En estos días de serenidad popular, donde todos los compatriotas “debemos estar
contentos” por celebrar los aniversarios tan mencionados, es importante reconocer que los
mexicanos, somos el resultado no necesariamente de luchas emancipadoras, sino más bien de
un levantamiento armado que se cristalizó junto a ciertos tratados que le daban a la patria un
nuevo estatus, un nuevo matiz... “la misma gata pero más revolcada”; como sucede hasta nuestros días.
En el México recién liberado por el colonialismo, existía un clima de incertidumbre por
consolidar la nueva nación; era un “hueso” grandísimo que había que pelear, con demasiados
intereses de por medio. Pero no solo se confrontaban las fuerzas políticas internas, que recién se
consolidaban en ese tiempo, también el fantasma de Estados Unidos y las naciones europeas
que años atrás habían estado saqueando, como en el presente, a América Latina, se disputaban
el botín; en esa lucha se gestaron algunas propuestas para manejar políticamente a la naciente
nación, es en ese aspecto donde se dará énfasis en el presente artículo.
Este escrito no intenta describir el porqué se dio la independencia de México, ni tampoco
el martirizar al indio en su lucha por la emancipación, ni tratar de hacerlos héroes, ni tampoco
hacer ver a los extranjeros como los villanos. Es solo una forma de explicar el proceso de
independencia como uno de los factores para que se diera un proyecto de nación, con sus
propuestas y realidades, y algunas reflexiones sobre el hecho.
En Febrero de 1821, mientras Juan O` Donojù y Agustín Iturbide firmaban los tratados de
paz de la guerra de Independencia en Córdoba, parecía que comenzaba el nacimiento de una
nueva nación, con características que le permitieran valerse por sí misma. Sin embargo, para que México estableciera su independencia, tuvo que sortear muchos problemas; como el no
reconocimiento a los tratados de Juan O Donojù, que la junta de guerra de la Nueva España
tachaba de “ilegitimo y nulo en sus efectos para el gobierno español y sus súbditos”. Las
negociaciones que Guadalupe Victoria encabezaba ante los representantes de la corona y los
innumerables conflictos que Iturbide tenía con los funcionarios españoles que nunca cedieron,
como lo demuestra la invasión al puerto de Veracruz en 1823 por parte de las fuerzas armadas
españolas.
Todo esto demuestra que la guerra fue solo una etapa para lograr la independencia. El
conflicto bélico, por si mismo, no aseguraba para nada el nacimiento de la nueva nación, pero
era un hecho que el levantamiento pondría un alto a la arbitrariedad e intransigencia con que
España seguía tratando al actual territorio mexicano, que cada vez contaba con más fuerza en
todas sus líneas; población, territorio, lengua, etc.
Las masas populares, indios, negros y mulatos, que en un tiempo tuvieron patrones
criollos que los explotaban de cerca y no los amos que monárquicamente los explotaban desde
España, fueron acumulando un justo sentimiento de sublevación. Mientras los españoles
seguían cometiendo atropellos en las zonas aledañas a la capital de la Nueva España, los
insurrectos, cada vez en aumento, iban gestando sueños y promesas de reforma agraria,
igualdad social, abolición de la esclavitud y privilegios de las clases altas; fueron prácticamente
estos puntos los que originaron el levantamiento de independencia la noche del 15 de
septiembre de 1810.
La emancipación es una rebelión de grupos colonizadores de origen español contra los
gobiernos y las clases dominantes. Las insurrecciones se dan porque las clases populares
siguen siendo engañadas y las promesas que les hacen no son cumplidas; esto caracteriza a los movimientos de independencia suscitados en el continente. De hecho, los paises de América
Latina, al convertirse en repúblicas independientes, pierden la integridad político-administrativa
que tuvieran en la época colonial: México y Brasil, por mencionar un ejemplo, mantienen su
integridad después de conseguir su independencia, pero sostienen escasas relaciones
diplomáticas entre sí. El atraso económico, la perduración de estructuras arcaicas, el modo de
producción insuficiente, la dependencia externa en torno a las potencias y su acción deliberada,
contribuyen a una división entre los países Latinoamericanos; paradójicamente, después de su
progreso independentista, son algunas de esas características, entre otras, las que hacen que
Latinoamérica nuevamente se una, aunque sea en forma simbólica.
