domingo, 2 de diciembre de 2018

Los zócalos de AMLO y Salinas: La confrontación que corre paralela

Álvaro Delgado
Así lució el Zócalo capitalino durante la tarde del 1 de diciembre. Foto: Alejandro Saldívar

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Es primero de diciembre y la capital amanece plomiza, con el Zócalo poblado de militares, que escoltan el recorrido del nuevo presidente de México desde el Congreso hasta Palacio Nacional, en medio de un encendido repudio al fraude electoral y la captura de ciudadanos que son llevados a la prisión militar para ser torturados.
Así asumió el poder Carlos Salinas, en 1988, justo cuando a mil kilómetros de distancia, en Tabasco, otro fraude electoral se consumaba, como el cometido contra Cuauhtémoc Cárdenas, contra un personaje que tres décadas después, hoy sábado 1, es investido como presidente con un respaldo popular sin precedente: Andrés Manuel López Obrador.
El contraste con Salinas es elocuente: En el Zócalo, soleado, este primer sábado de diciembre no hay tropa —la que hay es discreta, de civil— y la muchedumbre se apodera, festiva, de la principal plaza del país, que corona un proceso que sepulta —o eso pretende— la larga noche del neoliberalismo, esa “calamidad”, como la define López Obrador y de la que es arquitecto el expresidente que emprendió una matazón, ya olvidada por algunos, contra la oposición de izquierda.
El presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino. Foto: Eduardo Miranda
El presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino. Foto: Eduardo Miranda

