Distrito Federal– La Iniquidad como el Punto de Partida. En un relato de sus experiencias siberianas post soviéticas, Ian Frazier concluye que Rusia “es un país del que se ha abusado”, de ahí que sea “simultáneamente, tan grande y tan horrible”. A México también se le podría caracterizar de igual manera y explicar su situación actual como resultado de una historia donde sucesivas élites del poder han abusado de manera sistemática de la geografía y la sociedad.
Y esos atropellos sistemáticos han dejado cicatrices obvias: lo que fue la “región más transparente” es ya una inmensa masa urbana, caótica y envuelta por el pesado manto gris de la contaminación, mucho de lo que fue bosque es hoy terreno estéril marcado por las feas grietas de la erosión, aquello que fue un lago o un río vivo ya no existe y es, o un vertedero, o agua muerta. Las deformidades sociales son igualmente obvias: miseria y riquezas extremas lado a lado; a la gran pobreza rural y al brutalismo de amplias zonas urbanas se añade el insulto de barrios “residenciales” con acceso restringido y que, por su riqueza y forma de vida, parecieran otro país. Y está también esa deformidad cultural que forma el contraste entre el discurso político, jurídico, empresarial y religioso con la realidad de la corrupción omnipresente, la impunidad y la prosperidad del crimen organizado.
Hay muchas formas de hacer la crónica de ese gran abuso que es la experiencia secular mexicana, pero un repaso de su historia económica arroja algunas claves de fondo que explican el presente y la mediocridad que se predice para el futuro inmediato: México como una de las economías latinoamericanas menos dinámicas.
El Principio. El México prehispánico no tuvo mucho de idílico. Ahí, en el área maya, por ejemplo, se dio uno de los grandes abusos de la naturaleza y que se pagó con el declive de toda una civilización, (una explicación al respecto se encuentra en: “Collapse: how societies choose to fail or succeed, Viking”, 2005). La forma tan sangrienta en que los aztecas explotaron a los pueblos vasallos explica la ayuda entusiasta que algunos de éstos dieron a Cortés para acabar con el poder de Tenochtitlán. Ahora bien, lo acontecido aquí antes del siglo XVI fue producto de una civilización original que no tuvo otro punto de referencia que ella misma sobre lo correcto o incorrecto en su relación con la naturaleza o con los humanos. Esa perspectiva se transformó a partir de la conquista europea en relación a los patrones sobre lo que era considerado justo o injusto en el arreglo político y social. Y sin embargo, la realidad mexicana en los siglos coloniales siguió siendo esculpida con el cincel de la brutalidad.
Formalmente, la Nueva España fue un reino más del imperio español –como era Nápoles, por ejemplo– pero en la realidad se le trató como una colonia de explotación tanto del hombre como de la naturaleza. El principal límite a esa explotación a la mayoría indígena lo impuso la lógica de la Corona: no se podía llegar al exceso de explotación de los nativos sumisos –como sí ocurrió originalmente en El Caribe– porque entonces la empresa colonial misma perdería su sentido de largo plazo. La economía novohispana fue básicamente rural, pero su corazón estaba en la minería y en una política fiscal diseñada para extraer recursos y enviarlos a España –especialmente en la época borbónica–, recursos que la Corona malgastó en su política del poder europea.
La rebelión iniciada por Hidalgo en 1810, dice Eric Van Young, fue una de las primeras luchas de liberación nacional modernas, una que se desarrolló cuando el colonialismo europeo aún estaba en su etapa expansiva. Sin embargo, el resultado final de esa liberación en poco o nada cambió la situación material de la gran mayoría de los supuestos “mexicanos libres”, (“La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821”, FCE, 2006).
