En lo que constituye un amargo símil de lo que ha ocurrido en todo México en el curso de su historia reciente, el puerto de Acapulco se transformó en un monstruo que, acicateado por un fenómeno de la naturaleza, vomita los efectos de la corrupción endémica nacional. En aquel que se ha tenido como un “paraíso” de océano y arena, después como un centro turístico donde contrastaban el lujo internacional y la miseria íntima, para convertirse ahora en una plaza más que se disputan los cárteles de la droga, la violencia de los elementos subvirtió cualquier apariencia de orden. Y en medio del desastre, surgen nombres y apellidos de los responsables; entre otros, los Salinas de Gortari, los Ruiz Massieu, los Fernández de Cevallos…
ACAPULCO, GRO.- En el video se ve un cocodrilo avanzando sobre aguas fangosas. Se sabe cercado por humanos. En el intento de someterlo, un hombre le avienta una soga en forma de horca, pero falla. Otro le arroja una cobija roja que despierta su ira. Al fondo se ve que uno más lo espera con un tubo en la mano. Cuando otro más se le acerca, el lagarto se resbala, se tambalea, se reincorpora con dificultad por su falta de costumbre de caminar sobre banquetas.
El espécimen que se salvó de la encobijada apareció después en las noticias. “Lo amarraron con varias playeras, así salió en la televisión”, cuenta divertido Sixto López, uno de los acapulqueños que repite esa que parece ser la única nota divertida tras el paso del ciclón Manuel, que sumergió media ciudad.
Como si no bastaran la veintena de muertes que causó, los miles de damnificados hacinados en los albergues, los 40 mil turistas varados que buscan regresar a casa, la escasez de agua potable y el exceso de agua putrefacta, el aumento de los precios de los alimentos, el hambre en las colonias afectadas, las diarreas que ya aparecen en los niños, los acapulqueños tienen una preocupación más que sumar a su tragedia.
Nuevos inquilinos aparecieron en la parte más joven de la ciudad. Cocodrilos y culebras que nadan sueltos por su nuevo estanque. Ríos crecidos que trazan calles a mitad de fraccionamientos. Pantanales que invadieron unidades habitacionales y cuyos lodos saturados no permiten a sus antiguos inquilinos abrir siquiera la puerta. Aves lacustres que vuelan sobre las zonas de desastre y se posan en los techos (hay quienes aseguran haber visto garzas). Humanos convertidos en anfibios –medio cuerpo seco, la otra mitad en el agua– rescatan sus pertenencias.
De pronto la profecía parece haberse cumplido: Acapulco, haciendo honor al significado de su nombre, vuelve a ser lugar de las cañas en el lodo, de los carrizales destruidos. No por nada en su escudo lleva unos carrizos rotos.
Si, según el mito fundacional de este puerto, Quetzalcóatl envió una nube destructora como venganza por una traición, parece que esta vez envió un ciclón para recuperar los terrenos arrebatados por gobernantes corruptos y desarrolladores codiciosos que, para atraer turismo, construyeron en zonas donde el sentido común no las permitiría.
Ahora los turistas huyen en estampida.
Quetzalcóatl-Manuel se ensañó con dos regiones: la Zona Diamante, expropiada durante el salinato para construir lujosos hoteles y condominios para el turismo high class, y Llano Largo, un pantanal rellenado durante los últimos 10 años sobre el que las inmobiliarias construyeron miles de viviendas “de interés social”.
“La naturaleza nos ha cobrado su factura. Ahora a ver si Enrique Peña Nieto le va a cobrar la factura a los desarrolladores y a los exfuncionarios que lo permitieron, aunque la ley indica que esos delitos prescribieron”, dice Ramiro Gómez Pardillo, uno de los directivos del Consejo Ciudadano de Acapulco.
El empresario ecologista extiende en la mesa el mapa urbano de Acapulco y muestra cómo el manchón de cemento obstruye los cuatro arroyos que antes eran paso natural del agua que bajaba de la zona montañosa del Parque Nacional El Veladero hacia el río La Sabana y la desembocadura al mar. En medio están ubicadas las lagunas Negra y Tres Picos.
