sábado, 19 de diciembre de 2015

Podemos (o cómo cambiar a un país en dos años)

Podemos (o cómo cambiar a un país en dos años) |Crónica

Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)
  • Este crónica fue financiada por Polemón. Apóyanos, para seguir haciendo eso que nos gusta: periodismo.
Primera parte

I

Madrid, marzo de 2015. Cuando salí del metro hacía frío. Llevaba suéter y chamarra, unos guantes negros, una bufanda negra, y un gorro también negro. Madrid, Puerta del Sol, el “kilómetro cero de España”. Maldito frío. ¿A cuántos grados estaremos?
Yo venía de un viaje de más de 15 horas. Salida de Guadalajara, llegada a la Ciudad de México, salida de la Ciudad de México, asiento incómodo, poca plática con el de al lado y mucha pantalla (sí, la dictadura de la pantalla, la del celular, la de la tableta la de la computadora, la del asiento de enfrente…), escaso sueño, aeropuerto, Metro, Puerta del Sol.
Las siete de la mañana y poca actividad. Casi nadie caminando por las calles. El hostal donde reservé estaba a dos cuadras de “Sol”. Caminé a él. El mensaje en la puerta era contundente: “se atiende a partir de las nueve de la mañana”. No quedaba más que esperar. Enfrente, un único café abierto a esas horas. Me dirigí a él, a ese típico café estadounidense marca Dunkin en el centro de Madrid.
Dos horas después subí mi maleta al tercer piso del edificio donde se ubica el hostal. Abrió la puerta un tipo con acento argentino que no era argentino, sino uruguayo. Palabras de presentación. Después preguntas fáciles, típicas, de ésas de turista: “¿Y vienes de vacaciones?”. “No, de trabajo”. Preguntó más. Respondí más.
Le dije que estaba buscando información sobre Podemos y los líderes de esta organización política. Su rostro amable se transformó y me dijo, bajando la voz, como quien quiere que nadie escuche eso de que se habla: “Si gana Pablo Iglesias, vamos a estar como en Venezuela. O peor”.
Sus palabras me dejaron un poco atónito. “¿Y cómo está Venezuela?”, le respondí-pregunté. “¿No has visto en la tele. Pura pobreza y mucha gente muerta, autoritarismo, dictadura, y todo por culpa de Chávez y de Maduro”. Traté de no contradecirlo: que se explayara. Me dijo que los de Pablo Iglesias harían cosas peores aquí en España de las que había hecho Chávez en todo Sudamérica.
Después de alrededor de diez minutos se acabaron sus palabras sobre la situación política de España y me comenzó a contar que está haciendo una novela sobre Georgia, la ex República Soviética, pues a él, casado dos veces con dos georgianas, lo acusaron de brujería allá, en ese país: “puras mentiras que me inventaron”, me dijo con tono serio.
El palacio de Vistalegre de Madrid durate la asamblea fundacional de Podemos. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
El palacio de Vistalegre de Madrid durate la asamblea fundacional de Podemos. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr

II

Llegué a la calle Zurita después de haberme perdido más de una hora. Llevaba un mapa turístico, pero aún así, no encontraba la arteria señalada. Y es que cuando daba vuelta en una calle, veía otra que no estaba en el mapa, y ahí comenzaba un periplo que no me llevaba a donde quería ir.
Quizás es que fuera el sueño que me faltaba. O el frío que afectaba mi cerebro crecido y adaptado al clima de un país tropical. El caso es que por más que la buscaba, la mentada calle Zurita no aparecía. Bajé a la estación de Atocha, subí al Museo Reina Sofía, caminé, busqué. ¿Dónde estaba la calle Zurita?
Después de más de una hora y media, llegué, y estaba cerrada la oficina de Podemos que se señalaba en su página web. Era normal: un domingo no suele ser de abrir oficinas de partidos políticos. Me puse enfrente y encendí un cigarrillo. Hacía frío. Maldito frío.
Cinco minutos después, observé a unas treinta personas que, juntas, se acercaban en dirección al lugar donde yo me encontraba. Hablaban de “las municipales” y de cosas que me pareció tenían que ver con política. Yo no me moví. Aspiré el humo del cigarro que traía en la boca.
Un joven, de no más de 30 años, se agachó para abrir la cortina que cerraba la oficina de Podemos. Las personas que llegaron con él, nada más quedar descubierta la entrada (y abierta la puerta), ingresaron al local.
Raudo, pregunté de qué se trataba esa reunión y si podía estar ahí. Me dijeron que era una junta del Círculo de Lavapiés, y que claro que podía estar, que aunque en el hipotético caso (que no era el caso, me lo hicieron saber muy claramente) de que no quisieran ellos que estuviera yo ahí, no me lo podían impedir, porque los círculos son abiertos y entra quien lo desea, sin importar raza, orientación sexual, nacionalidad, aspecto, etcétera, etcétera, etcétera.
La oficina de Podemos en Zurita es pequeñita. Cuatro escritorios un poco desvencijados, varias sillas, y muchas cajas. En las paredes, fotos de asambleas y mítines. En muchas aparecen los líderes más visibles de Podemos, como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón. Además de imágenes de mucha otra gente, sentada, parada, en un pódium, riendo, analizando hojas, etcétera.
Los círculos Podemos son espacios asamblearios donde la gente se reúne y plantea ideas. Es un nivel de organización que corresponde a lo que vulgarmente se conoce como “bases”. Sin embargo, es algo más, y también, algo complejo.
Podemos en Madrid. Foto: Jorge Gómez Naredo
Simpatizantes de Podemos en Madrid. Foto: Jorge Gómez Naredo
Me senté en una silla y solamente escuché lo que pasaba ahí enfrente de mí. Se hablaba de comisiones, es decir, de gente del círculo que se reunía, además de ese día domingo, durante la semana para trabajar en asuntos específicos. Había quejas: que no funcionaban bien las comisiones, que había quien trabajaba más y quien trabajaba menos. Se pronunciaron llamamientos a que fuera mejor el funcionamiento de las comisiones.
Un tema estaba agendado para discutir ese domingo 22 de febrero de 2015: el documento de validación del círculo. Se analizó la redacción del documento, punto por punto. Hubo discusión. La gente hablaba y de repente a mis oídos llegaron conceptos como “ciudadanía”, “activismo”, “decisiones”, “formas de decisión”, “legitimidad”.
