miércoles, 23 de febrero de 2011

El borrego de Cordero Miguel Ángel Granados Chapa Periodista

De la jerga periodística ha pasado al habla general el coloquialismo que denomina borrego a una noticia falsa.

El secretario de Hacienda Ernesto Cordero lanzó el lunes un borrego, el de que hay familias mexicanas que con ingresos de seis mil pesos, “tienen el crédito para una vivienda, que tienen el crédito para un coche, que se dan tiempo para mandar a sus hijos a una escuela privada y están pagando las colegiaturas”.

El secretario estaba quizá aturdido por el desfasamiento horario que produce un viaje intercontinental. Había acudido a la reunión de ministros de finanzas del Grupo de los Veinte, cuya coordinación asumirá el gobierno mexicano próximamente, de manos del gobierno francés. Puesto que además lo suyo son los números más que las palabras, incurrió en ese desliz que luego fue omitido en la reproducción de su mensaje. Él mismo, convertido en su propio Rubén Aguilar, dijo por twitter que no había querido decir lo que dijo.

Pero lo dicho dicho estaba. Quizá Cordero pretendió afirmar que una familia con seis mil pesos de ingresos, poco más de tres salarios mínimos, es sujeto de crédito, no que necesariamente lo ejerza.

Pero nadie puede, con esa cantidad, además de subvenir a las necesidades cotidianas de alimentación y vestimenta, emprender la hazaña de endeudarse para comprar casa (aunque sean las diminutas viviendas, de poco más de cincuenta metros cuadrados de cuyo auge se ufana el gobierno federal), un vehículo a plazos y además pagar cuotas en escuelas particulares.

Cordero citó a los medios para gloriarse de la recuperación económica del año pasado, medida por el INEGI y dada a conocer la víspera. Según esos datos, el Producto Interno Bruto creció en cinco y medio por ciento y el consumo en las tiendas de autoservicio en una proporción levemente mayor, de seis y medio por ciento.

Se regodeó con el informe de que las exportaciones no petroleras aumentaron en casi treinta por ciento (si bien se abstuvo, como en el resto de los datos, de recordar la disminución registrada el año anterior). Como temprana señal de que este año la economía marchará aún mejor, mencionó que la producción automotriz creció en enero de este año más de 20 por ciento.

Se sorprendió por ello que ante tan notoria bonanza, los consumidores no estallen eufóricos por el bienestar recuperado o ganado. Pero encontró de inmediato una explicación psicosocial de tal estado de ánimo: “Siempre, por alguna razón, los mexicanos probablemente somos los más exigentes respecto de lo que nos gustaría, y eso hace que siempre tengamos una percepción un poco más negativa de lo que los datos duros muestran”.

Ese diagnóstico se asemeja al del médico dogmático que desdeña la información ofrecida por el paciente sobre su dolor: “No, usted está bien. No le duele nada. Los análisis lo muestran sin lugar a dudas”.

A mentalidades como esa, imaginaria, y la real de Cordero no se les ocurre suponer que el afectado directamente quizá tenga razón y, en el caso del ejemplo, el enfermo padece una dolencia cuyo origen no ha detectado, y en la vida real las familias sufren la insuficiencia de sus ingresos. A Cordero no le pasa por la cabeza preguntarse si la medición del incremento de las ventas en las tiendas de la ANTAD es causado por aumento en el consumo o alzas en los precios.

El traspié, o la convicción de Cordero deriva de su desconocimiento de la realidad cotidiana. Pertenece a un sector de la población que vive siempre en una burbuja.

Me pregunto si alguna vez ha viajado en el Metro, si ha hecho sus compras directamente, si ha entrado así fuera por curiosidad a un mercado popular. Me parece que, como la mayoría de los miembros de la clase gobernante, Cordero ha vivido en el penthouse del edificio social, sin contacto con la calle, con las preocupaciones diarias.

Cordero es actuario por el ITAM, y luego estudió maestría y doctorado en la Universidad de Pennsylvania, donde al mismo tiempo fue alumno y profesor. Dada esa preparación, y salvo su paso por la Fundación Miguel Estrada Iturbide (que asiste con estudios a los diputados panistas), ha ocupado siempre cargos de dirección o asesoría en altos niveles.

En la Cámara conoció a Felipe Calderón, que lo ha llevado consigo a Banobras, a la secretaría de Energía, a su campaña presidencial y a su gabinete. Fue durante un año subsecretario de egresos en Hacienda, durante el siguiente secretario de desarrollo social y desde diciembre de 2009 reemplazante de Agustín Carstens en el manejo de las finanzas federales.

A pesar de la brevedad de su carrera, y de su perfil tecnocrático (o a causa de ellos) en los corrillos palaciegos corrió la especie de que el secretario de Hacienda era el favorito del Presidente para sucederlo (o al menos para intentarlo como candidato del PAN).

Ahora surge información en sentido contrario. Alguien tan próximo a Calderón como su propio secretario particular, Roberto Gil Zuarth, encabezó una reunión para impulsar tres precandidaturas: la de Josefina Vázquez Mota, la de Alonso Lujambio, la de Heriberto Félix.

Esos panistas no quieren que Cordero sea postulado por su partido.

Hacen bien. Independientemente de los méritos y defectos de los tres mencionados, y los de Santiago Creel, que también aspira, la distancia de Cordero respecto de las tribulaciones mexicanos, que pretendería enfrentar sin conocerla, condenaría al PAN a la derrota, anunciable desde la propia postulación y comprobable en las urnas. No nos ha ido bien con dos presidentes panistas. Nos iría peor.

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