La construcción sobre humedales es tan reciente que el fango con olor a podrido salpica a muchos políticos y empresarios en activo. En la entrevista salen a relucir los apellidos Salinas de Gortari, Ruiz Massieu, Torreblanca, Aguirre Rivero, Azcárraga, López Rosas, Salgado Macedonio, Añorve, Mijangos. También nombres de inmobiliarias como Geo, Homex y Ara.
Tras dar una conferencia apoyado con los ingenieros, ambientalistas, universitarios, constructores y empresarios del Consejo Ciudadano, Gómez Pardillo muestra a Proceso, en su mapa, la carretera Metlapil, que conectaría la Autopista del Sol con el desarrollo El Diamante, como el origen del ecocidio.
Identifica al expresidente Carlos Salinas de Gortari y al entonces gobernador Francisco Ruiz Massieu (padre de la actual secretaria de Turismo) como los promotores del desarrollo de la zona expropiada para su comercialización.
Apunta con el dedo el CostCo, sobre el Boulevard de las Naciones, donde no por casualidad la semana pasada proliferaron las personas-anfibias que con medio cuerpo en el agua, como gambusinos en busca de oro, van palpando con el pie, centímetro a centímetro, para detectar algún tesoro escondido.
“Encontré este bote de leche”, anunciaba contenta Azucena Olmedo el miércoles 18 afuera de la tienda saqueada. La acompañaban sus vecinos, que tentaleaban también entre el líquido amarillento porque, desde que el ciclón estropeó la playa, se convirtieron en pepenadores acuáticos y pescadores profesionales de despensas.
“Nos enteramos que aquí nos iban a dar despensas, llegamos a las seis de la mañana y la Marina nos empezó a garrotear por andar buscando entre lo que arrasó el agua. Ya fuimos al mercado, a Puerto Marqués, a la glorieta y no dan nada. Si no tuviéramos hambre ¿usted cree que estaríamos aquí?”, dice el viejo Gaudencio Hernández al salir del agua.
Una pareja encontró una bolsa con frijoles. Cierta vecina, un gancho. Otra, un rectángulo al que le imagina forma de cenicero. En los alrededores de la tienda se ven pañales despanzurrados, rebanadas de jamón entre el lodo, cajas que contenían pantallas de televisión, los remanentes de la rapiña del día anterior.
Muchos vinieron de colonias que no sufrieron estragos pero donde todos ganan dinero en la playa. La falta de agua potable también agarró parejo. Por eso, cada tanto, entre todos ponen palos, piedras y tubos sobre el Boulevard de las Naciones, a unos metros del letrero que indica la cercanía de Punta Diamante.
“Al menos déjennos sacar la comida mojada”, grita Gloria Sabaneta a los soldados que llegan a retirar el bloqueo. Esta madre soltera dice que su familia no se ha alimentado porque no ha podido hacer trencitas en la playa.
Cada tanto la turba hambrienta se envalentona y cruza el charco con intención de rodear la tienda y a los marinos, policías y militares que la custodian. La tensión se desvanece en cuanto llegan camiones cargados con despensas.
De paraíso a chiquero
En tiempos de la Corona española las calles de Acapulco ya tenían su ordenamiento urbano. Por siglos fue paraíso de unos pocos hasta que el presidente Calles decidió convertir este puerto en destino turístico. Durante los sexenios de Echeverría y López Portillo la ciudad parecía sucursal de Hollywood. El primero que se saltó el ordenamiento de respetar la vista panorámica fue el empresario Emilio Azcárraga, con la construcción del Hotel Ritz. La zona costera no tardó en desarrollarse.
En la década de los noventa la dupla Salinas de Gortari-Ruiz Massieu puso la mirada en la Zona Diamante, lugar de manglares que rompen olas, apacibles lagunas, pantanos que controlan el paso del agua y desembocadura de ríos, y en cuya punta, sobre terrenos elevados y rocosos, Diego Fernández de Cevallos adquirió valiosos terrenos.
