El Presidente le dijo a Denise Mearker en una entrevista para Noticieros Televisa que su mayor error fue no haber justificado el escándalo de la “casa blanca”. No haberlo “explicado”.
Luego le dijo al periodista Ciro Gómez Leyva que no fue él quien hizo perder al PRI. Que fue José Antonio Meade Kuribreña.
–Veinte por ciento de popularidad de usted en las encuestas –le dijo Ciro Gómez Leyva–. ¿El Presidente Peña Nieto fue el principal factor de la derrota del PRI en esta elección?
–Pues mira –atajó–, obviamente quien fue un detractor de tu servidor así lo podrá apreciar. Mi consideración personal es que no.
–No fue el factor Peña Nieto –insistió Gómez Leyva más adelante–. ¿La derrota no es el factor Peña Nieto?
–No. Yo lo atribuyo, lo atribuiría al desgaste en el ejercicio de gobierno –contestó, y más rollo.
–Sobre hechos consumados, ¿José Antonio Meade fue el mejor candidato del PRI, Presidente?
Peña se echó un rollo más.
–..Pero no funcionó… –le interrumpió el periodista
–No funcionó –dijo.
Peña es el Presidente peor calificado en la historia reciente. Y estuvo consciente de ello: sólo el año pasado se gastó más de 10 mil millones de pesos en prensa, una cifra histórica y ofensiva, de acuerdo con el corte a 2017 realizado por la periodista Daniela Barragán.
Pero no fueron los muertos, los desaparecidos, Tlatlaya, Nochixtlán, Odebrecht. No fueron la pobreza o la corrupción; la desigualdad o el desplome de la industria energética. No fueron los constantes aumentos a los precios de la gasolina, el histórico nivel de deuda pública o el crecimiento mediocre. No fueron el fiasco de la PGR o la cantidad de gobernadores de su partido que fueron detenidos (y no por él) por el saqueo. No fue su ineptitud (o complicidad) con los 43 estudiantes de Ayotzinapa o que no cumplió con siquiera la mitad de las promesas que hizo en campaña, como muestra un reportaje publicado hoy por la Unidad de Datos de SinEmbargo.
Fue, dijo, “no haberse explicado”.
Mi capacidad de análisis se reduce a pocas opciones. No sé bien qué pensar. Algunos presidentes solían, a estas alturas, pedir perdón. Algunos se sinceraban y hablaban con realismo.
Peña no. Peña se encierra en él mismo; en explicaciones ociosas que nadie, salvo quizás el puñado que lo rodea, debe creer.
Siempre se dijo que el hijo de Atlacomulco vivía en una burbuja. Pues así se va: en la burbuja.
***
Es cierto que la Historia dirá, en algún momento, quién es Enrique Peña Nieto. Pero por lo pronto hay un veredicto de más de 30 millones de ciudadanos. Y ese veredicto, expresado en las urnas, es que el Presidente es muchísimo menos de lo que piensa y muchísimo más de lo que acepta. Es el culpable de haberle arrancado la esperanza a millones de mexicanos que votaron por él y a los otros –la mayoría– que no tenían la culpa de tenerlo al frente del Ejecutivo federal; gastó no sólo el dinero, sino la oportunidad de un país entero. Seis años a la basura y él cantando. Cuando habla de dar todas las facilidades al nuevo Gobierno en realidad es la “generosidad” del verdugo que acepta entregar la canasta donde ha caído la cabeza de su víctima.
Millones esperan, desde hace seis años, que termine su mandato; millones esperaban que al menos en el final ofreciera una disculpa. Pero no. La disculpa no llega: hace un reparto de culpas en su lugar. Todos son culpables menos él. El entorno estuvo mal, su candidato estuvo mal. Él se siente libre de culpa, incluso por no haber cumplido con sus promesas de campaña.
Negado a aceptar su responsabilidad en el desastre que él provocó, las entrevistas que Peña ofrece en estos días saben más a sombra que a luz. Y descubren al individuo que es: el mismo hombre, seis años después; el que se encierra más adentro en la burbuja de mentiras pagadas con nuestros impuestos para no ver afuera lo que los demás ven, vemos: que huele a tierra mojada porque muy pronto le caerá una tormenta.
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