Miguel Limón Rojas, segundo de izquierda a derecha |
Fundación para las Letras Mexicanas Vividores en nombre de Paz
En plena ceremonia conmemorativa del centenario del natalicio de Octavio Paz, Emilio Azcárraga Jean anunció que Televisa decidió donar todo el acervo audiovisual del poeta producido por el consorcio a la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM). La noticia causó estupor en el ámbito cultural, toda vez que Azcárraga parece ignorar las corruptelas que se realizan en esa institución creada en 2003 y regenteada por Miguel Limón Rojas y Eduardo Reyes Langagne. Según dice a Proceso Bernardo Martínez Baca, contralor de la desaparecida Fundación Octavio Paz, la beneficiaria es una “fundación de vividores”.
Para corresponder a la “generosidad” y al “trato bondadoso” que Octavio Paz tuvo para con Emilio Azcárraga Milmo y su familia –a la cual brindó “amistad larga y leal, consejo lúcido, conversaciones y convivencias dichosas”– , el heredero de El Tigre decidió donar el acervo audiovisual del poeta producido por Televisa.
Con ello, el público tendrá acceso por internet a más de 200 horas de grabación, en programas y series protagonizados por el poeta, entre los que destacan el “Encuentro Mundial de la Comunicación”, “Conversaciones con Octavio Paz”, “México en la obra de Octavio Paz” y “La poesía de nuestro tiempo”, que en su momento le generaron severas críticas al poeta por parte de diversos intelectuales, no por su contenido, sino por su relación con el consorcio televisivo.
El anuncio lo hizo el lunes 31 de marzo el propio Emilio Azcárraga Jean, presidente de Grupo Televisa, en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de Octavio Paz.
La donación se ganó el aplauso del mundo cultural y académico del país, y de la sociedad misma. Pero también generó extrañeza y repudio, en ese mismo ámbito, que la destinataria de esa donación fuera, inmerecidamente, la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM).
Según la escritura de su constitución, de junio de 2003, la FLM –heredera de la Fundación Octavio Paz– tiene como objetivos “promover la cultura y las artes”, “alentar y apoyar el estudio sobre la literatura mexicana e hispanoamericana” y “fomentar y promover la investigación literaria”.
Pero desde esa fecha, la fundación, que preside Miguel Limón Rojas, ha tratado como apestado a Octavio Paz, único Premio Nobel de Literatura (1990) mexicano. Desde ella ni se preserva, ni se difunde, ni se estudia la obra del poeta, además de que maneja con total opacidad los casi 90 millones de pesos que empresarios mexicanos donaron para la Fundación Octavio Paz y que ahora son de la FLM, institución que ha servido más bien de “caja chica” para su presidente, Limón Rojas, y para su director general, Eduardo Reyes Langagne, según denuncias recogidas por Proceso.
Las gestiones de Zedillo
En 1993, como secretario de Educación Pública en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, a Ernesto Zedillo se le ocurrió que había que hacer algo para celebrar los 80 años de vida –que se cumplirían al año siguiente– de Octavio Paz, quien había recibido el Nobel de Literatura tres años antes.
La idea se truncó, pues Zedillo dejó el cargo para dedicarse a coordinar la campaña presidencial de Luis Donaldo Colosio, quien fue asesinado en marzo de 1994. Zedillo fue elegido por el presidente Salinas y su partido, el PRI, para sustituir a Colosio. Y ganó los comicios.
Tomó posesión como presidente de la República el 1 de diciembre de 1994. A partir de entonces y durante los dos años siguientes, tuvo más cabeza para ocuparse de la severa crisis económica que se desató con la brutal devaluación del peso a finales de diciembre de 1994 y que propició la más severa caída de la economía mexicana.
Fue hasta 1997 cuando Zedillo pudo retomar su idea de homenajear de manera permanente a Octavio Paz, con quien para entonces ya sostenía una relación estrecha, al grado de que lo recibió en Los Pinos.
Zedillo habló personalmente con Azcárraga Milmo, a quien le pidió ayuda para convencer a Paz de la creación de la fundación. Azcárraga aceptó y además compartió con el presidente el interés de crear una institución que promoviera la obra de Paz.
El Tigre se comprometió a hablar con más empresarios para que apoyaran la idea. El mandatario haría lo propio. Fue un éxito el acercamiento con los magnates, que mostraron una total disposición de apoyar la idea del presidente de crear una fundación en honor del poeta galardonado.