Pero centrémonos más en nuestro objeto de estudio; pretendemos saber más sobre la
formación de un Estado mexicano y las partes que lo conforman. Se suponía que con el
movimiento insurrecto de independencia, la posterior ascensión al poder de Iturbide -proclamado
por el congreso constituyente- otorgaría al país la necesidad de conformar un Estado
centralizado y eficiente en todas sus líneas. Pero las masas no estaban de acuerdo y el ejército
de la elite tampoco, entre ellos se dio una movilización que posteriormente causaría efectos
importantes. Lejos de constituir un estado-nación, el país entró en un periodo ambientado por el
caos y guerra civil que perduraría por mucho tiempo. Las actividades políticas y económicas que
evidenciaban la fragilidad del naciente estado mexicano son características en este periodo;
como la infiltración económica de España e Inglaterra, así como la monstruosa penetración de
los Estados Unidos en la frontera de Texas, para posteriormente apropiarse abruptamente del
territorio.
La Iglesia refuerza su riqueza, poder y privilegios; mantiene a su coneniencia una acción
discreta pero activa, ya no moviliza sus recursos pero se beneficia por el pago de impuestos
ejerciendo una actividad recaudadora. Mientras. los pueblos indígenas ven frustradas sus
expectativas de ser incluidos en el proyecto de nación -no es la primera vez que sucede-, en sus
rebeldías eran reprimidos y marginados ante la sociedad urbana, así mismo su devenir se entre
la miseria, el analfabetismo y el alcohol; que hace posible su fácil manipulación política y militar,
económica y religiosa, según sea el caso. Estos factores, se constituyen en las bases sobre las
que se dieron las luchas políticas alrededor de los primeros tres cuartos del siglo XIX. Los
campesinos influyeron en la formación del Estado de dos maneras: (1) apoyaron las alianzas
políticas nacionales y regionales, y (2) respaldaron la promulgación de leyes a medida en que
eran implementadas; es decir, cuando las leyes entraban en contacto con las estructuras de
poder locales, las propuestas originales se transformaban y se proclamaban de forma diferente.
Las elites pretendían un modelo de estado nacional, en el cual ninguna organización interviniera
entre el individuo y el Estado, sin intermediarios. Pero en realidad, el Estado enfrenta imprevistos
causados por sus debilidades, que lo obligan a tener agentes externos como aliados; efecto que
se visualiza en los principios de la era global de la formación de los estados; efecto que se repite
en la etapa debilitadora de los mismos, manipulando a los pueblos indios conforme a sus
intereses.
En el México del siglo XIX, la agrupación más importante de los pueblos indígenas era la
llamada “República de indios” -unidad territorial relativamente grande que incluía una cabecera y
varias poblaciones subordinadas-. Las repúblicas habían sido creadas por el Estado colonial,
para la administración de justicia y recaudación de tributo, basadas en prácticas prehispánicas y
tradición española religiosa que acarreaba subordinación y sumisión. La república se convirtió
en un aparato de sublevación por parte de la administración real, pero el campesinado se
resistió ante estas nuevas instituciones, rechazando las nuevas políticas, fenómeno que
continuó repitiéndose el resto del siglo XIX. La formación del estado tiene como característica
que las estructuras legislativas y las disposiciones constitucionales y administrativas estuvieron
basadas en experiencias prácticas.
Por otro lado, las fuerzas campesinas desde los primeros años de conquista y hasta la
guerra independentista, se enfrentaban a la realización de sus ideales. Pero para las élites, los
campesinos debían evitar involucrarse en actos de revuelta, por lo que su intención fue
segregarlos, junto con los indios, para evitar cualquier intento de emancipación. El sustento
ideológico, era que los indígenas todavía eran salvajes; por ello se incrementaron las tensiones
entre masas populares y los aristócratas, las cuales culminaron en una guerra extremadamente
sangrienta. Lo anterior, demuestra la intransigencia de la nobleza, que paradójicamente
intentaba manipular a las masas populares, declarando que las protegerían de grupos mucho
menores a ellas; no hay que olvidar que la recién alumbrada nación independiente estaba
poblada por más del 60% de indígenas. La clase media, a pesar de su baja proporción,
representaba el fuerte de la población. Esta debía ser naturalmente el principal elemento de la
sociedad, en donde se encontraba el semillero del progreso y el elemento político más
importante para que pudiera conformarse la futura constitución de la república.
Con una clase media escasa e indígenas en enorme cantidad, el estado estaba
conformado con una población no muy alentadora para constituirla como nación. Si bien la clase
media era la parte medular donde se gestaban verdaderas posibilidades de aspirar a la
independencia, el capital de los ricos manipulaba en su mayoría a las clases más pobres; El país
que recién había logrado su independencia, seguía enfrentando innumerables limitaciones y
anomalías. Para tratar de establecer un Estado Nacional era urgente una política de igualdad.
