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Peña retrató un México idílico, inexistente. Foto: Cuartoscuro. |
Washington, D.C.— La negación de Enrique Peña Nieta llega al extremo de afirmar, como lo hizo en videos y en su cuenta de Twitter con motivo del Sexto Informe, que la invitación que Luis Videgaray le hizo en agosto de 2016 a Donald Trump permitió que México pudiera entenderse con el ahora presidente de Estados Unidos. “¿La visita de Trump a México? Un encuentro apresurado que a la postre dejó algo positivo: dejó abierta la puerta para tener un diálogo abierto con el Gobierno de Estados Unidos. Ahí están hoy los resultados. Se trata de que con el
#TLCAN ganemos todos”, lanzó en Twitter el 28 de agosto.
El individuo que la invitación de Videgaray ayudó a ganar la elección de 2016, es un hombre que no está capacitado intelectual y emocionalmente para ser presidente. Un adelanto de “Fear”, el explosivo libro de Bob Woodward que saldrá a la venta el 11 de septiembre para coincidir con el aniversario de los ataques terroristas, revela que el secretario de la Defensa, aterrado por la ignorancia de Trump, dijo que actuaba y tenía la comprensión de un alumno de primaria. Su actual chief of staff señaló que estaba “trastornado de la cabeza” y que era un “idiota”. El antecesor de éste, bautizó la alcoba presidencial—donde Trump cambia de canal televisivo obsesivamente—la “guarida del diablo”, y las madrugadas y domingos por la noche, cuando tuitea profusamente, la “hora de las apariciones”. Según el libro, Trump sintió como “patada en el estomago” cuando el presidente de Egipto dudó su permanencia en la presidencia. El texto del reportero que llevó a la renuncia de Richard Nixon concluye que si Trump no ha hecho volar al mundo, es porque otros se lo han impedido (The Washington Post,04/09/2018). Tras calificarlo de “obra ficción”, Trump lanzó una cacería de brujas para dar con las fuentes del periodista.
El Trump de Woodward es el individuo con quien México logró un acuerdo comercial del que Peña se vanagloria. Es el personaje con quien Manuel López Obrador se empeña en tener una relación cordial que raya en el apaciguamiento chamberliano. En su último informe de gobierno, Peña se congratuló por el “entendimiento” comercial bilateral alcanzado con Trump en el que, según aseveró, México cumplió sus objetivos sobre libre comercio, cuotas y solución de controversias. ¿Qué tan benéficos pueden ser esos objetivos cuando Trump no se cansa de presentar el acuerdo con México como trofeo de una gran victoria?
Bajo la mirada complaciente de los billonarios de Forbes que lo arroparon durante el sexenio, Peña retrató un México idílico, inexistente. Ante aplaudidores demagogos que, como dice Pérez Reverte, son aún más peligrosos y despreciables que los fundamentalistas pues al menos éstos tienen fe, presumió el éxito de su sexenio que, afirmó, redujo la pobreza y elevó la estatura mundial del país en materia energética, turística y agrícola.
Para Peña no hubo curva de aprendizaje. Se va como llegó. Gris. Inepto. Deshonesto. Altivo. Vengativo. Enarbolando la “verdad histórica” en torno a los 43 normalistas de Ayotzinapa. Subestimando el peor crimen que cuestionó su moralidad. Removiendo heridas. Negando conflicto de interés en la compra de la llamada “casa blanca” de Angélica Rivera. Minimizando el mayor escándalo de corrupción que hundió su presidencia. Burlándose de la opinión pública.
A lo largo del sexenio, tergiversó la verdad o, en el mejor de los casos, dijo verdades a medias. Encubrió y amañó hechos. Espió a la prensa no chayotera, a periodistas independientes, a académicos críticos, y a organismos internacionales y no gubernamentales. Maniobró para depurar a la radio de voces incómodas e ignoró la escalada de homicidios de periodistas. Acusó a la sociedad civil de hacer bullying. Protegió cómplices. Perdonó a presuntos criminales. Hizo de la impunidad la regla.
¿A quién cree que engaña? Ciertamente no al electorado que rechazó la corrupción que su secta de creyentes elevó a culto. Tampoco a la sociedad que denunció su narrativa a modo sobre Ayotzinapa y la “casa blanca”. Sus intereses políticos y su afán por mantener en el poder a la secta de Atlacomulco lo llevaron a crear un mundo ficticio. Peña vive en una burbuja divorciada de la verdad que le permite creer las mentiras que defiende. Difícil saber si Peña es mitómano o delirante. Como Trump, es incapaz de reconocer verdades. Hacerlo, por más crudas que éstas sean, significa afrontarlas. Actuar en consecuencia. Sin cálculos electorales ni mezquindades personales de por medio.
Abraham Lincoln decía que se “puede engañar a todo el mundo algún tiempo… se puede engañar a algunos todo el tiempo… pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Peña no pudo engañar a todos los mexicanos todo el tiempo. Se va, pero sus mentiras y crímenes se quedan. Corresponde a la sociedad exigir llevarlo a cuentas.
Twitter: @DoliaEstevez