Jesús Zambrano, César Camacho y Gustavo MaderoFoto María Meléndrez Parada
A
lgo que me mueve a sorpresa cada día que pasa es la seriedad con que los políticos de profesión y los comentaristas de los medios, sobre todo de los escritos, hablan del Pacto por México. Para muchos de ellos es la llave maestra de la política de Enrique Peña Nieto, la que le ha permitido hacer pasar por el Congreso todas sus propuestas de reforma, la que le ha procurado todos los consensos que le eran necesarios para hacerlas aprobar, la que ha pacificado las conflictivas relaciones de los partidos y el gobierno (y, en particular, con el PRI).
Para otros, se trata de una política general omnicomprensiva que hace posible el gobierno de la sociedad, porque permite poner de acuerdo y dialogar a los diversos factores sociales y políticos que pesan en las decisiones de poder. Sólo se puede gobernar con todos, eso es algo axiomático. El pacto le ha permitido al gobierno peñanietista adunar fuerzas en torno suyo y evitar los consabidos conflictos con las diferentes fuerzas partidistas. Dialogar es la consigna, y Peña Nieto lo está haciendo con todos.
Para otros más, el pacto es la oportunidad que las fuerzas secundarias de la política mexicana, en especial el PAN y el PRD, esperaban para convertirse de verdad en opciones gobernantes. El pacto debe hacerles sentir que, finalmente, cuentan en las decisiones que se toman en las alturas del poder. El PAN, por ejemplo, siente que él representa la mejor perspectiva para la reforma energética, que consiste en entregarle, a base de concesiones, a la iniciativa privada el control de la industria petrolera. Para el PRD, es un triunfo suyo que Peña Nieto haya decidido no gravar con el IVA los alimentos y las medicinas.
El Pacto, incluso, ha servido para acallar el barullo de la
chiquillería. Los verdaderos protagonistas de la vida política del México de hoy son las fuerzas verdaderamente representativas de la sociedad, el PRI, el PAN y el PRD. Los partidos que realmente cuentan, los que representan a la mayoría. A nadie le extrañó que los que diseñaron el pacto dejaran fuera a los partidos pequeños. La política la hacen los fuertes y, sobre todo, se entienden mejor las cosas cuando se trata de unos cuantos que son los que de verdad deciden.
Desde luego que no faltan los altos vuelos teóricos, que son los más serios y adustos de todos. El pacto es algo tan importante en la vida política del México actual que en él se cifra el futuro modo de hacer política y, sobre todo, de gobernar. Hay algunos que han llegado a compararlo con el pacto de la Moncloa en España y con otros de la misma especie. Para mi gusto, se trata de una evidente exageración. Aquellos fueron pactos fundadores. Se decidió, nada menos, que la forma de gobierno que se habría de tener. No fueron acuerdos de circunstancia como lo es nuestro Pacto.
En esa misma dirección se discute la liviana y corta de miras relación que hay entre las fuerzas pactantes y el Congreso. A veces se dice que el pacto está sobre nuestro Parlamento, pero otras se afirma que no hay nada que impida al Congreso decidir incluso en contra del Pacto. Esa relación es un quebradero de cabeza para muchos de nuestros teóricos. ¿Es cierto que el pacto anula las funciones del Congreso? ¿Es verdad que el pacto es sólo un adorno del Poder Legislativo que le sirve únicamente para un precocido de las recetas que aprueba?
En ambos casos se trata de meras exageraciones. El pacto no tiene por qué anular las funciones de un Congreso donde las fuerzas dominantes son las mismas signatarias del Pacto. Por lo demás, el pacto no ofrece niveles de elaboración técnica y teórica que le oponga a las funciones más especializadas del Congreso. Yo no veo ninguna contradicción entre ambas instancias. Lo que veo es una auténtica liviandad del Pacto, tan liviano y poco consistente que todavía no ofrece alternativas reales desde el punto de vista político y legislativo.
El pacto de 1947 para fundar la República italiana después del plebiscito y el Pacto de la Moncloa, así como otros de su misma especie, fueron acuerdos fundacionales para instaurar la democracia y el gobierno compartido. Fueron pactos de convivencia política y de lucha democrática por el poder. No fueron pactos en los que se acordaran medidas gubernamentales de mero trámite. Se decidía toda una forma del Estado, democrática, libre y fundada en la decisión mayoritaria de sus ciudadanías. Ese tipo de pacto es lo que hoy necesitamos.
Nuestro pacto es, visto en todas sus miserias, un mero acuerdo cupular para llevar a cabo ciertas reformas que ni siquiera pueden ser discutidas en todos sus detalles en sus débiles y elementales estructuras. ¿Queréis una reforma educativa, una reforma laboral, una reforma energética, una reforma hacendaria? Con eso basta y, luego, a ver cómo salen. Ése fue el camino. Panistas y perredistas han denunciado miles de veces que ninguna de esas reformas se discutió ni menos se acordó en el seno del Pacto.
Nuestro pacto es una charada. Si no es que una farsa. A los que les ha preocupado que el pacto venga a sustituir al Congreso en sus funciones y lo anule, ya pueden estar tranquilos. No pasa nada de eso. El pacto no sirve ni ha servido mas que para señalar los puntos de reforma, pero no ha decidido absolutamente nada respecto al contenido de ninguna de las que se han planteado hasta ahora. En eso, son las pugnas entre los partidos y las fuerzas que logran alcanzar en el Congreso las que lo deciden todo.
Las escenas tan poco edificantes que nos han presentado los partidos en torno a la discusión de las reformas nos lo dicen todo. PRI y PAN pugnan por hacer ver cuál de los dos es más derechista. El PAN se ha desenmascarado por completo. Es un partido de derecha. Aprobó la reforma laboral porque era la que sus gobiernos habían propuesto; aprobó la reforma educativa, también, porque su posición era la misma del PRI; en la reforma energética se pone a la derecha del PRI, con su apuesta a las concesiones que entregarían la riqueza petrolera a los privados. En la reforma hacendaria no admite más impuestos.
El PRI ha dado marcha atrás en algunas de sus propuestas originales, como la de gravar con IVA alimentos y medicinas o las colegiaturas y las rentas de casas. No es porque haya recuperado su antiguo ideario populista y se haya vuelto menos derechista, sino por mero cálculo político, cosa que al PAN le tiene sin cuidado. La oposición popular a las reformas, en la que ahora se han involucrado los sectores patronales más reaccionarios, los tienen en un brete. Muchas de sus propuestas, sencillamente, se van a ir por el caño.
¿En que ha contado en todo esto el Pacto? Como puede verse, en nada. El pacto no es más que una pantalla engañabobos, muchos de ellos teóricos de altos vuelos, que no ofrece soluciones, sino sólo un listado de problemas que pueden ser afrontados en su conjunto por todas las fuerzas políticas importantes, pero sin que defina en absoluto qué soluciones pueden ser acordadas de antemano, vale decir, en el pacto mismo. La lucha seguirá en el Congreso tal y como se ha dado hasta ahora.
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