A
l llegar a su cuarta asamblea nacional, Morena, el nuevo partido político, muestra, una cara vigorosa, plural, rebosante de madura juventud. Es, por cualquiera de los ángulos que se le mire, toda una organización ya consolidada. Su existencia es un mentís rotundo a todos aquellos que le predican a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ser destructor de instituciones. Levantar un cuerpo político a partir de su insólito y consistente caminar por la República, en estos tiempos tan turbulentos, es una hazaña digna de ser reconocida sin tapujos. Es, también, innegable alternativa para llegar al poder y con aliento suficiente para gobernar. Sin duda podrá, tal y como se lo propone, iniciar la dura lucha para la transformación del país. Tiene, Morena, los cuadros dirigentes para dar suficientes garantías al electorado que puede atender y cumplir sus mandatos. Y, sobre todo, la militancia de base dispuesta a funcionar como correa de trasmisión entre las necesidades y aspiraciones del pueblo y sus estamentos conductores. El programa que aprobó contiene los indicios y la voluntad de constituir al partido como real opción de izquierda.
Al presentar su Programa Alternativo de Nación, Morena se coloca, por su propio mérito, trabajo e imaginación, a la cabeza de la que será una dura contienda electoral en puerta. Lleva, de salida, la ventaja en las simpatías ciudadanas (medida por repetidas encuestas) y no parece que cederá terreno a los que vienen detrás. Lo que pretende es incrementar, todavía más, sus cualidades comparativas. Morena es, por su mostrada capacidad y completa oferta, la única oportunidad que tiene el votante para interrumpir la onerosa continuidad que ofrece más de lo mismo. El obligado cambio de rumbo, como sustrato de las intenciones ciudadanas, sólo puede, entonces, garantizarlo Morena. Los demás, por su enraizamiento al interior del pasado y la actualidad del país, sólo pueden aspirar a darle una vuelta de tuerca al cuestionado modelo de gobierno vigente.
No todo el momento de Morena transcurre sobre hojuelas. Su crecimiento, notable en cualquier región de México y entre las diversas capas sociales padece un asedio de oportunistas que bien pueden contaminar su nueva imagen ante la sociedad.
Se espera que tanto los militantes como sus dirigentes, puedan absorber dicho fenómeno en curso. Pero la presión ahí está y, al parecer, aumentará en intensidad y número al irse rebelando sus posibilidades de éxito. Esta situación ha dado pábulo a suspicacias y rumores de variada índole. Se usa, al acentuar los ángulos negativos de sus nuevos adherentes para inducir de tramposa e indebida manera, una generalizada contaminación del partido.
Hasta hoy, Morena todavía depende, en buena parte de su operación, de la conducción de su indiscutible líder: AMLO. La misma crítica ha hecho de este suceso el punto neurálgico de ataques y maledicencias. No se quiere aceptar que Morena se ha venido dando un conjunto de reglas que norman su vida interna en preparación de su independencia y futuro. La selección de sus candidatos y dirigentes es, al respecto, un asunto delicado que tiene sensibles aristas. La multiplicidad de las malformaciones que plagan al Partido Revolucionario Institucional, como organismo de larga historia, ha formado un sedimento social de difícil superación y olvido para todos los demás partidos. La crítica mediática, de buena intención o de manera interesada, hace de Morena un vehículo político con dueño. La candidatura de AMLO a la Presidencia por tercera ocasión la tratan de estigmatizar como obligada por autoritaria imposición. La verdad es que se la ha ganado en su largo, esforzado y efectivo transitar por la República. No hay, centro del partido, nadie que pueda o pretenda rivalizar con él. El método para seleccionar su candidatura es legítimo: encarar al electorado de manera directa para exponer su oferta y sujetar, al escrutinio más severo, sus cualidades y limitantes personales.
Este método es, en verdad, una actuación política democrática y moderna.