Esta mañana de sábado se va colmando con lentitud el Zócalo mientras por las pantallas gigantes se trasmite el recorrido de López Obrador de su casa a la ceremonia de toma de posesión, que concita la ovación en cada puya de su insólito e implacable discurso contra el modelo neoliberal que prohijó —acusa— “la más inmunda corrupción pública y privada”.
Si algún contraste existe entre López Obrador y Salinas es la corrupción, cuyo primer compromiso es desterrarla en el sexenio que inicia: “El gobierno ya no será un simple facilitador para el saqueo”.
Mientas en San Lázaro fluye el cambio de poderes, con un Enrique Peña Nieto que soporta la andanada, en la Plaza de la Constitución la fiesta es al modo de cada quien: Bailando sin música, que iniciará más tarde, tomándose fotos, mirando los arreglos navideños de los edificios aledaños, de los que ya cuelga la identidad gráfica del nuevo gobierno, comiendo antojitos y comprando afiches de López Obrador, la figura que llega al poder después de seis campañas: Dos en Tabasco, la tercera triunfadora para jefe de gobierno, y otras tres para llegar a la Presidencia.
Se tardó, pero llegó: Aunque su inicio como dirigente social se inicia en 1978, como joven funcionario en las comunidades indígenas de Tabasco, es en 1988 cuando despunta su liderazgo, exactamente cuando el fraude de Salinas.
Y es por eso que la trayectoria política de López Obrador corre paralela a su confrontación con Salinas de Gortari: Desde su renuncia al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1988, hasta su victoria, el 1 de julio de 2018.
El origen del pleito fue la decisión de López Obrador de aceptar ser el candidato a gobernador de Tabasco por el Frente Democrático Nacional (FDN), a invitación de Cárdenas, una rebelión perfilada desde la campaña presidencial de ese año.
Clara Jusidman, jefa de López Obrador en el Instituto Nacional del Consumidor (Imco) entre 1984 y 1988, fue testigo del origen de esta confrontación, con una breve charla que tuvo con Salinas como candidato, cuando se reunió con él para entregarle un estudio sobre alimentación para su campaña.
–¿Y Andrés, ¿cómo va? –exploró Salinas, sabiendo de la relación de ella con López Obrador.
–Ahí va –le respondió Jusidman.
–¡Pues no va! –devolvió Salinas, contundente.
Y es que, al aceptar ser candidato a gobernador de Tabasco contra el PRI, López Obrador desafiaba al régimen, evoca Jusidman: “Salinas le tomó un coraje terrible, porque se le salió de las manos. Fue eso: Se salió de su control. Lo traicionó más que nada. No es que hayan tenido una relación personal, sino simplemente se fue”.
Jusidman, quien fue subsecretaria de Pesca en el gobierno de Salinas y luego secretaria de Desarrollo Social en el gobierno de Cárdenas en la Ciudad de México, designó a López Obrador director de Organización del Inco, en 1984, a recomendación de Ignacio Ovalle Fernández, ahora encargado del programa de alimentación del nuevo gobierno.
“El pueblo unido, jamás será vencido”, entona en el Zócalo la Banda de Tlaxiaco, Oaxaca, cuando López Obrador ya ha llegado al Palacio Nacional y ofrece un almuerzo a los visitantes extranjeros.
Desde el templete, diseñado por artesanos de Tlaxcala con 40 mil hojas de totonoxtle, que es la hoja de maíz, dirigirá más tarde López Obrador su segundo discurso del día, después de recibir el bastón de mando de los pueblos originarios de México.
Es un discurso largo, larguísimo, que detalla las cien acciones y programas que implementará en su sexenio, aunque se comenzarán a aplicar desde ya.
El objetivo de su gobierno es inequívoco: “la purificación de la vida pública de México”.
Ante la muchedumbre, que para las seis de la tarde desborda el Zócalo, López Obrador se percibe dueño del escenario y del poder, como lo demostró también en el Congreso, donde asumió un compromiso moral de enorme dimensión: “No tengo derecho a fallar”.
Eso sí, como lo ha hecho en otros momentos —en el desafuero de 2005 y en la elección de 2006—, clama el acompañamiento: “No me dejen solo”.
Sobre todo ahora que, con todas sus letras, ha ofuscado a sus enemigos, los súbditos del neoliberalismo que le darán batalla. “Sin ustedes los conservadores me avasallarían, pero con ustedes me van a hacer lo que el viento a Juárez”, dice en referencia a Benito, uno de sus próceres.
Termina López Obrador y la fiesta continúa, con mexicanos apoderados del Zócalo, en un contraste inaudito con la “parada militar” de hace exactamente tres décadas, cuando Salinas tomó posesión, algo no visto en el México posrevolucionario.
La tropa tomó el control de todo el Centro Histórico y reprimió todas las manifestaciones fuera de San Lázaro y las aisladas que llegaron desde San Lázaro. A quienes prendieron fuego a monigotes, la tropa los expulsó con violencia.
Pero hubo algo peor: La Policía Militar, vestida de civil, capturó a quien quiso y a decenas de personas las trasladó en vehículos al Campo Militar Número Uno.
En las mazmorras de la prisión militar, vendados de los ojos, los detenidos fueron golpeados, desnudados e interrogados bajo amenaza de muerte.
Algunos padecieron, además, simulacro de fusilamiento: La pistola colocada en la sien y el sonido del martillo del arma sin balas.
Al final, tras horas de tortura, a unos los arrojaron en parajes solitarios de la Ciudad de México. Pero la hostilidad de Salinas escaló al asesinato de más de 500 luchadoras sociales, mientras se consolidaba el cogobierno con el PAN, hermanados en el modelo neoliberal.
Hace 24 años, cuando el sexenio de Salinas llegaba a su fin, en 1994, la toma de posesión de Ernesto Zedillo fue también sin fiesta, mientras en Tabasco se repetía el fraude, ahora con Roberto Madrazo, alfil de Salinas.
Y en el 2000, cuando López Obrador asumió la jefatura de gobierno de la capital, en el Zócalo tampoco hubo fiesta por la presidencia de Vicente Fox.
En 2006, no hubo festejo popular. La fiesta, con botellas de champaña, fue detrás de muros y soldados.
Y hace seis, con Peña, sobrevino la represión inaudita por los reclamos de la elección comprada. Mal inicio y peor terminó.
Pero hoy, en el Zócalo, otro era el ambiente, con la fiesta de viejos y jóvenes —muchos jóvenes, mujeres y hombres—, bailando, llorando, gozando que por fin acabó, según López Obrador, la “larga noche del neoliberalismo” destructor…

