¿Con quién hablar cuando no hay interlocutor? Los acontecimientos en los últimos días en contra de la comunidad estudiantil indican que el Estado mexicano no está dispuesto a dialogar con nadie y menos en materia de seguridad. Como en los viejos tiempos del PRI del siglo XX, hoy está de vuelta el Estado autoritario que prefiere el uso de la fuerza al diálogo u otras alternativas pacíficas, como bien lo indican las estadísticas en tres años de “guerra contra el narco”.
El atentado contra Darío Álvarez , estudiante de sociología, el viernes 29 de octubre, cuando participaba en la XI Kaminata contra la muerte para asistir al Foro Internacional contra la militarización y la violencia “Por una cultura diferente” a llevarse a cabo en las instalaciones del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la UACJ originó una rápida respuesta de las y los universitarios en contra de la violencia, la militarización y en defensa de la autonomía universitaria.
Luego, el martes 2 de noviembre, se convoca a una gran manifestación estudiantil, donde resulta detenida, golpeada y encarcelada la estudiante Alice Arteaga –quien lanzaba consignas contra Felipe Calderón– bajo cargos de ebriedad e insultos a la autoridad. La noche del 3 de noviembre se asesina a un estudiante de odontología de la UACJ junto con otros jóvenes en los departamentos del Fovissste, a unos pasos del ICB.
Desde el inicio de estas nuevas movilizaciones, las y los estudiantes no sólo se han enfrentado al hostigamiento policiaco, sino también al repudio de varios medios informativos que de alguna u otra forma buscan desacreditar la respuesta estudiantil. Asimismo y a pesar de contar con las simpatías de la sociedad juarense, las instituciones públicas han guardado silencio o se han deslindado de las iniciativas estudiantiles. Todo parece indicar una polarización mayúscula entre sociedad y Estado, entre ciudadanía y gobierno; es evidente el reacomodo de las instituciones alrededor del poder y no con la gente. No sólo las y los universitarios se están quedando solos, también la sociedad.
Ciudad Juárez está en una situación de abandono. Conflictuada por nuevas formas de terror, la ciudad experimenta un shock de permanente violencia: militarización, balaceras, noticias amarillistas, desinformación, desempleo, abusos policiacos, violencia intrafamiliar y más en un sinfín de tragedias que se suceden una tras otra sin descanso, obligando a la población a un estrés permanente y adicional al existente, debilitando la moral y exacerbando los ánimos de una sociedad que ya no sabe a dónde voltear para encontrar alivio a esta situación. El genocidio en la ciudad también deja huellas más allá del miedo y la muerte; ahí están las viudas(os) y huérfanos(as) o los sobrevivientes de secuestros, extorsiones, asaltos o atentados, que como Darío, llevarán secuelas en sus cuerpos.
La solución no vendrá de la clase política, la misma que está impidiendo que la sociedad se manifieste en su legítimo derecho y ante una situación insoportable, porque si no, ¿quién gana con silenciar a las y los estudiantes? Si son quienes están llevando la vanguardia en contra de la militarización y además exponiéndose a los hostigamientos policiacos que evidentemente no han cesado. El camino de la violencia no puede llevarnos sino a más violencia, ¿por qué es tan difícil entender esto? Por guardar las apariencias el Estado mexicano está enredándose en un conflicto mayúsculo que no podrá soportar y Ciudad Juárez no es ni aspira a ser Colombia.
Los movimientos estudiantiles han generado cambios en el mundo; ahí están los del 68, por ejemplo. La energía juvenil es un elemento importantísimo para dar nuevos bríos a una ciudad que se desmorona de tristeza y desesperación, presa del terrorismo de Estado que ha desatado los demonios de la violencia. Nos estamos matando por una soberana estupidez: para “proteger” de las drogas al pueblo estadounidense a costa de nuestras vidas. De por medio está una riquísima industria que genera miles de millones de dólares en los mercados negros que la hipócrita sociedad conservadora hace posible al prohibir la decisión personal de consumir estimulantes, volteando la cara hacia otro lado e incentivando el castigo como respuesta para protegernos de nosotros mismos.
El Estado claudica en brindar protección a su ciudadanía y ofrece mano dura contra la población desarmada que le exige sensatez; no hay interlocución. Estamos en peligro cuando el Estado y sus instituciones nos dan la espalda y se perfilan a la cerrazón y la intolerancia a la crítica. El miedo a las y los estudiantes es el miedo de quien no tiene la razón y se justifica detrás de las armas para cubrir sus miserias y complicidades. El miedo a las y los estudiantes significa miedo a la verdad, miedo a la libertad y falta de agallas para cumplirle a la sociedad.
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