El editor, profesor, literato y traductor Ricardo Sevilla Gutiérrez decidió, con este texto, dar a conocer la trama de la que formó parte, con la que se intentó descarrilar la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Sevilla detalla los pormenores de esa maquinación fallida, financiada, según su narración, por diversos empresarios y coordinada intelectualmente por el escritor y empresario Enrique Krauze y su colaborador más cercano, el crítico literario Fernando García Ramírez.
Por Ricardo Sevilla *
Durante poco más de 18 meses trabajé en el equipo de Enrique Krauze en una estrategia antilopezobradorista para que el actual Presidente de México no triunfara en las elecciones que, finalmente –y pese a la despiadada campaña sucia que elaboramos en su contra–, terminaría ganando.
En octubre de 2016 fui reclutado por Enrique Krauze, director de Letras Libres y pagado por Coppel, a través de la A.C. Colección Isabel y Agustín Coppel, una asociación que presume estar comprometida “con la investigación y difusión del arte contemporáneo”.
Desde que elaboré mi primera factura de pago, en enero de 2017, mi contacto con Coppel sería a través de Leticia Gámez, enlace administrativo de la firma Colección Isabel y Agustín Coppel (CIAC), AC. El operador de Enrique Krauze, Fernando García Ramírez, sería el encargado de ponerme en contacto con ella.
En una acción que me impresionó, Coppel, incluso, llegó a proporcionarme clave de proveedor en su propio portal para que yo pudiera expedir mis facturas.
Mi tarea principal consistía en elaborar materiales –que tenían una forzada careta periodística– para atacar la imagen del político tabasqueño. El rigor era mínimo. Se trataba, en el peor de los casos, de hacerlo parecer zafio, intolerante y, sobre todo, como un dictador:
Nuestra oficina estaba ubicada en la calle de Berlín, número 245, en la colonia Del Carmen, alcaldía de Coyoacán. No obstante, también llegamos a reunirnos en las oficinas de la revista Letras Libres. Fernando García Ramírez, quien fuera subdirector de esa revista y actualmente escribe y forma parte de su consejo editorial (aunque lo ha negado sistemáticamente), nos citaba ahí.
Los tópicos eran mínimos y forzados. Una y otra vez se intentaba vincular a AMLO con las dictaduras latinoamericanas. Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, eran los caballitos de batalla que se nos pedía agotar:
Pero Grupo Coppel no fue el único que participó en la denostación mediática del entonces candidato de Morena. También hubo otros “patrocinadores”:
El “patrocinador” al que se refería el operador de Krauze, no era Coppel. Por el columnista del periódico El Financiero nos enteramos que el empresario Alejandro Ramírez, dueño de Cinépolis, también formaba parte vertebral del proyecto antipejista:
En junio de 2017, para dispensar la ausencia de García Ramírez, su mano derecha, Enrique Krauze, engañando a los lectores de Letras Libres despidió en esas mismas páginas a su amigo –a quien describe como “nuestro más cercano consejero”– diciendo que el crítico literario abriría un paréntesis para continuar “el empeño democrático de aquella Lupa Ciudadana”.
Pero ambos mentían. No existió tal paréntesis. El operador de Krauze jamás dejó ––ni ha dejado– de trabajar con Krauze. Ni dentro ni fuera de Letras Libres. Hoy mismo, si entramos al portal de esa revista y buscamos en la pestaña que dice: ¿Quiénes somos?, aparecerá en uno de los primeros planos, la imagen de García Ramírez.
En Berlín 245 trabajamos con la empresa Expertaria, del panista Ricardo Rojo, quien fuera director de comunicación social de la Secretaría de Economía durante el sexenio de Felipe Calderón. Ahí acudieron, antes de haberse distanciado de Ricardo Anaya, Margarita Zavala y Roxana del Consuelo Sáizar. El dinero –tratándose de un proyecto patrocinado por empresarios– les permitía realizar eventos particulares donde la comida sobraba, la champaña burbujeaba y los instrumentos eran sofisticados.
