CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El sexenio de Enrique Peña Nieto parece haber terminado dos años antes de su final. La demagogia del presidente se desvanece a la par de su protagonista. Carente de autoridad y credibilidad, el mandatario se evidencia políticamente acabado. Ya no se le respeta ni se le cree. El rechazo social a su fallido gobierno –incapaz, corrupto y mendaz– es casi unánime. Acaso el único poder que conserva sea el del aparato represivo del Estado y el de influir en la nominación del candidato de su partido para sucederlo en 2018. Además, claro, del poder para moler a México.
El desprestigio acumulado de la actual administración ha hecho explotar la ira ciudadana en redes sociales, calles y carreteras de todo el país tras el gasolinazo. El mandatario remató el agravio con un desafortunado mensaje de año nuevo dedicado a justificar su decisión mediante argumentos falaces y medias verdades, utilizando el lenguaje corporal de un autómata.
Atribuyó la medida al aumento internacional del precio del combustible, pero omitió mencionar que siendo productor de petróleo México importa toda la gasolina que consume debido a la ineficacia y corrupción en Pemex. Mintió al decir que “el gobierno no recibirá ni un centavo más de impuestos por ese incremento”, ocultando la grave crisis en que se encuentran las finanzas públicas del país, verdadero origen del alza. Mañosamente presentó la disyuntiva de suprimir el subsidio a la gasolina o eliminar cuatro meses de servicios del Seguro Social, dos años del programa Prospera o tres años del Seguro Popular, habiendo cancelado antes más de 9 mil millones de pesos en programas de Sedesol (Proceso 2097).
Al igual que los discursos vacuos del mandatario, la puesta en escena llamada Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía de la Familia fue recibida como una afrenta más, como otro engaño. A la usanza del priismo decrépito, los genios de la comunicación gubernamental improvisaron esa farsa con el ingenuo propósito de paliar la indignación nacional a base de generalidades y lugares comunes. Ninguna solución concreta del gobierno ni de sus comparsas, los representantes obreros, campesinos y empresariales. Corporativismo trasnochado e inútil.
El regalo presidencial de año nuevo causará una incontenible inflación, a pesar de la vana promesa de “evitar que el aumento en el precio de las gasolinas sea pretexto para incrementos injustificados en otros productos o servicios”. Como siempre, los más afectados serán los sectores menos favorecidos de la población, incluida la depauperada clase media.
El hartazgo alcanza niveles de alto riesgo. La indignación ciudadana es resultado no sólo de la suspensión del subsidio al combustible sino de la impudicia política desbordada. El derroche de la casta política, salarios y prestaciones desmedidos para la alta burocracia, la falta de transparencia en el gasto de los gobernadores, el endeudamiento sin control, el desfalco del erario, la falta de crecimiento económico y, sobre todo, la corrupción e impunidad reinantes son las marcas intolerables e imborrables del peñanietismo. Si a ello agregamos el aumento de la violencia, no es remoto que al México bronco se sume el México hastiado. Los saqueos, organizados o no, prefiguran el caos.
En medio de esa situación crítica en los ámbitos político, económico y social, México se enfrenta frágil a la amenaza de Donald Trump. Aun antes de su toma de posesión, que será el viernes 20, los embates del nuevo mandatario estadunidense ya han tenido efectos desastrosos sobre la paridad monetaria, la confianza de los inversionistas y la industria automotriz. El magnate fascistoide ha reiterado que la construcción del muro fronterizo será pagada por México, directamente o a través de impuestos, pues será un elemento esencial en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. “México se ha aprovechado de Estados Unidos y eso ya no ocurrirá”, amenazó Trump en su primera conferencia de prensa como presidente electo, el miércoles 11.
En ese contexto poco esperanzador resalta el nombramiento de Luis Videgaray como secretario de Relaciones Exteriores para encabezar la defensa de la dignidad y la soberanía nacionales, los derechos de los migrantes, así como la economía del país. La supuesta cercanía del canciller Videgaray con el yerno y asesor de Trump Jared Kushner no garantiza una rectificación de la política del déspota hacia su vecino del sur. Por el contrario, el temor es que se incremente la sumisión del gobierno mexicano ante el desprecio del imperio. La docilidad expresada por Peña Nieto ante el candidato Trump durante la visita organizada por el aprendiz de diplomático, hoy a cargo de la política exterior del país, no es un buen precedente.
La primera prueba será ver cuál posición prevalece, la de Trump –de que México pagará el muro– o la de Peña Nieto –que lo niega. El cuadragésimo quinto presidente de la máxima potencia mundial parece decidido a imponer, no a negociar, en todos los temas de la compleja agenda bilateral: deportación de indocumentados, tráfico de armas y drogas, comercio, integración productiva. Especialmente sensible para México es el envío de las remesas, que podría ser gravado como medida de presión.
El panorama es sombrío. Concebir el poder como fuente de enriquecimiento personal tiene un alto costo para el país y también para los gobernantes, quienes a cambio de su codicia reciben el desprecio de sus gobernados. Peña Nieto llegó al poder gracias a la complicidad tramposa de las televisoras y burlando la Constitución. Su gestión ha sido la continuación de ese desdén por el estado de derecho, anteponiendo sus intereses particulares a la responsabilidad de gobernar con eficacia y honradez. Faltan dos años. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante la descomposición irrefrenable de su gobierno, señor presidente?