viernes, 17 de septiembre de 2010

Conmemorar, no festejar - Luis Javier Valero

Para los puntillosos. Del Diccionario de la Real Academia. Festejar: Celebrar algo con fiestas. Conmemorar: Hacer memoria o conmemoración. Más abundante en sus explicaciones, El Pequeño Larousse Ilustrado dice que festejos son “actos públicos de diversión”. Y que conmemorar significa “celebrar solemnemente el recuerdo de una persona o acontecimiento”.

Efectuar tales digresiones semánticas tienen como sustrato el elevado ánimo fiestero de la actual administración federal, sus rimbombantes discursos “patrióticos”, su encendida palabrería acerca de la valentía mostrada para evitar que los “malosos”, como diría otro no menos ridículo ocupante de Palacio Nacional (Ernesto Zedillo) y la pretendida intención del monopolio televisivo por difundir su propia versión telenovelada de la gesta independentista de doscientos años atrás.

¿Estamos en condiciones de festejar, no será la hora, mejor, de, solamente, conmemorar?

Estamos en condiciones similares a las que escribiera Pablo Neruda de su propia tierra, al describir que su patria ya no era mancillada por ejércitos ajenos, ni tenemos gobernantes foráneos, pero, decía, “mi patria está invadida”. Sí, porque ahora son otras las formas y caminos de la dependencia de las naciones.

Y es que en la actualidad, la del momento presente, sufrimos las consecuencias de tal situación, manifestadas en forma de la más severa crisis de seguridad pública jamás sufrida por la nación mexicana.

¿Cuántos retenes existen de la frontera mexicana con la guatemalteca, allá en el sur, para detener la oleada de migrantes centro y sudamericanos en su incesante búsqueda de acceder a territorio estadounidense? ¿Cuántas de esas instalaciones existen para detener (si a lo que hacen se le llama detener) el ingreso de drogas a los Estados Unidos? ¿Cuántos muertos llevamos para evitar que las drogas sigan fluyendo al mercado norteamericano?

Como lo han sostenido infinidad de analistas, escritores, académicos, periodistas, gente común y corriente, los gobiernos norteamericanos intentan todo, primordialmente la vía violenta, para impedir ese flujo… pero en territorios ajenos a ellos. Así, ellos ponen el mercado y los latinoamericanos los muertos. Impulsores de las estrategias policiacas para combatir al narcotráfico fuera de su territorio, son tolerantes en el intercambio comercial que se realiza dentro de sus fronteras.

Prestos a ayudar, patrocinar y exigir que se ponga un alto al comercio de armas en toda América Latina, promueven la más irracional de las libertades para la adquisición de ellas en su territorio. Como marionetas, los gobiernos al sur del río Bravo aceptan sus sugerencias, órdenes y dinero encaminados a esos fines. Luego se asustan, todos, cuando esa estrategia toca fondo y destruye la incipiente cultura de la legalidad en Latinoamérica.

Ahora sabemos toda la verdad acerca de los fondos aprobados por el Congreso de Estados Unidos para México, –que deberán aplicarse en el combate al narcotráfico– bajo la denominación de Iniciativa Mérida. No solamente nos obligaron (al gobierno mexicano ¿Lo obligaron?) a que las armas y vehículos aéreos y terrestres comprados con esos fondos debieran ser los determinados por las autoridades norteamericanas (y ya sabemos cómo se las gastaban los amigos del presidente George W. Bush), incluyendo en sus instructivos, incluso, a qué empresas se deberían adquirir.

No solamente. Los fondos de la Iniciativa Mérida asignados a México están sujetos al escrutinio del gobierno norteamericano. Si los mexicanos ajustan su conducta a lo trazado por nuestros vecinos, entonces liberan los recursos económicos, de lo contrario, obviamente, no.

Entre las asignaturas que deben cursar los gobernantes federales mexicanos se incluye la del respeto a los derechos humanos por las fuerzas militares y policíacas federales. Si el escrutinio norteamericano las reprobara, entonces un 15 por ciento de los recursos no serían entregados a los mexicanos.

Así llegamos a los 200 años de independencia, como dijo Cajeme, el jefe yaqui: Antes como antes, ahora como ahora. Es decir, igual o “más pior”.


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