Cerramos el año 2010. Para cientos de familias en la frontera este ha sido el peor de todos los que se tenga memoria. Para nosotros, es una tragedia, significa caer hasta el fondo del pozo, quiere decir ahogarse en la oscuridad y agonizar junto a la ciudad que se muere a pedacitos esperando la luz al final del túnel.
Andar, caminar por Juárez, lo que antes era un gozo, ahora es un sacrificio, significa ver los negocios marchitándose en lo que antes eran centros comerciales, es deambular en una economía en franca decadencia, con escenario sombrío que se muestra en relieve cargando con la desesperanza a cuestas, un cuadro apenas digno de alguna novela de Juan Rulfo.
Y la comunidad internacional pone sus ojos en Juárez como lo hicieron en Mogadiscio con la hambruna hace 20 años o en el conflicto Serbia-Montenegro que trajo la muerte de niños y mujeres inocentes y es que aquí también se muere gente injustamente.
El gobierno federal asume las consecuencias, en una responsabilidad virtual que ya cala en el discurso oficial, porque cada vez que se menciona con más cinismo el “daño colateral” y las justificaciones de su irracional proceder no hacen más que ahondar las heridas en una sociedad amorfa, tullida, temerosa, que se consume en su propia soledad por no poder organizarse.
El tejido jurídico se ha quedado entre el papel y la tinta, hace las veces de muro de contención, pero está atomizado y al lado, como medio de coerción, se encuentra un aparato policial corrupto entre los corruptos, sobrado de poder con el inocente y un corderito sin voz frente al criminal.
Así es la vida en Juárez. Sólo en el espejo retrovisor podemos ver la prosperidad y la justicia social que un día llenó las mesas de los hogares juarenses, atrás quedaron las oportunidades de una vida digna, atrás la vida misma, atrás el paraíso.
Y cuando preguntan cómo era Juárez, hablamos como si fuera hace siglos que la ciudad estaba rebosante de alegría; describimos sus calles, sus parques, sus lugares como si no fueran a regresar jamás y los pocos sitios que le sobreviven son un museo de la frontera que se extinguió, las ruinas de lo que las llamas dejaron entre sus entrañas.
Una ciudad de recuerdos y cenizas que nos grita cada mañana una arenga por el futuro, porque la luz está en cada casa que enciende la estufa en la madrugada preparándose para ir a trabajar en la maquila, porque la chispa es el pistón que mueve a cada camión que comienza su trajinar de un lado a otro, la esperanza está en cada estudiante que carga en su mochila sus más valiosos afectos o en el voceador de El Diario que se planta en una esquina a vender la noticia.
Aquí está Juárez de pie. En el 2010 perdimos una batalla contra la tozudez de la Federación, pero ahora, en el sabio ciclo del tiempo que nos permite volver a empezar, estamos por dar el primer paso de la reconstrucción, de la regeneración de valores.
La historia nos ofrece la oportunidad de cambiar el rumbo de esta comunidad que se resiste al fracaso. Para comenzar pongamos en primer lugar de nuestras metas para el 2011 con letra grande y frondosa: “Salvar a Juárez”. Luego hagámoslo.
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