En las inmediaciones de San Lázaro se vivió la cara opuesta de hace seis años

Reunión festiva e irreverente
En 2012 era una fortaleza inexpugnable
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▲ La gente se apostó en la calle Pino Suárez –donde sí se colocaron vallas– para ver pasar el contingente.Foto Carlos Ramos Mamahua
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▲ Durante su trayecto a Palacio Nacional, en Fray Servando Teresa de Mier, personas a pie y ciclistas se acercaron al auto que lo transportaba.Foto Carlos Ramos Mamahua
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de diciembre de 2018, p. 9
Apenas pasadas las 11 de la mañana, Andrés Manuel López Obrador llega al Palacio Legislativo en su Jetta blanco, todavía como presidente electo. Al percatarse de su arribo, el millar de personas que espera frente al recinto, sobre avenida Congreso de la Unión, al otro lado de las vías del Metro, grita en coro la consigna que nació en 2006, días de derrota, ahora con entusiasmo renovado: Es un honor estar con Obrador, alternando con ¡pre-si-den-te, pre-si-den-te!
La aclamación contrasta con el recibimiento que dan al aún presidente Enrique Peña Nieto, que cinco minutos antes ha llegado, acompañado de su esposa, Angélica Rivera. Mientras la pareja desciende de su camioneta, le cae encima un alud de insultos, reclamos y mentadas de madre. El más suave es corrupto. Muchos otros improperios parecen venir de la boca malhablada de Paco Ignacio Taibo II. No hay nada que los escoltas puedan hacer para guarecerlos del encono. Y ya encarrerados, se siguen contra el PRI, el PAN, Televisa, el PRD. Del enojo a la chunga: Guan, tu, tri, guan, tu, tri, chingue a su madre el PRI. Y de reversa: Tri, tu, guan, tri, tu, guan, chingue a su madre el PAN.
Dentro del Palacio Legislativo, López Obrador refrenda promesas, lanza puyas, evoca agravios. Afuera, sus seguidores forman grupos alrededor de quienes siguen la ceremonia en sus celulares. Una trabajadora del servicio de limpia mejor se cuelga un radio al cuello. Hay jóvenes, hay ancianos, hay gente de aspecto humilde y, también, personas cuya vestimenta revela una posición económica solvente. Unos escuchan con atención, aplauden, comentan. Otros echan porras, corean consignas, festejan los giros coloquiales de su líder: ...me canso, ganso.
Adelitas y pejitos
Un ex policía de 79 años que viene desde Texcoco agradece poder ser testigo de este momento. Más allá, una mujer madura disfrazada de soldadera se pasea con una bandera de México. Se llama Carolina, viene de Ixtapaluca y, presume, forma parte de las 10 mil Adelitas que desde hace 10 años han acompañado a AMLO en sus recorridos por todo el país. Está radiante, como Rafael González, el vendedor de pejitos, muñecos de peluche con rostro de López Obrador. Su felicidad no es sólo porque su candidato ya es presidente del país, sino porque casi se le terminan los 80 muñecos que trajo a vender, a 150 pesos cada uno. Si los termina, regresará a su casa, en la colonia Moctezuma, con 12 mil pesos en la bolsa.
Frente a esa reunión festiva e irreverente viene el recuerdo de seis años atrás, cuando asumió la presidencia Peña Nieto y el Palacio Legislativo era una fortaleza inexpugnable, rodeada de granaderos que apalearon, gasearon y detuvieron a quienes protestaban contra lo que consideraban unas elecciones inequitativas y amañadas. Hoy es diferente. Sí se ven policías y agentes de seguridad nerviosos y expectantes, que resguardan el camino por el que López Obrador tomará camino hacia el Zócalo cuando concluya la solemne ceremonia en el Palacio Legislativo. Pero nada que ver con aquella tarde en la que los gases lacrimógenos dispersaban a la multitud inconforme.
El recorrido tampoco tuvo que ver con lo que algunos preveían: un despliegue de acarreados, toneladas de confeti y euforia artificial, como en esos rituales multitudinarios que se armaban en torno al presidente en turno, como cuando Carlos Salinas de Gortari tomó posesión, en el ya lejano 1988. Nada que ver.
Saludo ya como Presidente
A las 13:02 horas sale López Obrador. Ve y escucha a la gente que lo aclama al otro lado de las vías del Metro. Saluda, sonríe. Peje en el agua, es su primer contacto con sus seguidores ya como presidente constitucional. Enseguida aborda de nuevo su Jetta blanco y se encamina hacia el Zócalo. Toma por avenida Congreso de la Unión y dobla a la derecha sobre Fray Servando Teresa de Mier. Saca la mano por la ventanilla del automóvil y saluda a la multitud que flanquea su paso. Pasa rápido. Algunos distraídos lo lamentan: ¿A poco ya pasó, ni lo vi. No hay problema. Lo alcanzarán en el Zócalo, que hacia las dos de la tarde ya se encuentra casi lleno.
Así transcurren, ya formalmente, las primeras horas de la llamada Cuarta Transformación.

FIN DE LA TECNOCRACIA-Helguera