El naciente estado pretendía imitar diferentes modelos de gobierno que dieran esencia a
la nueva nación, sin embargo, la idea era muy complicada, ya que las condiciones políticas,
económicas y sociales a imitar debían ser similares a las encontradas en el territorio nacional.
De esta manera, surge el conflicto “conservador-liberal”, ya que con el logro de la independencia
ideólogos que defendían estas dos posturas “pugnaban” porque México se constituyera como
nación independiente y estableciera una identidad hegemónica que no excluyera a ningún sector
de la población, al mismo tiempo debían entrar a la modernidad. Para liberales y conservadores
el dilema era obtener una identidad en la nueva nación, adoptando una de dos corrientes
posibles; el seguir siendo como se era o imitar el modelo de Estados Unidos.
Para los conservadores, el propósito era trascender sin olvidar el pasado colonial –el
termino prosperidad no implicaba dejar atrás a la colonia–, pero lo heredado de la colonia era un
sistema estático de creencias, ideas y valores, que transmite una índole esencial que le da
sustancia y es inmutable a pesar de las transformaciones que el devenir histórico sufre en su
desarrollo; Ese pasado colonial arroja entes invisibles que influyen de forma directa en este
proceso, el destino enfrenta un desarrollo que lejos de ser verdadero se encuentra flotando en lo
tangible y es innegable aceptar todo lo
que conlleva, ya que ese proceso,
adaptado por el modelo a seguir,
adopta el ente barbarie-civilización como
única forma de desarrollo a la
modernidad, y esencialmente arroja un
tradicionalismo impredecible y
accidental dentro de su devenir
histórico, imposible de imitar. Así pues,
entre los conservadores surgen
algunas contradicciones: la nueva
nación debe mantener su pureza
colonial y por otra parte solo podrá
alcanzar la prosperidad social y
material a través de un ente moderno, que ni siquiera se acerca a su devenir histórico. El modelo
estadounidense a seguir, considerado como intangible según los conservadores, era ideal para
imitarlo en sus condiciones político-administrativas, pero no en su “modus vivendi”, ya que si se
pretende imitar su “american way of life” se debe también adoptar sus sistemas de creencias,
ideas y valores.
Por el contrario, los liberales deseaban constituir la nueva nación de acuerdo con el modo
de ser de Estados Unidos, pero dejando atrás el modo de ser colonial, para así conquistar la
estabilidad social que los norteamericanos habían logrado. Olvidar el colonialismo haría posible
la prosperidad inmediata. La tesis liberal postula que los entes históricos (Estados Unidos y
México) están dotados ya de un único y mismo modo de ser; por lo tanto, la contradicción liberal
radica en que para copiar o imitar un modelo los entes deben ser distintos. Los liberales
pretendían dejar de ser como se era, atrasado, para intentar ser adelantado, pero dotarse de
modernidad no aceptaba ser tradicional como el transcurso histórico indeleblemente ya lo había
marcado. Por lo tanto, la tesis liberal fue modificada, ahora proponía, paradójicamente, que la
naciente nación dejara de ser nueva; adoptar el modelo norteamericano sin olvidar el pasado
colonial.
Tenemos dos tendencias opuestas por sus respectivos objetivos y enfundadas en dos
diferentes desarrollos históricos, pero las dos terminan en esencia proponiendo lo mismo:
adaptar un modelo prospero, como el de Estados Unidos, pero sin renunciar al modo de ser
tradicional, como en la colonia. Ambos querían el sueño de la modernidad y sus beneficios;
modernidad inalcanzable, ya que el modelo a seguir había sido desarrollado de otra forma, nada
similar al de México. Las dos tesis recaen en lo mismo, tendencias de imposible realización;
sistemas híbridos que se enfrentan entre sí para establecerse definitivamente en el México
independiente, pero que ninguno de los dos arrojaría resultados, como sucede en nuestros días.
Propuestas de índole utópicas e inalcanzables
ante un nuevo tesoro que, como en nuestros
días, era demasiado codiciado y pretendido
por las dos tendencias políticas imperantes;
un tesoro que se pretendía alcanzar por lo
exquisito de su riqueza. La lucha entre estás
dos ideologías, generaba una nación nueva e
independiente, como lo era México en el siglo
XIX, que pasaba de manos extranjeras a
manos nacionales, pero con el mismo fin que
las primeras tenían; un enriquecimiento a base
de pelear por un sentimiento de nación que,
como también ocurre en nuestros días, se
basaba en la ambición y la codicia.
Por Osvaldo Durán