Zedillo estableció que el gobierno federal donara un inmueble para que fuera sede de la fundación. Decidió que fuera la llamada Casa de Alvarado –ubicada en Francisco Sosa 383, en Coyoacán–, una casona colonial construida a finales del siglo XVIII con más de 6 mil 500 metros cuadrados de superficie, y que en distintos momentos albergó oficinas de la hoy extinta Secretaría de Programación y Presupuesto y de la Presidencia de la República.
Además, el gobierno aportó, a través de Conaculta, 10 millones de pesos para el arranque de la fundación, pero fundamentalmente para el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo a que estaba obligada la fundación.
Por su parte, los magnates hicieron un donativo promedio de casi 8.2 millones de pesos cada uno. Le entraron 11: Emilio Azcárraga Jean (su padre había muerto en abril de 1997), Antonio Ariza, Isaac Chertorivsky, Manuel Arango, Alberto Bailleres González, Carlos González Zabalegui, Germán Larrea Mota Velasco, Bernardo Quintana Isaac, Alfonso Romo Garza, Fernando Senderos Mestre y Carlos Slim. Todos ellos formarían el patronato de la fundación.
Se juntaron cerca de 100 millones de pesos, incluida la aportación del gobierno federal, con lo que arrancó la Fundación Octavio Paz el 17 de diciembre de 1997.
Como presidente del patronato quedó el propio Zedillo; como director general, Guillermo Sheridan; tesorero, Miguel Mancera Aguayo, quien estuvo al frente del Banco de México desde diciembre de 1982 a diciembre de 1997, y un consejo consultivo de lujo que incluía a José Emilio Pacheco, Ramón Xirau, Adolfo Castañón, Alberto Ruy Sánchez y Enrique Krauze, entre otros.
El ocaso
Durante sus primeros tres años la Fundación Octavio Paz funcionó a la perfección, incluso ya fallecido el poeta (19 de abril de 1998). Las asambleas de los asociados (los empresarios donantes) se realizaban en la residencia oficial de Los Pinos, con la presencia de Zedillo y todos los grandes empresarios que aportaron recursos para la fundación.
Un hecho inició el declive: la viuda del poeta, Marie-Jose Paz, heredera universal de los bienes del escritor, se negó a entregar a la fundación la biblioteca personal del poeta, sus archivos y su correspondencia, como se estableció en el acuerdo presidencial de la creación de la fundación.
El director de ésta, Guillermo Sheridan –académico y escritor cercanísimo a Paz–, batalló desde el principio para que Marie-Jo cediera a la fundación todo el acervo documental, propiedad de Paz, que se indicaba en los estatutos de la institución.
“Es mi legado. Está bien establecido en su testamento que el archivo me pertenece, así que ya veré más adelante qué hago con él”, dijo en una entrevista con el diario Reforma en enero de 2001.
Sheridan le reclamaba que legalmente le correspondía a la Fundación Octavio Paz administrar la obra escrita del poeta y ponerla a disposición de los estudiosos. Nunca se saldaron las diferencias. Llegaron inclusive amagos de demandas penales que no se concretaron.
Se atascó el diálogo entre Marie-Jo y los magnates. Ellos reclamaban, igual que Sheridan, el acervo de Paz, pues –aducían– para eso habían dado el dinero con el que se habían comprometido con el entonces presidente Zedillo.
Algunos de ellos, inclusive, criticaron a la viuda por, decían, entrometerse en la fundación, ser protagonista y participar en la toma de decisiones de la institución.
Sheridan optó por irse de la fundación. Y los empresarios, totalmente desganados y molestos, hicieron un último intento para salvarla. A sugerencia del empresario Isaac Chertorivsky –quien introdujo la marca Bacardí a México–, invitaron a Limón Rojas, secretario de Educación Pública con Zedillo, a fungir como interlocutor entre Marie-Jo y los patronos.
Le cayó de perlas a Miguel Limón Rojas, quien estaba desempleado, pues ya gobernaba en el país el panista Vicente Fox, Hoy, cobra 100 mil pesos mensuales.
El relevo
Parte de lo anterior y lo que sigue es producto de varias horas de conversación con Bernardo Martínez Baca, quien fungió como contralor, vigilante acucioso de los ingresos y los gastos de la Fundación Octavio Paz desde su creación, y luego de la institución que la sustituyó desde 2003: la FLM.
Martínez Baca es un lúcido exfuncionario público de 86 años que estuvo 44 en el Banco de México. Ahí entabló relación con un jovencísimo Ernesto Zedillo, quien dirigía el Fideicomiso para la Cobertura de Riesgos Cambiarios (Ficorca), ideado por el propio Zedillo, que salvó de la quiebra a cientos de empresas, sobre todo grandes, que tenían problemas de sobreendeudamiento en dólares.
