martes, 24 de noviembre de 2009

Un gobierno enojado




Confundir el debate con la descalificación del que piensa distinto es una práctica muy presente entre los mexicanos. Discutir, argumentar, defender un punto de vista todavía se confunde, en una sociedad inmadura como la nuestra, con pelear, agredir, despreciar y depreciar al contrario. Y si un gobierno es a fin de cuentas parte de la sociedad, el gobierno de Felipe Calderón se ha mostrado en los últimos meses iracundo, enojado y al intentar defender sus posiciones, muchas veces intolerante.

Si al empresario e inversionista más importante de México expresar su opinión públicamente sobre la crisis que entonces comenzaba le costó hace unos meses ser tachado de “catastrofista” por el gobierno, ahora a un premio Nobel de Economía su análisis sobre la actuación de las autoridades mexicanas para enfrentar esa crisis le valió ser tachado de “ignorante” y “poco leído” por parte de los miembros de la administración calderonista.

¿Por qué se enojan en el gobierno cuando se les cuestiona o critica? ¿Por qué, en vez de debatir con argumentos, descalifican, desprecian a quien les cuestiona y lo tachan de tener intenciones políticas o conspiratorias contra ellos?

Hace tiempo que se habla en los corrillos políticos del estado de ánimo del Presidente y concretamente de su mal humor; de ser ciertas las versiones que describen a un mandatario irritable, molesto, ¿será que los problemas, la crisis, los malos indicadores de la economía mexicana y la situación en general en el país provocan ese mal ánimo presidencial?

Ya se había visto, en los recientes enfrentamientos con los empresarios, a raíz de la discusión del paquete económico 2010, a un Calderón belicoso que dirimía públicamente sus diferencias con un sector que lo había apoyado incondicionalmente hasta ahora; pero parece que ese ánimo ya se trasladó al resto de su gabinete que, en un afán legítimo de responder a un señalamiento grave y delicado como el del economista Joseph Stiglitz, evidenció esa irritabilidad al contestarle a un premio Nobel con más víscera que argumentos.

Cuando estaban en campaña por la Presidencia y su candidatura no levantaba, allá por marzo de 2006, un cercano colaborador de Felipe Calderón se confesaba preocupado por ver a su jefe “muy irritable y molesto”, y comentaba que solía pasarle eso cuando el equipo vivía una crisis o las cosas no iban bien. “Ya lo vivimos en Michoacán (1995), cuando la campaña no levantó se puso muy mal y todo le molestaba; era muy difícil acordar con él”.

En aquel 2006 el ánimo se le compuso a Calderón cuando unas semanas después las encuestas comenzaron a sonreírle, pero hoy, tres años después, parece que el mal humor ha regresado.

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