También se habló de los medios “telemáticos” y de cómo debían funcionar. Se dijo que había que conseguir el “empoderamiento” de la gente. Se discutía, se levantaba un poco la voz. Pero todos trataban de ser ordenados. Una chica se encargaba de coordinar la reunión, dar la palabra a quien la pidiera y especificar que la alocución debía ser lo más breve posible. Algunos querían “matizar” el comentario de alguien que acababa de hablar, y quien acababa de hablar y era matizado en su argumento, buscaba a su vez matizar el matiz del otro. A veces hablaba mucha gente al mismo tiempo, y todos, o casi todos, después de hablar y gritar juntos, llamaban, también todos juntos, al orden.
En esa discusión era evidente que había los que estaban a favor y los que estaban en contra, los que tenían observaciones y los que no. No era un misterio que estaba enfrente de gente con tendencias ideológicas y posiciones políticas más o menos disímiles. Pero había un diálogo, y eso era bien interesante. Y a pesar de todo, se llegaba a acuerdos. Al menos así me lo pareció.
Podemos en Madrid. Foto: Jorge Gómez Naredo
Podemos en Madrid. Foto: Jorge Gómez Naredo
La reunión se intensificó. Hubo quien pidió la palabra y dijo que los círculos eran espacios, más que de discusión, de acción y de decisiones. Y que desgraciadamentehabían perdido cierta fuerza en aras de convertir a Podemos en una maquinaria electoral. Alguien dijo, me quedó bien clarito en la mente y en la libreta donde anotaba todo lo que podía anotar mi mano aterida por el frío: “tenemos que tomar las instituciones, pero no dejar las bases”.
La gente hablaba. Discutía. Se escuchaba. Eso era muy de tomar en cuenta: cada uno oía al otro, le prestaba atención, se notaba que había interés en eso que decía el que, en ese círculo, era un igual. Un hombre se levantó cuando le tocó la palabra, y dijo, muy lleno de dotes de histrión: “hay que establecer una metodología del trabajo”. Algunos sonrieron. Una chica aplaudió, y cuando miró que nadie aplaudía, sonrió también.
La reunión del Círculo de Lavapiés concluyó a eso de las nueve de la noche. Yo tenía frío. Los pies se me congelaban. Ernesto, el chico que abrió la cortina de la oficina de Podemos en el barrio de Lavapiés, me dijo que “acostumbran”, al concluir las reuniones, a ir a tomar unas cañas. Con gusto acepté acompañarlos. Caminamos dos cuadras y estuvimos parados en la barra de un bar tomando unas cervezas.
Hablamos de América Latina, de Podemos, de la parte de los universitarios de Podemos que eran muy duchos para eso de la comunicación, y de la raigambre de bases que estaba metida en Izquierda Anticapitalista, un partido que fue fundador de Podemos. La charla se alargó. Yo estaba cansado: eso de viajar quince horas y después hacer una caminata inmensa y pasarme tres horas y medio escuchando discusiones sobre ciudadanía y poder popular me había dejado, digamos, agotado. Me despedí.
Cuando salí y caminé rumbo al hostal donde me hospedé, el frío se había ido de mi cuerpo. Seguro fueron las cervezas. O la discusión sobre eso del poder de la gente.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, observa las intervenciones en la asamblea fundacional del partido, junto a Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón y Carolina Bescansa. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, observa las intervenciones en la asamblea fundacional del partido, junto a Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón y Carolina Bescansa. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr

III

Si tuviéramos que tener una fecha para la fundación de Podemos, tendríamos que establecer el 17 de enero de 2014. Fue en el Teatro del Barrio de Lavapiés, y en una reunión se pidieron firmas para apoyar un proyecto político que pretendía contender para obtener escaños en el parlamento europeo.
Esta idea-iniciativa no surgió de la nada. En realidad el germen (si así lo podemos llamar) de Podemos estaba ya desde las multitudinarias manifestaciones que convergieron en el llamado 15-M. Fue ahí donde un montón de gente salió a las calles a decirle a la clase política española que no los representaban.
Las protestas asociadas al 15-M tuvieron un eco más allá de España. Que jóvenes y no tan jóvenes dijeran a los que gobernaban que no estaban de acuerdo en la forma en que gobernaban, por supuesto que no era cosa baladí. Sin embargo, toda la oleada de manifestaciones continuaban sin tener un asidero de transformación vía institucional. Es decir, en el 15-M no se planeó asaltar a las instituciones, tomarlas, transformar desde ahí lo que había abajo. Quizá algunos lo plantearon, pero no fueron mayoría.
Manifestación "Democracia Real Ya" Madrid 15 mayo 2011. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
Manifestación “Democracia Real Ya” Madrid 15 mayo 2011. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
Casi tres años después de la irrupción del 15-M, en un documento publicado por varias personas en el diario electrónico Público, el 14 de enero de 2014, que llevó por título, “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”, se planteaba que ante la carencia de representatividad de los partidos políticos existentes, había que hacer algo en las elecciones para elegir a eurodiputados, las cuales se celebrarían el 25 de mayo de 2014.
El documento especificaba:
Sólo de la ciudadanía puede venir la solución, como han venido la protección del empleo, la defensa de las familias frenando desahucios o la garantía de los servicios públicos, pequeñas pero significativas victorias. La movilización popular, la desobediencia civil y la confianza en nuestras propias fuerzas son imprescindibles, pero también lo es forjar llaves para abrir las puertas que hoy quieren cerrarnos: hacer llegar a las instituciones la voz y las demandas de esa mayoría social que ya no se reconoce en esta UE ni en un régimen corrupto sin regeneración posible”.
Y se agregaba:
“quienes firmamos este manifiesto estamos convencid@s de que es el momento de dar un paso adelante y de que dándolo nos vamos a encontrar much@s más. Los de arriba nos dicen que no se puede hacer nada más que resignarse y, como mucho, elegir entre los colores de siempre. Nosotros pensamos que no es tiempo de renuncias sino de mover ficha y sumar, ofreciendo herramientas a la indignación y el deseo de cambio. En las calles se repite insistentemente ‘Sí se puede’. Nosotras y nosotros decimos: ‘Podemos’”.
De este manifiesto nació Podemos: una opción a la indignación que hasta ese momento no tenía vías para tomar las instituciones. La primera escala era presentarse a las elecciones para elegir a Eurodiputados, y mirar qué pasaba, cómo era recibida la propuesta por la gente, por el pueblo.
Y la respuesta fue inmediata y alentadora. En pocas horas se reunieron las firmas que quienes encabezaban la propuesta se habían puesto como meta. Además, se planteó un requisito importante para echar a andar las candidaturas: quienes fueron a ocuparlas, debían ser elegidos de forma abierta (vía voto web) por los simpatizantes de Podemos. Esto es: la elección de los candidatos recaería en la gente, no en un grupo de poder ni en una cúpula.
En la presentación de Podemos, Teresa Rodríguez, una de las andaluzas más bellas que ha visto el orbe, mencionó: “Hoy hacemos un llamamiento a la gente que lucha a dar un golpe en la mesa, a mover ficha y a mover el propio tablero sobre el que nos hacen jugar. Disputarles las calles, donde están incómodos, y disputarles también sus lugares de poder, como las instituciones”.
Teresa Rodríguez. Foto: Pablo Batalla Cueto/Flickr
Teresa Rodríguez. Foto: Pablo Batalla Cueto/Flickr
El profesor universitario y presentador de varias tertulias de corte político, Pablo Iglesias, ya desde ese momento era la figura mediática de Podemos.
