Suman siete trimestres de recesión en México. Tan sólo entre marzo y diciembre de 2013, la tasa media anual del PIB desestacionalizado fue de 0.8 por ciento en promedio. Aunado a ello, el sector privado ha reducido su estimación de generación de empleos formales, al pasar de 631 mil a 583 mil, cuando se requieren al menos 1.3 millones de plazas nuevas. Para colmo, casi todo el año pasado la Secretaría de Hacienda sometió a la economía a la astringencia, con el retraso en el ejercicio del gasto programable y sus actuales efectos depresivos. Cuando se dio cuenta de que la economía iba hacia el abismo, lejos de ejercer el presupuesto, se dedicó a “pronosticar” la situación económica. Y también falló
Un estado crónico de actividad inferior a la normal durante un periodo considerable, sin tendencia marcada ni hacia la recuperación ni hacia el hundimiento completo
J Maynard Keynes
La disección de la marcha de la economía en la alborada de 2014 se convirtió en una verdadera comedia de enredos, repitiéndose una historia similar a la observada a lo largo del primer año del gobierno peñista.
El inesperado despeñadero registrado por el producto interno bruto (PIB) durante el primer trimestre de 2014 dejó otra vez desorientados, fuera de juego, a quienes esperaban un mejor desempeño productivo. Luego del primer año amargo del retorno al gobierno de los priístas, guiados de la mano por los tortuosos senderos económicos, en búsqueda del crecimiento alto y sostenido extraviado desde 1982, por su novel experto versado en la cábala de la llamada “tradición de Chicago”, forjado en los sótanos del Instituto Tecnológico Autónomo de México, el taller aborigen de los monetaristas, y pulido en el Tecnológico de Massachusetts, uno de los santuarios flemáticos de los idólatras del “mercado libre” y su fantasiosa “mano invisible” que, según dicen, sola, arregla todo mal económico.
No sólo quedaron perplejos los responsables de la conducción económica: Luis Videgaray, Agustín Carstens y, desde luego, Enrique Peña Nieto. También pasó lo mismo con los analistas del sector privado, emuladores modernos de la Sibila, que, al igual que los planeadores priístas, matan el tiempo tratando de descifrar acertijos económicos, se distraen en el refinado deporte de las predicciones, por medio de sus modelos matemáticos y estadísticos, la programación lineal, la teoría de juegos y otras artes esotéricas. Aunque, por desgracia, reiteradamente, a unos y otros les falla el discernimiento y publicitan desdichados resultados, a menudo sinceramente burlescos. La indómita realidad, que rechaza someterse al dogal de los augurios, se comporta cruelmente con ellos.
Lo anterior lo sabe perfectamente Videgaray, quien lo aprendió a golpes de realidad. Pagó la inocentada de la vieja máxima del ciclo escolar primario: “la letra con sangre entra”.
Los errores en el pronóstico
En 2013, el titular de Hacienda y Crédito Público pregonó a los cuatro vientos que la economía crecería 3.5 por ciento. Una tasa por cierto nada espectacular y digna de alabarse, comparada con la registrada en el último año del calderonismo: 4 por ciento. De por sí, en sentido estricto, era francamente anodina. En sintonía con la mediocridad que ha caracterizado a la evolución económica de México desde que los neoliberales se apoderaron del poder, y cuya tasa media real anual, en 1983-2012, fue de 2.4 por ciento. Algunos justificaron dicho objetivo como parte del costo que tendría que pagarse por el cambio partidario de gobierno. Otros como una expresión de la mesura de la nueva administración, la cual prefería la responsable moderación para no alterar la supuesta estabilidad macroeconómica, en tanto se clarificaba la situación estatal y nacional heredada por el panismo, afianzaba los hilos del poder y armaba su estrategia económica.
Cualesquiera que fueran la razones y ocupados en otros menesteres, como el imponer los ajustes estructurales que provocaron el descuido económico de corto plazo, los peñistas se comportaron igual que los zedillistas en el inicio de su mandato. Como si no pasara nada. Estos últimos nunca se dieron cuenta, o simplemente no hicieron caso del
virus larvado del cataclismo que se avecinaba. Perversamente no impulsaron una estrategia contracíclica contingente. Planearon como si la tarea inmediata fuera administrar la
quimera salinista, próxima a saltar en pedazos. Contribuyeron a desencadenar el desastre de 1994, el cual provocó la eyección de Jaime Serra Puche, esa inquietante
imagen fantasmal que se asoma en el horizonte de Videgaray. Al cabo, en circunstancias azarosas, cualquiera es desechable. Alguien tiene que ser
arrojado a la jauría, para tratar de atemperar el ánimo popular.