Para quien no esté familiarizado con el término exit poll, o encuesta de salida, estamos hablando de que se trata del instrumento más poderoso para explicar al elector cómo van las tendencias. Se sabe que en las mediciones preelectorales y postelectorales responden por igual electores y abstencionistas en la encuesta de salida sólo electores. Como alguna vez explicó el especialista Francisco Abundis: “es el único método que nos permite filtrar o distinguir de manera perfecta a los electores porque se les entrevista en el lugar donde votan”. La pregunta es: ¿Cuántos personas, o grupo de amigos, tienen capacidad para pagar exit poll y verlas en su casa, mientras beben y comen carne asada? En Berlín 245 se podía eso. Y se podía más.
Además de abastecer de la materia intelectual a Krauze, García Ramírez, a quienes muchas personas del mundo intelectual llaman peyorativamente personero del director de la empresa Clío, nos pedía que dotáramos de material al hijo del ingeniero: León Krauze.
Otra de las tareas que me fueron encomendadas fue hacer fichas de los personajes más cercanos a López Obrador. El objetivo –”lo más importante”, me enfatizaron– era buscar “las debilidades” para hacer un retrato –generalmente caricaturizado– de las personas que formaban parte del círculo cercano de AMLO.
En la pared de la oficina teníamos un mapa –simulando un cartel de la droga– donde, en el centro, aparecía el rostro de López Obrador y, en círculos concéntricos, estaban otros personajes como Beatriz Gutiérrez Müller, sus hijos, Epigmenio Ibarra, Héctor Díaz Polanco y algunos otros más que, a juicio de nosotros, pertenecían al círculo rojo de Andrés Manuel. Al operador de Krauze –que siempre ha gustado de la ironía y quería impresionar a los “patrocinadores”– le pareció gracioso que nos refiriéramos a ellos como “la otra mafia del poder”:
En abril de 2018, cuando la campaña de Ricardo Anaya, para quien se había hecho todo ese esfuerzo inútil, no había logrado despuntar, García Ramírez se dijo preocupado por las declaraciones de Tatiana Clouthier. Quien entonces era la coordinadora de campaña de AMLO, había indicado, en una entrevista para el periódico Reforma, que estaba por revelar quienes estaban detrás de Pejeleaks, la página contra el tabasqueño. Enrique Krauze –me escribió Fernando en un mensaje, donde se leía angustiado– había mandado a decirle a Clouthier que, si continuaba acusándolos, la demandarían por difamación. Me preocupó mucho que el columnista de El Financiero aceptara que, arrebatados por la visceralidad, habían tratado de intimidar a la política sinaloense. ¿Por qué? ¿Cómo se les había ocurrido semejante tontería? A mi juicio, al acusarla de manera tan apurada –y sin pruebas palpables de que los estuviera incriminando ella– estaban aceptando la culpa. El asunto ya había cobrado tintes delirantes.
Se lo hice saber a Fernando y, por toda respuesta, intentó calmarme con un argumento ramplón: nosotros sólo habíamos investigado “asuntos públicos”. Y me pedía que me tranquilizara. Le reclamé el hecho de que la oficina de Berlín continuara operando. Hacía tiempo que consideraba que en estábamos muy expuestos en aquella casa. En una junta me dijo: “no seas paranoico, Ric”. Más tarde, en un lacónico mensaje por Facebook, me dijo: “Ya la están desmantelando”.
El 26 de junio, ya cuando nos acercábamos al final del alucinante proyecto, me ordenó que buscara un audio de López Obrador donde el político tabasqueño hablaba sobre “la República simulada” y el “estado de chueco”, un encargo –otro más– me dijo él mismo, con todas sus letras, de Coppel.
