V
enezuela: claro que conmueve la entrega con la que miles de muchachas y muchachos salen a las calles para exigir un cambio. Y más conmueven las imágenes de golpeados, heridos y muertos en el curso de una manifestación. E indignan las fotos de brutalidad policial. En las redes sociales y en medios formales tan respetables como la cadena CNN y el diario ABC hay una catarata de escenas terribles y el primer impulso consiste en pedir sensatez y mesura a los gobernantes y un alto a la represión.
Poco a poco, sin embargo, se empieza a conocer que la foto de una muchacha arrastrada y pateada por efectivos antimotines, difundida en el sitio web de ABC y con la que se ilustra la barbarie del gobierno de Nicolás Maduro, no fue tomada en Caracassino en El Cairo; que un joven con la cara reventada, exhibido por CNN como prueba de la ferocidad policial venezolana, fue agredido en realidad el año pasado, y no por policías, sino por simpatizantes del entonces candidato presidencial opositor Henrique Capriles; que la imagen de unos cadáveres ensangrentados en una morgue no viene de Maracay sino de Alepo, Siria; que el cartel con las imágenes de un hombre antes y después de una golpiza, profusamente distribuido entre los manifestantes del país sudamericano, toma su elemento principal de un testimonio de tortura en el País Vasco que data de hace ocho años; que un estudiante llevado a rastras del pescuezo por un par de uniformados no corresponde a los enfrentamientos de este mes en Caracas, sino a las marchas estudiantiles reprimidas en 2011 en Santiago de Chile.
La miseria que acompaña a los venezolanos desde que nacen es ilustrada con una foto en la que unos bebés duermen en cajas de cartón. Lástima que haya sido tomada en Honduras y lástima, también, que los recién nacidos finlandeses de las últimas seis décadas también han dormido en cajas reglamentarias, entregadas gratuitamente por el Estado. Gracias a la magia del copiar & pegar, un enorme grupo de manifestantes catalanes aparece de pronto en Táchira, a miles de kilómetros de su lugar de residencia. Los agentes del orden de Venezuela capturan a un hombre y deciden súbitamente replicar con él, pixel por pixel, una escena de abuso sexual tomada de una página porno. Escenas de represión ocurridas en Brasilia, Atenas, Sofía, Singapur y Buenos Aires se repiten en Caracas con los mismos personajes, las mismas ropas, la misma hora del día y hasta el mismo fotógrafo. Enormes peregrinaciones religiosas son convertidas –mediante una simple intervención en el pie de foto– en multitudinarias marchas opositoras. ¿Desmentidos, disculpas, aclaraciones? Ni una sola. Para qué.
Otra: bajo el encabezado “ No es Irak; es San Cristóbal ”, una foto muestra en panorámica cómo arde completa la ciudad de San Cristóbal (capital de Táchira) y uno se queda con el corazón arrugado a la espera de noticias sobre decenas de miles de muertos y miles de millones de dólares en daños. Pero las tales noticias no llegan nunca por la razón simple de que San Cristóbal nunca estuvo en llamas. Poco importa: en cuestión de minutos la imagen ha sido retuiteada cientos de veces. Curiosamente, ésta no genera una angustia masiva de personas interesadas en conocer el destino último de los sancristobalenses fallecidos en la hecatombe, pero sí una nueva oleada de indignación contra el régimen. Es cierto: al día siguiente los medios opositores van desde que la ciudad “ amaneció paralizada y con comercios cerrados ”hasta que “ varias protestas se desarrollan en avenidas y calles ” y que
las barricadas de basura quemada impidieron el paso de vehículos. Los oficialistas afirman que los opositores atacaron la subestación eléctrica para dejar sin luz a la ciudad. Afortunadamente, la urbe no ha sido reducida a cenizas –no, al menos, por ahora– y los tuiteros más enardecidos se quedarán con las ganas de agregar
Neróna la larga retahíla de calificativos –criminal, fascista, dictador– que asocian con toda naturalidad al apellido Maduro. Estamos ante lo que Geovanna Campos ha llamado “ la primavera de l Photoshop ”.
En Carúpano entra en pánico un automovilista idiota que se encontraba bloqueado por una manifestación nocturna, arrolla a la multitud, hiere a varios y horas más tarde un chico muere a consecuencia de las lesiones. El resultado: la consigna
Maduro, asesino de estudiantes, difundida a mares dentro y fuera de Venezuela.
Otra: el martes 18 un grupo de pistoleros en moto dispara contra una marcha no autorizada de opositores en Valencia, estado de Carabobo, y deja varios lesionados, entre ellos Génesis Carmona una modelo de 21 años que fallece horas después. La avalancha antigubernamental no se hace esperar. Se omite, desde luego, que el gobernador estatal, Francisco Ameliach –del gobernante Partido Socialista Unificado de Venezuela, PSUV– estuvo emitiendo desde días antes, tanto en los medios tradicionales como en las redes , la advertencia de que los opositores querían un muerto en el estado.
Grupos violentos de la MUD (Mesa de la Unidad, oposición) quieren un estudiante muerto. Medios de comunicación colaboren con la Paz, había tuiteado el 14 de febrero, jornada en la que supuestos manifestantes incendiaron vehículos –incluido un camión revolvedor de asfalto que no estalló de milagro– y señaló como instigadores del vandalismo al político opositor Vicencio Scarano, y al funcionario de la Universidad de Carabobo Pablo Aure. Tras la muerte de Carmona, Ameliach explicó que si su oficina no autorizó la manifestación fue porque
es peligroso que esas marchas entren al centro de Valencia porque allí hay puntos planificados, con logística, con armamento, para arremeter contra los estudiantes.
Dato inquietante: las imágenes –reales– de los grupos de provocadores encapuchados que acompañan a las manifestaciones y que se encargan de atacar a las fuerzas policiales (y a los manifestantes) se parecen mucho a las de los provocadores que han actuado en recientes ocasiones en el centro de la Ciudad de México con motivo de genuinas movilizaciones ciudadanas.
Es un hecho que la contención y la prudencia no abundan mucho que digamos en las redes sociales, pero en ellas son igualmente infrecuentes las fugas generalizadas del sentido común como las que acompañan al conflicto en la patria de Bolívar, Chávez, Maduro y Capriles. Es cierto también que en ambas clases de cobertura de un punto caliente –la profesional y la tuitera– se corre el riesgo de que se nos cuele una falsificación. Ante el alud de mentiras contra el oficialismo se detecta una sola distorsión que tal vez proceda de las filas de los simpatizantes del gobierno. Es sarcástica: una flamante camioneta Hummer a la que se se ha pintado en el medallón la consigna
Maduro nos mata de hambre.
Pero en el caso del actual conflicto venezolano la distorsión de los hechos en perjuicio del gobierno no es excepción sino regla y muestra, independientemente de la buena fe de muchos que contribuyen a difundirla, un deliberado afán deliberado por construir una percepción falsa de lo que realmente ocurre y de las causas y cauces de la crisis.
Otro asunto es el de los numerosos indicios que refieren una grosera intervención orquestada para desestabilizar al país sudamericano, en la que participan desde ultraderechistas serbios hasta figuras destacadas del partido de Mariano Rajoy. Pero, por hoy, el espacio ya se acabó.
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