E
stamos en la frase previa del proceso electoral de 2018. Por enésima vez la democracia mexicana se someterá a una prueba de ácido ¿Podemos hablar de democracia en México? ¿Podemos hablar de que ha terminado la transición? ¿Empezó en 1997, cuando ganó Cuauhtémoc Cárdenas la jefatura de Gobierno en el Distrito Federal y el PRI perdió el control del Congreso? O, ¿en 2000 cuando Fox logró la alternancia? Todos aceptamos que no ha cristalizado en un sistema nuevo. Incluso aquellos autores que han defendido los
avancesde la democracia reconocen que hay muchas asignaturas pendientes. Una desilusión genezral.
Me río con amargura de la famosa transición. Los españoles tardaron 18 meses en completarla y crearon un marco jurídico y lo han respetado. Nosotros llevamos por lo menos 20 o 25 años y no llegamos a la meta. La idea de un bipartidismo en México en que el PRI jugaría al centro-izquierda y el PAN al centro-derecha se vino abajo por dos razones: 1) El PAN no aceptó el compromiso por la democracia y se identificó con el PRI. Los presidentes panistas fueron extremadamente mediocres y utilizaron en su favor todos los recursos del viejo sistema. 2) No han podido eliminar a una izquierda progresista que ahora amenaza con ganar la Presidencia de la República. Estamos acostumbrados a que en cada elección decisiva PRI y PAN se alíen para hacer fraude o comprar votos a escala masiva. A la frustración que sigue a las elecciones arregladas se responde con nuevas reformas legales, nuevos nombramientos, nuevos órganos, todo para quedar igual. La transición se ha vuelto un vicio y la democracia un paraje lejano.
Si hubiera alguna duda sobre esta frustración colectiva basta con observar el proceso electoral del estado de México: un espectacular dispendio de recursos, una operación de compra de votos y una manipulación de los programas sociales en que participan descaradamente los gobiernos local y federal. Los secretarios de Estado encabezan la operación. Todo eso se hace con cinismo y prepotencia. Ni el INE ni el IEEM ni la Fepade han hecho nada para impedir estos abusos. No es asombroso que estos órganos sean reprobados por casi la mitad de la ciudadanía.
A pesar de todo ello y para sorpresa de todos existe un espíritu colectivo en favor de la democracia, un ánimo irreductible de participar, una voluntad de competir, de quebrar los mecanismos de compra de votos. Este ánimo parece inspirar la campaña de Delfina Gómez.
Twitter: @ortizpinchetti
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