En ese tiempo se construyó el Boulevard de las Naciones, con rumbo al aeropuerto, a pesar de que Gómez Pardillo, también presidente de la organización Protección Ecológica Subacuática, señala que desde que era niño la vereda se inundaba hasta con lluvias leves. Su hijo, el ingeniero ambientalista Ramiro Salvador Gómez Villerías, explica que los humedales son ecosistemas pantanosos diseñados para permanecer inundados por largo tiempo.
Hace 20 años el Infonavit dio créditos a quienes quisieran habitar la colonia Luis Donaldo Colosio, una sucursal del paraíso para los asalariados.
Uno de los damnificados actuales cuenta que, con tal de vivir en la Colosio, vendió su casa del centro de la ciudad. Le gustaba la cercanía con el mar y la laguna Tres Picos; disfrutaba el paisaje. Un día vio garzas que intentaban posarse en los techos y sospechó que debajo de su casa debió haber agua.
El huracán Paulina, en 1997, confirmó su sospecha.
“Tengo 20 años pagando mi casa aquí y con esta se ha inundado tres veces, pero nunca como ahora”, dice la damnificada Luz Elena Caballero, desde el albergue habilitado en la escuela, dedicada también al excandidato presidencial asesinado.
“Esto es como una laguna. Si excava sale agua, imagino que porque está mal planeada, está construida encima del manglar de la Laguna de Puerto Marqués”, agrega un hombre sentado a su lado.
En la Colosio (poblada de casas Geo, Exa y Ara) la corriente entró tan rápido que la gente no pudo arrancarle sus pertenencias. El agua dejó su marca café en las casas: las paredes manoseadas, rayoneadas con lodo e impregnadas de olor a agua estancada, por la mezcla de agua de pantanos, lluvias y drenajes, y el menjurje de animales podridos.
En las banquetas cada casa tiene su pila de basura: una maraña formada de sillones, colchones, trastes, ropa, papeles, vida entera.
“Pobre gente. Encima, aquí todos pagan cuota”, dice un taxista a la reportera. “Mire esa franja de color que llevan los taxis: significa que pagan cuota a la maña”. Porque en Acapulco, además, operan 17 grupos criminales.
Llano Largo está a espaldas de la Colosio. Esa zona, según el Consejo Ciudadano, comenzó a desarrollarse a partir de 2003, para ello el ayuntamiento cambió los planes rectores de la urbanización y permitió cambiar la vocación al suelo, o sea construir sobre pantanos.
Las consecuencias de la corrupción y la negligencia las padecieron la señora Beatriz Juampo y su marido, inquilinos de la casa R3B, en el fraccionamiento construido por Grupo Evi. Pasaron la noche del domingo sobre el techo de su casa, con un cuarto de litro de leche como comida, pues el río enloquecido había entrado sin pedir permiso.
Al día siguiente fueron rescatados. Duraron un día en uno de los albergues habilitados, pero como en todo el día no llegó comida, decidieron irse a vivir en un hotel.
Hoy su casa es inhabitable. Para llegar a ella hay que caminar encima de una montaña de lodo duro, compacto, que se atrincheró adentro de las viviendas, ocupó la calle, sepultó lo que quedó a su paso. Como si fuera artesano que moldea arcilla, el esposo de Beatriz trata de limpiar al menos la batería de su auto, sepultado por el alud.
Una pareja joven pasa por el camino improvisado por los lugareños para cruzar el fraccionamiento y revisar sus pertenencias. El hombre lleva un portabebés. La mujer llora. En cuanto ve periodistas comienza a gritar su tragedia, como choqueada, pero sin detenerse:
“Digan que no es cierto que el Ejército vino a rescatarnos. Lo dijeron en las noticias y no es verdad… tres días atrapados… sin agua… sin familia… Ahora que regresé a rescatar cosas no encontré nada, ni ropa ni roperos ni garrafón de agua… Nada nos dejaron los maleantes que entraron… Somos de la i7B.”
La pareja se pierde en el camino tapizado de letreros que ofrecen casas en venta, algunas con alberca, y que omiten mencionar que desde su inauguración ni esa ni otras unidades tienen agua potable.
