Agoniza 2012. Se termina un año infame. México marcha hacia el pasado autoritario y siguen siendo la ilegalidad, la impunidad y la corrupción los signos vitales del sistema.
Ha sido este, también, el año de la desmemoria. A punta de billete compró el PRI la Presidencia y ya se halla de nuevo instalado en Los Pinos. Lo impensable ha ocurrido. Los que medraron más de 70 años, los que saquearon el país, han vuelto al poder.
Mientras tanto, su cómplice, su socio, el facilitador del retorno del PRI, el que les entregó el país: Felipe Calderón Hinojosa, goza de una vitalicia pensión millonaria, que pagan nuestros impuestos, recorre el mundo rumbo a Harvard, donde oficiará como profesor invitado.
Con decenas de miles de muertos y desaparecidos a cuesta, este hombre enfermo de megalomanía, adicto a la propaganda, insensible ante el dolor que en tantas familias su guerra ha causado, se mueve protegido por el Estado Mayor y por el pacto de impunidad negociado con Enrique Peña Nieto, como si no hubiera convertido a México en una gigantesca fosa común.
Disfruta también Calderón de la seguridad que le brinda Washington, al que con tanto celo sirvió librando una guerra por encargo.
Una guerra que no detuvo el flujo de droga hacia el norte pero sí encareció el producto, lo que significó unos cuantos miles de millones de dólares más para la maltrecha economía norteamericana.
Una guerra que produjo la proliferación y el empoderamiento de los cárteles de la droga en México y la exacerbación de la violencia.
Una guerra que, sobre todo, hizo que se perdiera el respeto a la vida como valor fundacional y que, de alguna manera, millones de mexicanos se compraran la coartada calderonista para el asesinato: el “se matan entre ellos”.
Una guerra que terminó de corromper hasta la médula a las instituciones en México.
Que hizo que operaran impunemente escuadrones de la muerte en el Ejército y la Marina.
Que legalizó la masacre.
Que, en los hechos, instauró la pena de muerte sin proceso judicial alguno de por medio.
Una guerra que, a fin de cuentas, permitió que el proyecto bipartidista neoliberal se consolidara y que, con el apoyo de los poderes fácticos, el PRI y el PAN lograran, nuevamente y mediante otra imposición, la segunda en solo seis años, cancelar la transición a la democracia y cerrar el paso a la izquierda electoral.
Una guerra que, de alguna manera, se perpetúa a sí misma.
Que al cancelar la democracia cancela la condición previa e indispensable para la paz que es el respeto a la voluntad ciudadana que, sin interferencias, ha de expresarse en las urnas.
Una guerra que nadie, en el poder, tiene intenciones reales de terminar, pues un pueblo con miedo es un pueblo sumiso.
Una guerra, además, que nadie puede ganar a punta de fusil y nadie está dispuesto a librar donde y como hay que librarla para ganarla: atendiendo las causas profundas de la violencia.
Una guerra que ha permitido que este 2012, para vergüenza nuestra, transitáramos, ante el estupor del mundo, de una presidencia robada a una presidencia comprada, toleráramos un doble crimen: la partida impune de Felipe Calderón y la consecuencia natural de su trágica y fallida gestión, la imposición de Peña Nieto.
Año infame el que termina para este país desmemoriado.
País que, desgraciadamente y a semejanza de quienes lo mal gobiernan, se ha comprado la idea de que la televisión es su espejo.
Que así, como lo pintan en pantalla, se mira y así, en consecuencia, reacciona o deja de reaccionar ante los abusos del poder.
Año infame en el que muchos más por miseria cultural, espiritual, resultado de la labor de zapa de esa misma televisión, que a causa de su pobreza, vendieron sus votos.
Año, pues, de la infamia y la desmemoria como pocos.
Año también de la vergüenza y de la muerte.
Año de la guerra.
Año de la oscuridad.
Año iluminado por solo una luz: la generada por los estudiantes en las calles.
Una luz poderosa y esperanzadora que, sin embargo, no logró detener la caída hacia el pasado pero que permitirá defender lo que nos queda, el país que amamos, las libertades que hemos conquistado, los bienes de la nación que, esos que se reparte hace décadas el poder, ya han comprometido y que pretenden arrebatarnos.
No terminó la resistencia frente a la imposición el 1 de diciembre. Al contrario, apenas comienza.
Se perdió la Presidencia. La compraron, con otros colores, quienes hace seis años la robaron, es cierto, pero lo que no se ha perdido todavía es el país.
Nos toca defenderlo; en el Congreso, en los medios, en la calle.
Nos toca resistir donde y como se pueda.
Nos toca hacerlo unidos. Nada podrán los estudiantes solos. Nada tampoco los partidos o movimientos de la izquierda si actúan por separado.
Un solo bloque han formado PAN, PRI, tv, la inmensa mayoría de los medios, el poder del dinero y la alta jerarquía eclesiástica. Los esfuerzos aislados contra este bloque serán estériles.
Es la hora de deponer protagonismos. De sacudirse prejuicios ideológicos. De franquear barreras que son, sobre todo, producto de la adopción defensiva, el discurso desmovilizador de la derecha.
Si 2012 fue otro año infame nos toca hacer de 2013 el año de la dignidad recuperada.
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