viernes, 11 de mayo de 2012

La marcha de las madres que estaban solas

 
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Víctor M. Quintana S.
La frase de Javier Hernández Valencia, de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México es categórica, hace que duela hasta la médula: Nunca había visto a madres tan solas a lo largo de todos mis años de servicio en Naciones Unidas. Se refiere a las madres de las víctimas de esta nueva guerra sucia en México, a las que más han pagado la obcecación calderoniana y los atropellos de las fuerzas del orden en esta guerra, en esta muerte interminables. Son estas madres norteñas que salieron de Nuevo León, Coahuila y Chihuahua y llegaron a la ciudad de México a manifestarse en un día en que no tienen nada que celebrar. Son las madres que integran la Marcha de la Dignidad Nacional, Madres buscando a sus hijos e hijas y buscando justicia.
Desde el 8 de mayo realizaron no un éxodo, sino un ínxodo, un camino hacia adentro, al corazón del país, porque cada kilómetro de camino recorrido, porque cada pueblo y ciudad visitados es un espacio para llamar a las conciencias, para construir solidaridades.
¿Por qué precisamente de estas entidades norteñas? Porque son las que al fragor de esta guerra que la gente, que las madres ni declararon ni aceptaron, que han desaparecido cientos de personas, de hijos, de hijas, nombradas, recordadas, lloradas. Muchachas que fueron raptadas, muchachos que desaparecieron mientras viajaban por carretera; que fueron detenidos por las policías y el Ejército y nunca se les volvió a ver. Que salieron al trabajo y a divertirse y no se supo más de ellas.
También hay madres de Centroamérica, de Honduras y El Salvador, aquellas que vieron un día partir a su hija, a su hijo con un atado de ropa e ilusiones para irse a trabajar a Estados Unidos y desde entonces no saben de ellas o de ellos. Y como temen que hayan sido reclutados a fuerza por los grupos criminales, o entregados a ellos por los polleros, o asesinados para ser despojados de lo poco que llevaban, han hecho ellas la peregrinación que realizaron los suyos. Más dolorosa todavía, por ser extranjeras, la peregrinación de las dependencias hostiles, de las extorsiones, de las amenazas.
En medio de este tiempo de elecciones, más lleno de triunfalismos y promesas, ellas y ellos quieren gritarle a la nación que las desapariciones forzadas o involuntarias son un gran dolor para miles de familias y una gran mancha para este país y sus gobiernos. El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias de la ONU lo acaba de dejar bien claro en su reporte presentado en Ginebra el 5 de marzo pasado: el número de quejas recibidas en la CNDH por desapariciones forzadas pasó de cuatro en 2006 a 77 en 2010. Ese mismo año se denunció la desaparición de 346 personas. Señala también que las organizaciones civiles estiman que más de 3 mil personas han sido desaparecidas en el país desde 2006.
Esta nueva marcha del dolor llegó a la ciudad de México el 9 de mayo para dejar bien claro en este país que no sólo hay madres festejadas, con regalos de los anunciados en la televisión, con comida en restaurantes, para que descansen un día de los 365 que trabajan. Para recordar a la nación que hay madres dolientes, con el duelo de no saber si el hijo o la hija desapareció y que creen sentirla, verla, escucharla, muchas veces cada día en la figura, en la voz, en el caminar de alguien, en el sonar de un teléfono, en el tocar a una puerta.
Las demandas que esta nueva marcha presenta al Estado mexicano y a la opinión pública son diáfanas: 1) Búsqueda inmediata de todas las personas desaparecidas, 2) Conformación de una base de datos nacional, 3) Atención estructural de la PGR a todos los casos de desapariciones, 4) Creación de una Fiscalía Especial para Personas Desaparecidas, 5) Creación e implementación de protocolos de investigación para personas desaparecidas, 6) Implementación de un Programa Federal de Atención Integral a las familias de personas de-saparecidas; 7) Aceptar las recomendaciones del Grupo de Trabajo para desapariciones forzadas e involuntarias de la ONU.
A esas madres que iban muy solas empezó a aliviárseles la soledad ayer, 10 de mayo, porque desde su llegada al Monumento a la Revolución empezaron a sumarse organizaciones como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Durante la marcha por Reforma hasta el Ángel de la Independencia, las madres ya no estuvieron solas, miles de personas les hicieron compañía, no sólo para patentizar su solidaridad, no sólo en apoyo, también muchas familias de personas desaparecidas que vinieron a juntar sus agravios, su indignación, sus demandas por justicia y fin de la impunidad.
Ojalá que el dolor de la nación que llevan consigo las madres vaya convocando más y más personas, grupos, organizaciones. Ojalá que haya muchas voces que se les presten, voces de todos los sectores: de artistas, de intelectuales, de investigadores, de madres, de iglesias. El que haya muchos pies junto a los suyos, muchas lágrimas junto a las suyas, muchos gritos indignados junto a los suyos será la única garantía de la no repetición en otras y en otros del duelo sin fin que ellas ahora viven.

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