inflexión.
“A partir de ahí deciden cambiar a los jerarcas, viene gente, no sé si mejor o peor, pero distinta en cuanto a mentalidad. Coincidentemente hay alternancia política. Cuando vi una conferencia de Ernesto Ruffo se me querían salir las lágrimas, nunca hubiera imaginado ver a un gobernador de la oposición; los senadores y gobernadores eran todos priistas, la Cámara de Diputados tenía una poquita participación de otros partidos. Entonces viene César Luis Menotti y yo estoy en su primera convocatoria. El hombre no sabía de dónde venía yo, no tenía la menor idea. De hecho le pregunté: ‘César, ¿por qué me llamas?’ Soy un hombre mayor, de 33 años, no estoy teniendo un gran año con las Chivas (tampoco las Chivas lo estaban teniendo), y entonces me contestó: ‘Me dijeron que tú podías ser un buen vínculo entre los jugadores, los medios y yo; una especie de delfín’. Lo llevé un poco de la mano; luego cometí un acto de indisciplina, hay que decirlo, y él decidió prescindir de mí a los seis meses. Pero sí creo que con su llegada el futbolista mexicano dice: ‘Hay que dar ese paso, el paso del cambio’.
“Nos avergonzaba ser futbolistas mexicanos porque estábamos expulsados de FIFA, no éramos el lugar 236 que hoy será Benín o no sé quién, simplemente no estábamos. A partir de ahí hay un crecimiento, sobre todo en la mentalidad de los jugadores. Hoy veo a estos muchachos, campeones del mundo sub 17 en 2005, y les hablo de Sudáfrica y es como si les estuviera hablando del Morelia, del Puebla o el San Luis. Tienen seguridad, ves en los ojos la confianza. Esto también ha ido de la mano con el crecimiento físico de los futbolistas. En el partido contra Nueva Zelanda, era la selección más alta en la historia del futbol mexicano, 1.78 me parece. Ya estamos en un nivel competitivo; no nos da miedo ir a enfrentar a Italia. Ahora nos falta dar el gran paso: nos falta un éxito deportivo. Ahí está el mundial sub-17, pero hay que consolidar un triunfo con la selección mayor.”
–¿Qué tanto se ha trabajado en la mentalidad del futbolista mexicano?
–A partir del rompimiento hacia delante del futbol mexicano, los clubes también empiezan a crecer, a invertir en infraestructura deportiva, en fuerzas básicas, en pagarle bien a los entrenadores de los niños, y se incluyen gabinetes psicológicos. Te diría sin temor a equivocarme que hoy 90% de los equipos mexicanos trabajan con un gabinete psicológico. Nosotros lo tenemos a nivel de selección. Chicos de sub-15, sub-17, sub-20 han pasado por ahí. A los 60 días de estar concentrados alguien puede extrañar a su niña, o le llama la esposa y aún no tenemos los boletos del mundial, cosas de esas. Esto hace ruido, merma el rendimiento del futbolista; ahí entra un trabajo especial. Los jóvenes han asimilado esto mejor.
“Aún no estamos preparados en la Primera División ni en la selección mayor, aún hay esa dosis de ignorancia y desconocimiento. Pero sobre todo es un problema de autoridad. Si organizo una dinámica de grupo, asisten todos y me respetan. La hacemos y la llevamos al ritmo que yo quiera, pero yo no soy un especialista. Si traigo a un psicólogo deportivo, no lo respetan, lo boicotean, se mofan. Para eso aún no estamos preparados. Por eso insisto en que trabajemos con los niños; porque ese niño de 15 años que hoy está trabajando se está acostumbrando a que le hablen con un léxico distinto, a que lo inviten a formar un grupo, a prepararse ante la eventualidad de una fractura de tibia o del retiro. Cuando ese muchacho llega a Primera División ya tiene seis o siete años de trabajo psicológico.
“Para mí, el futbol se compone de cuatro aspectos fundamentales. El primero es el aspecto técnico, que tiene que ver con la pelota: cómo le pegas, cómo la dominas, cómo eres capaz de dirigirla hacia donde tú quieras. Esto se entrena todos los días; ponemos grados de dificultad, obstáculos, usamos balones pequeños, le ponemos retos incluso a Cuauhtémoc, a la gente que es hábil per se, cositas para que sigan aprendiendo. Luego viene el aspecto táctico: cómo jugamos; somos 11 y ellos son 11; tú vas por la izquierda, con tales obligaciones cuando tengas la pelota y con estas otras cuando no la tengas; tú por la derecha, yo delante y tú detrás; ése es el tema táctico y lo entrenamos todos los días. Luego viene el aspecto físico, hoy no ves jugadores gordos, no ves chaparritos… por ahí alguno, hay garbanzos de a libra, como el Hobbit…”
–Además el futbol es generoso y admite que gente bajita sea atleta.