Martínez Baca puso a disposición de Proceso un abultado expediente que revela el desorden que hay en la FLM, las corruptelas de su presidente Limón Rojas y del director nombrado por él, Eduardo Reyes Langagne, que han hecho de la fundación su “caja chica”; el descontrol en los gastos de la fundación; la indolencia de los becarios, que sólo van a ella cuando les toca cobrar la beca, primero de 10 mil pesos, ahora de 12 mil; y, también, el desinterés de los patronos por la fundación, que no asisten a las asambleas de asociados ni mandan representantes.
Fallecido Octavio Paz, concluida la administración de Ernesto Zedillo, abiertas las diferencias entre la viuda de Paz y los patronos –algunos amagaron con retirar su dinero–, y perdida la Casa de Alvarado, la Fundación Octavio Paz vio su fin.
Pero dio paso a la FLM, que preservó el patrimonio de la instancia anterior, pero se olvidó de Octavio Paz y ahuyentó a los escritores ilustres que participaban en ésta.
De hecho, la FLM no tiene un consejo directivo. Y en el consejo consultivo, según se ve en su página web, aparecen personalidades que en su mayoría ya fallecieron: Rubén Bonifaz Nuño, Alí Chumacero y Germán Dehesa. Forman parte de ese consejo Ángeles Mastretta, quien se ha negado a participar en él, y también Federico Reyes Heroles.
Pero este último, según Martínez Baca, se encuentra ahí por un acuerdo comercial entre la revista Este País, que él mismo dirige, y la FLM. La revista creó una sección cultural donde da cabida a textos escritos por los becarios de la fundación y a las convocatorias de ésta para formar nuevas generaciones de becarios.
En el consejo editorial de la revista aparece Limón Rojas como integrante. A cambio de todo ello, Este País recibe recursos de la fundación.
En el expediente de Martínez Baca hay varios recibos de pagos que la FLM le hizo a la revista. Destaca uno por 130 mil pesos por “apoyos diversos” y otro por 69 mil pesos por publicidad.
El caso es que, según el entrevistado, Reyes Heroles nunca va a la FLM, aun cuando es miembro del Consejo Consultivo. Otro que tampoco asiste es su propio presidente, Limón Rojas, quien despacha desde su empresa particular, una consultoría de asuntos educativos que denominó Valora.
Lo peor: Limón Rojas exige a la fundación viáticos por viajes internacionales, aun cuando éstos sean pagados por la institución gubernamental que lo invita. Destaca uno a Bogotá, Colombia, para asistir a una feria del libro. Conaculta sufragó todos los gastos, pero Limón hizo que la fundación también se lo pagara. En el mismo caso está un viaje a Europa.
Para ese tipo de viajes, Limón recibía de la fundación entre 120 mil y 150 mil pesos. En el expediente están los recibos.
Un ejemplo más de las prácticas de Limón Rojas es una supuesta donación de obras que hizo a la fundación: un paisaje del pintor Héctor Cruz y una réplica de una pintura con magueyes de Luis Nishizawa. Antes que donación fue una venta. Limón le exigió a la fundación, y se le pagaron, 200 mil pesos por la primera obra y 75 mil pesos por la segunda.
Esa ha sido la constante de Limón Rojas. Además de recibir un sueldo de 100 mil pesos mensuales, emprende actividades que le reditúen monetariamente, pero también mayor presencia en la esfera pública: A través de su empresa de consultoría, Valora, cobra como asesor del secretario de Educación del gobierno de Veracruz.
Ausente Limón de la fundación, quien lleva las riendas en ella es el director general puesto por él mismo, Reyes Langagne, quien optó por suprimir en sus escritos el primero de sus apellidos.
Langagne, según Martínez Baca, sigue los mismos pasos de su jefe: sacarle todo el dinero que se pueda a la fundación y aprovecharla para hacerse de una presencia literaria.
Un caso igual de grave es la permisividad con la que trata a los becarios. En principio, los estatutos y las convocatorias señalan que las becas son de “formación” y “no de reconocimiento a la obra realizada”, por lo cual los becarios están obligados a asistir diariamente a la fundación, aunque no lo hacen.
Las becas son otorgadas a profesionistas con alto nivel de estudios literarios y con un desarrollo profesional ya consolidado, en México y en el extranjero, y que, inclusive, reciben paralelamente becas de otras instituciones. Con ello, Limón y Langagne presumen ante los patronos logros de excelencia que no genera ella.
Total, la fundación que se creó para honrar la obra de Octavio Paz y formar escritores acabó convertida en una “fundación de vividores”, de acuerdo con Martínez Baca.
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