La constructora construyó una cisterna que medio abastece de agua. Y un día que el río amenazaba con meterse levantó una barda para disuadirlo. Pero ya durante las fiestas patrias no hubo manera de domar a esas aguas, que llegaron a recuperar su camino y ahora corren alborotadas a media calle, por donde les da la gana.
“Aquí hay muchos intereses del municipio, que da permisos, y corrupción de las constructoras”, se escucha decir a la mujer que continúa hablando sola.
Como el municipio nunca dotó al fraccionamiento de agua, tampoco esperan de éste la maquinaria. Pedirán ayuda a la empresa que los engañó al venderles esas casas, pero por ahora no tienen dónde reclamar porque sus oficinas también están sepultadas.
Gómez Pardillo muestra la copia del acuerdo firmado por el Cabildo en agosto de 2001, cuando Zeferino Torreblanca era presidente municipal, que abrió paso a las construcciones sobre humedales sin respetar cauces de río ni el plan rector elaborado después de la tragedia provocada por Paulina, un huracán que, por cierto, dañó la casa de los Ruiz Massieu.
El ecologista señala como directo responsable del negocio criminal a Jorge Octavio Mijangos Borja (de quien dice es protegido por la familia Díaz Ordaz), que de 1997 a 2010 representó a la Conagua, la dependencia encargada de supervisar que no se construyera sobre los cauces de ríos.
“A Ángel Aguirre le tocó Paulina, fue en la presidencia de Zedillo, cuando se autorizó el plan rector de desarrollo urbano para que no volviera ocurrir algo así. Posteriormente llega Zeferino Torreblanca, que como gobernador tenía el poder político para frenar las obras, pero durante su sexenio se autorizaron. Podrá decir que no tenía conocimiento pero queda en duda (…) Ahora que vuelve Aguirre sigue igual. Junto a la Laguna de Tres Palos el gobierno del estado construye la Universidad Tecnológica de Acapulco. Están mandando a la juventud a que muera”, dice mientras enseña una fotografía del lugar.
Gómez Pardillo no sólo señala al expresidente y a su socio. Incluye a los presidentes municipales de los últimos años (Zeferino Torreblanca, Alberto López Rosas, Félix Salgado, Manuel Añorve), a los gobernadores, los titulares de la Semarnat, la Profepa y la Conagua, y al delegado Mijangos.
Ahora que Manuel destrozó media ciudad y mató a 18 personas, comenzó el salpicadero entre la clase política.
El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, aventó la primera piedra al señalar que se construye en zonas prohibidas. Aguirre Rivero mencionó los “negocios políticos” y la corrupción como causa. La misma tónica de culpar a la corrupción siguieron el alcalde Luis Walton, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, y el titular de la Conagua, David Kopelfred, lo mismo que su antecesor, el panista José Luis Luege.
Perder cabeza y paciencia
La ayuda humanitaria fluye con la misma lentitud en que se reestablecen las vías de comunicación. Cada día trae su propio bloqueo. Un día son los turistas afuera del Centro de Convenciones quienes protestan porque las evacuaciones son lentas, otro son los damnificados frente al Costco para pedir despensas, otro se organiza afuera de la base militar Pie de la Cuesta con turistas inconformes por el hecho de que algunos extranjeros o con padrinazgos políticos tengan trato preferencial y pasen sin hacer fila.
“No vuelvo a Acapulco”, grita enojada una comerciante de Tepito con cuatro hijos, después de 17 horas bajo el sol, durmiendo sobre las maletas, cuando ve que los turistas VIP abordan los aviones militares sin formarse.
“Ya estuvo bueno. Los gringos tomando sus cervezas y a nosotros nos dan puras pencas de plátano”, dijo la señora Guillermina Herrera, quien lideraba una excursión de 40 turistas, a los que el Hotel Aca Sol y Mar echó de las habitaciones por falta de pago.
En las noches sigue lloviendo. Al parecer Quetzalcóatl no ha terminado su venganza. De los cocodrilos sueltos a sus anchas como si hubieran regresado a sus viejos pantanos, no se volvió a saber nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario