lunes, 6 de mayo de 2013

Cuidado con el Cártel Chatarra. Jaime Avilés






Hasta el pasado 30 de abril, 441 personas habían desaparecido en el estado de México durante los primeros cuatro meses del nuevo gobierno de Salinas de Gortari, encabezado esta vez por Peña Nieto. De acuerdo con los datos que Andrés Manuel López Obrador difundió el jueves en Twitter, en el primer trimestre de 2013 hubo 189 homicidios en Michoacán, una cifra “histórica”.


    En lo que se refiere a la violencia desatada por el régimen, Felipe Calderón no se ha ido. Las matanzas, los descuartizados, los colgados de los puentes, los feminicidios, los ataques a los migrantes, las montañas de cadáveres, todo sigue igual. Pero mientras los precios, la abundancia y la calidad de las drogas de consumo masivo permanecen estables, los alimentos continúan subiendo y las gasolinas cuestan 11 centavos más cada mes y son ya más caras que en Estados Unidos.

    La inseguridad (que por cierto se intensifica velozmente en el DF), el descontento, el desempleo, la carestía, la pobreza, la miseria, el hambre de decenas de millones de mexicanos no se reflejan para nada en las sonrisas satisfechas que Obama y Peña lucieron para la prensa después de su encuentro en Palacio Nacional. 

    ¿Imaginan esas sonrisas en Tokyo después de la destrucción de Hiroshima? Bueno, pues sin exagerar México sufre un dolor semejante al que causó la bomba atómica del 6 de agosto de 1945 en aquella ciudad, que mató a 200 mil personas en un instante, y sin embargo Peña y Obama aparecieron ante las cámaras muy contentos. Nada en sus rostros insinuaba compasión alguna por la tragedia que padecemos, porque ellos pertenecen al club de los vencedores: son nuestros amos y nuestros verdugos.

    ¿Por qué, si todo está tan mal en todas partes, el gobierno del mundo no hace nada para modificar las cosas, mejorar la calidad de la vida, cuidar el medio ambiente? He aquí una probable respuesta. El 2 de julio de 1979, al hablar ante la junta de gobernadores del Banco Mundial, Robert McNamara que en aquel entonces presidía tal organismo, dijo que la “sobrepoblación” era el obstáculo más grave para el desarrollo económico y social de las naciones, y agregó:
    “Sólo existen dos posibilidades para evitar un mundo de 10 mil millones de habitantes. O bajamos los índices de natalidad o los índices de mortandad tendrán que subir. No hay otro modo. Hay muchas maneras para lograr que suban los índices de mortandad. En la edad termonuclear, las guerras pueden ser creadas con mucha rapidez y decisión. La hambruna y la enfermedad son controles antiguos de la naturaleza para regular el crecimiento de la población y no han desaparecido de la escena”.
    Una década antes, en 1969, Nixon pidió al Congreso de EU una partida de 10 mil millones de dólares para ayudar al Departamento de la Defensa a “desarrollar un agente biológico sintético que ningún sistema de inmunidad humana pudiera resistir”.

    Pero esa búsqueda comenzó cuando el gobierno de Einsenhower edificó en Arkansas un complejo dedicado a la producción de armas biológicas en donde fue creado un agente bacteriológico llamado tularemia y se perfeccionó la espora del ántrax, que había sido construida en probeta por un laboratorio de Indiana durante la Segunda Guerra Mundial.

    En 1981, 12 años después de la iniciativa de Nixon, que fue puesta en marcha cuando los antiguos laboratorios de “bioguerra” del Fuerte Derick de Maryland se convirtieron en el Centro Frederick de Investigación del Cáncer, apareció el Sida, y en 1986 nació el niño número seis mil millones.

    Todos los que saben del tema aseguran que el Sida “ya fue controlado”, gracias a la política del gobierno de la India que sacó a la venta medicamentos baratos para frenar la propagación del virus, y que le ocasionó graves pérdidas a las farmacéuticas occidentales, que aún sostienen precios altísimos para lucrar con los seropositivos ricos y condenar a muerte a los pobres.

