Posted on 28 diciembre, 2010 by Arturo Loría por Arturo Loría
El miércoles primero de diciembre, Joaquín López Dóriga presentó un reportaje en su noticiero en el que se acusaba al periodista de la revista Proceso, Ricardo Ravelo, de haber recibido 50 mil dólares de parte de El Grande para dejar de mencionarlo en sus reportajes en torno al narcotráfico. Aquello sirvió de excusa para que el periodista dejara escapar comentarios en contra de la revista y su manera de hacer periodismo. Esa misma noche, en el programa Tercer Grado, Dóriga, junto con otros periodistas del canal, dedicaron un segmento completo a analizar y criticar al semanario.
Al día siguiente, durante el noticiero matutino, Carlos Loret de Mola tuvo que corregir todo el ataque y análisis que él y el equipo informativo de Televisa habían realizado la noche anterior: las fechas que establecía la televisora no embonaban del todo. De acuerdo con Televisa, la declaración de Villarreal fue videograbada el 4 de noviembre, sin embargo, el capo se refiere a una edición de Proceso publicada 17 días después, el 21 de noviembre. Ante esto, Loret de Mola tuvo que aclarar que la declaración no había sido cuando ellos habían dicho, sino el 24 de noviembre.
Pareció ser entonces que alguien no había hecho bien su tarea, pues tras la corrección de Loret de Mola el tema no se volvió a mencionar en los espacios informativos del canal. En su cuenta de twitter, el periodista yucateco se limitó a decir: “No desviar debate: Televisa no acusó a Proceso; el tema es si se pude citar la declaración de un narco sin pruebas de que dice la verdad”, mientras que López Dóriga en su programa de radio decía: “Televisa no acusa, quien lo hace es Sergio Villarreal, El Grande, quien está en manos de la Procuraduría General de la República”.
Por su parte, el semanario no guardó silencio. A la mañana siguiente de su acusación, mientras Dóriga y Loret de Mola suavizaban el asunto, la agencia de noticias ya tenía en su portal de Internet un comunicado en el que rechazaban categóricamente las afirmaciones de Televisa y establecían su postura: “Proceso (…) denuncia que se trata de una agresión en su contra orquestada por el gobierno de Felipe Calderón en contubernio con Televisa.”
Como era de esperarse, el linchamiento mediático en contra de Proceso generó eco en otros espacios informativos, que publicaron notas en torno al asunto. Lo interesante no era la presencia de este caso en otros medios, sino las posturas tomadas. Los periódicos Reforma (anterior víctima del linchamiento al estilo Televisa) y La Jornada apoyaron de forma discreta al semanario, El Universal se limitó a mencionar el asunto en una de sus columnas de opinión sin inclinarse hacia ningún lado y el diario Milenio amaneció el dos de diciembre con el encabezado: “Difunde Televisa declaración de “El Grande” contra Proceso”, incluyendo sendas imágenes de la declaración ministerial del capo. Al día siguiente, Ciro Gómez Leyva en su columna del mismo rotativo concluye que Proceso “lloriquea y denuncia un complot” que “les dieron una sopa del chocolate que les encanta”.
Esto último no es casualidad, sobre todo, si reparamos en el hecho de que la televisora tuvo que emplear todos los medios a su alcance para corregir el error informativo en el que habían caído y si recordamos que Carlos Marín, director de Milenio, y Ciro Gómez Leyva, colaborador, son parte del “equipo de analistas” de Televisa y del programa Tercer Grado.
En su edición 1779, publicada el cuatro de diciembre y dedicada a la agresión por parte de Televisa (con una portada en la que López Dóriga parecía hacer reverencia al Presidente Calderón bajo el título “A sus órdenes, Señor”), Rafael Rodríguez Castañeda, director de la publicación firmaba una editorial titulada “Los lectores, nuestra fuerza”, en la que dejaba claro que Proceso no se echaría para atrás en su creencia de que el ataque había sido fraguado por el gobierno de Felipe Calderón y que éste había utilizado a Televisa como su arma.
El tema pareció calmarse, hasta que el trece de diciembre, la analista política Denise Dresser publicó en el periódico Reforma un artículo titulado Macartismo televisivo, en el que tomaba prestado el término creado por Jenaro Villamil para desmenuzar las maneras en las que la televisora ataca y desacredita a sus detractores.
Al día siguiente, la señora Dresser recibió una inusual respuesta por parte de la Televisora, que en voz de Manuel Compeán Palacios, Director General Corporativo de Comunicación de Grupo Televisa, en la que negaba el linchamiento mediático, e incluso, la acusasión a Proceso (de acuerdo a Compeán Palacios, fue sólo contra Ravelo la acusasión). La réplica terminaba por negar todas las acusaciones de Dresser (a pesar de haber pruebas de éstas) y por decir que era ella la que estaba linchando a Televisa.
