Del Nobel de Literatura al Nobel de la ruindad |
MADRID (apro).— El premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, no engaña cuando opina sobre el acontecer internacional, como un portavoz de mucha influencia de los círculos más conservadores del establishment español, púlpito desde el cual lanza su permanente cruzada contra del régimen venezolano, contra el populismo y los nacionalismos.
Es válido que haga tan vehemente defensa de sus argumentos, sin embargo, también es cierto que en ocasiones pierde el foco como observador internacional y algunas de sus opiniones resultan más que polémicas, incluso desafortunadas.
La más reciente de estas desafortunadas opiniones es la relacionada con el asesinato de periodistas en México y la simplificación que hizo de ello como una consecuencia de que ahora se goza de una mayor libertad de expresión en el país.
Este comentario tiene un contexto previo. El pasado 28 de febrero, Vargas Llosa fue cuestionado sobre México en la presentación en Madrid de su libro La llamada de la tribu, donde consideró que un posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador representaría” “un retroceso para México”, que convertiría al país en “una democracia populista y demagógica”.}
“Tengo la esperanza de que haya lucidez en México, ante el populismo, la demagogia y las recetas fracasadas como en el caso de Venezuela, donde ahora el 90 por ciento quisiera salir de esa sociedad frustrada y fracasada”, comentó echando mano de su muy manido argumento de infundir el miedo con el caso venezolano.
Entonces se cuestionó “si van a ser los mexicanos tan insensatos de votar por eso, teniendo el ejemplo de Venezuela enfrente”. Y consideró que eso sería “muy trágico para México, donde algunas cosas andan mal pero otras bastante bien. Esperemos que el populismo no gane en México”.
Días después, desde México, la periodista Carmen Aristegui lo enlazó para su espacio informativo donde le preguntó, entre otras cosas, sobre cuál sería la alternativa, si Meade o Anaya. A ello respondió: “Creo que debería haber una gran alianza de las fuerzas democráticas para evitar la victoria de López Obrador”.
Continuó: “Ahora hay unas elecciones que son muchísimo más libres que antes, hay una libertad de expresión mayor que la que ha existido en su historia, hay una libertad de prensa muy grande”.
La periodista le recordó que sigue habiendo elecciones de Estado, como las del Estado de México en 2017, y que no se puede hablar de libertad de expresión con más de 100 periodistas asesinados.
El Nobel aseguró: “El que haya 100 periodistas asesinados yo creo que es en gran parte por culpa de la libertad de prensa, que hoy día permite a los periodistas decir cosas que antes no se podían permitir”.
Prosiguió: “Que en todo eso el narcotráfico juega un papel absolutamente central y que por eso habría que llegar a la raíz de los problemas que muchas veces está en el narcotráfico y en la existencia de unos carteles poderosísimo, de los que emana una violencia que tiene unas consecuencias políticas atroces en el país. Yo no estoy negando que existan todos esos problemas, lo que estoy diciendo es que respecto a lo que era el pasado hay unos progresos en México indiscutibles”.
Casi de inmediato, en México, el informe “Democracia simulada, nada que aplaudir”, presentado por Artículo 19, desmintió con nitidez al Nobel porque, acredita, que la violencia hacia los periodistas que antes se concentraba solo en algunos estados, en especial los que tenían mayor presencia del crimen organizado, ahora es “generalizada en todo el país”.
El informe apunta que durante el gobierno de Enrique Peña Nieto “cada año ha sido más violento que el anterior”, con mil 986 agresiones a periodistas, incluidos 12 asesinatos, que convierte a México “en el país más peligroso para ejercer el periodismo en América Latina.
El reclamo de Artículo 19 es que el gobierno de México garantice el libre ejercicio del periodismo, materia en la que no solo ha fracasado, sino que ha sido absolutamente negligente.
Otro dato que el Nobel pasó por alto, y que puntualiza Artículo 19 es que el discurso oficial enfoca la culpabilidad en el crimen organizado por esa violencia contra los periodistas, pero se documentaron 48% de casos de agresión proveniente de servidores públicos. En el caso de los asesinatos de periodistas, casi 20% los cometieron presuntamente funcionarios públicos.
Antes de esa entrevista con el medio mexicano, Vargas Llosa participó el 16 de marzo, en Madrid, en un foro organizado por Casla Institute, un lobby muy activo en contra del gobierno bolivariano, en la que el Nobel escuchó otra alerta que dio el secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien advirtió que la mayor preocupación de su organismo respecto de México es que “haya un candidato o líder político asesinado cada cuatro o cinco días”.
Almagro aseguró que para la OEA esta situación es “absolutamente inaceptable en un proceso electoral” y pidió que se busquen los mecanismos que permitan garantizar que la democracia funcione con la acción política de los aspirantes a cargos de elección popular.
Es decir, ni en el informe referido ni en las palabras de Almagro hay indicio alguno que demuestren, como lo asegura Vargas Llosa, que el asesinato de periodistas sea una consecuencia de que gozan de más libertad de expresión que hace dos décadas.
En todo caso, lo que dejan en evidencia estas dos alertas, es que México vive una democracia enferma, carcomida por la corrupción y la impunidad, con instituciones anquilosadas y penetradas por el crimen organizado y que Peña Nieto ha sido no solo incapaz sino negligente frente a la ola de violencia que azota al país y que se ha saldado con una dura sangría en el gremio periodístico.
Solo para dar un ejemplo de realidad que choca contra la argumentación de Vargas Llosa, es el caso de nuestra compañera la periodista Miroslava Breach, cuyo asesinato cumple un año este viernes.
No fue privada de la vida por un asunto de libertad de expresión, ni mucho menos, sino porque, según las evidencias, detrás de este caso está la mano de la narcopolítica, línea que inicialmente defendió el gobernador Javier Corral (Chihuahua), de lo que ahora con sus acciones parece desdecirse.
Es decir, el caso de Miros, como el de decenas de otros colegas, no son una consecuencia de la libertad de expresión, como lo señala el Nobel.
Aún más, llama la atención que el escritor considere que lo mejor es que las otras fuerzas democráticas hagan una alianza para no permitir un posible triunfo de López Obrador.
Al margen de que las consideraciones políticas de esta opinión, chirría que Vargas Llosa pase por alto que los contrincantes del tabasqueño –Meade y Anaya— están inmersos en una guerra de acusaciones por casos de posible corrupción y blanqueo de capitales. ¿Son éstas elecciones más libres?
En el mismo acto en la Casa de América, frente a Vargas Llosa, Almagro se pronunció en el caso mexicano a favor de la independencia de los fiscales, porque todos los actores políticos deben estar bajo el “escrutinio”, dijo, porque es preferible investigar “siendo candidato, que siendo presidente”.
No obstante, también aclaró que la OEA está en contra de que haya una “utilización política” de la PGR, como acusa una de las partes. Y señaló, “si ese fuera el caso haremos las denuncias correspondientes”.
Lo menos que deja entrever Vargas Llosa es que sus opiniones están inmersas en la propaganda liberal mas que en la observación política atemperada de los acontecimientos.
Otro hecho que muestra que esta posición conservadora y poco autocrítica del escritor viene de lejos, cuando en julio de 2006, dos años después de que José María Aznar dejara el gobierno, Vargas Llosa dijo que “los historiadores del futuro reconocerán a Aznar como uno de los grandes estadistas de la historia de España”.
El también presidente de la Fundación Internacional por la Libertad aseguró que en los ocho años del gobierno de Aznar, el país “creció de una manera espectacular” en los índices de desarrollo económico como en una “extraordinaria apertura de la sociedad española” y, como una virtud, dijo que había sufrido una campaña de “descrédito” como nunca había visto.
Cuando menos como observador de los acontecimientos, Vargas Llosa obvió que su amigo Aznar tuvo una contundente reacción de rechazo en la calle por meter a España en la guerra de Irak, con las posteriores consecuencias.
Tampoco ha sido crítico con la estela de corrupción que el aznarato sembró en España, con mecanismos de financiamiento ilegal de su partido, el Popular (PP), que hoy le enfrenta en los tribunales con innumerables causas por corrupción.