    Hoy, el Sida ya no es tema de primera plana, pero el año antepasado la humanidad llegó a siete mil millones... y se acercó a sólo tres mil millones del tope que Robert McNamara estableció como límite para que la Tierra se transforme en una gigantesca locación de Blade Runner.

    Es por eso que la lucha de los gobiernos del mundo para bajar la natalidad y subir la mortandad no cesa. Y aquí es donde cada vez cobra mayor relevancia el papel de los alimentos chatarra. Si ustedes buscan en Facebook #Cártel Chatarra –un video que hizo Héctor Bonilla con sus hijos Fernando y Sergio y contó con la participación de Bruno Bichir, Alejandro Calva, Jorge Zárate, Mauricio Isaac, Valentina Sierra, Alfonso Borbolla y los músicos de la Improlucha-- descubrirán el peligro que representan para niños y adultos los productos de Kellogs y McDonalds junto a los ya muy conocidos de Coca-cola.

    Las zucaritas y los choco-krispis son 40% azúcar y 60% harina refinada, en tanto la coca “regular” contiene 12 cucharadas de azúcar por cada 600 mililitros. En los niños, aparte de obesidad y proclividad a la diabetes, esta basura causa déficit de atención (que los psicólogos infantiles “reducen” con altas dosis de Ritalin, que reporta enormes ganancias a los laboratorios). 

    Los mexicanos, en promedio, consumimos 163 litros de refresco al año y somos el tercer país del mundo en esta tabla de premiación. Por su parte, McDonalds es el mayor vendedor de juguetes en el orbe (chucherías fabricadas por niños esclavizados en el sudeste asiático, igual que los obreros de Zara) pero su anzuelo para captar clientes es la Cajita Feliz, cuyo objetivo es convertir a los niños en consumidores adictos a las grasas, la sal y el azúcar de las hamburguesas. 

    México, hace rato lo sabemos, es el segundo país del mundo en población obesa y cada año 500 mil personas contraen diabetes, un mal que puede mantenerse a raya, pero que cada dos horas mata a cinco personas debido a las complicaciones que genera. Consumir zucaritas y choco-krispis de Kellogs, hamburguesas de McDonals y bebidas de Coca-cola no es sin embargo sólo una fuente de enfermedades letales. 

    Cuando estos productos se combinan con el poder hipnótico de la televisión, la obesidad aumenta al mismo ritmo que la incapacidad de moverse, hacer ejercicio, leer, pensar con ideas propias, lo que no sólo enferma el cuerpo sino también la mente, y garantiza a los dueños de México el voto puntual de una mayoría gorda, ociosa y estúpida, fanatizada a la vez por la Iglesia, que como bien lo dijo el arzobispo de Tuxtla Gutiérrez considera más grave un aborto que la violación de un niño.

    Lógico: un aborto impide que nazcan niños desamparados que serán pasto de los curas abusivos, o niños consentidos que serán clientes de Kellogs, McDonalds y Coca. Esta sutil telaraña de dominación permite que las firmas protegidas por el gobierno del mundo sigan robándonos los recursos naturales y devastando el medio ambiente, mientras la destrucción del tejido social y el desmantelamiento del Estado nos ha desdibujado ya completamente como país y reducido a la categoría de territorio, lo que sin duda responde a los intereses militares estratégicos de Estados Unidos que, un día quizá no muy lejano, se permitirán colocar, de Sonora a Yucatán, misiles nucleares apuntados hacia China, cuando el inevitable choque entre los dos gigantes lleve al ámbito de la guerra su disputa por la dominación de las ruinas que queden en pie.

    No lo comenten pero hoy hablaré de esto y más en el Tendedero Político de Isabel la Católica esquina con Madero y ubícuamente estaré en Twitter, en @Desfiladero132 Por lo demás esta es la entrega número 500 de mi gustada y disgustada columna que nació en La Jornada en 2002, cuando ése diario era todavía una de las pocas pero “honrosas excepciones” en nuestro país.



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