domingo, 15 de septiembre de 2013

La batalla por el Zócalo

PROCESO 1924

Los medios, destacadamente la televisión, se encargaron de alimentar el odio ciudadano contra la movilización magisterial que inundó la capital del país las últimas semanas, y festinaron en vivo el desalojo de los profesores que acampaban en la Plaza de la Constitución. Pero no mostraron todo. Nada dijeron de los soldados disfrazados de policías, de “halcones”, de los golpes a mansalva hasta contra la prensa, del uso de gases y chorros de agua para dispersar a contingentes que iban en retirada. Tras horas de tensión el Zócalo quedó vacío, listo para las fiestas patrias…
La madrugada del viernes 13 corrió el rumor. Los maestros disidentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en plantón desde el 19 de agosto en la Plaza de la Constitución, fueron alertados por sus dirigentes de un posible desalojo violento.
La guerra se percibía en el aire. Dos helicópteros de la Policía Federal (PF) pasaban casi al ras sobre el campamento, haciendo volar los plásticos con que los maestros se cubrían. Llovía.
Desorientados, los maestros comenzaron a empacar sus cosas y a sacar niños y mujeres de la zona. Explicaban que no pensaban marcharse. Permaneció la sección 22, de Oaxaca, que nutrió mayoritariamente el plantón. Se preguntaban unos a otros por sus dirigentes, reunidos en negociaciones truncas con representantes de las bases desde la noche anterior en el auditorio del SME, en la colonia Tabacalera.
De lo que fue su refugio 25 días tomaron tubos, cortaron tablas, juntaron piedras. Incendiaron plásticos. Formaron vallas en las bocacalles que conducen al Zócalo y ahí también prendieron fuego. “Nos vamos a quedar, hasta las últimas consecuencias. Los dirigentes nos pidieron que nos salgamos y que nos regresemos a Oaxaca, pero son 30 años de lucha y no los vamos a tirar a la basura. La base decide y decidimos resistir”, dijo un profesor de apellido Mata mientras se cubría el rostro con un trapo, como tantos otros.