–Son los menos, pero son atletas. Físicamente trabajamos bien, les ponemos pulsímetros a los jugadores. Pero el cuarto aspecto, el psicológico, no lo entrenamos a diario. ¿Cuándo se ha visto que el equipo vaya todos los días a ver media hora al psicólogo? No lo hacemos. Ahí tenemos un rezago. La labor de los entrenadores es llegar a cumplir con esta fase, con todo el riesgo que implica; porque hay casos, no voy a dar nombres, de entrenadores que han echado a perder jugadores porque les han destrozado el aspecto mental, los han destrozado literalmente.
–¿Los medios están inflando a la selección mexicana?
–Bueno, yo fui acremente criticado por mis declaraciones. Me equivoqué en la forma, pero en el fondo dije: “Si ganamos un partido 4-1 y luego vamos al mundial, eso no significa que vayamos a ser campeones”. Me empecé a asustar con la presión y lo único que hice fue poner un marco de referencia: “A ver, vamos a ubicarnos; en el mundial de Alemania, México fue lugar número 15, en Corea fue 11, en Francia 13, y en Estados Unidos 13”. Entonces el salto es un poquito grande del 15 al 1 o del 15 al 2. No quiero generalizar, pero hubo gente que sin ningún tipo de complejo ni problemas dijo: “Estamos para campeones, es la mejor selección”. ¡Ah, caray!, y como si de eso dependiera el futuro del país ¿no?
–Parecería que si gana la selección nos van a perdonar la deuda pública y las tortillas van a ser más sabrosas.
–Ése es mi punto. Un día discutí con un técnico que tuve en Chivas. Él nos hacía ver que el compromiso era brutal y que teníamos que ganar esa noche al equipo rival porque si no, al otro día los alfareros de Tonalá no iban a producir lo mismo y los mariachis no iban a cantar. Nos metió una carga tremenda. Yo me levanté y le dije: “Perdóname, pero no estoy de acuerdo… no puedes vivir con eso, no puedes dar un pase pensando: caracoles, si yo fallo la producción de Jalisco baja…”. Si yo le digo a los jugadores: “Mira, realmente el país está ávido de buenas noticias; la economía nos llega a cuentagotas, la violencia está terrible, la sociedad no camina: hagamos nuestro papel, ¡ganemos el mundial!”. ¿Te puedes imaginar la presión? Tengo que manejar otro discurso para ganar el mundial o para ganar los partidos que nos lleven a hacer un mejor papel. A chicos de 20, 21 o 28 años no les puedo cargar las responsabilidades de otras personas. Somos mexicanos, tenemos una obligación y un compromiso social y lo cumpliremos cabalmente en función de nuestras capacidades o incapacidades; pero no puedo decirles: “Si no ganamos, mañana México se paraliza”. Los jóvenes están conscientes del rol que jugamos en la sociedad, pero no podemos cargar con los problemas que azotan al país.
–No son ni héroes ni mártires de la patria.
–Somos trabajadores, trabajadores privilegiados, evidentemente, a los que todos ven; trabajadores en una pecera.
–Varios técnicos han dicho que tenemos que volver a los torneos largos. Lo dijo Menotti, lo dijo Lapuente, lo dijo Hugo. Así puedes trabajar con la cantera, probar un jugador, una derrota no importa tanto porque te puedes recuperar, puedes apostar por un estilo de juego, irlo perfeccionando. Los torneos cortos y la liguilla sólo benefician a la televisión.
–Sería fundamental volver a los torneos largos. El ejemplo de una buena directiva es Pachuca, un equipo que en 12 años ganó 10 títulos con seis técnicos distintos, eso es para Ripley. Ahí se trabaja a largo plazo. En mis primeros siete partidos como técnico tuve cinco derrotas. Era joven, inexperto, motivo suficiente para echarme, pero no me echó el Pachuca. Aguantó la crítica, aguantó los embates de la gente a la que le gusta cambiar técnicos porque se beneficia, y el equipo fue campeón. Esa debe ser la filosofía. El torneo corto es voraz, a los técnicos nos tiene en la silla eléctrica. Tú llegas, te piden un proyecto de largo plazo o mediano por lo menos: “¿Cuál es su intención caballero?” “Pues en tres años le voy entregar esto y esto; necesito estos elementos, etcétera”. Presentas tu proyecto, te lo aprueban, y en tres partidos te echan. Perdiste en casa el primero, te golearon en el segundo y volviste a perder en casa por un accidente. ¡Fuera!, ¡eso se va al bote de basura!
