miércoles, 28 de noviembre de 2018

La perdida vocación del FCE

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A
hora que el Fondo de Cultura Económica (FCE) se ha convertido en asunto de interés nacional, tema de encuentros y desencuentros, conviene recordar que entre los embates que ha enfrentado esa casa editorial destaca la persecución política contra su entonces director Arnaldo Orfila Reynal por parte de Gustavo Díaz Ordaz, tras publicar Los hijos de Sánchez, del antropólogo Oscar Lewis. El texto documentaba la malas condiciones de vida de quienes migraban del campo a la Ciudad de México, evidenciando las deudas dejadas por la Revolución Mexicana.
En décadas recientes el Fondo fue sometido a otro tipo de embates: esquemas burocráticos de ineficiencia y pésima administración. Muestra de ello es el incremento injustificado de personal de confianza, disminución de publicaciones literarias contra el aumento de textos oficiales, nula rentabilidad de las sucursales y millones de ejemplares en bodega, entre otras malas decisiones tomadas por quienes lo encabezaron.
No olvidemos que de unos años a la fecha, el cargo de director del Fondo se incluyó en el abanico de puestos públicos de políticos en aparador, que inauguró Miguel de la Madrid durante el salinato. Así comenzarían entre comillas las ‘‘modernizaciones” que fueron restándole a la institución la mística, la visión y la intención para las cuales fue creada.
No deja de sorprenderme el ruido y la polvareda que se armó sobre la doble nacionalidad del próximo director del Fondo en días pasados. ¿Olvidaron o ignoran esos triquitraques que uno de los mejores directores que ha tenidoel FCE en su historia no fue mexicano sino argentino de nombre ArnaldoOrfila Reynal? ¿La realpolitik habrá puesto el candado de la nacionalidad para impedir que el argentino despedido pudiera volver a dirigir esaeditorial?
¿Y por qué no renunciaron algunos de los consejeros del FCE, cuando un burócrata del viejo equipo salinista lo convirtió en una especie de Comunicación Social de Presidencia cuando organizó en esa editorial una conferenciade prensa del presidente Peña conalgunos periodistas? Y el tema, porsupuesto, no fueron los libros.
¿Ahora renuncian porque lo dirigirá un probado promotor de la lectura durante 20 años?
¿Porque tomará las riendas un autor cuyas novelas han aparecido en el top ten del New York Times?
También llama la atención que un grupo de periodistas se prestaran a formar parte del sainete mencionado que pervertía escandalosamente la vocación del FCE, y que ahora sean algunos de ellos los principales inconformes con la designación del escritor Paco Ignacio Taibo II al frente del Fondo.
A lo largo de poco más de 80 años el Fondo de Cultura Económica ha tenido tiempos buenos y otros complicados por persecuciones y censura.
Pese a ello mantiene el prestigio como el sello editorial mexicano más importante, tal como lo concibió su creador, don Daniel Cosío Villegas, en 1934, quien para promover la formación de economistas que exigía este país, reunió un fondo para publicar libros sobre asuntos económicos a precios accesibles.
Volver a esa vocación diluida por los años y la política es tarea urgente.