Dresser contestó un día después con tan sólo dos párrafos en los que no flaqueaba su postura: Televisa es “un poder fáctico cuya consolidación entraña un retroceso para el país y sus ciudadanos. De la mano de un gobierno victimizado que lo permite.”
A estas alturas, seguramente el lector de esta columna está mareado por tantos ires y venires, opiniones, desmentidas, aclaraciones, acusaciones, linchamientos, réplicas y conclusiones. Y es precisamente eso lo que nos concierne: en estos ataques informativos, en estas batallas mediáticas ¿Dónde queda el lector? ¿Dónde queda el consumidor de información? ¿No fueron acaso todos estos espacios -Televisa, Proceso, La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, et al.- creados para informar? ¿Dónde está el análisis?
¿Cómo tener una opinión o cómo llegar a la verdad –si es que ésta existe- ante tanto disparo informativo?
Mientras todos estos medios se lanzaban dardos unos contra otros a través de sus pantallas, impresiones y difusiones, en Internet, en la blogósfera, en las Redes Sociales, la gente emitía su propia opinión, sus propias conclusiones. Mientras los medios de información libraban su batalla, en el espacio virtual se generaba el auténtico debate.
Lo importante aquí no es si Proceso o Televisa o cualquiera de los medios que decidió entrar en la discusión tiene razón. Lo importante es que una de las principales funciones informativas se llevó a cabo, no en medio de esta batalla, sino en los espacios de la nueva insurgencia.
En Twitter, por ejemplo, se generó una encuesta (que a ningún periódico o espacio radiofónico se le ocurrió, vamos, ni siquiera a este blog) en la que se preguntaba la opinión de los usuarios respecto al tema: 383 apoyaban a Proceso y 17 a Televisa. En este mismo espacio se realizó un análisis de los tweets que incluyeran la etiqueta #Proceso y se concluyó que, de cada 100, quince apoyaban a Televisa, cinco daban crédito a ambas empresas, cinco desconocían la situación y el resto apoyaba al semanario.
No hay que dejar de lado tampoco lo ocurrido aquella semana con la etiqueta #mientocomotelevisa, posicionada como uno de los principales Trending Topics y que tuvo origen en las acusaciones de la Televisora. El hashtag terminó por convertirse en un medio de crítica por parte de los usuarios de la red social hacia la Televisora y las acciones que, como dice Dresser, la han llevado a tener “una marca empañada y una reputación manchada”.
Por supuesto, qué son las 383 personas que apoyaron a Proceso en Twitter o los miles de usuarios que decidieron decir #mientocomotelevisa contra los millones de televidentes que día a día consumen lo que la empresa de medios ofrece. O de qué sirve analizar 100 tweets en un país en el que sólo el 35% de la población tiene acceso a Internet.
Seguramente el Noticiero de López Dóriga o el espacio de Loret de Mola seguirán teniendo audiencias mayores que las redes sociales y la Internet. Pero hay aquí una gran diferencia que está haciendo temblar a los grandes conglomerados y consorcios: no se puede comparar la estructura vertical y oxidada de una televisora con el plano horizontal y democrático que día a día cobra fuerza en el espacio virtual.
Y lo resienten. Si la opinión de Dresser, o en su momento la de Aristegui y Villamil, merecieron desplegados o réplicas impresas, la duda, la opinión, el cuestionamiento o el simple acceso a otra información que los 32.8 millones de mexicanos con acceso a Internet puedan tener está comenzando a generar una pequeña pero muy incómoda comezón en las instituciones categóricas y absolutistas.
No sólo los intentos de Televisa por penetrar la red son muestra de esto, la lamentable reforma a la ley de medios radioeléctricos que aprobó la Asamblea Nacional de Venezuela la semana pasada demuestra que los gobiernos comienzan a temer la libertad (¿y democracia?) que existe en el espacio virtual. Países como Cuba (queriendo acallar voces como la de Yoani Sánchez) o China (que tiene a sus buscadores de información agarrados por la yugular) ya han tomado medidas al respecto.
La insurgencia tiene nuevos espacios. Son pocos, revueltos, complejos y aún sin mucha forma, pero cada día están creciendo y cada día comienzan a incomodar más a los gigantes que se creían inaccesibles e indestructibles. Los pequeños insurgentes virtuales generan pequeñas fisuras reales en estos gigantes.
En este punto del año suena a lugar comun o una cronología de la predestinación decir que en México cada 100 años hay un cambio o una revolución, de haberla, es un hecho que la próxima revolución mexicana será informativa y sus espacios de cambio están justo aquí, donde usted, querido lector, está leyendo esto. Mire a su alrededor.