Como responsable económico del peñismo, Videgaray no reparó, menospreció, sobreestimó o no le importó la evolución del ciclo económico local y estadunidense (crecimiento-crisis-recesión-estancamiento- recuperación-crisis).
Después de la fase de recuperación y crecimiento de 2003-2006 –la tasa media real fue de 3.4 por ciento–, que siguió a la recesión de 2001-2002 –contracción de 1.2 por ciento–, la economía tendió a desacelerarse, y hacia el segundo trimestre de 2008 entró en un ciclo recesivo, el cual se extendió por 15 meses consecutivos, hasta el primer trimestre de 2009. El derrumbe promedio de la economía fue de 4 por ciento.
Esa recesión fue la segunda más grave registrada después de la Segunda Guerra Mundial del siglo XX. La peor fue la de 1995, cuando la economía se desplomó 6.2 por ciento. Ésta representó el colapso de la fantasía neoliberal salinista y la quiebra del modelo y su imposibilidad por alcanzar el crecimiento sostenido y el bienestar social.
El estancamiento crónico, la expansión mediocre, la polarización social, la pauperización generalizada, la vulnerabilidad y dependencia de la integración estructural subordinada y desigual al capitalismo mundializado, la sobrerreacción interna ante las contingencias externas son partes genéticas del modelo.
Durante las crisis de 1983 y 1986 la caída de la producción fue de 3.5 por ciento y 3.1 por ciento, respectivamente.
Como cualquier recesión, la mexicana de 2008-2009 se caracterizó por la caída de la actividad económica, de la demanda (el consumo y la inversión pública y privada, así como de las exportaciones) y la oferta agregadas (producción e importaciones), el aumento del desempleo y la inflación, y el deterioro de los ingresos reales de la población. Ella fue producto natural del ciclo económico interno. Pero
atada del cuello la economía local a la global, fue arrastrada a un
abismo más profundo por el colapso sistémico de 2008-2009, el cual estalló en las vísceras de los países industrializados, sobre todo los europeos, y se diseminó como la
peste negra por el mundo.
Estos últimos países cayeron en un abismo poco conocido en su tendencia de largo plazo: la depresión. Ése fue un momento de brutales desplomes en los indicadores citados (caídas acumuladas del producto real mayores del 10 por ciento). Alzas violentas del desempleo, la quiebra financiera y productiva, la mortandad masiva de empresas.
La depresión más conocida fue la de 1929, la cual terminó con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Otra fue la japonesa, víctima de la desregulación financiera y de otras medidas neoliberales. Japón se colapsó e inició una depresión en 1990 y pudo ser superada a principios de la siguiente década. Pero el colapso sistémico volvió a arrojarlo a otra depresión. La Unión Europea y la eurozona siguieron ese camino en 2009 y a la fecha no la superan. Varios países de esas regiones como Grecia, España o Italia difícilmente saldrán de ella en la presente década.
Antes tendrán que recorrer otra fase de la depresión: la temida deflación. Es decir, la contracción generalizada y prolongada (técnicamente, alrededor de 1 año o más) de la actividad económica y del nivel de precios de bienes y servicios. Estos últimos varían alrededor del cero por ciento o incluso decrecen. Esa espiral descendente hacia el infierno económico es complicada de vencer. Algunos economistas estiman que estos fenómenos duran más de 3 años. Ese desplome fue deliberadamente acelerado por los neoliberales con el retorno bestial de los hachazos de la austeridad fiscal y la búsqueda del equilibrio presupuestario.
El costo de salvar a quienes provocaron el desastre, en los años salvajes del neoliberalismo global, fue arrojar al sumidero la economía y a millones de personas.
A diferencia de aquellos países, en México la recesión es seguida por lo que los economistas llaman el “efecto de rebote” en el duro piso recesivo: la “reactivación económica”. Por una mejoría lógicamente inercial. Un respiro o varios en forma de “pico” en medio de la zozobra, donde se cubren las demandas postergadas durante el desastre. Una vez cubiertas éstas, y si las alas del gasto público contracíclico permanecen inmóviles o se agitan débilmente, es habitual que la “cresta” se desinfle, la economía retorne a la postración y todo se reduzca a una especie de estertor.
El problema es trascender la temporalidad y consolidar un auge de largo aliento. Pero el crecimiento sostenido por medio de la ampliación del consumo interno, la inversión productiva y las exportaciones, exige el activismo estatal. De su gasto no financiero y de su déficit.
La parte más baja de la recesión se registró en el segundo trimestre de 2009 (-7.9 por ciento). El “pico” más alto en el segundo de 2010 (6.7 por ciento). A partir de ese momento los síntomas de reactivación empezaron a disolverse y se siguió una inalterada tendencia descendente. En el último trimestre de 2012 la tasa de crecimiento fue de 3.4 por ciento. En promedio, en 2010 el ritmo económico fue de 5.1 por ciento y en los dos siguientes de 4 por ciento. Sin embargo, la tasa desestacionalizada del PIB en 2012 fue de 3.7 por ciento (ver gráficas 1 y 2).
El crecimiento sostenido exigía el funcionamiento de los tres “motores”. Pero la demanda interna (consumo e inversión privados) estaba en estado comatoso, debido a los efectos nocivos de la recesión, la pérdida de empleos o la contención salarial. El externo resentía la recesión y la débil recuperación estadunidense. El “motor” del gasto programable del sector público fue apagado lentamente, en nombre del equilibrio presupuestal. En 2009, dicho gasto real fue de 4.7 por ciento contra el 10.9 por ciento de 2008, aunque la inversión directa aumentó 107 por ciento. Para 2010 ambos indicadores crecieron 3.2 por ciento y 4.2 por ciento. En 2012 el primero subió 4.2 por ciento y la inversión, en plena desaceleración, se contrajo 2.2 por ciento. La inversión del gobierno federal cayó 26 por ciento.
En ese contexto de desaceleración se inicia la actual administración federal, que encabeza Enrique Peña.
¿Qué propone el nuevo gobierno para salir del estancamiento y estimular el crecimiento sostenido?
Para el largo plazo propone la estrategia del “efecto placebo”. Lo que los economistas conocen como “expectativas”, asociadas a las reformas neoliberales (la laboral, la fiscal, la energética, las telecomunicaciones). Ellas estimularán las glándulas salivales del capital, en especial con la reprivatización energética. Hacen cuentas alegres con la inversión extranjera directa (IED) esperada a partir de 2015, una vez aprobadas las leyes secundarias, y cuyo monto estimado es del orden de 10 mil millones de dólares anuales adicionales, según Pedro Joaquín Coldwell, titular de Energía. En esa ilusión descansan las expectativas de un crecimiento de 5.2 por ciento para 2017 y 2018.
En promedio anual, entre 1983 y el primer trimestre de 2014, la inversión extranjera directa ha sido de 14 mil millones de dólares. Si se excluyen las reinversiones y las cuentas con la matriz, la nueva inversión es de casi 8 mil millones de dólares. De manera acumulada, la inversión extranjera directa en ese lapso suma 449 mil millones de dólares; 243 mil millones de dólares, el 54 por ciento del total, es nueva.
Sin embargo, el crecimiento medio anual en dicho periodo es de 2.3 por ciento.
Según el gobierno, en el primer trimestre de 2014 la inversión extranjera directa repuntó 17 por ciento, lo que “ilustra de manera clara la confianza que México está despertando en el mundo por su amplio y profundo proceso transformador”.
Extrañamente, la Secretaría de Economía registra un ingreso por 5.8 mil millones de dólares contra 8.1 mil millones de dólares en el primer trimestre de 2013, lo que representa una caída de 28 por ciento. En cambio, la nueva inversión es de 1.8 mil millones de dólares contra 1 mil millones de dólares de hace 1 año, es decir, se eleva en 82 por ciento.
Quizá Ildefonso Guajardo Villarreal, titular de Economía, no le informó bien a la Presidencia.
La confusión, empero, carece de relevancia, pues la “confianza” no redundó en un mayor crecimiento en el primer trimestre de 2014.
¿Cómo logrará contribuir la inversión extranjera directa para más que duplicar el crecimiento hacia el 2017?
Es un misterio cuasi religioso. Según Alicia Bárcena, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, “se ha hecho un mantra decir que la inversión extranjera directa es importante porque va a crear empleo y va a hacer partícipe a la población de los frutos del crecimiento”. Pero su aporte es marginal.
La inversión extranjera directa se ha multiplicado por cuatro veces en América Latina, entre 2003 y 2013, y sólo ha generado el 5 por ciento de los empleos netos. En el caso de México, su participación es de sólo 2.5 por ciento del PIB.
Lo que no es un misterio es que el corto plazo ha sido dejado otra vez a los caprichosos vaivenes de los mercados interno y externo.
En 2013, incluso, la economía fue sometida a las veleidades de la mano presupuestal del secretario Luis Videgaray. Además de la permanente austeridad republicana salarial que mantiene aletargado el “motor” interno.
La meta de crecimiento para ese año fue fijada en 3.5 por ciento.
Hacienda no se “percató” a tiempo del debilitamiento del “motor” estadunidense, cuyo crecimiento declinó de 2.8 por ciento en 2012 a 1.8 por ciento en 2013, con la consecuente declinación de las exportaciones mexicanas hacia ese mercado, las cuales empezaron a caer notoriamente desde febrero de 2012. En 2011 las ventas externas totales crecieron 20 por ciento, las petroleras 38 por ciento y las no petroleras 17 por ciento. En 2012 las primeras se expandieron en 10 por ciento, las petroleras decrecieron 6 por ciento y las últimas aumentaron 11 por ciento (ver gráfica 3).
De cualquier manera, nada podía hacer Hacienda. Sobre todo cuando el 80 por ciento de las exportaciones se orientan hacia ese país y el gobierno no ha ofrecido una solución para reducir esa dependencia o neocoloniajeestructural.
Lo que sí pudo hacer Videgaray fue proponer el empleo del gasto público como instrumento contracíclico.
Sin embargo, programó un presupuesto austero. A tono con el mítico equilibrio fiscal. El gasto programable real del sector público presupuestario aumentó 3 por ciento y del gobierno federal 4.8 por ciento. Fue el menor desde 2011, cuando ambos se incrementaron en 5.6 por ciento y 6.9 por ciento.
Para colmo, casi todo el año Videgaray sometió a la economía a la astringencia, con el retraso en el ejercicio del gasto programable y sus efectos depresivos. El del sector público supera su nivel de 2012 hasta el mes de septiembre. El del gobierno federal hasta diciembre.
La que no se recuperó fue la inversión física directa real del sector público, que en 2013 cayó en 2.4 por ciento, y la del gobierno federal en 9 por ciento, sumándose a su contracción de 2012.
La economía quedó atada de pies y manos.
En calidad de bulto.
¿Descuido de Videgaray por andar como un guerrero en pos de los trofeos de guerra de las reformas? ¿Negligencia? ¿Castigo sádico para obligar al Congreso de la Unión y los gobernadores para que aprobaran los cambios constitucionales requeridos?
A cada pronóstico le llega su amarga dosis de realidad
Cuando Videgaray se dio cuenta de que la economía iba hacia el abismo, lo primero que se le ocurrió no fue cumplir con su tarea: ejercer el presupuesto, sino a dedicarse al deporte de los pronósticos, con patéticos resultados.
En 2013 degradó penosamente cuatro veces su insulsa meta original de crecimiento. Cuatro veces yerra el tiro de su vaticinio (ver gráfica 4). Cada ajuste es un paso hacia el abismo recesivo y de estancamiento. En el último trimestre de 2012 la tasa real anualizada del producto fue de 3.4 por ciento y en el mismo lapso de 2013 de 0.7 por ciento. En promedio, entre marzo y diciembre, la tasa media anual del PIB desestacionalizado fue de 0.8 por ciento.
Al cierre de 2013, la tasa del PIB fue de 1.1 por ciento, 73 por ciento menos que en 2012 (4 por ciento), 69 por ciento por abajo del objetivo programado y arruinado por los propios peñistas.
Como Sibila criollo, Videgaray es una verdadera calamidad.
2014: modificación de los pronósticos de crecimiento
Con el ego vapuleado por la realidad, Videgaray quiso sobreponerse al castigo del naufragio del primer año.
Obsesivo, para 2014 repitió la meta de crecimiento de 3.5 por ciento que se le evaporó de las manos en 2013.
La racionalidad econométrica señala que para llegar a dicha meta la economía debe expandirse en una tasa cercana al 3 por ciento en el primer trimestre. Luego tiene que acelerarse a un ritmo del orden de 3.5 por ciento y 3.8 por ciento en los trimestres subsecuentes para mediar el 3.5 por ciento.
Ese ritmo, además, es necesario para que pueda aspirarse a un crecimiento medio anual real de 3.7 por ciento en 2015-2018, aunque con una tendencia descendente: de un máximo de 3.8 por ciento en 2015 a 3.5 por ciento en 2018. Con las reformas, empero, se estima elevar la tasa a 4.7 por ciento en 2015 a 5.3 por ciento en 2018, con una media de 5 por ciento en el periodo.
En la lógica del programa el consumo privado no cuenta. El alza salarial es fijado en 3.9 por ciento, igual que en 2013. Hasta abril el contractual promedia un aumento de 4.2 por ciento. La inflación es fijada en 3 por ciento.
No obstante, el presupuesto es etiquetado como contracíclico. Se proyecta un aumento de 9.4 por ciento en el gasto público programable real, y un mayor déficit fiscal, que pasaría de 2.4 por ciento del PIB en 2013 a 3.5 por ciento en 2014; de 0.4 por ciento a 1.5 por ciento si se excluyen las inversiones de Petróleos Mexicanos.
Los muchachos de Hacienda madrugaron en la aplicación del dinero. Según sus datos, el programable y de inversión directa del sector público aumentaron 13 por ciento y 50 por ciento, en términos reales, en enero-abril de 2014 con relación al mismo lapso de 2013. Los del gobierno federal lo hicieron en 15 por ciento y 42 por ciento.
Con esos números se esperaba un mejor desempeño económico. Reforzado por la recuperación estadunidense.
En cierto sentido, Hacienda tenía razón. Hasta abril, las exportaciones acumuladas mejoraron 3 por ciento con relación a la tasa de 0.6 por ciento del mismo lapso de 2013. Las no petroleras aumentaron 5.6 por ciento contra 2.2 por ciento, y las manufactureras en 4.8 por ciento contra 0.6 por ciento. En cambio, las petroleras se desplomaron 12 por ciento. Un año antes habían caído 8.2 por ciento.
Pero la mejoría de las exportaciones es pírrica. En enero-abril de 2010 habían crecido 36 por ciento. En 2011, 20 por ciento. En 2012, 10 por ciento. Las ventas externas de 2014 son modestas y poco contribuirán al crecimiento.
Por desgracia, como dice The Economist: el fracaso persigue al presidente Enrique Peña Nieto. “El gobierno de México se parece a uno de los muchos devotos de San Judas, santo patrón de las causas perdidas del país”.
La bola de cristal hacendaria volvió a equivocarse. La realidad resultó más pertinaz que Peña Nieto y Videgaray, y les dio otro estruendoso portazo en el primer trimestre de 2014. Los pronósticos volvieron a fallar. Y a Videgaray las ambiciones presidenciales se le escurren como un pez entre las manos.
El fracaso a menudo requiere una cabeza de turco para calmar la ira popular.
Para el Financial Times y The Economist dejó de ser el ministro de finanzas del año.
Eufórico, a principios de 2014, Videgaray dijo: “Estamos en la dirección correcta”. Y agregó que “la economía crecerá aproximadamente 3.9 por ciento. México se sitúa con un crecimiento por arriba del crecimiento esperado para el resto del mundo, por encima de algunas economías desarrolladas, como son Estados Unidos, Reino Unido o Japón; también de algunos países emergentes, como son Rusia, Sudáfrica o Brasil”.
Sin embargo, la realidad pinchó el optimismo de Peña, Videgaray y demás peñistas.
En el primer trimestre de 2014 la tasa de variación real anual de la serie original del PIB fue de 1.8 por ciento, contra la de 0.6 por ciento del mismo lapso de 2013. Esto indicaría un proceso de reactivación.
Pero la serie corregida por efectos del calendario (elimina las diferencias en los días trabajados para homogeneizar la comparación de periodos similares, la Semana Santa, por ejemplo) arroja una tasa de 0.6 por ciento contra 2.9 por ciento. La serie desestacionalizada (elimina efectos como los climáticos, festividades como las navideñas, las vacaciones o las diferencias mensuales de días) de 0.6 por ciento contra 2.9 por ciento. La serie de tendencia-ciclo (la tendencia de largo plazo y los movimientos regulares alrededor de la tendencia) de 0.7 por ciento contra 2.6 por ciento (ver gráficas 1 y 2).
Según el indicador que se emplee, la tasa alcanzada es menor en 35 por ciento y 77 por ciento a la esperada.
Las tres últimas mediciones no sólo son las peores para un lapso similar desde 2009, cuando el país iniciaba una fase recesiva. Muestran que en lugar de reactivarse, la economía declinó. Se mantuvo estancada en la recesión que le dio la bienvenida al gobierno.
Carlos Capistrán, del Bank of America Merrill Lynch, es aún más preciso:
“Durante la mayor parte del primer trimestre de 2014 México estuvo todavía en recesión. La recesión podría haber empezado en el cuarto trimestre de 2012, lo que significaría que la economía mexicana pudo haber estado en recesión por 6 trimestres. La probabilidad de la recesión se debilita ligeramente (en el segundo trimestre de 2014), pero se mantiene altamente probable en 85 por ciento”.
Los efectos multiplicadores del gasto público no hicieron acto de presencia.
La economía real
Al estupor sigue la gesticulación explicativa. La “gripe” y el “catarrito” de Carstens, o el “ligero atorón” de Vicente Fox y Francisco Gil Díaz, son sustituidas por las versiones de la levedad del ser, zoológicas, astrológicas o jardineras, dignas del realismo tropical, más que de la ciencia económica.
Geográficamente bien orientado, Videgaray sólo ve “coyunturas” y “caminos correctos”. Para él “México está creciendo, no al ritmo que quisiéramos, [pero] la buena noticia es que nos estamos recuperando y que el crecimiento del segundo trimestre será más robusto que el del primero”. Eduardo Sojo, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía ve cangrejos económicos: “la economía casi se está moviendo de manera lateral, está creciendo muy poco, la tendencia es muy baja, se encuentra en un periodo de estancamiento, pero aún no ha caído en una recesión”.
Reciclado a experto en pavimentos, Carstens, del banco central, ve “un bache temporal”, aunque avizora que la “actividad se irá acelerando hacia adelante”. Cauto, empero, por si fuera un agujero negro, Carstens redujo su estimación del crecimiento de 3-4 por ciento a 2.3-3.3 por ciento, y la tasa de referencia (costo de fondeo y de operación de los recursos utilizados por la banca para otorgar créditos preferenciales) de 3.5 por ciento a 3 por ciento.
Prudente, Videgaray baja su cálculo de 3.5 por ciento a 2.7 por ciento. Para alcanzar a ésta, las tasas del PIB de los dos siguientes trimestres deben ser de poco más de 2 y 3 por ciento, y la última cercana a 4 por ciento.
Pero la tasa del segundo trimestre puede ser similar a la del primero.
Versado en jardinería, Ernesto Revilla, de Hacienda, ve “brotes verdes”. Con una visión astrológicamente aguda, Francisco González, del Grupo BBVA, afirma que “los astros se han alineado y hay una gran oportunidad histórica para el país”.
La recesión
Unos dicen que es recesión. Otros que es estancamiento. Algunos agregan que ya se tocó fondo o se sienten decepcionados.
Pero existe un nuevo consenso: el crecimiento vigoroso está descartado y el piso del
agujeroeconómico para 2014 gira en torno a una tasa de 2 por ciento, que promediaría otra de 1.9 por ciento para el primer bienio peñista. Por debajo de la media de 1983-2012: 2.3 por ciento. El crecimiento en lo que resta del sexenio puede reducirse y la meta de 5.3 por ciento para 2018 quizá ya se desvaneció.
El sector privado ha reducido su estimación de empleos formales, de 631 mil a 583 mil, ambas cifras distantes de los 1.3 millones requeridos. Hasta abril pasado, el Instituto Mexicanos del Seguro Social registraba 312 mil nuevos trabajadores contra 286 mil del mismo lapso de 2013. Pero el ritmo de los registros cae. En promedio, en los 4 meses de 2013, fue de 4.1 por ciento. En el mismo lapso de 2014 fue 2.9 por ciento. Los empleos permanentes cayeron de 196 mil a 187 mil. El total de registrados en 2013 fue de 463 mil, cantidad que puede repetirse este año.
Para nutrir el pesimismo, la economía estadunidense se desaceleró en el trimestre de 2014. Aunque su tasa anualizada fue de 2 por ciento contra la de 2 por ciento del mismo lapso del año anterior; con relación al trimestre anterior fue negativa en 0.2 por ciento, la peor desde el primer trimestre de 2011cuando fue de -0.3 por ciento.
Las series de las ventas internas corregidas de los efectos del calendario y desestacionalizadas arrojan signos negativos entre enero y marzo, lo que refleja el deterioro del consumo de la población debido a la inflación y al saqueo sufrido por el Estado por medio de mayores precios e impuestos ver gráfica 5). El recorte de la tasa de referencia del banco central, negativa en términos reales, en poco o nada ayudarán a la mejoría económica, porque el costo del crédito depende de una banca privada voraz.
*Economista