Se dijo en la presentación que la intención no era dividir a los grupos de izquierda. Al contrario, la iniciativa era abierta, y quien quisiera podía presentarse para obtener un lugar en la lista que se votaría en las elecciones para el parlamento europeo.
Ahora bien, que haya tenido algunas notas, que se haya hecho una página web, y que varios artistas y gente de la cultura hubieran estad ahí, no garantizaba, en lo absoluto, un éxito electoral. Ni siquiera presencia mediática. Sin embargo, Podemos nació con la fuerza de las bases. Ahí estuvo su importancia y su forma de ganar votantes.
Días después de la presentación de la agrupación política nueva, se llamó a que se fundaran círculos. Estos eran asambleas barriales donde la gente se debería reunir para platicar, para decir, para planear. Pablo Iglesias, en un artículo publicado en Público, dio algunas pistas sobre lo que debía ser un círculo:
Un Círculo Podemos es un punto de una red por la unidad, el cambio y la ruptura democrática. Un grupo que comparte que la dramática situación que vivimos sólo se arregla entre todos y con el protagonismo popular y ciudadano: no podemos seguir confiando en quienes nos han traído a esta situación dramática. Es un espacio ciudadano por la unidad para superar el régimen caduco y cambiar una Europa que hoy está al servicio de una minoría privilegiada.
Un Círculo Podemos no es un grupo de apoyo de un partido, tiene total autonomía y en él caben gentes de diferentes sensibilidades y procedencias que no tienen que renunciar a sus militancias o preferencias.
Un Círculo Podemos es un promotor de la unidad y la convergencia en su territorio, centro de trabajo o estudio. No sobra nadie y faltan todos los que estén por la democracia, los derechos humanos y una vida digna para todos. Por desgracia la oligarquía ha hecho de estos principios, que hoy se incumplen, un programa rupturista; el nuestro”.
Circulo de Podemos en Madrid. Foto: Podemos Madrid/Flickr
Circulo de Podemos en Madrid. Foto: Podemos Madrid/Flickr
Los círculos de Podemos permitieron hacer eso que es bien complicado hacer en una organización política: que la gente tuviera peso, que lo que decían los ciudadanos se escuchara, que tuvieran poder de decisión. Los círculos Podemos abrevaron de las asambleas del 15-M, de la tradición de deliberar, de discutir, de decir lo que uno piensa y por dónde se debe ir. Cosa bien complicada.
Pero también los círculos fungieron como un engranaje donde la gente se une con otra gente y posibilita que una opción de cambio sea votada, que la indignación se transforme en sufragios. En menos de cuatro meses, sin dinero para hacer campaña, pero con sagacidad, con bueno uso del espacio cibernético y con la gente que desde abajo hacía y decía, Podemos logró colocarse en la cuarta posición electoral en España: obtuvo un millón 253 mil 837 votos.
La elección de candidatos se hizo de forma abierta: votaron todos los que quisieran hacerlo, es decir, de forma libre, vía internet. Fue una forma de poder de las bases: yo quiero que ella o él sean eurodiputados, y los voto. Así de fácil. Nada de dedazo, nada de cuotas partidistas, nada de arreglos cupulares. La gente decidiendo. La gente haciendo poder.
Además, la plataforma y las propuestas de campaña, también fueron discutidas en los círculos, y de los círculos salieron ideas para los que podían llegar a ser eurodiputados. Esto, sin duda, fue un hecho insólito: que la gente participara, que la gente se adueñara de un proyecto político, que la gente tuviera un espacio para incidir en eso que no había incidido nunca. Digamos que era el poder a la gente.
Un fenómeno electoral: y es que Podemos no era ni siquiera partido. No tenía estructura. No era conocido en los medios de comunicación. Y así, de repente, en unos meses, se colocó en la cuarta posición (electoralmente hablando) respecto a partidos que habían durante más de dos décadas tenido constante presencia mediática, que habían gobernado, que tenían experiencia en eso de movilizar a la gente para que saliera a votar.
Podemos comenzaba a ser un fenómeno. Y a hacer historia. Y en el centro de ello, sin duda, los círculos fungieron como un elemento que posibilitó que la gente apoyara a Podemos. Las bases. Sí, una nueva forma de concebir la política, y todo lo que ello implica.
Pobreza en Madrid. Foto: Oscar F. Hevia/Flickr
Pobreza en Madrid. Foto: Oscar F. Hevia/Flickr

