domingo, 20 de octubre de 2013

Necesitamos música de concierto con nana, buche y nenepil


El ensayo...
El ensayo...
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- La más fina ilusión se anidó en los ojos de Armando Rosas. Por primera vez una orquesta grabaría en vivo una pieza de su autoría. “Cumbia Zeferino” es el título de la obra, programada para ser interpretada el viernes 11 de octubre por la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo como parte de un homenaje al legendario marimbista chiapaneco Zeferino Nandayapa (1931-2010).
El programa de la noche se integró básicamente con obras escritas por Zeferino Nandayapa, cuatro de ellas de estreno mundial, “Elogio”, del compositor Ricardo Martin-Jauregui, más la “Cumbia Zeferino”, de Rosas, todas ellas con la participación de Javier Nandayapa, uno de los hijos del marimbista.
El concierto desprendió martillazos de ritmos latinos, como si una orquesta clásica se entrometiera en la sala de baile de un arrabal. Sólo que pocos disfrutaron de esta grabación histórica, ni una tercera parte del Aula Magna de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. En esos momentos el Estadio Azteca se desbordaba de fanáticos desesperados porque la Selección Mexicana de futbol calificase al Mundial.
— ¿No te da coraje, Armando?
— Bueno, para los que hemos tenido la oportunidad de hacer música de concierto sabemos que es muy frecuente que las salas no estén a tope.
Lejos de amargarse en el resentimiento, la sonrisa de Armando Rosas Almanza (Ciudad de México, 1960) emana las más dulces notas barrocas. Nunca ha llenado un Estadio Azteca ni las adolescentes lo esperan tumultuarias en los hoteles donde se hospeda. No le interesa el reino de la industria de la música, goza su individual paraíso.
En mayo de 2006 se presentó en el Festival Internacional de Cine de Cannes gracias a la música que escribió para la película El Violín. También pisó el Chicago International Film Festival (octubre de 2010). Carlos Prieto, Héctor Infanzón y Susana Harp han interpretado su obra. Tiene nueve discos que iniciaron con Tocata, fuga y apagón, grabado en 1987 por su extinto grupo, la Camerata Rupestre. Se graduó como compositor en la Escuela Superior Música del Instituto Nacional de Bellas Artes, bajo la tutoría del destacado compositor Arturo Márquez. No es un improvisado.
“¿Cuánta gente lee poesía en este país?, muy pocos, obsérvalo en proporción: ¿cuánta gente va a escuchar música de concierto?, ¡menos!, y ¿cuánta gente va a escuchar música de concierto de reciente factura? ¡Muchos menos!”, así explica Rosas la batalla desértica que libran los compositores de música de cámara en México.
— ¿A qué atribuyes que el Corona Capital se atiborre y las salas de concierto no?
— Esa música tiene un interés comercial, se promociona como un desodorante; se hacen estrategias de mercado, estudian cómo llegarle al sector de la población que se dirige, mientras que la música de concierto no tiene un interés financiero, es para quien tiene un legítimo interés por la música.
Otra sería la condición del mexicano si creciera con una adecuada formación en este arte, asevera Armando Rosas mientras charlamos en su departamento, ubicado en la delegación Coyoacán: “La gente que tiene acceso a la cultura se convierte en mejor ciudadano, tiene mejor civismo, más solidaridad, estoy convencido de que la manera de salir de la violencia tan grave que vive el país será posible sólo mediante el arte, la información y la cultura”.
Armando Rosas no sólo tiene una faceta en la música de concierto; de hecho su trabajo comenzó a ser conocido gracias al Movimiento Rupestre, un colectivo liderado por el extinto Rockdrigo González, muerto en el terremoto de 1985, e integrado por una jauría de crudos poetas urbanos: Rafael Catana, Roberto González, Roberto Ponce, Carlos Arellano, Nina Galindo, Fausto Arrellín y Eblen Macari.
Rosas aportó al movimiento utilizar un conjunto de músicos profesionales a los que bautizó con el nombre de Camerata Rupestre. Grabó canciones cercanas al folk, pero suavizadas por la música clásica. Con el paso de los años y desde la heroica independencia, Rosas se ganó un público fiel en el Distrito Federal y el resto del país. Sólo que hoy, prefiere viajar por la República y evita la capital:
“No es que yo tenga algo contra el público del Distrito Federal, a mí me encanta presentarme aquí, sólo que hay una sobreoferta de actividades culturales; eso hace que la negociación con los lugares sea muy adversa para nosotros. Desafortunadamente aquí te siguen ofreciendo como si fueras a dar tu primer concierto, y ahora simplemente ya me encuentro en condiciones de elegir en donde tocar”.
Armando Rosas disfruta de su personalidad ecléctica, pero se nota que el júbilo que irradia en los últimos tiempos se debe a que ha comenzado a escribir y, por primera vez, grabar música para orquesta. Es un logro mayúsculo. Explica por qué:
“No todos los estados cuentan con una orquesta y no todas las orquestas están interesadas en música de ‘jóvenes compositores’, las orquestas tienen que seguir tocando a Beethoven, a los grandes sinfonistas, y dejan muy poco espacio para lo que se está escribiendo”.
A ese ingrediente hay que añadir que los apoyos y sistemas de becas para ejecutantes y compositores privilegian la música de “vanguardia”, en ocasiones difícil de digerir para el público poco familiarizado con el género y eluden todo aquello que huele a rancho: “Tengo la impresión de que ya hay mucha música de concierto gourmet, baja en calorías, creo que necesitamos música de concierto con más tripa, nana, buche y nenepil, que conmueva a la gente, que logre un diálogo, una interacción. Mucha música que se hizo en los últimos diez años interesa sólo a otros compositores, pero ha alejado a la gente de las salas de concierto”.
Y así, como el placer grasoso de una garnacha, es como suena la “Cumbia Zeferino”, y gran parte de la música que compuso para la película La mitad del mundo (2011), del cineasta mexicano Jaime Ruiz Ibáñez.
Armando Rosas es una de las razones para no morir de miedo en México. Como él, miles de cineastas, poetas, novelistas, músicos, pintores y demás incitadores de sueños paralelos a los avasalladores convencionalismos de lo que debe ser el hombre moderno se niegan a sepultar su vocación de vagos de arrabal, pese a la depredadora industria que vende a la cultura como un producto más para añadir vanguardia, sapiencia y atractivo a la personalidad.
Tenemos una responsabilidad para con nuestros artistas: replicar sus divinas transgresiones para acallar a la mancha voraz que todo lo quiere comprar.
Twitter: @juanpabloproal
P.D. Este domingo 20 de octubre los músicos Rafael Catana, Armando Rosas y yo presentaremos el libro Rupestre, a las cuatro de la tarde en la Feria Internacional del Libro del Zócalo.

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