No volví a ver a Enrique Krauze. Ni a tener ningún contacto con él. A decir verdad, sólo traté con él un par de veces. De acuerdo con García Ramírez, perdida la elección, el ingeniero había decidido vivir fuera de México. Residiría seis meses en Nueva York y, los otros seis meses restantes, estaría aquí. Temía que lo persiguieran. García Ramírez me confió que el historiador le había dicho que lo nombraría director de Letras Libres. Me invitó a que incorporara a su equipo como director de la edición digital. Días después, me invitó a desayunar al café Tierra Garat, ubicado a unos pasos de los Viveros de Coyoacán. Ahí me dijo que a Krauze le interesaba sustituir a su Community Manager. La encargada –Talia Margolis– era una chica que no terminaba de agradarle. Habían pensado en mí, claro, si yo aceptaba. Pero García Ramírez, quien me había propuesto varias cosas desde que me incorporé al proyecto antilopezobradorista, sin haberlas llevado al escenario de la realidad, volvió a incumplir. Decidí no volver a escribirle. Estaba absolutamente desencantado y asqueado de toda aquella trama. Y algo peor: sin empleo. Coppel ni siquiera me había pagado el mes de julio, tal y había prometido que lo haría.
Poco después, el operador de Enrique Krauze, siempre utilitario, volvió a buscarme para pedirme un “último favor”: quería que le “ayudara” con un ejercicio que le habían pedido para The New York Times.
Para mi completa decepción –y gran chasco– los insumos de esta investigación, no habían sido para él, como me dijo. Habían sido, una vez más, para Krauze. Sin consultármelo ni informármelo siquiera, mis pesquisas aparecieron el 2 de julio en el artículo del ingeniero Krauze en The New York Times:
Defraudada la confianza, decidí tomar una absoluta distancia de quien, ya para ese momento, se me aparecía como un sátrapa en toda la regla.
Días después, le envié un último mensaje a García Ramírez, preguntándole por mi pago de julio –el cual nunca llegaría– y sobre sus proyectos con Coppel. Me dijo, envanecido, que continuaba trabajando con ellos. A través de un mensaje en Facebook, me contó que pondría una editorial con el patrocinio de Coppel, Gabriel Zaid y Enrique Krauze.
Otra vez volvía a aparecer el largo brazo de Krauze. ¿No había dicho que ya no trabajaba con él? García Ramírez, una vez más, mentía.
Tardé en dar mi testimonio. No estaba seguro. El despotismo cultural de Krauze, muchos lo sabemos, es enorme. Casi 40 años de concentrar el poder en una sola persona, lo ha hecho aparecer como una especie de autócrata en el mundillo intelectual. Finalmente, decidí hacerlo. El jueves pasado, tras la salida del reportaje Operación Berlín, el propio Fernando, fuera de sí, me escribió por WhatsApp, acusándome de recibir dinero por “decir tantas mentiras”. Impetuoso, como siempre, volvía a aceptar su culpa antes de tiempo.
Con un vulgar tono paternalista –y buscando que yo le respondiera con un mensaje arrebatado para tener elementos para descalificarme ulteriormente– intentaba saber hasta donde llegaría. La respuesta que entonces no quise darle, se la ofrezco ahora, simple, llana, frontal: hasta que la opinión pública sepa toda la verdad sobre el mezquino negocio intelectual que, desde hace ya muchos sexenios, este historiador ha montado con ayuda de sus amigos, los empresarios.
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(*) Ricardo Sevilla: (Ciudad de México, 1974). Ha sido editor de política, cultura y literatura, en el Fondo de Cultura Económica, Excélsior y La Razón en diferentes periodos. También ha sido colaborador de revistas, suplementos culturales y literarios, dentro y fuera de México: Tiempo Libre, La Mosca en La Pared, Quimera (Madrid), La Jornada Semanal, Ovaciones en la Cultura, Novedades en la Cultura, Sábado del periódico Unomásuno, Paréntesis, Letras Libres y Contraréplica. Ha sido columnista de Arena de Excélsior, del periódico Folha de São Paulo (Brasil) y de la revista La Rabia del Axolotl. En 2001 obtuvo el Premio Internacional de traducción João Guimarães Rosa. Alternativamente, ha sido profesor de español y literatura en varias escuelas y universidades, como el ITAM y la Universidad Iberoamericana, ha sido lector y profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidade Federal de Minas Gerais, en Belo Horizonte, Brasil. Es autor de los libros Según dijo o mintió, Elogio del desvarío, Álbum de fatigas y Pedazos de mí mismo. Recientemente, obtuvo el premio de traducción que otorga el Instituto Camões de Portugal.