IV

Camino por la Gran Vía y veo a una chica acostada sobre una cobija. Al lado de ella, sus compañeros (o compañeras): dos perros o perras, uno color miel, y otro negro con blanco. Ella duerme. Ellos (o ellas) también. Son las diez de la mañana.
Al lado de ella que duerme, una señora está hincada. Tiene un letrero: “no tengo trabajo, ayúdenme”. Hay una bote donde se ven varios centavos de euros. No más.
Al salir de la estación Atocha, de donde parten veloces y modernos trenes a varias partes de España, hay un señor con una manta. Explica su situación: es obrero, pero no ha encontrado trabajo, y por eso se ve en “la necesidad” de pedir limosina en la calle. Su mensaje es claro y contundente: “Señores, es triste pedir, pero más triste es no tener trabajo y no poder dar de comer a mis hijos. Por eso la situación me obliga a pedir para poder dar de comer a 3 hijos. Ojalá que no pasen por lo que estoy pasando, es duro, pero no me queda otra. Por favor, ayúdenos, que Dios les bendiga. Gracias”.
A finales de la década de los noventas y principios del 2000, España probó las mieles de un estado de bienestar. O algo que se le asemejaba. No es que esto se haya dado así nada más: fue parte de luchas y procesos que costaron lágrimas y sudor. De batallas ganadas y perdidas. Pero se había logrado tener aunque sea un poco de bienestar, un poco de políticas públicas que ayudaban a la gente a vivir mejor.
Sin embargo, desde 2008, las cosas se pusieron mal. Recortes al presupuesto, disminución de lo que se había ganado. Se evidenció que mucha de los préstamos que España había obtenido, si bien es cierto se usaban para infraestructura, también mucho se iba en corrupción. Quedó claro que quienes ganaban, y mucho, eran unos cuantos, y no las mayorías.
Fue entonces que las manifestaciones (especialmente de jóvenes) comenzaron a hacerse más constantes y que surgió el 15-M con su mensaje contundente: “señores, ustedes no nos representan”. Se ponía en duda la democracia representativa.
Juventud en el 15M. Foto: Pablo OE/Flickr
Juventud en el 15M. Foto: Pablo OE/Flickr
Crisis económica, deuda, desempleo, millones que comenzaron que pasaron de ser bien pagados a mal pagados. ¿Qué sucedía? ¿Qué pasaba? ¿Hacia dónde debía uno hacerse?
Los españoles comenzaron a experimentar la pérdida de un estado de bienestar que había probado y que no querían dejar de probar. Porque el estado de bienestar es lo mínimo que una nación puede dar a sus ciudadanos.
Lo peor es que las autoridades, es decir, quienes gobernaban, en lugar de proteger a los ciudadanos, decidieron acatar las medidas que se les imponían desde Europa: más austeridad (castigar a la población en eso es de los programas sociales) y mejor uso de los recursos (ustedes páguenos la deuda).
El 15-M estalló, y de él se desprendieron muchas experiencias. Gente que decidió continuar luchando. No fue una manifestación más, no fue algo simbólico, fue una experiencia para muchos, fue acción que continuó conforme se iba agravando la crisis económica.
Muchos se enteraron del 15-M, y les surgió la veta de protesta: ¿por qué quedarse callados ante las privatizaciones, ante los desalojos de las personas que quitan de sus casas, ante el paro generalizado, ante la carencia de espacios de trabajo dignamente pagados? ¿Por qué quedarse callados ante los abusos policiales cotidianos a inmigrantes?
15M. Foto: Ana Gironés Valdivielso/Flickr
15M. Foto: Ana Gironés Valdivielso/Flickr
El 15-M fue una escuela, una experiencia, y fue algo que mantuvo viva la veta de indignación. A partir de ahí varias organizaciones se formaron. Aparecieron las “mareas”, especie de movimientos sociales que protestaban por cuestiones específicas: educación, medio ambiente, salud, etcétera.
Pero, toda esa fuerza, toda esa energía, aunque intentaba detener algo, aunque lograba detener algo, no pensaba en el cambio desde arriba, en llegar a las instituciones para transformarlas. Es ahí que, después de varios años, surgió Podemos.
Hablo con varios miembros de Podemos. Todos coinciden: Podemos no es el 15-M, pero sin el 15-M Podemos no se puede explicar. Es decir, no hay una relación directa: surge esto, pasa esto otro, y se da Podemos. Son un montón de variables, de coincidencias y de contextos que posibilitan la creación de Podemos.
Sin duda, del 15-M Podemos abreva una veta de asambleísmo importante. La gente discutiendo. La gente dialogando. La gente reunida.
Ahora bien, Podemos tampoco se puede explicar sin una de sus figuras: Pablo Iglesias,un profesor universitario que poco a poco se fue introduciendo en la pantalla de televisión, que ganó espacios que antes eran vedados para la gente de izquierdas, y que a partir de ese prestigio y esa exposición mediática, pudo encabezar un movimiento social y político y electoral.
Podemos es complejidad. Es algo que surgió, que está ahí, y que cimbró y sigue cimbrando a España. No solamente por Pablo Iglesias, sino por la gente: Podemos hizo que muchos, que jamás participaron en eso de la “política”, sean hoy políticos de basecon ganas de cambiar el mundo que desde hace mucho tiempo nadie ha intentado cambiar.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr

V

Francisco es un hombre cincuentón. Pelo canoso. Delgado. Está sentado en uno de los escritorios de las oficinas de Podemos en la calle Zurita. Colabora ahí, y no le pagan. Y se le ve contento. Enfrente tiene una computadora laptop, y es de él. Al lado, un teléfono, que ese sí que es de Podemos. Cuando suena ring ring ring, él, muy amable, siempre contesta: “Podemos, buenos días”. A veces, claro está, contesta, “Podemos, buenas tardes”.
Él se dice, y es una de sus mayores virtudes (lo enfatiza constantemente), un “hombre de acción”. No le interesa participar en “política”, aunque lo esté haciendo. Lo que él hace, como colaborador (y de ello se siente orgulloso) es tener acción. Ha trabajado en organizaciones ciudadanas, como la Cruz Roja, y a lo largo de su vida siempre ha sido así. Y es que él, lo repite, es “más de hacer”.
Tiene claro que un posible triunfo de Podemos no va a solucionar todo. Y lo dice clarito: “Yo pienso que esto es cuestión de todo el mundo. Hay muchas personas que se piensan que Podemos va a solucionar la papeleta, pero esto no cambiará hasta que cada uno de nosotros actúe”.
Su labor en Podemos es hacer de todo. Está en la oficina, contesta el teléfonos, da informes a las personas que quieren acudir a un círculo, que desean donar, que tienen ganas de participar. Él hace de todo: lleva cartas, lleva documentos, acude a los eventos y es parte de la logística, trasmite mensajes, habla, contesta correos, etcétera. Así es Francisco, un hombre de acción.
Mientras conversamos el teléfono suena constantemente. Él siempre contesta. Una de esas llamadas es de una señora, Elvira, de Extremadura, o de Andalucía, o de algún lugar de las comunidades autónomas de España, o quizá de Vizcaya. Tiene, la señora un mensaje claro: “que les den más caña a los corruptos, que le diga a Pablo Iglesias que le hace falta aventar más caña”. Francisco escucha. Menciona que él transmitirá el mensaje. Francisco, sin duda, es un hombre de hacer.
Francisco mueve las manos. Cierra y abre los ojos. Se emociona cuando habla. Me dice que en España hay dinero, pero que está repartido en pocas manos. No se define ni como de centro ni como de derechas ni como de izquierdas, tampoco es un comunista, y aunque está más apegado a la concepción clásica de “ser de izquierdas”, él no se considera de esa corriente. Y me dice porqué está en Podemos: “Tenía claro que no podía votar ni al PP ni al PSOE ni a Izquierda Unida, y vi que Pablo Iglesias estaba metiendo caña. Y aunque yo soy anti-líder, sé que existen los líderes, es algo innato. Y si hay un grupo de personas que ya esta trabajando en algo en lo que yo creo, pues yo me uno a ese grupo”.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en la asamblea fundacional del partido. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en la asamblea fundacional del partido. Foto: Jairo Vargas Martín/Flickr
En Podemos caben muchos, caben casi todos, según he leído en algunos textos que han escrito los liderazgos de Podemos. También es una constante en los discurso de Pablo Iglesias. Lo repite y lo repite y lo repite: “En este cambio [el que busca Podemos] no sobra nadie, vengan de donde vengan”. Y con la pluralidad, uno se encuentra que en Podemos hay, más que de izquierdas, gente indignada con el sistema político que hace de España un bipartidismo casi dictatorial, y ahora lleno de corrupción, o con más corrupción que antes.
Francisco se integró a Podemos una semana antes de las elecciones europeas. Y desde ese momento ha hecho trabajo colaborativo. Sabe que Podemos no la tiene fácil. Muchos lo pintan como diablos macabros que quieren desestabilizar la paz europea, como si Pablo Iglesias se comiera niños en las noches y viejitos por las mañanas. Los ponen a veces como a “demonios”. Y sabe también, lo tiene claro, que si gana Podemos habrá que ser inteligentes, porque ganar no es hacerse de las elecciones, ganar es cambiar algo, es hacer algo por el pueblo, y si gana Podemos, habrá muchos intereses que no quieran que Podamos haga lo que quiere hacer. Es decir, Francisco plantea una situación complicada, pero hay ilusión, y es bueno, y para que la ilusión continúe y tome forma, hay que hacer algo. Sin duda, Francisco es un hombre que actúa, un hombre de hacer.
En el otro escritorio de la oficina hay un voluntario de Podemos que habla con un periodista alemán. Éste es alto (podría bien ser jugador de basquétbol en México), güero, de pelo largo.
Hay barullo mientras Francisco habla de muchas cosas. De repente me suelta, así, muy claro: “Podemos es cosa de la ciudadanía. Cuando gobierne Pablo Iglesias tiene que haber gente que le meta caña a Pablo Iglesias para que no se apoltronen, porque el poder corrompe. Quienes está arriba no está viendo lo que hay abajo”.
También tiene claro lo que un gobierno debe hacer: “Lo que yo le pido a un político es que nos represente y que sea capaz de consensuar, que sea capaz de llegar a acuerdos”, y las implicaciones que eso tiene en este momento: “aunque eso es casi imposible, (llegar a acuerdos) porque es tanta la diferencia que hay de las multinacionales o quienes realmente gobierna, quienes tienen miles de millones que mueven al sitio, a las personas que están suicidándose todos los días porque no son capaces de aguantar la situación, o que mueren por hepatitis porque no tienen los medicamentos. Es tanta la diferencia entre uno y otros que en este momento no sé de qué manera se puede llegar a acuerdos”.
podemos