Primeras escaramuzas

A las dos de la tarde del viernes 13 se encararon por vez primera maestros y granaderos. Con el despliegue oficial llegaron los primeros enfrentamientos en Pino Suárez, a un costado de la Suprema Corte de Justicia. “Que empiecen ellos. Nosotros somos pacíficos, esto es resistencia”, se escuchó por un altavoz a una mujer desesperada, al tiempo que se dio aviso de una propuesta oficial pacífica para resolver el conflicto.
Al cruce de 20 de Noviembre con Venustiano Carranza llegaron Héctor Serrano, secretario de gobierno del Distrito Federal y Alfonso Gómez, secretario de Gobierno de Oaxaca. Ofrecieron a los maestros una “vía segura” para salir de la zona. Y dieron un ultimátum. Los maestros tenían dos horas para salir –a cumplirse en punto de las cuatro de la tarde– antes de que entrara la policía.
Rondaban la zona visitadores de la CNDH a quienes los maestros increpaban: “¿Qué hacen aquí, si ustedes aprobaron la represión?”
Ante la amenaza las bases improvisaron líderes y asambleas. Decidieron quedarse. A las tres de la tarde comenzó la cuenta regresiva.
“Nos asusta la represión. Desde 2006 nosotros en Oaxaca aprendimos a comer gas. Sin embargo no queremos llegar a lo bélico, no tenemos armas. Si nos ponemos al tú por tú con Peña Nieto y con su ejército, sabemos que vamos a estar como un niño peleando con un adulto: nos van a agarrar de la cabeza mientras nosotros sólo vamos a estar dando manotazos.
“Son el mismo PRI de la APPO, de Atenco. Sabemos que nos van a madrear. Pero no nos queremos ir. Queremos dejar claro el punto de que venimos aquí a resistir y que lo único que queremos es estar bien, que los gobernantes sean honestos con su país. Es todo”, dijo Heriberto Iván Díaz Casimiro, mazateco de 31 años que ejerce como psicólogo en la sierra de Oaxaca por “un sueldo miserable”.
“Lo que me tiene acá es el amor a la patria y el coraje por cómo a los pobres nos manipulan. En mi pueblo nos dicen que quiénes somos nosotros para pelear contra el gobierno, si el gobierno lo pone Dios. Le han dicho a la gente que el que se mete con el gobierno se mete con Dios y el enemigo de Dios es el diablo. Así nos ven a los maestros”, se le escucha entre los dientes apretados.
Jugando contra el miedo dos jóvenes tehuanos pateaban una pelota de plástico en el centro de la plancha. “Estamos contando los minutos. Llegamos al hartazgo. Hartamos al gobierno y a la sociedad. Nos hartamos nosotros. No queremos ser mártires pero esperamos que nos golpeen: ojos, narices… Fuimos punta de lanza y ahora somos carne de cañón. Sabemos el costo, pero los que van a quedar desnudos son ellos. Un gobierno que se dice democrático puede desintegrar una propuesta por la fuerza. Al menos no vamos a tener vergüenza para ver a nuestros niños, hijos y alumnos. No venimos por el salario. Somos formadores de seres humanos libres, no sumisos. Ser sumiso te lleva a ser esclavo”, sentenció Noel Arista.
A las 3:15 de la tarde apareció Rubén Núñez, secretario general de la sección 22, quien había sido señalado por sus bases. Sin afeitar, descompuesto el semblante, caminaba solo debajo de la carpa central del plantón, la que sería quemada minutos más tarde y por donde pasarían las tanquetas de la PF. Atrás quedaron las marchas en que lo cobijaban multitudes.
“Estamos en espera de que la Segob nos pudiera recibir para seguir el diálogo. Pero ante el condicionamiento de salir o que entrarían a la fuerza, los compañeros de base fueron muy claros. Vamos a permanecer aquí”, dijo en entrevista y negó haber formado parte de cualquier negociación oscura con algún representante gubernamental.
Francisco Bravo, líder de la sección 9, del Distrito Federal, fue contundente minutos antes de la represión: “Para llegar a esto y justificar la represión desataron una despiadada campaña de odio en contra nuestra durante semanas, dirigida desde la televisión por los sectores que han estado impulsando muchas de las reformas en el país. Nos hemos dado cuenta de que son los grupos empresariales los que han dictado lo que se tiene que hacer en el país, incluso en el terreno educativo”.
Hizo un balance de las negociaciones de las últimas semanas con distintas instancias de gobierno: “El gobierno federal y el Poder Legislativo –uno ya no sabe diferenciarlos porque parece que son los mismos– mientras platicaban con nosotros por otro lado tomaban las decisiones. Acudimos con la convicción de que podíamos llegar a acuerdos pero resulta que ellos siguieron con la línea de la simulación.
“A medida que iba avanzando el tiempo ellos iban cerrando las pinzas. Pero no vamos a renunciar a la lucha. El gobierno calculó mal. Desataron la indignación y el coraje de la clase trabajadora por el proyecto de país que quieren imponer. Está muy lejos de que todo esto termine”, dijo y advirtió que la “insurgencia” magisterial se ha propagado a todos los estados.
Cumplida la hora el Zócalo estaba cercado. Miles de efectivos de las policías Federal y capitalina, militares uniformados y encubiertos, “halcones” con radios de comunicación, tanques y helicópteros armados con cañones de agua, extintores y gases lacrimógenos listos para la tarea.
En cada calle que daba al corazón del país había maestros y granaderos confrontados. Los primeros gritaban, de coraje y de nervios. Diseñado el operativo para infundir miedo, los segundos blandían los toletes y golpeaban los escudos contra el suelo.
A las 4:15 el Zócalo se difuminó entre el dolor y el humo.

