(19 de julio, 2014).- La democracia participativa en México puede ser la tabla de salvación para evitar que pronto pasemos a ser un territorio similar a un páramo, como consecuencia de la criminal explotación de que será objeto por grandes empresas extranjeras que contarán con el pleno apoyo de sus gobiernos, con la complicidad de las autoridades mexicanas. Ya se dio el paso fundamental en esa dirección: la aprobación en lo general de la nueva Ley de Hidrocarburos, gracias al mecanismo autoritario del voto mayoritario del binomio reaccionario PRI-PAN y sus lacayos del Partido Verde.
Permitir que siga el proceso de traición a la patria del grupo en el poder será como ser cómplices por omisión de uno de los actos más dramáticamente dañinos para el pueblo de México. No habrá más oportunidades para hacer frente a la élite reaccionaria, cuyo único objetivo es aprovechar la coyuntura política para apuntalar sus mezquinos intereses.
Con el fortalecimiento de la derecha por el modelo neoliberal se perdió la línea divisoria entre la actividad política y los negocios empresariales, como es del dominio público. México pasó a ser administrado por una clase gerencial al servicio de intereses privados. Dejamos de tener un mandatario con responsabilidades en favor de la nación.
Las consecuencias de esta realidad incontrovertible son equiparables a una hecatombe apocalíptica, como se advierte desde hace una década con la entrega a grandes empresas mineras, la mayoría extranjeras, de 35 millones de hectáreas que antes eran cultivables y actualmente están inutilizadas para la siembra de cualquier tipo de semillas. Este volumen representa 30 por ciento del territorio nacional, el cual será mucho más grande una vez que comiencen las presiones de las petroleras extranjeras por empezar a explorar y explotar yacimientos de hidrocarburos.
Es una mentira criminal afirmar, como lo hacen legisladores priístas y panistas, que la privatización del petróleo y del gas que aún nos quedan, vaya a “detonar el crecimiento”, traiga “grandes beneficios” al campo y a los productores agrícolas, además que se “crearán miles de empleos” y se “beneficiará enormemente” a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Eso nos vienen diciendo, desde hace tres décadas, los tecnócratas al servicio del Consenso de Washington; ahora los hechos ponen de manifiesto su cinismo y traición a la patria. ¿No aumentó la pobreza en el país de manera exponencial? ¿No creció igualmente el desempleo, cuyo déficit de más de 15 millones de desocupados está disfrazado por el subempleo y la economía informal?
De continuar hasta su consumación los planes de las grandes trasnacionales, de común acuerdo con sus socios de la oligarquía “mexicana” y sus empleados al frente del Estado, en pocos años el país parecerá parte del territorio enclavado en la Franja de Gaza, de tan terribles que serán las afectaciones por la criminal depredación de que será víctima por petroleras y mineras sin ningún compromiso con los mexicanos. Lo que provoca más enojo entre la población, es el cinismo con el que dicen sus infundios políticos antes bien vistos, como Enrique Burgos, pero que decidieron seguir el camino de la traición por un vil interés monetario.
No poner ahora un alto a las absurdas e irracionales ambiciones del grupo en el poder y de la oligarquía, hará más difícil poderlo hacer después, cuando las trasnacionales estén ya plenamente establecidas en territorio mexicano, bajo la protección de sus gobiernos. De ahí el imperativo de cerrar filas, todas las organizaciones progresistas y democráticas, en torno a la defensa de la patria. Lo que estamos viviendo en la actualidad es equiparable a la lucha que dieron los patriotas que se opusieron firmemente a las invasiones extranjeras en 1847, 1862, 1914 y 1916.
La entrega de nuestros recursos energéticos a empresas privadas implica aceptar que nuestro destino es ser una colonia disfrazada con instituciones dizque al servicio de un Estado nacional.
Recuérdese que antes de la expropiación de la industria petrolera por el presidente Lázaro Cárdenas, los mexicanos éramos tratados como sirvientes de las grandes compañías, tal como lo relató magistralmente B. Traven en su novela “La rosa blanca”. De consumarse la gran traición encabezada por Enrique Peña Nieto, nuestro futuro sería peor que trágico. ¡Qué lamentable que el grupo en el poder no tenga un ápice de patriotismo!