VI

¿Quiénes son los que conforman el núcleo “universitario” de Podemos? Pablo Iglesias era profesor de la Universidad Complutense de Madrid que había participado en varias movilizaciones políticas. Junto con gente como Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón, estudiaron realidades de América Latina.
A principios de la década del 2010, comenzaron a hacer un programa de televisión en una televisora del barrio de Vallecas, al cual le pusieron el nombre de “La Tuerka”. Eso les dio una posibilidad de aprender algo de comunicación, de cómo interactuar con otras posturas políticas, de cómo debatir ante una cámara de televisión.
Era un caso extraño: profesores universitarios en un programa de televisión. Esto les dio una perspectiva mediática. Pablo Iglesias comenzó a aparecer en las tertulias de la mayoría e los canales de televisión: se volvió un personaje visible, conocido. Sus posturas, sus formas de debatir, la fortaleza en sus pensamientos y de sus argumentos, le granjearon simpatías entre los espectadores. Y también invitaciones de las cadenas de televisión.
Cuando surgió Podemos, Pablo Iglesias ya era conocido de la televisión. Luis Giménez, en el libro “Claro que Podemos”, da una explicación del éxito de Pablo Iglesias en los platós de televisión: “Pablo Iglesias es el primer tertuliano que lleva a los debates una impugnación de las élites, un discurso sobre la necesidad de renovación democrática y de oposición a los recortes que muchos ciudadanos quieren escuchar”.
El ser figura mediática, y recoger lo que muchos pensaban (y sentían) sobre la situación política y social española, le dio a Pablo Iglesias una posibilidad de ser el abanderado de una formación que pretendiera no solamente detener algo, no solamente protestar por algo, o lograr algo, sino buscar llegar a las instituciones para transformar el sistema de cosas.
Mikel es vasco y alto, mucho más alto que yo. Él sí tiene barba, no como quien esto escribe. Ha sido desde hace mucho tiempo miembro de Izquierda Anticapitalista, y tiene más de ocho años residiendo en Madrid. Sentado en un bar me explica la conjunción entre “líder” y “bases” que desembocó en la formación de Podemos: “se funda basado en dos patas principales, la gente de la Universidad, relacionada con Pablo Iglesias, y luego una organización política pequeñita, que es Izquierda Anticapitalista”.
Esto es bien interesante, pues por un lado está la vertiente de una estructura discursiva bien elaborada, llevada a cabo por personas que tenía experiencia en la cuestión mediática, y por otro lado, una organización política que, aunque constituida en partido, no había tenido experiencia mayor que la de presentarse a una sola elección. Eso sí, era la base, la gente que se precisaba para hacer una campaña política, sin dinero, en tan sólo cuatro meses.
La mezcla de bases con discurso político y estrategia mediática hizo que Podemos fuera un suceso electoral, y que en pocos meses se colocara como una opción para ganar elecciones y transformar la situación de España. Pero atrás de ello había más, había un contexto de indignación, de medidas que eran mayoritariamente desaprobadas por la población pero aprobadas por los jeques de los partidos políticos tradicionales.
Contexto, propuestas, hipótesis, una mezcla rara de circunstancias y coyunturas que hizo que Podemos, en menos de un año, pasara de ser una “hipótesis”, a ser una cuestión bien real: un partido que puede competir por ganar las elecciones generales en España.