RECLAMO EN GUADALAJARA-Helguera

La deuda interna de Peña Nieto

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Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Miguel Dimayuga
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cuando Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia de la República, los bonos gubernamentales en circulación ascendían a 4.39 billones de pesos (un billón, en español, es un millón de millones; billion, en inglés, son mil millones). Hoy, la deuda interna en bonos asciende a 6.33 billones de pesos, es decir, 45% de aumento.
La diferencia nominal es casi de dos billones. ¿Esta cantidad es igual o menor que la inversión pública fija desembolsada del gobierno federal durante los años del actual sexenio? Pues no. Esto quiere decir que la deuda de los bonos es inconstitucional, al menos en parte, porque la Carta Magna obliga a invertir ese dinero en obras que produzcan incrementos en los ingresos públicos, para asegurar su pago (art. 73, fracc. VIII).
Debe decirse que la deuda externa es un capítulo que se cuece aparte, del cual podremos hablar algún otro día.
Los comunicadores, políticos y empresarios que se dicen preocupados por el “populismo”, no lo están, sin embargo, con el loco incremento de la deuda interna. Éste era el “populismo” de los años 70, 80 y 90 del siglo pasado. Ahora ya no lo es, debido a que, en nuestros días, por “populismo” se entiende tener programa social y procurar medios propios para su financiamiento.
Lo que Peña ha hecho es aumentar otra vez los gastos de operación del gobierno, disecar a Pemex, apoyar a los gobiernos locales priistas y a otros amigos comprometidos, derrochar muchos millones en gastos de propaganda e impulsar proyectos especiales de inspiración presidencial. Estamos en realidad en el viejo populismo, lo que se confirma con el hecho de que no hay plan porque no hay objetivos nacionales. Como país, no sabemos a dónde se quiere ir.
Del total de bonos colocados en el mercado interno (6.33 billones), dos billones se encuentran en manos de extranjeros. Esta última cantidad corresponde en su mayor parte al presente sexenio, ya que hasta el año 2012 sólo estaban en manos foráneas menos de 500 mil millones de pesos.
Se diría que el riesgo es el mismo porque, como sabemos, los inversionistas mexicanos (tienen 70 mil millones de dólares en el exterior) pueden sacar su dinero del país cuando lo desean (muchos de ellos ni siquiera suelen pagar impuesto sobre la renta), al igual que los extranjeros, vendiendo sus bonos y cambiando sus pesos por dólares, pero es mucho más sencillo para los fondos internacionales tomar decisiones rápidas y sorpresivas, con las cuales podrían crear un problema mayor a la economía mexicana. De los dos billones de incremento total de los bonos desde el año de 2012, los inversionistas extranjeros han tomado 1.66 billones, cantidad no tan lejana al monto de la reserva internacional disponible del Banco de México. Mejor no recordar los Tesobonos de Salinas.
La subvaluación del peso, efecto del proceso de desvalorizaciones durante del actual sexenio, se debió a una extraordinaria demanda de divisas que no provenía de necesidades de pago, sino justamente de la venta de bonos gubernamentales y de retiros de inversiones de bolsa.
Recién han vuelto algunos, excitados por el aumento de los intereses. La tasa de riesgo mexicana (diferencial neto de interés entre México y EU) se encuentra ya en un nivel inusitado en muchos años. Lo peor de todo es que el crecimiento del rédito dificulta las inversiones productivas cuando la economía sigue atorada. El Banco de México tendrá que aumentar otra vez su tasa de referencia a partir del incremento decidido por la FED (Banco Central de Estados Unidos) de 0.25%, con el fin de “proteger” la desdichada tasa de riesgo que pagamos los mexicanos para que no nos presione el capital rentista, sólo por ser “pobres e inseguros”. Pero Agustín Carstens podría decidir un mayor aumento para seguir cubriendo una inflación que contrasta ya demasiado con la estadunidense, la cual se está volviendo a ubicar en el 2%, frente al 6% en México.
Debido a la deuda errónea e ilegítima de Peña, se decretó un “superávit primario” para el presente año. Pero, como van las cosas, es difícil que se logre el monto previsto porque la tasa de interés sigue subiendo y, con ésta, el costo financiero de la deuda. Los errores de estos años no se resuelven con un “superávit”, sino se empeoran, porque éste no es otra cosa que hacer crecer la parte del ingreso que el Estado no le regresa a la sociedad.
Entre los países grandes, el Estado mexicano es uno de los fiscalmente más pobres, es decir, con un bajo porcentaje de su Producto Interno Bruto para ser destinado a gastos comunes. Si este asunto no se resuelve, los demás temas siempre serán demasiado complicados. Por ejemplo, México tendría que duplicar el número de estudiantes universitarios tan sólo para alcanzar un nivel internacional mediocre en esta materia.
El problema está en la política económica estructuralmente equivocada que padece el país. Los gobernantes sólo se preocupan de que las cosas no vayan peor, mas con frecuencia también fracasan en ese empeño.
La solución empezará cuando el Estado promueva la inversión, el crecimiento de la economía, el aumento salarial, la redistribución del ingreso y el desarrollo social. Aunque a esto se le llama “populismo”, al menos no llevaría, como lo ha hecho Peña, a ahogar al país en una deuda ilegítima con un entorno de estancamiento y pobreza.