Un historiador económico norteamericano, John Coatsworth, sostiene que fue justamente en el medio siglo que siguió a la independencia, cuando se echaron los cimientos del subdesarrollo mexicano actual. Mientras entre 1810 y 1870 Estados Unidos creció, México decreció. Con la lucha civil y la pérdida de la estabilidad política, la minería se vino abajo, la inseguridad aumentó, se dejó de invertir en capital humano e infraestructura en una geografía de difícil comunicación; el libre comercio de inicios del siglo XIX ahogó a una industria manufacturera en ciernes, que se vio privada de su mercado nacional –que por otra parte era pobre, dada la desigualdad social– y de capital para financiarse y donde el empresario siempre se vio forzado a depender de sus relaciones con el Estado, uno que, por otra parte, fue la imagen misma de la debilidad institucional, (“Coatsworth, Los orígenes del atraso”, Alianza Editorial, 1990).
El abuso principal de México en esta época de invasiones, predominio del localismo y de guerras civiles, puede resumirse como la incapacidad de su dirigencia para aprovechar el tiempo –limitado– para poner en marcha una revolución industrial que, entre otras cosas, hubiera hecho al país menos vulnerable al embate de Europa y Estados Unidos.
En su reciente libro, “Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica”, (México, FCE, 2010), Jaime Ros y Juan Carlos Moreno, trazan y explican los rasgos esenciales de la economía en los dos períodos en que el México independiente pudo realmente desarrollarse: el Porfiriato en el siglo XIX y la etapa postrevolucionaria en el siglo XX, esa que va de la II Guerra Mundial al inicio de los 1980. En el Porfiriato, el restablecimiento del orden político, la aparición de la red ferroviaria, el fortalecimiento institucional que puso fin a las alcabalas, la creación de un sistema bancario moderno y la disminución de los obstáculos para que el Estado obtuviera crédito, desembocaron en treinta años de crecimiento.
La Revolución interrumpió ese proceso, pero a partir de los 1940 se reinició como consecuencia del restablecimiento del orden, de la estabilidad que trajo la reforma agraria cardenista, del financiamiento a la inversión pública y privada, del gasto en infraestructura y formación de capital humano, etcétera. Todo ese proceso tuvo a la producción manufacturera como motor, gracias al proteccionismo. Fue, en términos de Moreno y Ros, “la época dorada de la industrialización”
En los dos períodos de crecimiento económico acelerado y que juntos suman 70 años de dos siglos, los beneficios fueron muy mal distribuidos. Lo “dorado” de ambas época fue apenas para una minoría. La desigualdad social del Porfiriato no era distinta de la que había atestiguado Alexander Von Humboldt al final del período colonial. Y los años alegres del “desarrollo estabilizador” (1956-1970) –los del crecimiento promedio anual del PIB del 6.7%– fueron también los años duros para los pobres captados por Óscar Lewis en “The children of Sánchez”, (Vintage, 1961) en contraste con la gran vida de los nuevos ricos del alemanismo bien retratada por Carlos Fuentes en “La muerte de Artemio Cruz”, (México, FCE, 1962).
En los 1970 el régimen priísta intentó frenar la creciente desigualdad mediante el “desarrollo compartido” pero todo terminó en el desastre económico de la “década perdida” de los 1980 –la del choque externo mayúsculo– y en la entrada de México en el neoliberalismo, es decir, en la disminución del Estado y el avance de un mercado, sobre todo vía el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. El resultado ha sido un sube y baja del PIB -+5.1% en 1990, -6.2% en 1995, +6.6% en 2000, -6.5% en 2009-, una exportación encajonada entre los bienes de alta tecnología que no producimos, los de consumo barato que otros producen aún más barato y su concentración en un mercado norteamericano que crece poco.
En fin, sólo la migración masiva a Estados Unidos, la exportación también masiva de petróleo –nuestro gran recurso natural no renovable– y quizá el dinero de la exportación de drogas, han evitado un mayor aumento de la pobreza, pero no han logrado el prometido tercer ciclo de crecimiento. Por otro lado, la deformidad social persiste y junto a la mayor fortuna familiar del mundo –los Slim– conviven un 47.4% de mexicanos catalogados como pobres, (2008). Además, está el incremento de las actividades del crimen organizado.
En fin, como la rusa, la historia de México es la de un país que ha sido moldeado básicamente por el abuso secular. ¿Cuándo lograremos el punto de inflexión y nos encaminemos por otra ruta? Ojalá sea pronto, lo necesitamos y lo merecemos.
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