–Otro tema social es el Sindicato de Futbolistas. Países bastante parecidos al nuestro (Colombia, Chile o Argentina) tienen asociaciones gremiales que respaldan a los futbolistas. ¿En qué medida sería esto necesario para que el futbolista mexicano tuviera más conciencia de sus propios derechos, más seguridad dentro y fuera de la cancha?
–Es muy importante el concepto de gremio, que no tenemos. Yo estuve muy involucrado en este caso en la formación de la Asociación de Futbolistas Profesionales con Alfredo Tena, Miguel España, Rafael Chávez Carretero, Félix Fernández, gente comprometida. Un directivo –que ya murió, por cierto– me dijo: “¿Para qué quieres tu sindicato?, ¿para ir el 1 de Mayo al Zócalo y hacerte rico tú sólo?”. Yo le dije: “Desde ahí estamos mal, no podemos sentarnos a hablar con un señor que piensa de esa manera”. No pudimos hacer un sindicato porque ni la propia Secretaría del Trabajo quería ni los futbolistas querían. Hubo uno, famosísimo, que nos dijo: “Yo entro y firmo, pero no usen la palabra ‘sindicato’ porque si la ponen me corren de mi club”. ¿Entonces de qué estamos hablando?
“Yo te diría que tengo gente hoy en la selección que está mejorando en este rubro. Hay un buen nivel académico, gente que te confronta, que te entiende, con la que puedes discutir en un nivel que antes era imposible. Sí creo que necesitamos una asociación porque hay 22 o 25 que destacan y a los que les va muy bien, pero hay gente en Tercera División… Hay 10 mil jugadores federados, y nada más tengo 23 superestrellas. ¿Qué pasa con los otros 9 mil y pico? Que ganan mil pesos al mes y no tienen balones para entrenar… Miguel España dijo un día: ‘Quieren que nos comportemos como leones en el campo y nos tratan como ratones fuera de él’. Es absolutamente cierto. Hay una Comisión del Jugador, hay que decirlo; se ha crecido en ese sentido, ha habido controversias y se han resuelto más casos a favor de los jugadores que de los clubes. El futbol es otro en relación con el que nos tocó a nosotros. Yo llegué al América en 1975. La primera camiseta que me puse decía: ‘Propiedad Club América’. ¿La propiedad era la camiseta o yo? Fui propiedad del Club América hasta que quisieron y dejé de serlo, sin mi venia por supuesto.”
–El futbolista mexicano acaba su carrera después de pasar por 13 equipos, teniendo que llevar a su familia por otras tantas ciudades y rindiendo menos en equipos por una situación personal complicada.
–El draft me parece una de las cosas más denigrantes. Cuando surgió aquello fue escandaloso. Hoy está bastante más light, por decirlo de alguna forma, ya llegas al draft con 95% de las negociaciones hechas, pero en su momento era verdaderamente vergonzoso ver desfilar a un jugador al lado de otros 500 o 600.
–¿Cómo resumes la situación del futbol en México?
–No nos equivoquemos: estamos inmersos en un contexto social, en nuestro México, y hay que decir algo: el jugador vive en una burbuja, siente que no le va a pasar nada, como se sintió Cabañas en su momento (cuentan que incluso retó al tipo que tenía la pistola). Rubén Omar Romano salía todos los días del entrenamiento de Cruz Azul sin ningún problema, con esos camionetones y esos relojotes y esas joyas; y no sólo Rubén: todos andamos en las mismas, vivimos en una irrealidad. El jugador pide: “Yo quiero mi salario libre de impuestos”. ¿Por qué? Porque ve que un empresario no paga impuestos. Entonces el directivo te dice: “Okey, libre de impuestos”. Es un problema general. Nos han educado de esa manera; vives un México que no es el México real y por ende también te empiezas a creer que eres capaz de ganar la Copa del Mundo. Luego el batacazo es terrorífico.
“La labor que tenemos, yo en este caso de juez y parte, es educar al jugador, decirle: ‘No te equivoques, no está el país para que tú tengas ese tipo de joyas ni para que andes alardeando, para que vivas de esa manera y no seas capaz de ayudar a la sociedad en lo que mejor sabes hacer, que es dar una alegría; detente a dar un autógrafo, no te cuesta nada; es gente que viene caminando hasta el Centro de Alto Rendimiento, un lugar bastante inaccesible; viene a pedirte un autógrafo y no te detienes en tu 4x4, en tu coche de ocho cilindros’. Eso no me parece justo.
“El futbol va creciendo en función de cómo crece el país. No es gracias al futbolista que México va a resurgir, pero sí va a ayudar a que el mexicano tenga un clavo ardiente de dónde sujetarse para que pueda decir: ‘Quiero a esos amigos de verde que cantan su himno y se rompen el alma, como yo lo hago para perseguir el camión y vender mis gelatinas en la calle’.” u