El cerco

La Presidencia de la República ya había informado –a las cuatro de la tarde–que las ceremonias cívicas del 15 y 16 de septiembre se llevarían a cabo en el Palacio Nacional.
Para entonces en las calles aledañas al Zócalo el cerco estaba listo: anillos de la PF en las inmediaciones, de granaderos capitalinos un par de calles más allá… y finalmente los trabajadores de limpia, quienes esperaban nerviosos el desenlace.
Desde un día antes tres brigadas de la Policía Militar habían sido concentradas en el Campo Militar Número 1, donde los dotaron de uniformes y cascos de la PF. Armados con toletes y escudos, los soldados disfrazados de policías no ocultaban su grito reglamentario de batalla al formarse o romper filas: “¡Por la Patria!”
“¡No están solos, no están solos!”, coreaban en cada bocacalle pequeños contingentes de apoyo a los maestros.
–¡Encaucen la marcha, encaucen la marcha! –pedía en 20 de Noviembre uno de los dirigentes de la CNTE, para evitar enfrentamientos en su ruta hacia el Monumento a la Revolución.
Desde los edificios de las desoladas 20 de Noviembre, Mesones y Vizcaínas, hombres y mujeres saludaban con vivas de apoyo o permanecían observando en silencio.
En el Eje Central se empezaron a escuchar las rechiflas ciudadanas desde el interior de los comercios, pero el contingente no se amilanó y respondió con consignas que pretendían suavizar el rechazo. La tensión iba en aumento, pero el llamado era constante: no caigan en provocaciones.
Cerca de 16 de Septiembre, por donde los maestros pretendían salir rumbo al Monumento a la Revolución, alguien advirtió el peligro. De pronto por Venustiano Carranza un grupo de jóvenes lanzaba piedras, palos, tubos y lo que tuviera a la mano contra un grupo de granaderos.
–¡Formen la valla, aseguren la valla! –gritaban las cabezas de la CNTE. Pero el contingente ya empezaba su retirada hacia el sur por el Eje Central.
–¡Aguanten, aguanten! –gritó una vez más Rubén Núñez.
Parecía que el enfrentamiento seguiría por Venustiano Carranza, cuando el grupo de jóvenes intentó refugiarse en el contingente de maestros, quienes quisieron dispersarse. No lo lograron. Los soldados disfrazados de policías empezaron a golpear a todos, hasta derribar a Núñez y otros dirigentes.
El grueso del contingente de la CNTE se replegó por Eje Central, pero la confrontación siguió con otro encontronazo en las inmediaciones de Bellas Artes.

Choques previos

Patricia Juan Pineda y José Juan Gómez, dirigentes del Frente Auténtico del Trabajo, fueron testigos de la represión. Aseguran que el operativo comenzó desde la una de la tarde porque la PF cercó a un grupo de profesores en 16 de Septiembre, Venustiano Carranza, Eje Central e Izazaga.
Aseguran que estaban “seleccionando a los detenidos. Ya los tenían ubicados. A algunos los dejaban ir…”
Patricia dijo que hacia mediodía le avisaron que estaban desalojando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y edificios aledaños “por seguridad”. Una hora más tarde los maestros de la CNTE pidieron ayuda en las redes sociales.
“Cercaron el primer cuadro. Ya estaban llegando las tanquetas. Desde la noche anterior les dieron el ultimátum: se retiraban voluntariamente o los iban a desalojar. Se reunieron y tomaron decisiones; algunos se fueron, otros permanecieron en el lugar”, contó.
Los helicópteros lanzaban desde el aire bolsas con pintura azul para marcar a los manifestantes. Los maestros comenzaron a montar barricadas, cuando se escucharon los cohetones; las empezaron a quemar para impedir la visibilidad de los helicópteros. “Fueron 40 minutos de que no supimos qué pasaba. El objetivo fue causar confusión”.

Retirada por Mesones

Tuvieron que irse contra su voluntad. Hacia las cuatro de la tarde los profesores de la sección 22 empezaron a replegarse gritando consignas.
A dos cuadras del Zócalo, en el cruce de 20 de Noviembre y Uruguay, atravesaron un tractor como escudo frente a los uniformados que avanzaban replegando a los manifestantes por Mesones. No sirvió de mucho el vehículo. La fuerza se impuso.
La tarde fue nublada y fría. El pavimento mojado y los edificios coloniales atestiguaron el repliegue de los maestros. Las consignas: “¡Pinche Peña Nieto puto, reprimes a los maestros!”, “¡La CNTE vivirá por siempre!”, “¡Que sube, que baja, la CNTE no se raja!”
Sostenían mantas en las que mostraban su repudio a las reformas y el rechazo a su líder, Rubén Núñez.
Las bases estaban enojadas. Cientos de maestros estaban dispuestos a cualquier cosa para demostrar el poder de su lucha, pero los pasos acelerados y en bloque de los federales obligaron a los docentes de Oaxaca a correr, a retroceder por Mesones.
Ahí, algunos jóvenes y maestros lanzaban cohetones contra la muralla azul de toletes, escudos y cascos. El estruendo estremecía las viejas construcciones donde los vecinos se asomaban desde balcones, azoteas y ventanas.
En la Plaza Meave un maestro y el reportero de un medio independiente fueron golpeados por uniformados. Ambos acabaron chorreando sangre.
Los grupos “anarquistas” también se dejaron sentir. Cuando la mayoría de profesores se concentró en el Monumento a la Revolución varios jóvenes apedreaban a los policías capitalinos, quienes amurallaron el Paseo de la Reforma en su cruce con Bucareli. Ahí un “anarquista” rompió uno de los gruesos vidrios del Hotel Meliá.

