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o son apolíticos quienes por su miseria se marginan de la vida civil. El verdadero político es el egoísta que desprecia la vida pública y se concentra en sus intereses privados. Son gente preparada, harían mucho bien si participaran, si criticaran activamente al poder. Se escudan en que los políticos y la política son repugnantes. Los apolíticos son peso muerto muy útil a la voluntad autoritaria. Sabotean el proceso democrático. Ustedes los conocen y seguramente se irritan ante su cinismo. Los griegos llamaban idiotas a quienes se concentraban sólo en el interés privado y no querían nada con lo público. En la arcaica democracia helénica era motivo de deshonra, de ahí el epíteto. Bertolt Brecht fue mucho más severo los llamaba
analfabetos políticosy les decía:
son tan burros que se enorgullecen e hinchan el pecho diciendo que odian la política. No saben los imbéciles que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado el asaltante y el peor de los bandidos, el político corrupto y el lacayo de los monopolios y de los voraces consorcios internacionales. Brecht usaba cualquier oportunidad para intentar despertar consciencias. Y su enérgica crítica a los apolíticos se refería a quienes por indiferencia dejaron crecer el fascismo en Alemania. Los nazis alimentaron el desprecio por la política hasta que ellos fueron los únicos que podían ejercerla: llevaron a Alemania y al mundo a una destrucción sin precedente. Circula en España un libro (cuyo título es el que he tomado para este texto y que coordinaron Josep M. Valles y Xavier Ballart, Editorial Ariel, 2012). Así sabemos que la dimisión de los ciudadanos, como ellos le llaman, se está extendiendo a las democracias más robustas y que el desinterés, indiferencia, farsa, despilfarro, engaño se extienden como enfermedad.
En México crece el repudio a la política. Menos de 10 por ciento de la población (según las encuestas recientes) ha participado alguna vez en organizaciones políticas o sindicales. En las elecciones más concurridas nunca ha votado más de 65 por ciento. Un político conservador pero inteligente como Juan Manuel Gómez Morín decía que
el peor problema de México es la responsabilidad de las elites, y tenía razón. Hay una parte de la elite que abarca a cientos de miles de empresarios y profesionistas. Pese a que están preparados para participar, criticar y frenar las corruptelas de los políticos, se limitan a criticarlos… hacer chistes… se aprovechan de la corrupción y cuando pueden hacen negocios con ellos: se vuelven cómplices o encubridores. Al concurrir a los buenos restaurantes despotrican en las sobremesas desde una pretendida altura moral: gobernantes, diputados, políticos en activo son condenados. Pero no hacen nada. Se ríen de nuestra miseria moral y piensan que somos incorregibles. Su egoísmo y ceguera son factor importante en la decadencia que padecemos todos.
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