Emilio Azcárraga, dueño de Televisa. Foto: Octavio Gómez |
MÉXICO, D.F. (apro).- “Los compromisos de mi padre no son los míos”, declaró Emilio Azcárraga Jean, a finales de los 90, en la única entrevista que ofreció para Proceso, la revista que durante más de tres décadas ha sido justo lo contrario a la idea de información y periodismo que tuvo Emilio El Tigre Azcárraga.
Han pasado más de 15 años desde la desaparición física de El Tigre y su hijo se empoderó al grado de desplazar a parientes y otros socios. Grupo Televisa no ha disminuido su poder e influencia —aún con la “falsa competencia” de TV Azteca—, pero las audiencias mexicanas que veían al “canal de las estrellas” como la referencia de entretenimiento e información han ido desertando paulatinamente. El Tigre murió, pero la televisión que heredó es igual o peor que aquélla que tanto se le criticó en el primer libro que reunió a los principales críticos del imperio: Televisa, Quinto Poder.
El coordinador de aquel libro, Raúl Trejo Delarbre, así como la analista Denise Dresser y un servidor nos reunimos el pasado 14 de agosto para reflexionar justo sobre Televisa y El Tigre, sobre el papel de la televisora en la sociedad mexicana contemporánea y la demanda fundamental que surgió entre los jóvenes universitarios de 2012: la democratización de los medios de comunicación y, en especial, del régimen televisivo.
El pretexto para esta reflexión fue la reedición de la magnífica biografía sobre Azcárraga Milmo escrita por los periodistas Andrew Paxman y Claudia Fernández. Han transcurrido 14 años desde su primera publicación y la vigencia de El Tigre es aún mayor. Ambos autores hicieron un agregado para actualizar el papel de Televisa en la sociedad de la transición frustrada y el retorno del PRI a la presidencia.
La vigencia de esta biografía-radiografía se basa en los siguientes puntos:
1.-El Tigre falleció en 1997, pero no su filosofía. La idea de las audiencias de Televisa como “una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida”, continúa guiando no sólo a la empresa que creó Azcárraga Milmo sino prácticamente a todos los medios electrónicos que pretenden emularlo. Su heredero, Emilio Azcárraga Jean, no se atreve a decir que piensa en sus audiencias como “los jodidos”, pero actúa como si su padre guiara sus pasos. Ricardo Salinas Pliego, el accionista de TV Azteca, superó en mala calidad, falta de creatividad y exceso de soberbia al tipo de televisión que hizo Azcárraga Milmo. La mala parodia acabó reivindicando el modelo original.
Los posibles competidores de Televisa y de TV Azteca en la siempre prometida “tercera” y “cuarta” cadenas de televisión mexicanas tienen un perfil muy similar a la dinastía Azcárraga: se trata de barones de la industria o de magnates de las telecomunicaciones que no se preocupan en los derechos de sus audiencias sino en cómo subordinar al medio de comunicación a sus intereses económicos.
La televisión para Emilio Azcárraga Milmo no era un bien público concesionado sino un músculo de poder y de su peculiar ideología empresarial. Él se dijo “soldado del presidente” y del PRI, en función del sistema presidencialista y de partido único que le tocó vivir, pero muchas veces desafió a los presidentes cuando fue necesario. Cuando tuvo que apoyar al régimen en el fraude contra el PAN (en 1986) lo hizo sin cortapisas. Y cuando se trató de frenar la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, el disidente del PRI en 1988, El Tigre hizo todo para invisibilizarlo. Así lo dictaron sus intereses y su filiación de derecha.
Su hijo y sus imitadores así lo han hecho. La única diferencia es que Azcárraga Jean considera que los políticos deben ser “soldados de Televisa” y clientes eternamente endeudados con la empresa. Salinas Pliego ve a los políticos como sus sirvientes y él mismo ha dado muestras suficientes de que es capaz de ir por encima de cualquier orden legal y democrático para imponer su voluntad. Ahí está el episodio del crimen de Francisco Stanley, en 1999, y su asalto al cerro del Chiquihuite en 2002.
Los aspirantes a ser Tigres televisivos no han dado muestras de ser diferentes ni de tener una concepción distinta. Ni Olegario Vázquez Raña ni Carlos Slim ni Carlos Peralta ni muchos de quienes se han apropiado de medios impresos y estaciones radiofónicas actúan de manera distinta. La soberbia del concesionario es un mal endémico en el régimen de medios mexicanos.
2.-Televisa aspira a pasar de monopolio mediático a monopolio de la opinión pública. La empresa fundada por Azcárraga Vidaurreta y consolidada por Azcárraga Milmo siempre fue reacia a la competencia. El espíritu de monopolio prevaleció hasta que las condiciones exigieron “maquillar” una competencia. El sexenio de Carlos Salinas de Gortari le regaló en bandeja de plata a un empresario mueblero la red de estaciones del Estado para convertirla en una mala réplica de Televisa.
Desde junio de 2012, Televisa y TV Azteca unieron sus intereses para competir en el mercado de las telecomunicaciones. La fusión de ambas para crear Grupo Iusacell alentó aún más la aspiración de ser un monopolio de la opinión pública.
¿De qué se trata esta figura de “monopolio de la opinión pública”? No basta con tener el control de la producción y distribución de contenidos en televisión abierta y restringida, como sucede con Televisa. Un monopolio de este tipo necesita controlar la agenda mediática y a los opinadores o comentaristas a través de sociedades de subordinación con estaciones de radio, medios impresos y, si fuera posible, medios digitales.
El gran desafío para este monopolio de opinión pública son los medios cibernéticos y, en especial, las redes sociales. Harán todo lo que sea posible por extender ese control hacia las redes de deliberación social. Si el control se puede ejercer a través de los gobiernos, mejor para los empresarios como Azcárraga Jean y Salinas Pliego.
3.-El Tigre dejó una escuela de soberbia empresarial. Acostumbrado a los halagos, a ser el patrón sin contrapesos, a que sus excesos y fracasos (Univisión, Panamsat, ECO, etc) eran finalmente subsidiados por el Estado mexicano o por sus clientes privados, El Tigre creó una leyenda, acorde con esa “dictadura perfecta” (Vargas Llosa dixit) que le correspondió encabezar.
La “dictadura perfecta” del PRI y de la televisión mexicana está abollada. Millones de jóvenes ya no consideran ni a uno ni a otro invencibles. Sin embargo, prevalece la soberbia.
Esa misma soberbia los hace creer que dominarán al nuevo régimen de medios y de telecomunicaciones, surgido de la incompleta y fallida reforma constitucional en la materia de 2013. Esa misma soberbia los lleva a considerar que podrán dar “el gran salto” hasta colonizar por completo a Los Pinos, bajo la presencia de Enrique Peña Nieto.
La lectura del libro El Tigre es un compendio de anécdotas, procesos y reflexiones sobre la construcción de esa soberbia empresarial, sobre el régimen que permitió y cobijó sus excesos desde la pantalla de “la familia mexicana”. Por eso es importante revisarlo, para entender que si bien la historia primero es tragedia y luego comedia, ahora estaríamos en la fase de la parodia involuntaria de una grandeza que ya no revivirá.
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