Héctor Tajonar
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La democracia estadunidense se miró al espejo y se aterró al ver reflejado un individuo de rostro rojizo, mueca musoliniana y cabeza de paja. El horror invadió al mundo entero cuando esa imagen virtual se convirtió en realidad, con el grave riesgo de que tal sujeto pudiera convertirse en presidente de los Estados Unidos. En el pasado reciente, ningún personaje tan primitivo como Donald Trump había sido candidato a ocupar el cargo de mayor poder en el planeta. Lo que parecía una broma de mal gusto hoy representa una amenaza para la Unión Americana y el mundo, en especial para México. El demagogo ha hecho promesas descabelladas como construir un muro fronterizo con cargo al erario mexicano, deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados, renegociar el Tratado de Libre Comercio en beneficio exclusivo de su país, así como cerrar compañías estadunidenses ubicadas en nuestro territorio.
Considerado un farsante por sus propios correligionarios, el representante del Partido Republicano para contender en las elecciones presidenciales de noviembre padece una psicopatía que se ajusta perfectamente a la descripción que Theodor Adorno hiciera de la “personalidad autoritaria”: Rigidez mental normada por convencionalismos, estereotipos y prejuicios; agresividad, rudeza y destructividad hacia lo que no se ajusta a su estrecha visión del mundo, exigencia de obediencia ciega y hostilidad ante los que se niegan a someterse; intolerancia, xenofobia, racismo, discriminación social, cinismo, pensamiento primario negado a la abstracción, el raciocinio y la imaginación, así como egocentrismo y megalomanía desaforados. Todas y cada una de estas características han sido demostradas de manera reiterada y grotesca por Trump desde las elecciones primarias hasta ahora. Ello lo conforma como un “individuo potencialmente fascista” (Adorno et. al., The Authoritarian Personality).
Además del gesto y la personalidad autoritaria, el multimillonario neoyorquino comparte con Mussolini los métodos de la propaganda fascista. Al igual que Il Duce, Trump despotrica contra los “intrusos” (mexicanos) y “enemigos” (musulmanes), se burla de los que percibe como débiles y estimula la violencia de sus huestes contra quienes consideran “enemigos internos” (la agresividad contra sus críticos y contra los que protestan en sus mítines), el desprecio por las normas de civilidad en el discurso político (la alusión al ciclo menstrual de una periodista de Fox News o a la “gordura y horrible cara” de Hillary Clinton), la concepción mesiánica de sí mismo (“Nadie conoce el sistema mejor que yo, por eso yo solo puedo arreglarlo.”) y su desdén por las instituciones democráticas.
El discurso del plutócrata populista en la Convención Republicana responde a las características fundamentales de la propaganda fascista, también analizada por Adorno. Es una propaganda personalizada, no objetiva, basada en la manipulación de la realidad y de las masas. El discurso de estos demagogos es vacío, “la propaganda misma constituye el único contenido y funciona como una forma de satisfacción del deseo”, alimentando las pulsiones más bajas de los electores. Se ofrece una gran transformación (Make America great) sin explicar cómo lograrlo ni con qué consecuencias (Ensayos sobre la propaganda fascista).
Siguiendo esa línea, la estrategia de campaña de Trump está basada en cuatro puntos centrales:
a) Aprovechar el descontento y los prejuicios raciales del sector del electorado WASP (blanco, anglosajón y protestante), con bajo nivel educativo, frustrados por el estancamiento económico y la disminución de sus ingresos.
b) Identificar a los enemigos: Todos los musulmanes a quienes considera terroristas, reales o potenciales; la “raza café” de los hispanos, en especial los inmigrantes mexicanos a los que calificó de “criminales y violadores”, así como los países con quienes Estados Unidos tiene una balanza comercial negativa (China y México, entre otros).
c) Presentar una visión catastrofista de la realidad estadunidense en materia de seguridad nacional y economía para culpar al presidente Barack Obama y a la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, del supuesto desastre.
d) Construir una propaganda sustentada en el miedo, el odio y la xenofobia, apelando a la emoción irreflexiva del electorado menos educado, para proponer –a base de rugidos, muecas y mentiras– una solución simplista y falsa, pero atractiva para ese sector: Un nacionalismo a ultranza impulsado por un guerrero mesiánico. En síntesis, una política de la división y la denigración, la irracionalidad y la arrogancia desenfrenada. El fascismo renacido.
El surgimiento de Trump se da en un contexto de polarización política, desigualdad creciente y estancamiento económico en los Estados Unidos. Mientras los salarios de la mayoría de los trabajadores se ha frenado desde principios de los años 70 hasta la fecha, los del 1% han aumentado 165% y los del 0.1% se han disparado 362% (P. Krugman, New York Review of Books, mayo 2014).
Durante los últimos tres lustros los más afectados han sido los trabajadores blancos con nivel educativo de bachillerato o menor. Precisamente el sector que apoya a Trump. Dada esa circunstancia, Francis Fukuyama señala que la pregunta real no es por qué existe populismo en la Unión Americana en 2016 sino por qué no surgió antes (Foreign Affairs, julio/agosto de 2016).
Al 9 de agosto, el promedio de las encuestas sobre el voto popular coloca a Clinton 7.9 puntos arriba de Trump. Por su parte, la predicción de la encuestadora FiveThirtyEight, tomando en cuenta los 528 votos del Colegio Electoral, le da a Clinton una probabilidad de victoria de 85.2% frente a 14.8% de Trump.
Para ganar, Hillary necesita los votos de los jóvenes blancos con educación universitaria que apoyaron a Bernie Sanders. Lo dijo Obama: “No abucheen a Trump, voten!” La posibilidad, así sea remota, de que el hombre de la cabeza de paja llegue a ser presidente de los Estados Unidos no está cancelada. Su elección tendría consecuencias desastrosas.
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