“Halcones”

“Íbamos en el trole y a la altura de Salto de Agua nos bajaron y tuvimos que caminar. Queremos entrar al Metro pero todo está cerrado. Ahora nos mandaron hasta Balderas, ya no aguantamos”, se lamentaba Daniela Ruiz, de 18 años, quien cargaba a su hijo de uno, y que impulsaba a su anciano padre que ya no quería seguir.
Una vendedora de la Central de Abasto, un jubilado y una desempleada corrían desde Pino Suárez. Decían que habían sobrevivido a los “grupos de choque” que encontraron en su camino.
“Pasábamos por Pino Suárez cuando unos 50 comerciantes salieron con palos y detuvieron y golpearon a los maestros y a la gente, salieron como grupos de choque”, decía la desempleada.
En el Eje Central nuevas vallas de granaderos y federales. Varios negocios con la cortina metálica casi cerrada tenían “halcones” en la puerta. Cada tanto abrían rendijas por donde salían clientes temerosos a las calles.
Hacia las seis de la tarde, cuando los azules tenían tomado el control de las calles, los comercios empezaron a reabrir.

La plancha vacía

Una enorme plancha de concreto con montones de basura incendiándose por varios lados. Cazuelas, platos, ollas y trozos de plástico esparcidos. Piedras, tubos, tablas y casas de campaña rotas y abandonadas alrededor del astabandera. Era una pequeña ciudad destrozada cuyos rescoldos barrían policías con el pelo cortado a lo militar, gritaban “patria” y se tomaban fotos con gesto victorioso. En eso acabó el Zócalo.
Durante varias semanas la Plaza de la Constitución se convirtió en la ciudad de los maestros, con cientos de casas de campaña hechas de plástico donde habitaban miles de docentes de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, principalmente. A partir de mediados de agosto, mientras se discutían las reformas educativas, la ciudad de casas remendadas comenzó a extenderse por toda la plaza formando pequeñas calles.
De ahí salieron las marchas que tanto criticaron los capitalinos, algunos con insultos racistas y clasistas. Marchas a Los Pinos, al Senado y a la Cámara de Diputados para pedir que se les tomara en cuenta en las discusiones de las reformas educativas, que los maestros siempre han calificado de laborales.
De ahí salieron los dirigentes a dialogar con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, para demandar que no se aprobaran las reformas sin que sopesaran sus opiniones.
Pero a las cuatro de la tarde del viernes esa ciudad fue abandonada. El operativo ordenado por el comisionado nacional de Seguridad, Manuel Mondragón, se cumplió al pie de la letra.
Una hora después el desalojo de la plaza se había cumplido. Los federales comenzaron la operación limpieza destruyendo las casas de campaña. La lluvia y los chorros de agua de la tanqueta habían apagado las piras, que aún humeaban.
Los dos helicópteros azul oscuro con el logo de la PF sobrevolaron varias veces el centro, encima de un Palacio Nacional resguardado por el Estado Mayor Presidencial. Los miles de trozos de plástico de colores que cubrían la plancha del Zócalo comenzaron a ser retirados por trabajadores de limpia del Gobierno del Distrito Federal.
En dos horas el Zócalo no tenía ni una huella del campamento.
El saldo –según propaló en varios medios Mondragón y Kalb– fue de 30 detenidos y 15 policías heridos”.
A las nueve de la noche del viernes 13, en conferencia de prensa, Osorio Chong afirmó que el desalojo había sido “una operación profesional”, exitosa, que no se habían violado los derechos humanos de nadie, que se había recuperado un espacio histórico para todos los mexicanos y que el presidente Enrique Peña Nieto se comprometía a respetar la ley.
A esa hora un grupo de militares comenzaba a alistar el escenario para que Peña Nieto diera su primer “grito”. (Santiago Igartúa, Arturo Rodríguez, Marcela Turati, José Gil, Rosalía Vergara y Juan Carlos Cruz)

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